lunes, marzo 28, 2022

UNA HISTORIA CONTADA POR MI PADRE

Siempre he  escuchado historias relacionadas con fantasmas, pero jamás he protagonizado en carne propia una experiencia de ese tipo, que por lo general tenemos la tendencia a relacionarlas con entes tenebrosos, que habitan en monasterios abandonados o viejas mansiones desvencijadas, en donde ocurrieron hechos desgraciados. Estas historias suelen pasar de boca en boca amplificadas y también distorsionadas. Pero esta que les contaré, proviene de alguien en el que siempre confié, mi padre. 

Esto contaba él en las sobremesas nocturnas y cabe señalar que justamente la noche se presta por lo general para estos acontecimientos del más allá, como comúnmente le decimos, porque la noche amplifica este tipo de historias y brinda el entorno indispensable para que ocurran cosas extrañas. Esta historia en particular, la que trataré de contar con lujo de detalles como la contaba mi padre al que le decían Quique, ocurrió una noche en el pueblo de Villa Ballester, tal vez en la década del 1920, o 1930.

Villa Ballester por aquellos tiempos tenía  todas sus calles de tierra y por la noche no existía un buen alumbrado público; por lo cual, la luz de la luna prestaba, cuando había, un servicio muy conveniente. Un detalle muy importante en el que hacía hincapié mi padre, era la no existencia de agua corriente; la misma se extraía de la napa mediante la utilización de una bomba.  Era frecuente colocar la misma  próxima a la quinta, para facilitar su riego. Este singular aparato tenía un cilindro al que se le provocaba un vacío moviendo una palanca en forma manual.

La noche en la que ocurrió esta historia, mi padre tendría unos catorce años y se encontraba cenando, cuando su madre, es decir  mi abuela, le pidió que fuera a buscar agua, tarea que un chico podía realizar sin problemas. 

Antes de avanzar, permítanme decirles algunas cosas que forman parte de la historia. En esos barrios se acostumbraba a no dejar puertas cerradas, tanto de los cercos de los frentes, como de las casas, y la división característica entre propiedades era el alambre tejido; para contener a las gallinas y a los perros. Los vecinos de estos barrios se conocían todos, y muy bien, incluso por su nombre, su profesión, cuántos miembros constituían cada familia, o incluso la fecha de los cumpleaños. Por las noches se podía observar los movimientos de los vecinos próximos; porque los postigos solo se cerraban los días tormentosos. 

Esa noche, contaba mi padre, la luna iluminaba el camino entre la casa y la bomba, y se tenía que atravesar toda la quinta. También hacía referencia que cuando se sale de un lugar iluminado, quedamos encandilados y tardamos unos segundos en habituarnos a la oscuridad. En esa noche de luna, me contaba, solo se observa tonalidades que van del negro al gris oscuro, pero se puede distinguir perfectamente un obstáculo que se encuentra frente a nosotros.


-Ir de noche a buscar agua, contaba mi padre -me provocaba cierto temor, porque por aquellos tiempos era frecuente que indigentes entraran a robar verduras, e incluso huevos del gallinero; si algo así hubiera ocurrido imagínate el susto. Pero esa noche nada extraño sucedió y un cierto sentimiento de seguridad me brindaba poder ver desde su ventana a nuestra vecina doña Aurora, que me saludaba con su mano. Teníamos un perro al que le decíamos Colo, era tipo fox terrier que en la cena se echaba debajo de la mesa, y si yo salía me acompañaba hasta donde fuera y luego entraba conmigo. Esa noche, lo recuerdo como si fuera hoy, Colo no me acompañó como siempre lo hacía, y se quedó echado observando desde la puerta; imaginé que no tenía ganas de seguirme.

Después de bombear agua y llenar el balde, regresé a la cena familiar. 

Al día siguiente, cuando me dirigía al colegio, me crucé por casualidad con doña Aurora, que regresaba de hacer los mandados. Era una muy buena señora, y servicial, amiga y vecina de toda la vida, mi madre la conocía de joven, y ella conocía a toda nuestra familia, era viuda y frecuente invitada de nuestros  cumpleaños familiares. Esa mañana después de saludarme, detuvo el changuito y me hizo una sola pregunta que hasta el día de hoy, mira que hace años, me corre un frío por la espalda.


-Hola Quique, decime una cosa - me preguntó Doña Aurora con una sonrisa- deteniendo su changuito. 


-¿Qué cosa Aurora, le pregunté?


-¿Quién era esa señora de pañuelo negro, que anoche te acompaño a cargar agua?, me hizo recordar tanto a tu difunta abuela. 


Siempre que mi padre me contaba esta historia, y al recordarla nítidamente, se le llenaban los ojos de lágrimas, y concluía diciéndome:


-Estoy seguro que el espíritu de mi abuela, a la que no conocí, me estaba cuidando esa noche.


FIN


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