domingo, abril 06, 2025

MISTERIO EN EL FIN DEL MUNDO (segunda entrega)


          El salón de Lorenzo y su esposa cumplía las funciones de restaurante, sala de reuniones para cumpleaños, y el centro de organización de la fiesta anual de la cerveza artesanal; también como frecuente lugar de encuentro para los vecinos, en su mayoría pescadores, siendo uno de los juegos preferidos por ellos en las largas noches de invierno el ajedrez, acompañado por cerveza, coñac, vino o whisky. Cuando se reunían varias parejas para jugar, una densa humareda proveniente de sus pipas o cigarrillos inundaba todo el lugar.

Esa noche que por primera vez fue a cenar el inglés, no había nadie, excepto Anibal y Fernando que no encontraron nada mejor que hacer que jugar una partida, y de paso observar al forastero. El corpulento hombre cuando terminó de cenar, comenzó a escribir en su libreta muy concentrado mientras fumaba y tomaba whisky, sin lugar a duda era un gran bebedor, porque se tomó antes de irse media botella, la cual, después de pagar su consumición la introdujo en su mochila y se retiró.

—Este hombre me resulta misterioso  —dijo Fernando a su amigo, moviendo su alfil con preocupación. 




—A mi también me provoca la misma sensación, pero no se puede conjeturar nada sobre alguien que no conocemos  —dijo Anibal moviendo su torre con seguridad y cantando:  —¡jaque mate!.

Su amigo lo miró sorprendido y después exclamó:

—Suerte de principiante.

—El ajedrez no es un juego de azar es un juego ciencia y solo ganan los más inteligentes. —respondió Anibal con una sonrisa de satisfacción. 

Cuando estaban guardando las fichas, regresó la luz. 

—Mañana quiero salir temprano  —le dijo Aníbal a su socio y amigo.

—De acuerdo capitán, usted manda.


La mañana era muy fría, no obstante el viejo Umberto y su hijo Pedro, zarparon del muelle, el agua estaba con un fuerte oleaje que sacudía a su bote como si fuera de papel, pero estos dos rudos pescadores no le temían al salvaje canal, era su trabajo de ayer, de hoy y de siempre. 

Cuando llegaron al lugar preestablecido arrojaron el ancla y se abocaron a recoger sus trampas; la captura fue poca, como ocurría últimamente la centolla escaseaba, pero no quedaba otra cosa más que insistir, una y mil veces. Cuando terminaron, abrieron la sesta en donde la madre de Juan les había preparado, un termo con café caliente y unos pasteles.

El viento golpeaba sus rostros y se les hacía difícil escucharse.

—¡Para el lado de Chile dicen que hay muchas! —le gritó Juan a su Padre, viéndole la cara de disgusto. 

—¡Sí, pero estamos en Argentina, y aquí no se respetan las buenas prácticas. ¡En Chile serán más cuidadosos!. 

—¡Intentemos en ese lugar que me dijo Anibal, dicen que allí hay muchas y de buen tamaño! —lo entusiasmó su hijo.

—¡Corremos el riesgo de quedarnos sin combustible y en un día como hoy, es muy peligroso!  —le contestó Umberto a su hijo abriendo el cajón con cebo para cargar las dos jaulas que quedaban. 

Después de arrojarlas por la borda curiosamente el viento cesó; no era frecuente algo así, pero no imposible. Padre e hijo se quedaron en silencio escuchando como el suave oleaje golpeaba la cubierta de su bote, imprevistamente un banco de niebla los rodeó y de un momento a otro no veían ni sus caras.

—Solo esto nos faltaba  —dijo Umberto malhumorado. No le gustaba tener que regresar a ciegas. 

—Será mejor que esperemos para ver si la niebla se despeja  —le dijo Juan a su hijo. 

En ese mismo instante sintieron un pequeño golpe en el casco, pero pasado unos minutos, otro fuerte golpe, por poco da vuelta el bote.

—¿¡Qué es esto!? —dijo el padre de Juan. 

—Debe ser un Mero o tal vez un tiburón  —dijo el hijo de Umberto.

—Ha sido algo mucho más grande, —respondió Umberto, tratando de ver algo a través de esa niebla impenetrable. De pronto, muy cerca, algo golpeó la superficie con tal fuerza que el agua helada que levantó los alcanzó y los empapó por completo; esto alarmó a ambos hombres que sintiéndose indefensos ante algo desconocido; pensando que aquello podría hundir su embarcación, cada uno tomó un remo y sin ver, golpearon la superficie del agua con todas sus fuerzas; algo allí nuevamente golpeó el bote con tal fuerza que el hijo de Juan cayó al agua, de inmediato su padre que se pudo sostener a la cadena del ancla le extendió su remo para que su hijo se aferrara. 

—¡No te sueltes!  —le gritó su padre desesperado— cuando pudo sostener a su hijo del chaleco salvavidas lo ayudó a subir de nuevo a cubierta, pero esto no significaba que estuvieran a salvo. Al cabo de unos instantes, escucharon un nítido y espantoso rugido que se podría decir que era de una bestia salvaje, ambos hombres quedaron paralizados esperando un último ataque del que sabían que no podrían sobrevivir. 

A la mañana siguiente en el puerto la noticia se propagó de inmediato, Umberto y su hijo no habían regresado, nadie los había visto, la prefectura naval Argentina estaba pronta a zarpar con su lancha; las mujeres de ambos pescadores estaban desesperadas, un grupo de señoras trataban de consolarlas, quedaba siempre la esperanza que aún estuvieran vivos, tal vez solo habían tenido un problema con el motor, pero lo que más preocupaba a los pescadores veteranos era que en ningún momento pidieron auxilio por su radio VHF. 

Anibal y Fernando charlaban con los otros pescadores muy preocupados, en Almanza todos se conocían, era una gran familia, Umberto y su hijo eran muy queridos por ser atentos y serviciales, Pedro era muy amigo de ambos y un experto mecánico, en varias oportunidades los había sacado de apuros. En aquellas latitudes los conocimientos se comparten más que utilizarlos como fuente de ingresos.

Umberto era un hombre muy querido por ser maestro de novatos pescadores, y este acontecimiento preocupaba porque todos sabían que su principal enseñanza a los jóvenes no tenía nada que ver con cebos, trampas o centollas; era fundamentalmente la seguridad.

Desde la ventana de la habitación del hotel, el inglés observa todo el lamentable acontecimiento del puerto. 





CINCO AÑO ANTES


En la sala de reuniones de “Colossal Biosciences" en Estados Unidos, un joven con delantal blanco y corbata, les hablaba a un grupo de cincuenta científicos de todo el mundo. 

—Señoras, señores autoridades, en representación de este centro de investigación, me es grato decir que nos encontramos en el último tramo de esta investigación, en donde podemos anunciar que hemos vuelto a la vida a la especie Aenocyon dirus, el  lobo terrible, extinto hace más de diez mil años. Los primeros tres embriones gozan de buena salud.

Después de este anuncio estallaron los aplausos.

—Quedo a su entera disposición para realizar las preguntas que ustedes deseen hacerme.

—¿Los embriones a los que usted se refiere son todos machos?  —dijo una joven de anteojos ubicada en las últimas filas.

—No, por fortuna son dos machos y una hembra.

—¿Cuál será el hábitat para que se desarrollen?  —preguntó un hombre mayor.

—Nuestra institución posee una estancia en Argentina, más precisamente en la provincia de Santa Cruz, allí tenemos un importante complejo para poder seguir de cerca las evoluciones de estos animales.  —respondió el disertante.

—¿Que ocurriría si estos animales, por algún motivo fortuito escaparan, y se reprodujeran sin control, en un entorno menos agresivo del que tenían en su época?  —dijo un joven desde las últimas filas.

—Nuestras instalaciones poseen un sistema de seguridad infalible, algo así no podría ocurrir.  —remarcó el profesional desde el estrado. 

—Pero suponiendo que ocurriera un lamentable accidente; ¿tienen previsto el impacto que provocaría estos animales en la fauna autóctona y más aún, en los habitantes de esos lugares?,  —reiteró el mismo joven. 

—Definitivamente nuestras instalaciones son invulnerables, no existe ninguna posibilidad de algún error o accidente.

—¿Otra pregunta?.


Seguir leyendo


google.com,pub-1339975393881543,DIRECT, f08c47fec0942fa0










No hay comentarios.:

Publicar un comentario