miércoles, junio 02, 2021

EL SOMBRERO MÁGICO (quinta entrega)

 Habían pasado tres años y el estudio de José asociado a Alejandro y sus dos hijos desde el punto de vista laboral funcionaba en forma excepcional, pero el clima de competencia que existía en el país era año a año cada vez más complejo. Los dos últimos concursos en los que se habían presentado los habían perdido, en uno de ellos consiguieron una mención, pero esto no alcanzaba para mantener su estructura. José era el administrador económico y observaba que cada mes se hacía cuesta arriba cumplir con todos los compromisos, si no lograban conseguir una obra de cierta envergadura tendrían que despedir empleados los cuales eran muy entrenados y apreciados por él, perderlos implicaba no poder recuperarlos. Los contratos con la compañía aeroportuaria eran ahora muy exiguos, José continuaba con su vinculación simplemente por esperar un repunte de encomiendas que no llegaba.


Esa tarde después de entregar los últimos cheques a los empleados Alejandro se dirigió al parque que frecuentaba para poder ordenar sus ideas, siempre ocupaba el mismo asiento, pero esta vez alguien estaba sentado allí, esto no impidió que él también se sentara. El hombre era un señor mayor de pelo blanco, su vestimenta era muy formal, vestía de saco y corbata, y sobre sus rodillas sostenido con una mano, se observaba un periódico y un libro, se podría decir que era un profesor universitario. Al cabo de unos instantes el señor sin mirar a José dijo:


-¡Que hermoso día se aprecia desde este lugar!, ¿no se si a usted le ocurre lo mismo?, a mi me parece que puedo ver el mundo entero. 


-Quizás sea así como usted dice, -respondió José mirando al parque. -¿Quién puede asegurar que todos los seres humanos no veamos por igual al mundo entero y al mismo tiempo?. 


El señor sonriendo dijo, - exactamente, incluso ¿quien no puede decir que todos los seres humanos tenemos los mismos problemas?


-Bueno, -dijo José, -lo que no creo es que todo el mundo tenga el cúmulo de problemas que tengo yo.


-Algo parecido me ocurría a mí, le voy a confesar algo, estimado compañero de banco, en una oportunidad cuando yo era joven, se me presentó un problema que no viene al caso, por el cual la situación me parecía insuperable, mi angustia aumentaba día a día y durante la noche este problema se acrecentaba, había llegado al extremo de no poder hablarlo con nadie, incluso llegué a pensar que tal vez esa mochila desaparecería en algún momento por sí sola, hasta que el problema se hizo presente en cuerpo y alma. En un primer momento me aterrorizó, a tal punto que llegué a pensar en hacer una locura, y dirigiéndome a la costanera con mi mente desbordada, al pararme frente al río, un joven desconocido que estaba pescando, quizás al ver mi cara desencajada, jamás lo sabré, dirigiéndose a mí, me dijo.


 -¿Qué le pasa señor, tiene algún problema?,... ¿necesita ayuda?.


-Esa última pregunta, ¿necesita ayuda?,...Me brindó la respuesta que no encontraba, ¡Si, por supuesto, que necesito ayuda! Esa conversación se prolongó toda la tarde, y aquel joven que jamás me dijo su nombre, me hizo entender que el principal problema era no comprender que necesitaba ayuda. Así fué que cuando la pedí, en pocos días encauce mi problema y al cabo de un tiempo lo superé, o al menos pude continuar con mi vida, aceptando y enfrentando mi problema, lo cual no es grato, pero no le permito que me domine, yo, domino la situación, y el rumbo de mi vida. 


-Por eso estimado  amigo de banco, le pregunto, ¿necesita usted ayuda?.


Ambos hombres se miraron a los ojos, y José pudo observar en la mirada de aquel desconocido,... la mente de un sabio.


¡Por supuesto que necesito ayuda!, se dijo José ¿por qué me empeño en querer resolver todos los problemas, solo?, si en verdad soy un hombre como cualquier otro, con miedos, con angustias, con limitaciones, que debe soportar presiones, obligaciones. Si por algún motivo las cosas no se están dando como deseo, quizás exista algo, algo que no alcanzo a ver para que esto ocurra. ¡Sin duda necesito ayuda!, ¿por que debo ser arrogante y todopoderoso, si solo soy un hombre, con defectos y virtudes?.


Cuando José quiso decirle algo a aquel desconocido, el señor ya no estaba, José recorrió con su mirada el sendero del parque, y no lo pudo ver de nuevo. Al acomodar el ala de su sombrero sobre sus ojos para distenderse un instante, recordó de inmediato el contacto realizado por una empresa que justamente se dedicaba a organizar empresas que estuvieran desorganizadas, ni más, ni menos. ¡Esa era la ayuda que necesitaba José!





Continuará 

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