Nota del autor
Este cuento es mi pequeño homenaje a mi profesora de literatura, la profesora Paternostro, cuyas clases presencié en el colegio industrial Otto Krause. Por aquella época no le prestaba atención a su materia, estimada profesora, sin entender que la literatura es la herramienta fundamental para la buena vida del hombre, le pido disculpas distinguidisima señora.
Arq. Francisco R. Brun
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Sonó el despertador, y los párpados le pesaban muchísimo, no obstante a sus 70 años solo en unos pocos minutos lograba pasar del sueño a la realidad, se levantó y miró su cara en el espejo del baño, comprobando que era prácticamente la misma de estos últimos años, abrió el agua caliente de la ducha, y la reguló con la fría, el baño tenía que ser rápido porque el calefón tenía algún problema y el agua caliente solo duraba unos pocos minutos. En tanto se duchaba no entendía porqué el plomero no venía, ya lo había llamado tres veces, pero nada, voy mañana, voy pasado, ayer no hice a tiempo, todas excusas como si fuera un chico de sexto año, igual que sus alumnos con los trabajos prácticos.
Después de limpiar sus dientes y afeitarse cuidadosamente, se dirigió a la cocina a prepararse el desayuno, unas tostadas de pan negro con manteca untadas con dulce de leche y un café con leche, más café que leche.
Le gustaba levantarse con tiempo suficiente para realizar todas las rutinarias actividades con parsimonia, esa hora matinal, y las que seguían después de la salida de la escuela, Bernardo las disfrutaba porque consideraba que formaban parte de su vida privada que era para él sagrada, como lo eran sus sábados y sus domingos, excepto los días que traía exámenes para corregir.
Este fin de semana tuvo que dedicarle unas horas a esta lamentable tarea de corregir, en donde comprobaba año tras año, cómo decaía el nivel de sus alumnos, a pesar de esmerarse en sus clases, no lograba que se interesaran en su materia, y ni siquiera leyendo en clase y explicando la intención de esos pequeños párrafos, los resultados de comprensión llegaban al grado de catastróficos.
Abstraído en sus pensamientos se colocó una camiseta musculosa y la camisa blanca que había planchado ayer, también el pantalón del traje, al ajustarse el cinturón comprobó que necesitaba correr un agujero más para colocar la hebilla, señal que no estaba funcionando bien la dieta de su nutricionista para subir de peso, aparentemente era un tema metabólico por la edad y las preocupaciones de la escuela. Después se sentó en la cama para colocarse las medias y luego los zapatos acordonados negros gastados pero bien lustrados. Frente al espejo de la cómoda se probó la corbata negra, dejó la azul y la de pintitas rojas para otro día, en tanto realizaba el nudo pensó en lo sucedido el último viernes en la escuela, son otros tiempos se dijo, me falta solo un año más para jubilarme, por lo cual la palabra adecuada para un profesor de literatura es...soportar,... o tal vez mejor aguantar…, o quizá...mejor sería una frase, como ser, no bajar los brazos,... o tal vez mandarlos a todos al carajo,...pero evidentemente esta última frase demostraba una actitud muy grosera, y seguramente le traería más problemas que soluciones, por último se puso el saco, que disimulaba los huesos de sus hombros, y se dirigió al comedor; sobre la mesa estaban los papeles de los exámenes, sus libretas y dos libros, los siete locos de Roberto Arlt, y el evangelio según Van Hutten de Abelardo Castillo, guardó todo en su portafolio de cuero, lo cerró, calculó su peso y comprobó que era aceptable, luego salió a la calle, después de encontrarse en el ascensor con Clara, vecina de su mismo piso. ¡Buen día Bernardo! ¡Buen día Clara! falta poco para que terminen las clases, dijo clara sonriendo, ¿a dónde se va a ir de vacaciones? Creo que voy a ir a una isla en el Caribe, respondió con seriedad Bernardo, que me dijeron que solo hay monos y palmeras y si es así la compraré cuando me jubile. Usted siempre está haciendo chistes, dijo Clara riéndose, a propósito, le dijo Clara, no sé si escuchó el sábado a la noche la festichola de los nuevos de arriba, por poco mi marido quería ir a golpearle la puerta, diga que lo contuve, porque tiene un carácter. La verdad que no escuche nada, dijo Bernardo, lo que ocurre es que escucho música hasta muy tarde con auriculares para no molestar, le respondió Bernardo. ¡Qué mundo este! dijo Clara fastidiada, usted que hace cuarenta años que vive aquí no quiere molestar, y esta gente, recién llega y ya molesta.
El ascensor llegó a la planta baja y Bernardo abrió la puerta para darle paso a Clara, y se despidieron en la vereda. En la parada del colectivo solo había tres personas, a Bernardo le pareció muy pocas por lo general hay muchas más, por si acaso consultó a un señor para verificar la hora, pero no usaba reloj, entonces acudió a una chica, que consultando su celular le dijo, ocho y treinta, lo mismo que indicaba su reloj que adelantaba, ocho y veintisiete.
El colectivo llegó y no estaba tan lleno, por lo general siempre tenía que ir parado, pero estaba acostumbrado, ese día se pudo sentar en un asiento individual y disfrutar de los "bellos paisajes" del conurbano. En ese viaje Bernardo pensaba que haría cuando se jubile, tal vez, me gustaría hacer un viaje, la jubilación para un maestro no es mucha, pero agregando mis ahorros, también podría vender el departamento y con la ayuda de un crédito terminar la casita de Córdoba que no pudieron terminar los viejos, que dicho sea de paso este verano tendré que ir al menos unos días a ver cómo está todo aquello. Pensando tonterías sintió un fuerte olor a cigarrillo, cuando detectó quien fumaba, comprobó que era el mismo chofer, nunca lo había visto, pensó que debía ir hacia él y disimuladamente pedirle que no fume, que debía de dar el ejemplo, pero después se arrepintió y consideró que hacer eso era para tener un posible problema, faltando poco para llegar.
Se bajó del colectivo y solo tenía que caminar tres cuadras hasta el colegio, al llegar, en la puerta lo de todos los días, tanto las alumnas como los alumnos, todos distendidamente fumando cigarrillos de tabaco, excepto el grupito de siempre en la vereda de enfrente también fumaban pero otra cosa. Allí estaba, el líder del grupo, con anteojos negros, remera y pantalones de tela gruesa gastado bien a la moda, junto a sus otros cuatro compinches, cuando Bernardo se acercaba a la puerta para ingresar, notó con total nitidez que gritaban desde allí su apodo que ya conocía de hace mucho "flaco escopeta, bolu.. y trompeta" lo de trompeta se debía a una clace que quiso dar sobre instrumentos musicales y surgió que a él le gustaba tocar la trompeta, lo de bolu… corría por cuenta de los maleducados.
No bastó con una vez, lo repitieron, pero más fuerte y todos los alumnos que aún no habían entrado rieron en torno al profesor Bernardo.
Nuestro cerebro suele funcionar de modos realmente raros, y también en algunos momentos nuestra conducta se altera y cometemos un acto de locos o exagerado, tal vez determinados estímulos malos, nos hacen reaccionar, o quizás cuando el vaso se encuentra demasiado lleno, una sola gota puede derramar toda el agua, ya no del vaso,...de nuestro inmenso dique interior civilizado.
Ese lunes próximo a fin de año, Bernardo, al escuchar la broma, no entró al colegio, y en lugar de eso, recogió el guante y se dirigió al grupo de maleducados caminando lentamente, los mozalbetes continuaban riéndose descaradamente, Bernardo cuando estuvo cerca, sin decir agua va, el primer golpe dado con su portafolio se lo incrustó en la nariz al jefe del grupo, haciendo volar sus anteojos a la mitad de la calle, un automóvil que pasaba en ese momento los hizo añicos, el segundo dio con precisión en la oreja derecha de otro y al los demás no los alcanzó porque salieron corriendo.
Luego se acomodó su corbata, arregló el saco y se dirigió al colegio dejando en el piso a estos dos maleducados, el jefecito con su nariz chorreando sangre y su segundo con una oreja algo más que morada. El policía de guardia observó todo pero miró para otro lado, antes de entrar subió los dos escalones de la puerta y en voz alta dirigiéndose al grupo que seguía fumando en la puerta exclamó: ¡lo voy a decir una sola vez, si mañana vengo y alguien está fumando aquí, recibirá diez amonestaciones!, y si persiste su actitud será expulsado del establecimiento, aunque falte media hora para el fin de clases, ustedes pueden arruinar su salud donde quieran, pero yo no puedo permitir que se la arruinen aquí, se dio media vuelta y entró.
En los días que siguieron nadie realizó una denuncia, y los alumnos del colegio ninguno siguió fumando en la puerta.
Ese mismo día el profesor Bernardo tomó lista, todos estaban presentes incluso los cinco maleducados, que por sus calificaciones se llevaron literatura a marzo, y en marzo, se la llevaron previa, porque no solo eran maleducados, también eran brutos.
Al año siguiente, que era el último que le restaba transitar a Bernardo para su jubilación, el mismo transcurrió con jornadas muy tranquilas, y además por fin, pudo disfrutar dictando sus clases de literatura.
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