sábado, julio 29, 2023

SUBSISTIR VIVIENDO

 


         Envejecer continúa siendo algo que el hombre no ha podido superar, con el transcurso de los años nuestro organismo indefectiblemente se deteriora, y a pesar de haber aumentado la expectativa de vida, año tras año, la solución no está aún a la vista. Esto implica también realizar el siguiente razonamiento: envejecer implica crecer, por lo cual,  si establecemos cuál es la edad adecuada para no seguir creciendo o envejeciendo, en ese preciso momento la población mundial aumentaría exponencialmente, y difícilmente estemos preparados para tal situación.

Agua, alimentación, vivienda, confort, energía; todo colapsaría en muy poco tiempo. Si entonces, como atenuante, se decidiera no tener más descendencia, la vida se convertiría en algo eterno y terrorífico.


F.B.


En las profundidades de la selva amazónica, un grupo de científicos a finales del siglo XVIII crearon una institución que permitía a aquel que pudiera costear los gastos, vivir muchísimo años, el lugar elegido era secreto, y con el transcurso del tiempo, el mundo olvidó dicha experiencia. Estos científicos descubrieron que una planta, que sólo crecía en ese lugar de la selva, tomando una infusión diaria realizada con sus hojas, permitía que las células de los seres vivos no envejecieran. 

Un amigo me convenció a investigar este caso, y si me parecía interesante ir al lugar, él me acompañaría; si bien la zona era de difícil acceso con un equipo adecuado se podía llegar allí. 

Cuando empecé a investigar esta historia, no pude encontrar material confiable, pero si obtuve un contacto de alguien que participó de este experimento; era un matrimonio mayor, de uruguayos, que vivían a las afueras de Montevideo, Juan y Nora; esto me contaron:


—Nosotros nos enteramos por casualidad de este experimento, y como no tenemos hijos, y nuestros ahorros eran suficientes, decidimos inscribirnos. —me decía este señor de pelo blanco, sentado junto a su esposa en una galería que miraba a un parque repleto de arbustos, gardenias y agapantos—. Todo comenzó cuando nos contactamos con un vendedor turístico que promocionaba el lugar, diciendo que podíamos conocer la selva amazónica y quedarnos en un barrio privado, en el cual jamás nadie envejece. 


—Yo tomé esto a broma, a pesar que hacía unos años le decía a Juan que quería conocer el Amazonas —me dijo la señora sirviéndome jugo de naranjas—. Pero a poco de charlar con ese hombre, él se refería a un hecho cierto, vivir eternamente. 

Después de meditarlo unos días, decidimos ir solo a ver que tan cierto era esa institución, como le decía aquel promotor.


—Así fue que emprendimos el viaje a Brasil —continuó diciendo Juan—. Cuando llegamos al aeropuerto nos alentó el hecho de que éramos un grupo de seis parejas, todas ellas de gente en apariencia muy seria, dos muy jóvenes y cuatro de nuestra edad; fuimos guiados por un señor brasilero de tez negra, muy simpático. 

Después de bajar del pequeño micro que nos transportaba, y dejarnos a la vera de una ruta, en plena selva, comenzamos a experimentar ciertas cosas que nos sorprendieron. En primer lugar, no teníamos la vestimenta adecuada para caminar por unos humedales repletos de insectos, a pesar de quejarnos, nuestro guía solo caminaba al frente, a toda prisa, cortando con su machete las malezas y cada tanto sin decir una palabra se daba vuelta para mirarnos y sonreír. La tortura duró una hora, hasta que alcanzamos una pasarela de madera, sinuosa, elevada del piso, que rodeaba el tronco de unos árboles gigantezcos. Este trayecto fue muy agradable porque estábamos rodeados de cientos de tonalidades verdes y flores rarísimas multicolores, el canto de los pájaros era ensordecedor; por fin, llegamos a un claro en donde en su centro había una construcción octogonal de madera clara con techo cónico de paja, cuando ingresamos, nos esperaban con una mesa repleta de exquisitos platos, mientras unos jóvenes nos servían una copa de jugo de melón helado. 


—Después del recibimiento, —dijo Nora, tomando la mano de su esposo— nos hicieron pasar a un pequeño salón con asientos frente a un enorme ventanal, allí nos hicieron sentar, y después ingresó un hombre de rasgos orientales, que hablaba en perfecto español, y nos explicó con lujos de detalles en qué consistía el programa de esa comunidad, así le decía, comunidad. 


—De inmediato interpretamos —continuó diciéndome Juan—, que estábamos en un lugar muy extraño porque las condiciones que nos proponían eran desconectarnos de toda nuestra vida actual y relaciones, para formar parte de una comunidad con una expectativa de vida de trescientos años como mínimo; pero para ello debíamos entregar a un fideicomiso, todos nuestro capital, tanto en efectivo como en bienes inmuebles. Cuando terminó la reunión nos invitaron a conocer cómo era el estilo de vida de los asociados; los cuales formaban tres grupos, los de 30 a 35 años, los de 35 a 55 , y los de 55 a 80 años; nosotros estaríamos en el grupo intermedio.


—Cuando comenzamos a recorrer todo aquello —contaba Nora, sirviendo más jugo— nos pareció estar en un paraíso, eran pequeñas cabañas, rodeadas de parques siendo sus jardines unos más lindos que otros, matrimonios de jóvenes nos saludaban cordialmente al pasar, junto a sus hijos y mascotas; después, ingresamos en otro sector también de cabañas, las del rango de 35 a 55 años, en donde todo estaba muy prolijo, pero no vimos a ningún matrimonio que saliera a saludarnos, o chicos jugando en las calles; por último, cuando restaba ingresar al sector de los mayores, el guía nos detuvo, y argumentó que esa era la ora de descanso, por lo cual, no podríamos continuar con la visita.

Cuando terminó la recorrida, cada pareja de la visita, tenía asignada una cabaña realmente hermosa, con todas las comodidades imaginables. Estos tres primeros días fueron muy lindos con muchas actividades al aire libre, incluyendo una noche de cena y baile, y gozar de una enorme fogata nocturna. Se podría decir que nos habían convencido, cuando una de las parejas del grupo, nos dijo que habían ido sin permiso al sector de los mayores y lo que vieron allí no les había gustado. Decidimos escabullirnos con Juan para espiar, y lo que observamos fue desconcertante. Era un barrio enorme, cuyas calles se internaba en la selva, todas las casas eran muy pequeñas, sin mantenimiento alguno, con sus jardines tomados por la maleza; caminamos varias cuadras y en apariencia no había nadie; de pronto, de la espesura del bosque, salió un hombre extremadamente delgado, que en un primer momento nos asustó; tenía una cabellera blanca enredada y desprolija que casi llegaba al piso, la barba le ocultaba su rostro y solo se podía ver sus ojos pequeños y hundidos, estaba descalzo, y su cuerpo cubierto por una camisón andrajoso, que alguna vez había sido blanco. Se quedó allí mirándonos un largo rato, y solo nos dijo que no ingresemos al programa porque era algo demoniaco. Después nos pidió que lo esperemos, ingresó al bosque y al cabo de un rato regresó y nos dio este cuaderno, que pensamos que estará mejor en sus manos, porque usted podría difundir su contenido. —Nora me entregó unas hojas escritas con lápiz sujetas con un cordón— 


—Por último, le quiero decir lo que vimos ese día  —me dijo Juan— fue lo que nos decidió a irnos de allí y no volver. Me acerqué a la ventana de una de las casas, y en su interior pude ver a un matrimonio mayor, con la misma apariencia de aquel hombre, con sus cabellos blancos que llegaban al piso, y unos gatos recostados sobre ese manto de pelos; la pareja estaba sentada en un sillón descolorido y roto, mirando a un viejo televisor que ya no funcionaba. Por eso, preferimos a nuestra avanzada edad, gozar bien de la vida, a pesar de no tener hijos, cuidamos nuestro parque, el cual siempre nos devuelve satisfacción. 

Cuando terminó mi reunión con Juan y Nora les agradecí toda esta información, y me retiré; durante el regreso a Buenos Aires, durante el viaje leí ese diario que esto decía:


"Me llamo Alfonso, mi apellido ya no tiene importancia, he ingresado a este programa en el año 1855 con 30 años, junto a mi esposa y mis hijos, hoy tengo 195 años o 200, ya no me importa. Al principio todo parecía un sueño, poder vivir en un paraíso, sin envejecer jamás, pero con el transcurrir de los años, mis hijos que eran adolescentes, se cansaron de serlo, y querían crecer para poder experimentar que es ser mayor; entonces decidimos pasar a la etapa intermedia de los 35 a 55 años, pero ellos también se cansaron, por esto decidimos, para poder mantener a nuestra familia unida, pasarnos a la última etapa, y de este modo llegamos a los 80 años, convirtiéndose nuestros hijos en adultos; pero cuando los años empiezan a transcurrir, sin que nuestro cuerpo se modifique, comienza a suceder algo devastador, que no imaginamos, el aburrimiento, nada llega a satisfacer nuestra mente, ni la lectura, ni la música, ni escribir, ni charlar, ni jugar, ni comer exquisiteces, ni contemplar el fuego en invierno o la sombra fresca de nuestro jardín en verano; ocurre que nuestra mente se convierte en algo rígido como una piedra, y  no logra encontrar nuevos estímulos; todos los días al levantarnos esperamos experimentar algo nuevo, pero todo lo que se nos ocurra ya lo hemos hecho miles de veces, y nada tiene para nosotros atractivo; vivimos, pero estamos cansados de vivir. Durante mucho tiempo las reuniones entre amigos eran espléndidas, hasta que con el correr de los años se tornan rutinarias y adivinamos sin hablar todas las respuestas o comentarios, y siempre al contar tantas veces la misma historia, nos aburrimos, entonces, las cambiábamos para hacerlas más atractivas, pero esto tampoco nos dio resultado y poco a poco las reuniones se fueron terminando y ya ni siquiera salíamos de nuestras casas. Nuestros hijos al comprobar que esta vida era una monotonía absoluta sin nada que les provoque algún placer, se fueron yendo a enfrentar el mundo exterior, pero los mayores como nosotros no teníamos a donde ir, ni tampoco los recursos, somos esclavos de esta organización, la cual nos ha atrapado, y solo somos para ellos un estorbo; somos la última etapa de una vida que jamás terminará. 

Algunos quisieron concluir con este infierno y trataron de suicidarse, pero esta droga maldita al consumirla, posee la capacidad de prolongarla indefinidamente, y también de regenerar los tejidos y los órganos dañados, por lo cual, todos continuamos viviendo aunque ya no queramos hacerlo. 

En lo profundo de la selva existen parejas mucho más viejas que yo, en una oportunidad he ido por allí; la mayoría se ha dedicado a estudiar, poseen bibliotecas de miles de libros, son matemáticos, filósofos, conocen casi todos los idiomas, incluso la escritura sumeria y egipcia, saben de arte, muchos son pintores y sus casas están abarrotadas de cuadros preciosos, que dejan a la intemperie, también hay escultores y músicos, saben tocar todo tipo de instrumentos. Pero cuando he hablado con algunos de estos sabios, todos me dicen lo mismo, que ya no encuentran que poder hacer, porque lo han hecho todo, lo han experimentado todo, y ya nada los satisface, cuando llega ese momento, solo nos dejamos estar, y nuestra mente, ya no tiene la capacidad de imaginar, somos una planta, pero que ni siquiera da frutos. 

Estamos muertos en vida, pareciera ser un castigo inmerecido, por todo esto, advierto a aquel que desee ingresar a este suplicio, que no se equivoque, y trate de vivir disfrutando del tiempo de vida que la naturaleza le ha otorgado, que es preferible a este castigo infinito". 


Después de leer esto, preferí no ir a ese lugar del demonio. Cuando llegué a casa le propuse a mi señora ir a caminar por la playa, y ella aceptó como siempre, cuando le comenté toda esta experiencia; ella me dijo algo que comparto: tal vez, nuestra inteligencia artificial provoque justamente lo mismo, que la humanidad se aburra de vivir.



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lunes, julio 24, 2023

EL ERROR

 


      Ir a trabajar no tiene grandes atractivos; desayunar; cambiarse; acomodar el portafolios; comprobar que llevamos la billetera; salir a la calle; saludar al conocido; caminar esas cuatro cuadras hasta el subte; esperar que el tren se detenga; subir; durante el viaje ordenar nuestras ideas para esa jornada; imaginar a esa reunión que no deseamos ir; llegar a nuestro destino.

Miguel realizaba esa sucesión de actos de lunes a viernes en forma mecánica y rutinaria. Ese lunes, le llamó la atención que gran parte de la gente de su vagón bajaron en estaciones previas, y en Carlos Pellegrini bajó todo el resto del pasaje, cuando el subte se detuvo en la estación Florida, después que se abrieron todas las puertas, Miguel,  comprobó al bajar que la estación estaba completamente desierta, su asombro fue aún mayor cuando se apagaron las luces, y todo el espacio quedó en penumbras; con su teléfono alumbró el camino para poder salir. En cuanto siguió caminando por el corredor vio la escalera de salida iluminada por la luz del sol; cuando empezó a subir, notó de inmediato que la calle estaba en silencio; por lo general el tráfico de la avenida provoca mucho ruido a esa hora, pero esta vez no. Evidentemente a esta altura de los acontecimientos algo muy extraño estaba ocurriendo en la ciudad, pero Miguel no podía comprender; al poner un pie en la vereda, la luz potente del sol lo deslumbró y sintió un calor sofocante. Cuando pudo ver con claridad, pensó en que había ocurrido un cataclismo, o un atentado devastador, o tal vez era un sueño, pero lo que veía era demasiado real para estar soñando.

A su frente, solo veía una extensión de médanos que se perdían en un horizonte ondulado y en lo alto sobre su cabeza, un sol despiadado; después de caminar solo unos pasos sobre aquella arena muy blanca, miró hacia atrás, y la salida del subte, su única referencia con la realidad, ya no estaba; solo dunas lo rodeaban. Miguel pensó que había enloquecido, o que había sufrido un serio ataque cerebral, no entendía en donde estaba, mejor dicho, no comprendía qué había ocurrido con la ciudad, su rutinaria ciudad, de todos los días.

Cuando comenzó a sofocarse por esa altísima temperatura colocó su portafolio sobre su cabeza y sacó de su saco sus anteojos negros para proteger sus ojos, después se quitó el saco y la camisa. No podía salir aún de su asombro, llegó a pensar que así podría ser la muerte, es decir, que algo le sucedió de un momento a otro sin darse cuenta, tal vez un paro cardíaco repentino; puso su mano libre sobre su pecho transpirado y sintió sus propios latidos. 


—¡¿Qué me está pasando?!, —gritó con desesperación—.


El calor era insoportable y comenzó a sentir sus brazos quemados por el sol, retrocedió a buscar su camisa y se la colocó. A pesar de mirar en todas direcciones siempre veía el mismo paisaje; dunas que un viento persistente comenzaba a mover, imaginó que así sería el desierto del Sahara, pero él había descendido en la estación Florida de Buenos Aires. De repente se le ocurrió utilizar el teléfono que lo tenía en el bolsillo de su pantalón, al encenderlo, este tenía señal, pulso de inmediato el número de un amigo, y el aparato comenzó a sonar, pero solo escuchó el contestador que decía:


—En este momento el usuario 11457 ... 63 no lo puede atender, intente más tarde.


Intentó con otros números y solo el contestador respondía siempre lo mismo. Intentó e intentó, pero parecía que estuviera solo en el mundo, nadie contestaba. Miguel comenzó a razonar que si su teléfono funcionaba, y un contestador respondía, era evidente que en algún lugar estaba ese contestador, y una antena relativamente próxima transmitía su llamada, pero sin lugar a dudas algo estaba pasando que él no alcanzaba a entender, ¿pero que?, se preguntaba una y otra vez. 

En un momento, sofocado por el calor, comprendió que en esa extraña situación, sin agua, moriría deshidratado, fue entonces cuando sintió un profundo terror y su mente se bloqueó. Cuando reaccionó, estaba arrodillado y la arena caliente quemaba sus rodillas. Pensó que este sería su fin, pero le molestaba no entender esa situación, ¿quién le había robado su vida, su ciudad, su trabajo, sus gustos?

Con sus ojos irritados por la arena, y su cuerpo ardiendo, se tendió boca abajo en la arena, pensando que cuanto antes ocurriera, mejor sería. 

Estaba aturdido y algo adormecido cuando, inesperadamente, sonó su teléfono. 


—¡Hola!, ¡hola! —gritó Miguel desesperado—


Al cabo de unos instantes, una dulce voz de mujer dijo:


—Si, Miguel, te pido disculpas, hemos cometido un error, sin quererlo modificamos un sector de tiempo, y tu estabas por casualidad en un lugar en donde no debías estar. Sentimos mucho lo ocurrido, pero son cosas que a veces pasan. —esa voz, se quedó callada—.


Con desesperación Miguel preguntó:


—¡¿Quién habla?!, ¡¿quién es usted!?.


Al cabo de unos instantes eternos para Miguel, la voz continuó diciendo:

 

—Mi nombre es Iyari, provengo de un sistema planetario muy lejano al tuyo, y nuevamente te pido disculpas. —nuevamente esa voz se calló—


A estas alturas Miguel no pensaba en perdonar a nadie, solo quería no morir, y entonces respondió:


—Te pido por favor si es que puedes hacerlo, me regreses a mi vida, aquí estoy muriendo de sed, no creo que pueda resistir mucho más. 


—Detrás de ti tienes agua, tómalo por favor —dijo esa mujer con más calma—


Cuando Miguel miró, a pocos metros de donde estaba, había un cántaro de barro, el mismo contenía agua; cuando tomó un primer un sorbo, pudo comprobar que era agua pura y fresca, la cual bebió con gusto. Algo más calmado, tomó nuevamente su teléfono y le dijo a aquella mujer desconocida:


—Gracias.


—No tienes que agradecer nada, nosotros somos los culpables de que sufrieras este inconveniente, solo debes decirnos, a qué lugar quieres ir, y allí estarás en el mismo instante que lo pienses; pero antes, es nuestra obligación recompensarte con lo que tu quieras, pero te advertimos que sólo puedes pedir un único deseo. —le dijo con serenidad esa voz a Miguel—.


Por la cabeza de Miguel pasaban miles de sensaciones e ideas algunas encontradas, por momentos pensaba que estaba muerto, después se decía que había enloquecido, que no era algo real lo que estaba experimentando; pero allí continuaba en ese recipiente su agua para sobrevivir, después de tomar otro sorbo, tomó nuevamente su teléfono y esto preguntó:


—Solo deseo no morir aquí, te pido si puedes, me ayudes por favor —dijo Miguel desconsolado— y esa misma voz de mujer le dijo:


—Te pido que tomes esto con calma, te reitero, hemos cometido una equivocación contigo, que aunque te la expliquemos no comprenderás. Debemos recompensarte por nuestro error, así funciona el universo, tienes tiempo de pedir un deseo hasta que se termine tu agua, si no lo pides en ese tiempo, regresarás a tu lugar de origen, pero perderás  una oportunidad que no todos en tu planeta pueden tener. 


—Si pido un deseo, y me lo conceden, ¿puedo si no me agrada, regresar a mi estado de vida normal? —le preguntó Miguel a esa voz en su teléfono—.


—Lamentablemente eso no es posible, una vez que elijas, tu vida tendrá eso que quieras, para siempre. —dijo esa voz dulce—.


Estimado lector, si tú tuvieras esa posibilidad que le otorgaban a Miguel, ¿cuál sería el deseo que te gustaría pedir?…Te ayudaré a pensar algunas posibilidades:


Ser un prestigioso rey

Ser un escritor 

Un bombero

Un soldado

Un hombre muy rico

Ser famoso

Ser feliz

Tener una casa

Tener un automóvil 

Ser médico 

Ser abogado

Ser un filósofo 

Ser joven

Ser viejo

Ser un empresario

Ser un jubilado

Ser un estudiante 

Un lector

Ser un extraterrestre 

Conocer el futuro

Poder ir al pasado

Vivir eternamente 

Ser un mago

Poder brindar deseos

Hacer feliz al que no lo es

Ser bueno

Ser malo

Hablar un idioma

Escribir

Poder viajar por el universo

Poder navegar

Poder viajar en avión 

Ser un perro 

Ser un gato

Ser un animal

Ser una planta

Ser un piedra eterna


Miguel, después de pensar;y pensar; y pensar; antes de tomar el último sorbo de esa agua cristalina…eligió un único deseo, tomó su teléfono y dijo:


—Quiero vivir mi vida, tal cual fue, desde el principio. 


La enfermera del hospital, se acercó al padre de Miguel, que aún no sabía que nombre le iba a poner, y le dijo con una sonrisa:


—Usted es padre de un varón señor.










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jueves, julio 13, 2023

LA HOJA PERDIDA

 




Después del entierro del abuelo de Lucio, su padre le pidió que fuera a la casa de campo para ordenar todo aquello; la idea era vender la propiedad porque la situación económica de la familia no era buena. Lucio apreciaba muchísimo a ese hombre que de chico siempre lo vio trabajando en su laboratorio, lo recordaba entre los tubos de ensayos, mecheros encendidos, balanzas, y ese olor a metales fundidos; para él, todo ese lugar era un entretenimiento apasionante, tal era su entusiasmo por esa actividad que lo llevó a estudiar química como su abuelo. Don Pedro, así lo llamaban al abuelo, no vivía de su profesión de químico, todo el dinero para mantener a la familia provenía de alquilar el campo para la explotación agropecuaria, esto le permitía hacer lo que realmente le apasionaba, trabajar en su laboratorio; lo curioso era que nadie sabía qué hacía allí, ni siquiera el padre de Lucio. En una oportunidad, cuando Lucio estaba por terminar la carrera, su abuelo quiso hablarle; se encontraron en la casa, y salieron a dar una vuelta caminando y esto le dijo:


—Lucio, tú eres mi único nieto, y me enorgullece que hayas estudiado esta profesión que yo abracé desde muy joven. Cuando enviude mi actividad me permitió salir de una profunda depresión, tu abuela era todo para mi, todo.

El laboratorio y la biblioteca son una parte muy importante de mi vida. Debo reconocer que estoy grande, por eso quiero contarte algo; estoy a muy poco de poder descubrir algo que puede ser una invención extraordinaria, esta búsqueda me ha llevado muchísimo años; lo que pretendo, es que puedas disfrutar este descubrimiento que será mi herencia, y tú eres el único en nuestra familia que podrá aprovecharlo. —cuando el abuelo de Lucio le contaba esto, se detuvo, y mirando hacia la casa, la cual era una mansión de ladrillos a la vista y tejados negros, le dijo—


—Quiero, querido nieto, que esta propiedad la puedas disfrutar junto a tus padres, y cuando tengas tu propia familia, deseo que tus hijos jueguen en este mismo suelo que estamos pisando. 


Después de esta conversación el destino quiso que el abuelo de Lucio enfermara y jamás se pudo recuperar; el acv destruyó su mente privilegiada, y ya no pudo comunicarse con su apreciado nieto.

Cuando Lucio llegó a la casa, la misma estaba un poco deteriorada y con olor a encierro, pero aún conservaba el esplendor de tiempos pasados, el enorme reloj de pie del comedor aún hacía sentir sus campanadas en el horario preciso.

Después de abrir el ventanal principal que miraba al campo, se dirigió al lugar que más le agradaba, el laboratorio; el mismo ocupaba todo el altillo de la casa; cuando entró allí lo impresionó lo prolijo que estaba todo, nada fuera de lugar, frente a la ventana el enorme escritorio junto a la biblioteca con cientos de libros, instintivamente Lucio se sentó en ese sillón, y sobre el escritorio hasta los lápices estaban en su sitio, y en el sujetador de papeles, solo una sobre blanco se observaba, el mismo tenía algo escrito, cuando Lucio lo tomó se leía: " Para Lucio con todo mi afecto", cuando lo abrió su abuelo le había dejado esta carta:


         Querido Lucio, cuando leas esto, yo ya no estaré en este mundo, y tú serás un químico como tu abuelo. Esto que te dejo como mi único legado, estoy seguro que sabrás aprovechar de la mejor forma, pero solo te recomiendo una cosa, no abuses de este conocimiento porque si lo haces, tu vida estará en peligro, recuérdalo muy bien.

En el último cajón izquierdo de este escritorio encontrarás una llave debajo de un falso fondo, con la misma, podrás abrir una caja de roble que se encuentra escondida detrás de la biblioteca, allí encontrarás el trabajo de toda mi vida; tú podrás entender y replicar mis conocimientos cuantas veces lo quieras hacer.

Tu abuelo Pedro"


Lucio abrió ese cajón y encontró la llave, pero la biblioteca de su abuelo ocupaba tres paredes del altillo, desde el piso hasta el techo, la misma contenía cientos de libros de todo tipo y en varios idiomas. Después de recorrer con su vista toda esa superficie repleta de lomos de todos los colores, le pareció que sería imposible encontrar esa caja detrás de la misma; tendría que retirar todos esos libros para poder encontrar algo; pero después de un rato observó algo que no respetaba el orden; en el estante más alto, cinco libros estaban ubicados en forma horizontal, todo el resto de ese universo estaban acomodados en forma vertical. Lucio se subió a la escalera y pudo alcanzar el lugar, cuando retiró los libros allí estaba, era una caja empotrada en el muro con cerradura, al abrirla, sacó un viejo libro, una libreta de anotaciones y una cajita de madera azul; después de depositar todo sobre el escritorio comenzó a ver de qué se trataba todo aquello, el título del libro decía "La piedra filosofal de Isaac Newton - Opus Magnum", cuando lo abrió las hojas estaban muy deterioradas y muchos párrafos subrayados, se podían ver muchos dibujos y gráficos, después abrió la libreta, e inmediatamente reconoció la letra de su abuelo, en la primer hoja se leía:


Instrucciones para modificar la estructura molecular de los metales :

Platino 78 - Oro 79 - Mercurio 80

Fórmula 1:  56 / 678 /1000 = X x Y x  53%

Fórmula 2:  58/ 679/ 1001 = X x  Y*  x  Y*

Formula 3: ………….


Las fórmulas se sucedían unas a otras colmando todas las páginas de esa libreta, eran fórmulas químicas muy complejas que Lucio solo comprendió algunas, la mayoría era necesario estudiarlas detenidamente. La sorpresa vino cuando abrió la cajita azul; en la misma había tres piedras colocadas cada una en un orificio acorde a su tamaño, una se asemejaba a un grano de arroz, otra a un garbanzo y la última similar a una aceituna, las tres tenían un color inconfundible, era el color del oro.

Después de ver todo esto, ese mismo día Lucio comprendió el motivo de aquella charla cuando su abuelo le dijo que le dejaba su legado. El legado de su abuelo era haber descubierto aquello que durante miles de años el hombre pretendió conseguir y no pudo, fabricar oro.

Lucio era un joven soltero, y su contextura física igual a la de su abuelo, alto y muy delgado, de cabello negro y nariz aguileña; ante este enorme descubrimiento de su abuelo decidió quedarse a vivir en la casona para estudiar todo lo que esa libreta contenía. Después de avisar a su familia, armó un catre en el mismo laboratorio. Luego de estudiar durante varias semanas aquellas intrincadas fórmulas, no podía comprender cómo su abuelo materializaba todo ese conocimiento para conseguir el preciado metal, porque en esta información se indicaba la necesidad de someter a determinadas sustancias a temperaturas muy altas y al vacío, esto sin un horno industrial y una bomba de vacío era imposible de conseguir. 

Una tarde en la que ya pensaba que jamás podría lograr lo que aparentemente consiguió su abuelo, decidió ir a caminar por el parque, cuando estaba arrojando unas piedras al estanque, se le ocurrió que su abuelo debía de tener otro laboratorio secreto, pero se preguntó en dónde podría estar, y él mismo se respondió, en algún lado oculto.

Empezó a sacar libros de la biblioteca, correr aparadores de la casa, mirar debajo de las camas, golpear paredes para encontrar algo hueco, levantar alfombras; pero nada pudo encontrar, por fin, se sentó frente al escritorio, exhausto, cuando la impotencia le hizo pegar un golpe con su zapato al piso, sonó a hueco, allí debajo algo había; con mucho esfuerzo corrió el mamotreto de madera, y allí estaba, era una pequeña tapa, al abrirla, una escalera bajaba hasta perderse en la oscuridad.

Sin dudarlo ingresó a esa habitación, y al encender la luz, no podía salir de su asombro, allí su abuelo había montado una pequeña fábrica, embudos metálicos y cañerías, adosadas a  máquinas y equipos de todo tipo, ocupaban todo el lugar; evidentemente su abuelo había logrado fabricar oro.

En un primer momento Lucio no llegó a darle la verdadera magnitud a esta posibilidad extraordinaria, pero cuando reaccionó, y se dio cuenta que podía conseguir todo el oro que se le ocurriera, comenzó a entender que si lo deseaba, podía llegar a ser el hombre más rico del mundo. 

Después de un largo mes de trabajo en ese laboratorio oculto, Lucio estaba listo para realizar la primera prueba, debía completar treinta pasos, con volúmenes de mercurio y platino, fundiendo y mezclando estos metales con sal y arena, era necesario pesar cada uno de los materiales del proceso con exactitud y utilizarlos en el justo porcentaje indicado en la vieja libreta de su abuelo. Por fin, un espeso metal fundido recorrió una canaleta de barro y se depositó en un recipiente, ahora era necesario esperar 8 horas; la impaciencia de Lucio era insoportable, esas horas no transcurrían más, salió de allí, y se fue a caminar, por fin regresó para ver el resultado, pero cuando observó ese recipiente solo había una piedra de carbón negro, su frustración fue enorme, de la rabia e impotencia tomó esa piedra de carbón y la arrojó contra la pared, pero el golpe hizo que saltara su recubrimiento; para asombro de Lucio, pudo ver deslumbrado que una enorme piedra de brillante oro quedó descubierta en el piso.

Sin mucho esfuerzo Lucio podía fabricar 30 kilos de oro por semana es decir aproximadamente 1.860.000 dólares, 7.440.000 dólares por mes, más de 89.000.000 por año. 

El inconveniente que surge, es que podemos acumular muchísimo kilos de oro, pero para poder realizar la mayoría de las transacciones necesitamos dinero; cuando Lucio quiso cambiar su oro, se dio cuenta que no podía ir alegremente a una casa de cambio con varios kilos del preciado metal sin levantar sospechas, por lo cual debió inventar una estrategia. Fue entonces que se le ocurrió comprar una mina y viajó a la provincia de Salta, allí se contactó con un empresario y consiguió comprar una mina abandonada; ni siquiera se molestó en conocerla, solo le interesaba poseer la escritura de esa mina para justificar de donde provenía su oro.

La fábrica artesanal de oro de Lucio marchaba de maravilla, una vez por mes cargaba su producción en su auto, cambiaba el oro por dólares y los depositaba en el banco. 

Después de dos años, Lucio había acumulado una fortuna, era un hombre reservado, no tenía ni amigos, ni conocidos, solo su familia directa, que prácticamente durante ese último tiempo no iba a visitar, la razón era que no quería perder un solo día de trabajo acumulando el oro de su producción. Sus padres estaban preocupados por él, porque Lucio siempre había demostrado ser muy compañero, pero últimamente había cambiado y ni siquiera los llamaba para ver como estaban, o intentar reunirse un fin de semana; la excusa era siempre la misma, estaba estudiando un posgrado de química y en la biblioteca del abuelo estaba todo el material que necesitaba, por lo cual permanecería allí hasta terminar. 

En uno de sus últimos viajes a la ciudad para vender su oro y depositar el dinero, el gerente quiso hablar con él, y le advirtió que debería presentar algunos documentos que respaldara esa cantidad enorme de dinero, ya que se había convertido en el cliente principal del banco y de la casa central lo solicitaban. Por este motivo Lucio comenzó a acumular el oro en bolsas de quince kilos y apilarlas en el laboratorio, por esto ya no salía de allí, solo atendía a los proveedores de platino, mercurio, sal y arena, que traían la mercadería una vez por mes.

Cuando se levantaba por las mañanas el olor a metales fundidos lo hipnotizaba, llegando al extremo de no desayunar, para continuar produciendo ese metal que lo cautivaba. Las bolsas de oro se fueron acumulando al pasar de los meses, y el altillo resultó chico, por lo que comenzó a acopiarlas en el comedor. Lucio, comía muy poco, o nada, tampoco se higienizaba, y su barba y su cabello negro había crecido muchísimo y en forma desprolija. Sin darse cuenta se convirtió en un andrajoso, su ropa estaba descolorida y sucia, atendía a sus proveedores oculto tras una ventana, y desde allí les pagaba, una vez que hubieran descargado el material. Sus fuerzas comenzaron a disminuir por la mala alimentación, y mover esas bolsas cada vez le costaba mucho más, pero no deseaba detenerse, incluso trabajaba hasta muy tarde y más de una vez hasta el amanecer. 

Sin que se diera cuenta el entrepiso del altillo que era de madera por el enorme peso del oro acumulado comenzó a doblarse y crujir. 

Una tarde, un automóvil se detuvo en el frente de la casa, después, alguien en la puerta golpeó sus manos, cuando Lucio se asomó sin mostrarse, reconoció a su tía Laura, la cual le traía una muy mala noticia, sus padres habían muerto en un accidente. A pesar de esto, solo le agradeció a aquella mujer acongojada y sin atenderla le arrojó a sus pies una bolsa con pepitas de oro, la señora sin decir más, solo miró esa bolsa con indiferencia y sin tomarla, se subió al automóvil que arrancó de inmediato; cuando el coche se perdió de vista, Lucio salió y tomó del piso la pequeña bolsa y la entró. 

La locura es una enfermedad por la cual, el enfermo ni siquiera imagina estar enfermo, es más, cree que todo lo que piensa es verdad y cada situación corrobora su pensamiento absolutamente distorsionado. Lucio, pensaba que cuando tuviera acumulado el oro suficiente, no necesitaría trabajar nunca más, y disfrutaría de la vida…solo que durante el mientras tanto, se había convertido en esclavo de sí mismo.

Las bolsas con oro, ocupaban todas las habitaciones de la casa, y día a día eran arrastradas por un hombre mal oliente y hecho harapos.

Los proveedores de los insumos llegaban regularmente con su carga, pero comenzaron a sospechar cuando en lugar de recibir el dinero pactado, empezaron a recibir bolsas con oro por una cantidad muy superior a lo prefijado. Como suele ocurrir, uno de ellos, el proveedor de arena, supuso, como es lógico, que en esa misteriosa casa algo raro estaba pasando, porque nadie puede pagar por solo recibir arena con oro; y una vez más, la ambición de un delincuente, lo llevó a cometer el error de comentar una noche, pasado de copas, a un supuesto amigo esto.

De inmediato, cuatro astutos malvivientes, se organizaron para ir esa misma noche a la casa del misterio. 

Lucio, después de esa jornada de intenso trabajo, había caído rendido sobre sus miles de bolsas; cuando los malhechores ingresaron a la casona, no podían creer la cantidad de bolsas que se acumulaban en los ambientes, uno de ellos abrió un par de ellas y al iluminarlas con su linterna el brillante metal lo deslumbró, abrieron otras, y otras, y otras; y allí había miles de kilos de oro acumulado; era tanta esa fortuna, que debían pensar de qué modo podían trasladar todo aquello. 

La respuesta fue inmediata, debían dejar toda esa fortuna allí y apresar al dueño de casa y encerrarlo, no tuvieron inconveniente para este último paso, a Lucio lo encontraron enseguida, o lo que quedaba de él, porque solo era un conjunto de pelos, piel y huesos.

En los días siguientes, los cuatro ladrones comenzaron a comercializar las bolsas de oro sin mayores inconvenientes, los bolsos con dinero ahora se acumulaban en la casa en lugar de las bolsas con oro, Lucio murió a los pocos días de estar encerrado por su estado de desnutrición, pensando que era el hombre más rico del mundo; lo enterraron en el patio trasero, sin siquiera colocar en su tumba una cruz.

Los cuatro delincuentes, como todos los ladrones, presumían de su riqueza mal habida y ostentaban la misma desplazándose en lujosas y enormes camionetas, a las que cargaban con bolsas con oro, y regresaban con bolsos repletos de dólares. Pero por lo general, nada en la vida dura para siempre, y un buen día, un camión policial llegó a la casona con diez efectivos, y se llevaron a los cuatros malvivientes esposados, directo a la cárcel obviamente. 

Allí encerrados, aún no comprendían cuál era la causa por la que los descubrieron, ellos solo cambiaban oro por dinero, que podía tener de malo tal cosa, se preguntaban; cuando escucharon los cargos tampoco podían comprender.


En verdad, estimado lector, todo en esta vida tiene una explicación razonable y yo se las contaré. 

Lamentablemente, cuando Lucio encontró oculta la libreta de su abuelo, una última hoja se salió y quedó perdida en aquel cajón de roble, y esto decía:


Querido nieto

Si tu has podido llegar hasta aquí,  tienes en tu poder todos mis secretos;  pero  como comprenderás, me falta el último tramo de mi extraordinario descubrimiento. Solo puedo lograr convertir estos metales en oro, por un período máximo de seis meses, pasado ese tiempo, las moléculas del oro que obtengo se degradan y se convierten en una aleación de metales totalmente inservible y sin valor alguno; espero estimado nieto que tu puedas encontrar mi error, si lo logras, serás el hombre más rico de este mundo. 

Con todo mi aprecio, tu abuelo Pedro.



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domingo, julio 09, 2023

EL ESPEJO ROTO DEL SÓTANO

 


En los sótanos se suelen guardar cosas de todo tipo, la mayoría pasan a ser trastos que nadie ya recuerda y nadie utilizará jamás; pero también se guardan recuerdos, cartas, fotografías, libros, o ciertos objetos de alguien.

Se nos puede ocurrir, un día, ir a ver que hay allí, que encontramos, quien dejó algo olvidado, o incluso oculto.

Los sótanos son lugares en donde la luz no es frecuente; sabemos que allí se pueden acumulan historias, que pueden ser tonterías graciosas, o tristes, o tan lejanas que sus protagonistas ya no están para rescatarlas, todo depende de quién o quienes dejaron esos recuerdos allí tapados por una sábana descolorida. 

¿Conviene revolver los sótanos?, o es mejor dejar todo en ese lugar, sepultado para siempre. 

Nosotros en nuestra mente poseemos también un sótano, que muchos, no queremos abrir por temor. Sin duda, existen pasajes de nuestra vida que muchos deseamos olvidar, o no queremos reconocer que esos hechos sucedieron, y permanecen allí, en absoluto silencio, cubiertos por el silencioso manto del olvido. 

Pueden existir hechos que no queremos afrontar, para continuar viviendo sin permitir que la luz del sol ingrese a ese sótano privado, nuestro.

También puede ocurrir que a uno de nosotros se le ocurra, abrir ese sótano para que la luz ingrese, es alguien que desea afrontar lo que allí hay, y entonces, baja por esa escalera en penumbras y abre la puerta, después, retira esa pesada frazada que oculta; eso.

Si lo hacemos, tal vez iluminaremos algo; lo expondremos a nuestro parecer de nuevo, como si recién hubiera ocurrido.


Esa tarde fui al sótano; al entrar todo estaba en desorden, un par de sillas rotas, un ventilador de pie, un respaldo de cama de bronce, una lámpara colgaba del techo, una vitrina llena de libros, unos marcos de cuadro sujetos a la pared, una bicicleta con una sola rueda, una vieja mesa redonda con algunas cajas. Detrás de un pequeño aparador, una manta tapaba algo, me intrigó ver que había y la retiré, había un espejo ovalado con su bisel, enmarcado en madera, pero quebrado; la línea de su rotura lo atravesaba al medio a cuarenta y cinco grados de derecha a izquierda. Después de sacar todo lo que estaba frente a él, y observar detenidamente, no podía recordar a quién pertenecía o quien lo había dejado allí; quizá lo habían dejado los antiguos dueños de la casa, el robusto soporte que lo sostenía y el marco ovalado era de madera de Teca, hermoso, pero lamentablemente el espejo estaba roto. Me senté sobre un cajón frente a él, y me quedé allí, mirándome; la rotura distorsionaba mi imagen, pero los dos pedazos separados por la rajaduras poseían una planitud excelente. Después de estar un largo rato frente a él, todo lo que se amontonaban en aquel lugar me provocaba la sensación de estar en un lugar muy lúgubre; no sabía de quién era todo aquello, pero me sentí atraído por esas cosas, cuando abrí la vitrina de los libros, en sus viejos lomos se leían títulos variados de historia, clásicos y novelas: Don Quijote de la Mancha, Romeo y Julieta, Crimen y Castigo, Matar a un ruiseñor, Cumbres Borrascosas, y las lista seguía, biografías de Napoleón, San Martín, y Juan Manuel de Rosas.

Los objetos y los libros, transmiten una idea de quién era su dueño, algo muy importante de esa persona quedó allí, detenido en el tiempo. 

La casa era de mis padres, los cuales, se la compraron a un señor de nacionalidad italiana que vivía solo, al cual yo nunca llegué a conocer, es decir que la mayoría de las cosas que estaban acumuladas y olvidadas allí no pertenecían a mi familia; no obstante, ese espejo roto me provocaba cierta curiosidad, no puedo explicarlo, pero cuanto más me miraba en él, más percibía que el que allí se reflejaba no era yo, a pesar que mi cara y mi ropa eran mías, sentía que esa persona que se reflejaba en ese espejo era otra. Decidí taparlo nuevamente y olvidarme de esa sensación tan extraña. 

No comenté nada de esto con mi familia, pero todos los días que siguieron ese espejo continuaba perturbando mi mente. Había transcurrido una semana, y nuevamente algo me impulsó a regresar al sótano y destaparlo nuevamente. Al hacerlo, surgió algo más inesperado, podía verme, pero tal vez por como ingresaba la luz de un pequeño ventiluz que se encontraba a mi espalda, solo podía observar mi silueta, pero no los rasgos de mi cara, mi cuerpo era solo una mancha negra partida por ese lamentablemente e irreparable quiebre. Seguí observando un largo rato, y algo que se cruzó por detrás, cuando miré, nada había; imaginé que podía haber sido una laucha, pero no lo pude confirmar, después, tapé nuevamente el espejo y me fui.

En la cena, mi señora me preguntó que había en el sótano, porque se le había ocurrido que podría servir como un lugar de trabajo para mi, y estar más cómodo realizando mis proyectos. En un primer momento me pareció que era un lugar muy obscuro y también húmedo, pero después se me ocurrió que podía remodelar aquel lugar, y realizar un patio inglés en uno de sus laterales, del lado del jardín trasero de la casa, y esto me permitiría el ingreso de mucha luz, y poder tener una buena ventilación. Cuando le comenté la idea a mi señora, se entusiasmó y ella se encargaría de decorar el patio con un jardín vertical, ambos imaginamos que ganábamos un gran espacio para la casa; quedé en poner manos a la obra, y lo primero era deshacerme de todo lo que allí molestaba. A la semana siguiente contraté un contenedor y empecé a cargarlo con todos esos trastos viejos, cuando este se llenó, solo quedaban en el sótano, la vitrina con los libros, y el espejo, que por el momento no me molestaban porque la superficie que ahora quedaba libre era enorme. Aquellos libros, tan cuidados, bajo ningún concepto podía tirarlos, pensé en conservarlos, y leerlos, su dueño lo merecía; en cuanto al espejo, me provocaba una atracción muy extraña, era algo que no podía explicar. 

Los trabajos de remodelación me tomaron todo ese verano, y durante el otoño, junto a mi señora, construimos el jardín vertical, frente al ventanal.

En primavera, todas las plantas habían crecido y comenzaban a mostrar sus primeras yemas, que al poco tiempo, dieron lugar a unas flores extraordinarias con un colorido exuberante. 

Coloqué mi mesa de trabajo próxima al ventanal de tal forma de poder lograr que la luz del día iluminara mis láminas desde la izquierda, esto me permitiría que con solo levantar mi vista pudiera gozar del colorido de ese muro de colores. Después de pensar dónde ubicar a ese viejo espejo roto, se me ocurrió colocarlo frente a mi escritorio, a unos pocos metros, con una inclinación mirando al ventanal, esto me permitió que aquel espejo al mirarlo se convirtiera en un cuadro ovalado repleto de flores, curiosamente su rajadura no se notaba. La biblioteca la ubique en uno de los muros detrás de mi escritorio, y el equipo de música sobre una pequeña mesa.

Como el patio inglés era amplio, puse una pequeña mesa de hierro fundido con dos sillas sobre el piso de piedra clara, y allí disfrutamos junto a mi señora del té de la tarde escuchando música. 

Una día de invierno me encontraba trabajando solo, tratando de terminar un trabajo retrasado, cuando comenzó a llover, solo la luz de la lámpara del escritorio iluminaba mi mesa de trabajo, al encenderse las lámparas del patio inglés, las mismas se reflejaron en el espejo; de pronto pude ver que una sombra paso por el espejo, al mirar hacia el patio pensando que alguien estaba allí, no había nadie, supuse que podía haber sido el gato de mi vecino; pero al cabo de unos minutos, una vez más esa sombra se reflejó en el espejo, ahora estaba seguro. De pronto, un hombre con sombrero me miraba desde ese viejo espejo; miré nuevamente al patio y no había nadie. Tuve el impulso de salir de allí, pero una nítida voz me detuvo.


—No me tengas miedo, no puedo hacerte ningún daño, al contrario, debo agradecerte mucho de lo que has hecho por mí. —no podía salir de mi asombro, ese hombre se reflejaba en ese espejo y me hablaba—


—¿Quién eres? —le pregunté, pensando que estaba soñando—.


—Me llamo Adolfo Piglioni, soy el primitivo dueño de esta propiedad, de esos viejos libros y de este espejo, por algún motivo, solo puedo venir a este lugar que siempre me atormenta, pero esta vez, seguramente por algún otro motivo, me permiten conectarme con alguien, ese alguien eres tú. —esto me decía esa imagen a la que solo veía en penumbras, era una silueta como una sombra, pero la misma me hablaba—.

Conozco tu nombre, y se lo que has hecho aquí, y te debo agradecer, porque has logrado que ingrese la luz en este lugar en el que jamás entró, o mejor dicho, yo nunca permití que entrara. Tengo muy poco tiempo, no me permiten hacer esto con frecuencia, te contaré algo que sucedió justamente en este lugar y este espejo es testigo; aquí pasaba mis días con mis libros y mis cuadernos controlando a mis clientes, desde muy joven me dediqué a prestar dinero, mi ambición me llevó a cuidar mis bienes, pero no cuidé a mi familia, hasta que me quedé solo, no me importó, estaba ciego; hasta que ocurrió lo inevitable; uno de mis clientes que estaba muy retrasado con sus pagos, me pidió que nos reunamos, cuando vino, estaba notoriamente desesperado, en lugar de calmarlo, comenzamos a discutir, yo lo acorrale, y le dije que si no me pagaba esa misma semana remataria su casa; fue entonces cuando saco un revólver y me disparó, no tuve tiempo de decirle nada; creo que la muerte por lo general no avisa, no me imaginaba ese desenlace, caí de espaldas y pegué con mi cabeza en este espejo, después, todo fue como un viaje. Cuando dejamos de existir, el tiempo para nosotros se detiene; pero los que cargamos con una vida de malas acciones quedamos atrapados en algún lugar, a mi me ha tocado este espejo, y aquí parece ser que estaré hasta el fin de los tiempos, es una condena insoportable que usted sin saberlo me brindó la posibilidad de poder ver al menos un jardín majestuoso. Le aseguro que no lo volveré a molestar, solo le ruego encarecidamente que cuide siempre su jardín y permita que este espejo esté siempre en este mismo lugar. —Cuando esa voz y esa figura se disiparon, me quedé asombrado, pero no estaba soñando, lo que vi y escuché ese día fue cierto—.

Decidí no contar esto a nadie hasta hoy; después de ese día, solo habían pasado un par de semanas, cuando fui a buscar unos papeles a mi escritorio, nuevamente la figura del espejo estaba allí,y esto me dijo:


—Hola, no se asuste, esta será la última vez que vendré por aquí, mi castigo terminó, me han permitido subir a otro estado que no se como será. Me gustaría estimado amigo poder regalarle algo, pero en mi situación, no tengo posibilidad de tales cosas. No obstante me gustaría decirle algo, no se trata de un consejo, yo no soy quien para darlo, tómelo como una posible recomendación de alguien que vivió gran parte de su vida equivocado. Vivir se puede parecer a realizar un cuadro, podemos elegir infinitos temas y utilizar cientos de colores y tonalidades, todo depende de nosotros, el cuadro que yo realice no quise compartirlo con nadie, y en este lugar donde lo hice, aquí lo terminé, o mejor dicho otro lo terminó por mi de la peor manera. Por eso querido amigo, usted sin quererlo, me enseñó que se puede conseguir ingresar luz, color, flores, y vida, donde no hay, le estaré siempre muy agradecido. —después de decir esto, esa imagen del espejo se retiró y nunca más regresó —.


Cuando por algún motivo debo tomar alguna decisión importante, recurro a observar a ese espejo, y a las flores de mi jardín que se reflejan en él, y siempre surge el mejor camino a seguir.






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