martes, julio 09, 2024

VIAJE AL PASADO (octava entrega)

               Todo lo que estaba en el entorno de Esteban y Juan, se disolvió como si hubieran estado soñando.

De inmediato se encontraron en un lugar de altas montaña, con picos nevados, y una persistente llovizna los mojaba de piez a cabeza; instintivamente quisieron encontrar a sus dos amigas y su familia, pero en ese lugar no había nadie, solo se escuchaba el sonido de un viento persistente y helado. 

—¡Sol, Luna!, ¡¿dónde están?!, —gritó Esteban con un nudo en su garganta.  

—¡Chicas, ¿están por aquí?!  —grito Juan con la esperanza de verlas.


       El enorme metero impactó con la tierra liberando una energía catastrófica, la onda expansiva dio vuelta la tierra en tan solo diez segundos devastando todo a su paso, después, fuertisimos terremotos hicieron temblar la corteza del planeta y casi al mismo tiempo cientos de volcanes se activaron expulsando miles de toneladas de lava.

El pueblo de Sol y Luna desapareció en un instante.






Una profunda amargura inundó a los dos amigos; nada podían hacer; quedaron separados de sus apreciadas amigas y su familia por algo inexpugnable; el tiempo. Comenzaron a caminar sin rumbo por un sendero que bordeaba un precipicio del que no se podía saber su profundidad por estar cubierto de una espesa niebla; siguieron caminando hasta que la llovizna dejó de caer y entre las nubes salió un rayo de sol que iluminó un valle por el cual corría un río. 

—Lo mejor será tratar de bajar al valle —dijo Esteban. 

—Estoy de acuerdo, allí tendremos agua.

El descenso no fue simple, tenían que bajar por una ladera muy empinada que tenía piedras sueltas, un descuido podía llegar a ser fatal; por fin lo lograron y llegaron a un sendero que bordeaba el río mucho más caudaloso de lo que imaginaban. Decidieron caminar río abajo, y al poco tiempo de hacerlo vieron a un hombre anciano sentado sobre una gran piedra en una posición muy especial, tenía sus piernas cruzadas y sus brazos extendidos con los dedos pulgar e índice tocándose. 





Cuando llegaron a un pocos metros, Juan lo saludó, pero el hombre no dijo una sola palabra, después de un rato, bajó sus brazos y sin mirarlos dijo:

—Hola forasteros se que ustedes vienen de muy lejos.

Esteban no entendía cómo supo sin mirarlos que eran dos personas, si el único que habló fue Juan.

—Supe que eran dos personas, porque soy ciego y tengo un olfato muy desarrollado. 

Ambos amigos quedaron perplejos, porque aparte de su desarrollado olfato, sabía lo que pensaban.

¿Usted señor lee la mente?  —preguntó Esteban.

—Así es forasteros, no solo leo la mente, conozco muchas otras cosas, por ejemplo se que ustedes son viajeros del tiempo, hace varios años que supe que vendrían, hoy fue ese día que esperaba con ansias. 

Los dos amigos quedaron sorprendidos por lo dicho de ese hombre ciego, fue una sorpresa, no sabían qué decir. Esteban pensó que lo mejor sería tomarlo como algo normal. 

—¿En qué lugar y tiempo, nos encontramos señor?  —preguntó Esteban.

—Estamos en la época del Emperador Qin Shi Huang, en la región de Yinshan. —Dijo el hombre ciego— les recomiendo que vayan al pueblo que está río abajo, y pidan hablar con el señor Xe, de parte mía, mi nombre es Xu; y digan que usted son los que esperábamos. 

Después de decir esto el anciano se colocó nuevamente en la posición que estaba y no dijo una sola palabra más. 

Los dos amigos se alejaron bastante confundidos, ese encuentro con el anciano fue algo inesperado y muy sorprendente, sumado a que hablaba en su mismo idioma, esto era inexplicable. 

—Estamos en una época de grandes cambios políticos y culturales, de China, —dijo Esteban— es el tiempo de la construcción de la gran muralla para defenderse de los pueblos nómadas del norte, los Xiongnu. 





Es difícil imaginar la construcción de algo tan descomunal para conseguir vivir en paz. Se dice que se utilizaron unos 3900 millones de ladrillos, más otros materiales de relleno, se tardó en realizar varios siglos, durante distintas dinastías siempre con el mismo objetivo, defenderse de los peligrosos invasores. 

—De acuerdo a lo que he leído  —dijo Juan— estamos en el siglo III antes de Cristo. 

—Ahí está el pueblo Juan, no es muy grande, yo diría que viven una veintena de familias.

Cuando llegaron a las primeras casas un grupo de chicos salió a su encuentro recibiendolos como a personas muy conocidas y esperadas; sin que ellos dijeran nada los condujeron a una pequeña casa, una vez allí, los dejaron frente a la puerta y se fueron. 

Cuando la puerta se abrió salió un señor mayor de rostro jovial, el cual se inclinó ante ellos, y después los hizo pasar, pidiéndoles por favor que dejen sus zapatos afuera.





Cuando entraron a ese lugar, reinaba una paz que emocionaba, todos los muebles y objetos de la pequeña casa estaban colocados respetando un equilibrio evidente, un gran ventanal, dejaba observar un patio con una pequeña cascada que caía sobre un pequeño espejo de agua cristalina que emitía un sonido monótono al caer.





El interior de la casa poseía unas divisiones de una madera muy bella y papel traslúcido, el piso también de madera brillaba. 

El hombre los invitó a que se sentaran en el piso en torno a una mesa muy baja, en donde un brasero encendido les permitió que sus prendas se secaran.

Cuando el idioma es un impedimento para la comunicación entre personas, un recurso posible es la representación gráfica de ideas, el dibujo.

Aquel hombre dueño de casa, fue a buscar una pequeña pizarra de madera y una tiza y en ella dibujó a una mujer seguida de un nombre al que pronunció en voz alta, “Jiu”.

Inmediatamente de otra habitación se acercó una señora con cuatro tazas de té; al colocar la fuente en la mesa, el señor dijo: “Jiu”, e indicándose a sí mismo dijo “Xe”. Esteban interpretó perfectamente la presentación y después dijo:

—Yo me llamo Antonio y mi amigo, Juan.

Xe, sonrió satisfecho, y después todos disfrutaron de esa sabrosa y aromática infusión con gusto a miel.

Cuando terminaron, la mujer se retiró con las tazas después de hacer una cordial reverencia. 

El dueño de casa se puso de pie y se paró frente a un altar, que tenía una esfinge rodeada de flores y encendió una vela; después hizo una reverencia. Al regresar a la mesa dibujo en la pizarra una luna en cuarto menguante, otra en cuarto naciente y otra llena, después un sol, y por último una flecha que llegaba a un círculo. Cuando terminó de dibujar, miró a ambos y los señaló con su mano, y después señaló ese círculo en su dibujo, que debería ser un planeta.

Los dos amigos entendieron la pregunta y se miraron para establecer una respuesta razonable. 

—Si señor Xe, venimos de lejos —como Esteban sabía que no entendía su idioma, señaló con su dedo ese pequeño círculo de la pizarra y sonrió. 

Esto provocó para Xe una profunda satisfacción y alegría que se vio reflejada en su rostro. Después dibujó a dos niñas y escribió dos palabras diciendo en voz alta “Fen, An”, desde una de las paredes de la habitación se deslizó un liviano panel y se hicieron ver dos mujeres muy jóvenes, evidentemente eran las hijas de Xe.





Cuando los dos amigos las vieron,  nuevamente el contacto de sus miradas les provocó la curiosa sensación de que ya las conocían desde hace mucho tiempo.


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