jueves, abril 08, 2021

RECORRIENDO EL MUNDO

 Eusebio era un muchacho de veinte años nacido y criado en Salvador Mazza Salta, joven de pocos amigos, caminar pausado como su vida, trabajador rural, alto, flaco y narigon.

En una oportunidad un grupo teatral visitó el pueblo y se preparó una función en el salón principal, del club social, Don Gregorio inagotable organizador de eventos y presidente vitalicio, necesitaba pintar el gimnasio para esa función y contrató a Eusebio para la tarea, el muchacho era guapo y ágil, en solo dos días dejo el salón como nuevo, en recompensa Don Gregorio le pagó lo pactado y le dijo que si lo deseaba podía ver detrás del decorado la función, siempre que no hiciera ruido. 

Eusebio se consiguió una silla, la ubicó en un rincón, y allí sentado pudo ver algo que lo cautivó, jamás había visto preparativos semejantes, a lo sumo los partidos de fútbol nocturnos, campeonatos pueblerinos, en los cuales él ayudaba, acomodando los dos tractores, colocando las correas de los generadores, colgando los artefactos de iluminación, y en el cuidado del asado, junto al maestro asador, que era tío suyo, el cual se pasaba un poco con el vino, y entonces Eusebio lo ayudaba a continuar con la tarea.

Pero eso del teatro era algo nuevo, por empezar la iluminación era muy diferente a la de los partidos, estos eran reflectores, una especie de linternas gigantezcas, también alguien dijo que se realizaría la prueba de sonido, y un señor de barba, con un palito cromado, atado a un cable negro, diciendo

- 1, 2, 3, probando,... 1,2,3, probando y su voz retumbaba en todo el salón. Desde el camión estacionado en la puerta un grupo de jóvenes comenzaron a descargar una enorme cantidad de cosas, desde muebles, a carros con ropas y sombreros, Eusebio creía que una obra de teatro era algo similar al cine del cual había disfrutado muchas veces, pero esto del teatro no se lo imaginaba. En tanto un trabajo febril de elementos, cables y aparatos se acomodaban sobre el escenario, un grupo de personas vestidas con ropa común y silvestre, leían papeles, charlando entre ellos y realizando gesticulaciones, casi como locos pero también se reían y festejaban entre ellos. Este trajín duró casi toda la tarde hasta que alguien gritó 

- ¡vamos a tomar algo, y descansamos hasta la función!

Cuando Eusebio quedó solo, recorrió aquel escenario que ahora parecía la habitación de una casa incluso con ventanas y cortinas, sin que nadie lo viera tomó ese aparatito con cable, y dijo - Hola, soy Eusebio. Su voz retumbó en todo el salón, y una vez más 

- ¡hola, soy Eusebio!. Quedó perplejo, dejó aquel artefacto donde estaba, y fue hasta su casa para comentar todo aquello, su madre le dijo que una vez ella vio una obra de teatro y le había gustado, pero como llegó tarde la obra había empezado y no pudo comprender muy bien la historia, pero todos terminaron bien tomados de la mano y saludando y riendo. 

Eusebio a las ocho en punto estaba en su silla de espectador privilegiado, detrás del telón una señora estaba sentada en un sillón en penumbras, desde su ubicación podía ver como llegaba el público y se acomodaba en las sillas dispuestas en filas.

De pronto, se abrió el telón retirado por dos colaboradores, que el público no veía y todo el escenario se iluminó. Aquella función de teatro para Eusebio fue un descubrimiento inimaginado, cada detalle de lo que vio y escuchó esa noche lo cautivó como a un chico que le regalan una bicicleta para los reyes magos, esas personas que antes había visto leer unos papeles, ahora con esas vestimentas coloridas y hablando en voz alta, aveces gritando, otra veces riendo, gesticulando con sus brazos, caminando de lado a lado del escenario, lo enamoró y se dijo para él, que no descansaría hasta formar parte de ese grupo de personas.

La obra terminó, el público aplaudió y los actores saludaron todos tomados de la mano.

Eusebio tenía ganas de aplaudir pero recordaba que no podía hacer ruido.

Cuando el público se fue, los actores fueron invitados a comer a la casa de Don Gregorio, pero otro grupo de muchachos se quedaron desarmando y cargando todo, Don Gregorio trajo una bandeja de empanadas y unas cervezas para estos muchachos, y le pidió a Eusebio que se encargara de convidarlos y de paso que comiera él. 

No tardó mucho en entablar una charla con los utileros que festejaron el festín, y entre charla y charla, un señor mayor, le dijo si quería trabajar en la compañía que  necesitaban uno más, que si estaba dispuesto esa misma noche salían para Buenos Aires.

Eusebio, sin pensar dos veces aceptó y se fue hasta su casa corriendo a decirle a su madre y cargar en una mochila sus pertenencias. De esa forma casi en un sueño comenzó Eusebio su vida en el teatro.

Cuando llegó a Buenos Aires se encontró en una ciudad, ruidosa, con gente apurada y dirigiéndose quien sabe a donde; en un primer momento imagino que estaba sucediendo algo malo, tal vez se estaba en las puertas de una guerra y él no lo sabía, pero al transcurrir los días y comprobar que esa vorágine continuaba, comprendió que todo ese descontrol era normal,... ¡normal!..., ¿quién puede comprender que esa vida de locos era algo normal? Pero al mes, sus conocimientos citadinos, más alguna información suelta de sus compañeros de trabajo, fueron en aumento y de algún modo pudo acostumbrarse a un estilo de vida absolutamente opuesto a su pueblo natal.

Una tarde, terminando un trabajo retrasado  después del horario se salida, estaba sobre el escenario desmontando unos reflectores sobre una alta escalera, cuando una voz de mujer dirigiéndose a él le preguntó 

- ¿No te da miedo caerte?

Eusebio jamás imaginó que alguien se interesara en su trabajo, y dirigiendo su mirada, a la enorme sala vacía, una mujer lo observaba sentada en la primera fila.

- No, estoy acostumbrado.

- ¿Tu nombre es Eusebio, verdad?

Eusebio antes de contestar, trató de ver mejor a esa mujer, pero las luces próximas lo encandilaban, y entonces contestó. 

- Así  es señora, ¿necesita algo?

- ¿No sabes quién soy?

- La verdad que no, señora.

- Yo me llamo Nora y soy la persona que lleva adelante este teatro de mala muerte y a la compañía de la que formas parte.

¿Le parece señora que esto es un teatro de mala muerte?,...si le mostrara el teatro de mi pueblo, ese si que es de mala muerte.

La señora rió con ganas, y le pidió a Eusebio que bajara, quería hacerle unas preguntas de trabajo.

Las preguntas de la señora que doblaba en edad a Eusebio y las respuestas del muchacho se prolongaron todas las tardes después de hora durante varios meses.

Las charlas se convirtieron en un pasatiempo en donde existió un intenso intercambio de experiencias de una mujer hacia un joven y de un joven hacia una mujer. El respeto mutuo se tornó en sincera amistad, y por muy poco no se cruzó un límite sin retorno, la señora en soledad prefirió que mejor no.

Eusebio aprendió en esas charlas el ABC de la actuación, y también recorrió el mundo, Francia, Inglaterra, Alemania, España, Estados Unidos, Grecia, poder ver ese mundo en una pantalla de diapositivos, con los comentarios de quien los recorrió, fue una experiencia inigualable. 

La señora le decía estas cosas a Eusebio:

- La actuación querido amigo, no se puede enseñar, ni explicar, solo se experimenta y esa capacidad del ser humano de convertirse en otra persona,... buena, despreciable, déspota, o irracional, se transmite al elemento fundamental del teatro...el público, en busca de la más grandiosa y única recompensa que busca un artista en toda su vida...el aplauso de ese público, sin público, no existe el teatro, sin aplauso no existe recompensa, y nótese que digo aplauso, en singular, porque una  sola persona para el artista basta para colmar un teatro.

- ¿Y si es así señora, como usted dice, si la sala no es necesario que se llene, de que viven los artistas?

- Eso es un tema Eusebio por el que sufro y lloro, todos los días de mi vida.

Una tarde de invierno, Eusebio se despidió de la señora Nora, su madre no estaba bien de salud, y sus hermanos le pedían que fuera lo antes posibles. Una vez en su pueblo, y después de perder a su madre, sus hermanos menores a él, lo necesitaban, el tiempo transcurrió y lo que queda muy lejos, por lo general comienza a verse distinto, e incluso se olvida. 

Una tarde de siesta y calor, golpean a su puerta, un hombre con una camioneta algo vieja preguntaba por él.

- ¿Usted es el señor Eusebio?.

- ¿Así es señor, que deseaba?

- Tome, esto es para usted, y le entregó un sobre de papel madera, y unas llaves, tenga cuidado porque la marcha atrás cuesta un poco, una pregunta ¿la terminal de micros?

Eusebio no entendía, lo de la marcha atrás, y se quedó esperando con cara de asombro. 

- ¿Que le pasa amigo, nunca le regalaron una camioneta?

- No. respondió Eusebio.

- Bueno, a mi tampoco, para serle sincero, se la envía una tal señora Nora, y además del vehículo le regala toda la carga que contiene, atiendame si me acerca a la terminal, se lo agradezco.

Cuando Eusebio aterrizó en este mundo, leyó la carta de la señora Nora que decía: Espero que con estos elementos puedas organizar una compañía teatral, como la que alguna vez pretendí tener, pero solo logré a medias, por no entender que a los teatros hay que llenarlos de público.  Un beso de tu amiga la señora Nora, ex empresaria teatral.

La carga que traía la camioneta para Eusebio tenía más valor que mil camionetas, un equipo de sonido con sus parlantes, un proyector de diapositivos, y diez enormes cajas con fotografías, y diapositivas de diferentes lugares del mundo, libros de teatro, libros de obras de teatro y de biografías de actores famosos.

Eusebio no regresó jamás a Buenos Aires, y organizó una función mensual, en diferentes pueblos llamada, "Recorriendo el mundo". No siempre se llenaba de mucho público, pero el aplauso de agradecimiento jamás faltó. 

                                   FIN


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