domingo, julio 14, 2024

VIAJE AL PASADO (segunda entrega)

          De regreso a su casa Esteban entendió que todo ese día, fue una repetición del mismo día de ayer; es decir que asombrosamente pudo viajar al pasado. Esta inesperada situación se produjo a partir de haber encontrado ese reloj que sacó del mar; que evidentemente era algo mucho más complejo que un artefacto para medir el tiempo…era una máquina del tiempo. 

Cuando llegó a su casa, lo dejó sobre la mesa con mucho cuidado y después de atender a su perro y cenar, se sentó para observar de cerca el increíble hallazgo. Este deslumbrante descubrimiento era demasiado grande para poder asimilarlo solo, por lo cual decidió que lo compartiría con Juan, su mejor amigo.




—Hola Juan, tengo que decirte algo que es verdaderamente increíble, no lo podrás creer.

—No me digas que pescaste una corvina con tus señuelos caseros, sería algo milagroso —le respondió su amigo con ironía.

—No Juan, esto no tiene nada que ver con la pesca, es algo demasiado importante y trascendental.

—Me estás asustando querido amigo, ¿de qué se trata?.

—No me animo a decirlo por teléfono, te espero mañana.

—Allí estaré después de cerrar el local, espero que no sea una de tus bromas. 

—Te puedo asegurar que esto te dejará mudo Juan. Yo todavía no lo puedo creer. 

A las cinco y media de la tarde en punto Juan estacionó su camioneta frente a la cabaña de Esteban. 




Cuando entró, su amigo lo observaba con cara de preocupación, sentado frente a la pequeña mesa con el reloj.

—¿Qué ocurre Esteban?, tienes una cara que me preocupa, ¿estás enfermo?, —le preguntó Juan quitándose el abrigo para sentarse frente a él— ¿y ese reloj?

Esteban le contó a su amigo con lujo de detalles todo lo ocurrido el día anterior, pero éste no lo tomó muy en serio, y en un primer momento pensó que su amigo deliraba, o se había enfermado.

—Lo mejor será que llamemos a un médico, tú no estás bien Esteban.

—Al principio pensé que había enloquecido, pero me temo que no Juan; hagamos lo siguiente: llévate el reloj, y esta noche antes de acostarte dale cuerda, solo una vuelta, como hice yo; cuando despiertes, observa detenidamente todos los acontecimientos del día, si no te ocurre nada extraño, me llevarás a un manicomio y me dejarás allí, te pido por favor que realices lo que te pido, pero recuerda, solo dale una vuelta a la cuerda, no más.

Juan, para no contradecir a su amigo, se llevó el reloj, pero pensando con amargura que su amigo estaba loco de remate.

Durante todo el día siguiente Esteban se quedó en su casa junto a su fiel compañero pensando todo lo que le había pasado a partir de haber encontrado ese reloj, se hacía muchas preguntas: ¿quién lo habría creado?, ¿por qué lo arrojaron al mar?, ¿cómo pudo conservarse en el agua salada sin que su mecanismo se arruinara?, cuanto más pensaba, menos encontraba una explicación a todo. 

Al día siguiente, su amigo a primera hora golpeó con insistencia la puerta; cuando Esteban le abrió, Juan tenía la cara desencajada, con su respiración agitada se sentó frente a la mesa y después de colocar el reloj a la vista de ambos dijo exaltado:

—Este reloj Aníbal está embrujado, debes devolverlo de donde lo sacaste ya mismo o destruirlo; desconocemos su poder, pero evidentemente me pasó lo mismo que a ti, ayer mi día fue exactamente igual que el anterior, por lo cual te dejé a ti anoche, y me retiré a mi casa con esta máquina infernal. 

—Pero en realidad Juan —le dijo Anibal mirando al reloj— tú te fuiste de aquí antes de ayer, esto quiere decir que viajastes al pasado durante 24 hs.

Ambos amigos se quedaron callados tratando de comprender lo incomprensible. 

—Te diré algo que me está dando vueltas por mi cabeza Juan. ¿Si este reloj es una máquina del tiempo, que pasaría si nos animamos a usarla?.

—No tengo la menor idea Esteban, pero, creo yo, que podríamos viajar nuevamente a nuestra juventud. 

—¡Exactamente Juan!, piensa por un momento lo que esto significa; seríamos nuevamente jóvenes. 

—Si algo así fuera posible Esteban, este artefacto sería poseer la llave para lograr la vida eterna, ¿te das cuenta?.

Un prolongado silencio ocupó la mente de ambos amigos, el cual fue interrumpido por un fuerte ladrido del Emperador.

Durante todo ese día ambos continuaron realizando conjeturas de todo tipo, pero sin lugar a dudas estaban frente a una máquina que revolucionará la ciencia en todo el amplio mundo… bueno, en tanto y en cuanto la mostraran; otra posibilidad era solo utilizarla en beneficio propio.

Ya estaba haciéndose de noche cuando Esteban después de agregar una astilla a la estufa dijo:

—Querido amigo, nos conocemos desde que éramos niños, y ahora somos dos viejos; no me quejo; he tenido una vida feliz, pero reconozcamos que falta poco para que termine, ¿no crees acaso que merecemos vivir una última aventura?. 

Juan se quedó mirando a su viejo amigo a los ojos, mientras pasaba por su mente tantos momentos de felicidad que habían compartido con su respectivas esposas; que lamentablemente ya no estaban; los viajes a cientos de lugares los cuatro juntos, campamentos, días de pesca, senderismo; y después, durante estos últimos años, la triste soledad de dos viejos tratando de ocupar su tiempo con el ajedrez, las interminables charlas nocturnas frente al fuego sobre sus dos pasión, la pesca y sus libros de historia.

—Te diré algo Esteban, quizás el destino puso en tus manos este prodigioso aparato, y tú lo compartes conmigo, por esto se me ocurre que no estaría mal hacer una cosa…

—No necesitas decírmelo Juan, te conozco muy bien; ¿porque no probamos?; y quien te dice; que nos juntemos con ellas; los cuatro; al menos una vez más. 

Ambos viejos se abrazaron y lloraron, con una esperanza en su corazón; que podía llegar a convertirse en realidad. 

—Probemos Esteban, que podemos perder en intentarlo; ¡hoy mismo!.

—Bien Juan, esperaremos hasta la medianoche y esta vez le daremos más vueltas a la cuerda. 

Después de cenar, ambos amigos, se sentaron frente a la mesa y colocaron el reloj en el centro, Esteban llamó a su perro, y de un salto este se acomodó sobre sus piernas.

—Estamos listos Juan, son las doce en punto, tu dale cuerda, ¡diez vueltas!.

Eso hizo Juan con decisión, y después, dejó el reloj en su mano derecha y con la izquierda tomó con fuerza la mano de su amigo.

En un primer momento nada pasó, hasta que Emperador dio un aullido ancestral, y después todo lo que los rodeaba se desintegró y quedaron sentados sobre un campo lleno de malezas.

—¿Qué es esto?—preguntó Juan— ¿dónde estamos?.

—No tengo idea amigo, pero detrás tuyo puedo ver una cadena montañosa y empieza a amanecer. 

Cuando el sol iluminó aquel paraje Esteban al ver a su amigo le dijo:

—¿Qué le pasó a tu rostro Juan?, no lo puedo creer, ¡estas joven de nuevo!.

—Debo decirte —le dijo ese muchacho a Esteban— que tú también. Ambos ríen repletos de felicidad.




El único que no había rejuvenecido era Emperador, ya no era un cachorro, era un perro adulto con un dentadura que impartía respeto.

—¿Qué le habrá pasado al Emperador? —dijo Juan al verlo.

—Está muy cambiado, no parece el cachorro que tú tenías. 





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