La pregunta del Abad sorprendió a Esteban y a Juan; ambos dijeron que por supuesto creían en Dios, pero Leonardo, miró fijamente al anciano y le dijo:
—Yo soy un incansable observador de la naturaleza, del cielo nocturno, de la lluvia, del viento, de los pájaros, del rayo y de nuestros sentimientos; también me asombra las matemáticas, la absoluta perfección de funcionamiento de nuestro cuerpo. Pero Dios es en mi opinión alguien demasiado inmenso para poder al menos poder imaginarlo por nosotros.
Desde nuestra arrogancia pensamos que alguna vez podremos controlar a la naturaleza; o conocer a Dios; sin entender que somos tan pequeños ante ella, que si no existieramos, ella continuaría adelante en su infinito desarrollo sin nuestra presencia.
Por esto, sin lugar a duda creo en Dios; pero no creo en la magnificencia del hombre.
El anciano Abad, le respondió:
—Toda mi vida la he puesto al servicio del Señor, estudiando y meditando, con la esperanza que al final del camino al menos obtendría alguna respuesta; pero ahora que mi vida se está por terminar, tengo muchas más preguntas sin respuesta, y esto crea en mí, la sensación de haber tomado el camino equivocado.
—El camino que elegimos señor Abad —dijo Leonardo— creo yo que no tiene que ver con Dios, él solo nos ha colocado en la naturaleza para que nosotros tomemos nuestras propias decisiones. Con el mayor respeto a su investidura y sabiduría muy reverendo Padre Abad, yo pienso que también la fe, es ese otro sentimiento que nos permite continuar por el camino elegido confiando que es el correcto.
—¿Qué piensan ustedes sobre la muerte?; les pido que me digan la verdad de lo que ustedes creen, no lo que imaginan que me gustaría escuchar. —dijo el anciano Abad, palpando con su mano el pesado crucifijo que tenía en su pecho.
Esteban y Juan se sintieron muy alejados de poder dar su parecer; era preferible solo escuchar a dos hombres inteligentes y contemporáneos hablando sinceramente.
—La muerte señor Abad, como usted bien sabe —dijo Leonardo— solo puede ser comprendida por nosotros los humanos; los animales, las plantas, no tienen esa carga en sus vidas. Creo yo; que allí sí, intervino Dios, ¿por qué motivo nos creó con esa carga que nos acompaña desde que tenemos uso de la razón?, ¿por qué nos ha revelado que existe un principio y un final?...me animo a decir que nos dejó un encargo para realizar, que no llegamos a comprender acabadamente. Tal vez ese recado sea que tenemos una misión que cumplir, pero la pregunta sin respuesta es ¿cuál es esa misión?.
Yo creo que lo que nos quiere decir, es que la vida es un mecanismo muy delicado y equilibrado que puede extinguirse con facilidad, del mismo modo que el fuego destruye en muy poco tiempo y sin piedad, un bosque que tardó cientos de años en crecer. Quizás señor Abad, Dios nos colocó en la naturaleza para ser fieles custodios de este sistema exquisito, que es la vida que nos rodea.
El anciano Abad se quedó en silencio un largo rato, como si estuviera recordando su vida, sus creencias, sus dudas, sus preguntas sin respuesta.
—Eres muy inteligente Leonardo Da Vinci —dijo el anciano, poniéndose de pie— a tal punto que todo lo que hemos hablado esta noche aquí, lo dejaré por escrito para aquellos que vendrán, agregando mis reflexiones; creo que hoy, Dios me ha enviado su respuesta, en boca de un joven brillante; les deseo buena vida a los tres, y no me cabe duda que ustedes han elegido el camino correcto.
Después de decir esto el Abad se retiró y los tres huéspedes no lo volvieron a ver.
Al día siguiente continuó el viaje, fueron cuatro días rudos pero soportables; por fin pudieron ver a lo lejos la cúpula de la catedral de Santa María del Fiore; habían llegado a la culta, tumultuosa y fantástica Florencia.
En aquella época Florencia estaba dominada por la poderosa familia Medici, pero tenían unos adversarios muy peligrosos que pretendían controlar la ciudad, los Pazzi.
A tal punto llegó este enfrentamiento, que los Pazzi, pretendieron llegar a su objetivo drásticamente…matando a Lorenzo y Giuliano de Medici. El atentado se realizó durante una ceremonia en el Duomo; pero el destino tomó otro rumbo del que los asesinos imaginaron.
F.B.
En muy poco tiempo Giulia y Laura consiguieron trabajo en la cocina de la casa de los Medici, en donde Leonardo también comenzó a ser un invitado frecuente para la familia. Esteban y Juan continuaron con su trabajo de asistentes y durante su tiempo libre paseaban con sus dos amigas, disfrutando con las magníficas obras de arquitectura que tenía la ciudad y las obras de arte que encontraban a cada paso.
—Estamos invitados a una misa que se celebrará en la catedral —les dijo Leonardo una mañana a Esteban y Juan que estaban terminando de acomodar el taller— allí podrán ver de cerca a Lorenzo y Giuliano de Medici, lleven a sus amigas, porque estarán presentes las familias más ricas de Florencia.
Cuando al día siguiente Esteban y Juan fueron a la catedral con sus amigas, sólo pudieron llegar al atrio, porque la multitud que había agolpada les impedía ingresar. Al terminar la ceremonia el público comenzó a dar paso a Lorenzo y Giuliano que salían muy sonrientes seguidos de señoras y señores de la nobleza Florentina.
El asombro de ver a tan corta distancia a los integrantes de la familia Medici fue una experiencia maravillosa para Esteban, hasta que de pronto le gritó desesperado a su amigo Juan:
—¡Juan, no lo recordaba, van a tratar de matar a los Medici!
—¿Cuándo? —preguntó su amigo, pensando que se trataba de una broma.
—¡En este preciso momento!.
Dos hombres que estaban mezclados con el público se interpusieron al paso de los hermanos Médici y sin decir una sola palabra sacaron de entre sus ropas puñales; la primer embestida fue contra Giuliani, que recibió dos puñaladas en el tórax y cuando el otro agresor intentó hacer lo mismo con Lorenzo, Juan desvió el curso del brazo asesino de una patada, mientras Esteban sostuvo al asesino de Guiliani del cuello el cual arrojaba puñaladas al aire sin parar.
Por fin otros hombres intervinieron resguardando a Lorenzo que solo estaba desconcertado, y después los dos agresores quedaron controlados y sujetos por varios hombres; lamentablemente Giuliano quedó ensangrentado y tendido en el suelo; murió a los pocos instantes.
El lamentable hecho hizo que invitaran a los pocos días, después de las exequias de Giuliano, a Esteban y Juan a una entrevista con Lorenzo en la que Leonardo estaba presente.
Cuando ambos amigos llegaron al palacio estaban tan asombrados que no podían creer lo que estaban viviendo.
—¿Imaginabas algo así? —le preguntó Juan a Esteban antes de ingresar al imponente palacio Medici - Riccardi
—Jamás imaginé tal cosa.
Al llegar al portón principal dos sirvientes los acompañaron a la reunión; después de atravesar dos patios, ingresaron en un salón que ostentaba un hogar impresionante, al cabo de unos instantes se abrió una puerta doble de la que salieron Leonardo muy sonriente y otro hombre de rasgos delicados, después de los saludos protocolares, los cuatro hombres se sentaron frente a frente en unos sillones de madera repujada.
El que comenzó a hablar con un tono de voz muy firme pero a la vez delicada, fue Lorenzo, el hombre más poderoso y rico de toda Florencia, que dirigiéndose a Esteban y a Juan les dijo:
—Señores; a ustedes dos, les debo estar vivo; ¿como puedo retribuir tal cosa?.
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