El padre de Sol y Luna salía a pescar todos los días acompañado por diez hombres; ese rutinario trabajo les demandaba mucho tiempo porque necesitaban conseguir la enorme cantidad de pescado que requería el “espíritu de la montaña” más lo necesario para sus familias que era otro tanto; es decir, que la mitad de la pesca era para ese gorila holgazán al cual todos odiaban pero tenían que soportarlo porque lo ordenaba el grupo de los mayores.
Para ello iban al gran lago y subidos a balsas pescaban con sus redes para después trasladar toda la carga en carros; cuando llegaban a la ciudad se descargaba la mitad y la otra mitad se transportaba en canastos que llevaban sobre sus cabezas hasta la entrada de la cueva del enorme gorila. Las mujeres ayudaban en algunas tareas de la quinta, el trabajo en los telares y la cocina; todo el trabajo pesado lo realizaban los hombres: sembrar, cultivar, esquilar, cuidar los canales de riego, realizar los ladrillos de barro cocido, atender los corrales, y en los talleres de fraguas moldear las herramientas.
Los hombres y mujeres mayores, se dedicaban a tareas como la de filetear los pescados, la alfarería, el arreglo de las redes de pesca, y buscar entre las montañas las plantas medicinales.
Cuando se aproximaba el invierno, la pesca se complicaba porque la superficie del lago se congela; para solucionar esto, antes del frío llenaban enormes depósitos de piedra con pescado en sal, y otros cobertizos con diversos y nutritivos tubérculos para cuando las quintas no produjeran la cantidad necesaria por el intenso frío.
Durante esta época antes de las nevadas, un grupo de hombres solo se encargaba de cortar leña y acumularla en una enorme leñero para que todas las familias pudieran tener sus fogones encendidos. Todos entendían que para cuando viniera el frío, debían de estar preparados, porque de ello dependía seguir viviendo al resguardo del calor del fuego en sus hogares.
Esa mañana de primavera, Sol y Luna fueron a buscar hojas de los árboles gigantes, cuando estaban por terminar de llenar sus cestas, sintieron hablar a dos personas en un idioma que no entendían, por precaución, porque sabían que en ese bosque había criaturas que no eran amigables, se escondieron entre unas enormes raíces para saber quién hablaba.
Esteban y Juan charlaban distraídos después de haber comprendido que aquello que pasó cerca de su campamento era un enorme y pesado animal que había dejado su deposición, de la que emanaba un olor que se podía sentir desde muy lejos.
—Se me han ido las ganas de desayunar Juan.
—A mi también, creo que mi ropa se impregnó de ese olor horrible.
—Por la forma y tamaño de sus huellas, yo diría que se trata de un enorme simio de varias toneladas de peso; espero no estar frente a frente de esa animal jamás.
Cuando ambos jóvenes estaban diciendo esto, salieron a su paso de improviso, Sol y Luna. Los cuatro quedaron frente a frente más que sorprendidos, los muchachos por toparse con seres humanos y las chicas por ver por primera vez a hombres de tez blanca.
Sus miradas se cruzaron, eran las miradas de cuatro personas jóvenes que estaban en un mismo lugar, pero separadas por miles de años.
Se dice que existen personas que están vinculadas por lazos ocultos en épocas distintas, esta podría ser una de esas extrañas situaciones, en donde un intrincado destino, une a seres muy separados en el tiempo; por algún motivo, o quizás porque esas mismas personas son lo que se suele denominar como almas gemelas; la verdad es, que sí algo así es posible, también es incomprensible y todo depende de quien quiera creerlo o no.
La sensación de los cuatro adolescentes fue primero de sorpresa, pero cuando intercambiaron sus miradas en profundidad, allí había algo mucho más grande que sorpresa, fue como si hubiera existido una conexión anterior. Los cuatro se quedaron parados frente a frente un largo rato, sin saber que decir; hasta que Sol dirigiéndose a Juan, dijo en su idioma, incomprensible para un joven del futuro.
—Hola, ¿cómo te llamas?
Juan solo sintió que esas palabras no eran agresivas, todo lo contrario, y sin entender ese idioma dijo:
—Me llamo Juan ¿cómo te llamas tú?
A Sol se le iluminó la cara con una amplia sonrisa, porque le causó gracia ese idioma y esa cara de asombro de un muchacho desconocido de color blanco.
Por fin los cuatro rieron distendidos, y Luna, tomando dos ramitas, hizo una cruz en el piso y dijo unas palabras, haciendo unos ademanes que los chicos entendieron de inmediato: “nosotras dos, somos de allá, mañana, vendremos aquí, nuevamente”. Después ambas hermanas se fueron corriendo y se perdieron de vista.
Cuando las dos hermanas llegaron a su casa para contar de su hallazgo, su madre no estaba por lo que recurrieron a su abuela.
—¡Abuela!, ¡abuela! —gritaron ambas agitadas—
—¿Qué les pasa a las niñas, vieron un duende en el bosque?
—Creemos que sí Abuela, —dijo Sol— con una cara que la abuela interpretó que algo muy impresionante habían visto.
—Eran dos duendes con aspecto de chicos, de nuestra edad, que hablaban en un idioma muy raro, nos parecieron ser muy buenos, pero lo más increíble es que su piel era blanca.
—¿¡Blanca!?, es imposible —les dijo la abuela muy seria— no existen duendes, ni personas de tez blanca.
—Tenían la cara y las manos blancas abuela —dijo Luna emocionada— mañana iremos a verlos de nuevo.
—¡No!, —dijo la abuela seriamente— ustedes no irán allí solas hasta que su padre sepa que cosa vieron.
Esa misma tarde, la abuela le contó toda esa historia al padre de Sol y Luna, y este quedó preocupado, porque existían muchas leyendas ocurridas en el bosque de los árboles gigantes.
—Mañana iré a ver qué es lo que vieron, que las conmocionó tanto. —dijo el padre a sus hijas—
Al día siguiente el padre de Sol y Luna las acompañó al bosque.
Cuando llegaron al lugar, Esteban y Juan, estaban allí, se habían quedado dormido con sus espaldas apoyadas en una gruesa raíz.
El padre de las chicas se acercó con cuidado y observó con asombro que la piel de esos dos muchachos era blanca; por si acaso antes de despertarlos, puso a resguardo a sus dos hijas.
Cuando Esteban y Juan abrieron sus ojos, frente a ellos vieron parado a un corpulento y alto hombre que los miraba con cara de pocos amigos. Por fin el encuentro se tornó más cordial cuando Sol y Luna intervinieron, logrando entenderse con señas. Ambos muchachos comprendieron que aquel hombre era el padre de sus recientes amigas y ambos le dieron su mano con mucho respeto, hasta que el papá de las chicas con una amplia y distendida sonrisa les indicó el camino para que los acompañaran al pueblo.
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