Intensos y profundos estudios arqueológicos han descubierto antiguas civilizaciones en las profundidades del pasado. Sus construcciones han podido superar el paso del tiempo, como por ejemplo los Egipcios, o los Incas en América. En el presente, gracias a los descubrimientos sabemos mucho más sobre la vida y costumbres de esas sociedades.
Una de las civilizaciones más antiguas de América contemporánea con la Egipcia es la llamada Caral, la cual contaba con una estructura social muy sólida; ubicada a 200 km al norte de Lima, Perú; poseían una peculiaridad, a diferencia de las civilizaciones Mediterráneas, estas se encontraban aisladas, es decir que sus costumbres no se mezclaron con las de otras sociedades o pueblos.
Pero en mi opinión, es probable, que en la extensa Cordillera de los Andes, pudieran haber existido civilizaciones más antiguas aún, en lugares en donde ya no queda nada en pie, es decir, que por algún acontecimiento desaparecieron sin dejar registro alguno de su existencia.
F.B.
En un lugar próximo de donde se encontraban Esteban y Juan, dos hermanas llamadas Luna y Sol, se reían de sus dos hermanos más chicos porque los habían atado a un árbol y los mocosos gritaban de furia.
Luna y Sol pertenecían al pueblo llamado Texlel, y su padre era el jefe de la comunidad; su madre les puso ese nombre porque nacieron un día de madrugada en el momento que despuntaba el sol y la luna también continuaba presente, esta señal para el curandero del templo significaba un buen presagio.
Los Texlel era un pueblo pacifico que vivía de sus cultivos y la pesca, no comían carnes rojas, conocían el fuego y tenían utensilios de hierro, sus templos y viviendas eran de barro.
Criaban unos animales de corral tres veces más grandes que las ovejas actuales de las que extraían su lana blanca como la nieve de invierno, tenían telares y tejían prendas para invierno y verano.
La familia de Sol y Luna, estaba constituida por el padre, la madre, una abuela de más de ciento cincuenta años, y sus dos hermanitos.
A pesar de que su padre era el jefe de la comunidad, su casa era igual a todas las otras familias; solo se destacaban los viejos templos realizados por antepasados de tiempos remotos, que todos cuidaban con veneración.
La abuela era algo así como una enciclopedia viva, era consultada con frecuencia por los maestros para resolver problemas diversos; los maestros era un grupo de seis ancianos que se encargaban de dictar las normas de convivencia.
En apariencia la comunidad se podría decir que era sana y feliz, excepto por el espíritu de las montañas, que era un gorila gigante que vivía en una enorme cueva en lo alto, al cual debían de alimentarlo. Este trabajo les provocaba un esfuerzo extra enorme porque debían de dejar todos los días frente a la entrada de su cueva, cien piezas de pescado, y tres bolsones de una fruta muy dulce y sabrosa que ellos cultivaban. Este enorme animal era holgazán, malhumorado, y despiadado; una o dos veces al año, bajaba de su morada para realizar algún estrago a la comunidad. La última vez destrozó cinco casas y mató a diez animales de corral, sin necesidad, solo por matarlos.
Pero las normas dictadas por los integrantes de los maestros, impedían enfrentarlo y matarlo porque consideraban que este ser mantenía la calma de las montañas; mantenerlo alimentado y soportar sus caprichos les garantizaba que el volcán no enfureciera y que la tierra no temblara.
Uno de los entretenimientos más frecuentes lo realizaban por las noches; todos las familias se reunían en torno a fogatas en un claro de la ciudad y cantaban canciones que las acompañaban con dos instrumentos, un tambor realizado con un tronco de árbol hueco y otro que era una especie de quena realizada con el tallo de una planta que dejaban secar al sol para después hacerle unas perforaciones que al soplar producía una melodía muy dulce. Cuando el fuego se consumía se cubrían con mantas pesadas por el frío de la noche para poder charlar de antiguas leyendas mientras miraban un cielo estrellado deslumbrante.
Siempre había trabajo para hacer, el cual, se distribuía entre todos los integrantes de la familia, incluida la abuela que preparaba la comida para todos.
La madre de Sol y Luna disfrutaba cuidando su jardín con varias flores del bosque cuyo perfume inundaba todos los ambientes de la casa.
—¡Sol, Luna!, vengan para aquí! —dijo la madre de ambas, con esa voz inconfundible, que era para retarlas por alguna travesura cometida— ¿¡cuántas veces les he dicho que no deben atar a sus hermanos a un árbol!?, ¿¡les gustaría que yo lo hiciera con ustedes!?.
—No madre, no lo haremos más —dijeron ambas al unísono sin mirarse porque sabían que se tentarían de risa, recordando los gritos desaforados de sus dos hermanos. También sabían que molestarlos era para ellas un entretenimiento que no podían dejar de hacerlo; era más fuerte que ellas.
—Bueno, ahora vayan a ayudarle a su abuela con la comida —les ordenó su madre… sabiendo que mañana seguirán molestando a sus hermanos como todos los días.
Ambas salieron corriendo a la cocina, porque sabían que su abuela las consentía en todo y también disfrutaba y se reía con ellas de sus travesuras para con sus hermanos.
Esteban y Juan, los viajeros del tiempo, estaban pensando si quedarse en ese lugar que era espléndido, o continuar caminando.
—Aquí si quisiéramos podríamos vivir muy bien Juan, tenemos todo lo que necesitamos, pero me preocupan los animales que por aquí abundan, y por lo que vimos son muy grandes.
—A si es Esteban, por otro lado no estoy muy seguro que realmente estemos en la era de hielo, porque si fuera así, en estas alturas, debería hacer muchísimo frío y el tiempo aquí parece primaveral.
—Tienes mucha razón, el clima es tan agradable que yo tengo deseos de conocer otros lugares; si seguimos río abajo, sabemos que con seguridad no nos faltará agua, y por suerte los peces abundan.
—Me parece bien querido amigo ¡continuemos!, debemos estar atentos, yo aquí llevo el reloj, si por casualidad estuviéramos amenazados por algo o por alguien, solo debo darle cuerda y este artefacto nos sacará de aquí.
Durante todo ese día ambos compañeros caminaron entre altos pastizales, enormes piedras, pendientes pronunciadas; siempre guiados por el ruido del torrente de agua y el golpe de cascadas al chocar contra las piedras. Después de cruzar un arroyo saltando de piedra en piedra, detrás de una roca enorme,apareció ante sus ojos un bosque de árboles gigantes, los mismos eran tan altos que proyectaban su sombra a muchos metros.
—Es un bosque de Arrayanes, o Luma Apiculata, pero gigante, es una especie que siempre me llamó la atención, —dijo Esteban— se dice que tomando una infusión con sus hojas se cura cualquier inflamación del cuerpo.
—Qué te parece si esta noche acampamos allí —dijo Juan entusiasmado.
—Me parece perfecto y como se ve están muy apretados unos con otros, esto nos permitirá estar resguardados.
Cuando ambos amigos estuvieron al pie de dichos árboles eran mucho más altos de lo que suponían, les pareció estar en el interior de una catedral gótica pero realizada con troncos.
Después de acomodarse en el interior de unas enormes raíces, encendieron una fogata.
En aquel bosque el silencio era muy notorio, no se escuchaba ni siquiera el sonido de un pájaro; hasta que el suelo comenzó a temblar.
—¿¡Qué es eso Esteban!?
—No lo sé, pero apaguemos de inmediato el fuego.
Los dos amigos se quedaron expectantes, hasta que algo negro y enorme pasó junto al árbol en donde ellos estaban; la oscuridad no les permitió saber que era, pero por el olor que dejaba y el sonido de sus pisadas, y su respiración, era un animal muy grande y salvaje.
google.com, pub-1339975393881543, DIRECT, f08c47fec0942fa0
No hay comentarios.:
Publicar un comentario