Desde siempre se vincula a la civilización Egipcia con sus momias, esto se debe a que eran especialistas en proteger el cuerpo de los muertos, fundamentalmente a los de la familia real y sacerdotes, porque pensaban que al morir, su vida continuaba en otra dimensión; o mejor dicho que la vida solo era una paso previo a la eternidad, para lo cual los dioses debían de reconocer su cuerpo, por eso momificaban y realizaban tumbas colosales, como las pirámides, que eran tan grandes como el poder de su morador, el todopoderoso faraón.
F.B.
Como hemos dicho el río Nilo era la fuente de vida principal del pueblo Egipcio, pero en una oportunidad una sequía sin precedentes azotó a la población rural.
La misma continuó inclemente hasta convertir al río Nilo en un surco de agua escuálido que no abastecía a la superficie sembrada ni a la población, convirtiéndo el agua en un bien muy escaso.
Si la brutal sequía se prolongaba, se perdería la cosecha de ese año, los animales se morían por falta de agua y las familias no tendrían que comer.
Dada esta situación extrema, el faraón decidió suspender los trabajos de los grandes monumentos para ahorrar comida y agua, combustible indispensable para mantener fuertes a los trabajadores.
En la mesa familiar de Mut y Maat, se comenzó a racionar los alimentos y el agua, pero las reservas estaban próximas a terminarse.
Tanto Esteban como Juan se dedicaban gran parte del día a ir a buscar agua que traían desde el río dentro de cántaros de barro. En la orilla los pobladores se acumulaban con desesperación para conseguir cargar en sus recipientes el vital elemento pero esto ocasionaba muchas veces fuertes discusiones y peleas.
La madre de las hermanas oraba todos los días a los dioses para que la lluvia viniera, pero parecía como si estos no tuvieran deseos de escuchar sus plegarias.
Una tarde, en que el calor era insoportable, todas las mujeres del pueblo marcharon en procesión al río con la firme convicción de no regresar a sus hogares si la lluvia no venía; pasaron tres largos días, y llegó un momento en que las de mayor edad no soportaban estar en pie y se tendían en el piso a esperar la muerte.
La angustia y la desesperación se transformó en resignación y muchas comprendian que los dioses querrían por algún motivo que este fuece su destino, y por lo tanto había que aceptarlo. Pero esa última tarde, empezó a soplar una brisa más fría que la habitual, y aguas arriba se empezaron a formar algunas nubes que pocos instantes se convirtieron en negros nubarrones que cubrieron el cielo, y una copiosa lluvia fría empezó a caer.
Las agotadas mujeres comenzaron a llorar de alegría extendiendo sus brazos y mirando hacia el cielo gris mientras sus rostros y sus cuerpos se empapaban con el vital elemento. Una parte de la cosecha se salvó junto con un gran número de animales. La lluvia fue abundante y duró cuatro días, después de los cuales un intenso verde cubrió los campos en señal que la vida continuaba.
Los trabajos en los grandes monumentos se reanudaron; pero todo cambió cuando se corrió la voz que se avecinaba una gran batalla; pueblos nómadas del desierto, los beduinos, preparaban sus fuerzas para asestar un duro golpe al pueblo del faraón Keops. El sistema de defensa del faraón era organizar a los jóvenes para llevarlos a luchar o fabricar armas; a Esteban y Juan les tocó ir a trabajar a los talleres junto al hermano de Mut y Maat, porque este tenía mucha experiencia en la construcción de arcos y flechas; esto le permitió a los dos amigos no tener que ir a pelear con el riesgo que ello implicaba, no obstante, si los agresores ganaban, el destino para todo el pueblo egipcio sería incierto, porque estos pueblos eran conocidos por su salvajismo.
Cuando se desató la guerra, todas las familias del pueblo de Mut y Maat, estaban abocadas a preparar cestas de comida y agua para los guerreros, estas vituallas se transportaban a lomo de camello; pero las noticias que llegaban del frente de batalla no eran alentadoras, muchos hombres del pueblo no regresaron, pero al menos, su sacrificio, no fue en vano porque después de diez intensos y cruentos días, los guerreros egipcios lograron que los agresores se dispersaran en las inmensidad del desierto. Cuando todo terminó, el faraón ordenó que se festejará el triunfo durante varios días en todos los pueblos de su dominio.
A pesar que la normalidad se había conseguido nuevamente, un nueva situación comenzó a madurar en la mente de muchos hombres; por los retrasos durante la sequía y después la guerra; la gran pirámide del faraón Keops, para su gusto, estaba muy retrasada; por lo que estableció redoblar el esfuerzo, con jornadas de trabajo más extensas y despiadadas; esto provocó un gran número de accidentes producto de la fatiga y el enorme calor. Hasta que un grave accidente se llevó la vida de cinco jóvenes al caer un andamio. Esto provocó malestar y una revuelta enorme, la cual fue sofocada por los soldados del faraón a fuerza de latigazos. A partir de esas jornadas, fue creciendo un malestar en gran parte del pueblo.
—Esto se está convirtiendo en una tortura —le dijo Esteban a Juan cuando comenzaba a darle forma a una enorme piedra— estamos trabajando desde que despunta el sol hasta que cae.
—Muchos están muy enojados por el trato, algunos me dijeron que no soportan más — dijo Esteban mientras afilaba su cincel— pero no tienen a dónde ir, este es su lugar y el de sus familias; solo pretenden que las condiciones de trabajo cambien.
—De acuerdo a lo que he leído —dijo Esteban, mientras descansaba un instante para tomar agua— el faraón Keops tenía un carácter muy irascible y podía llegar a extremos de mandar a matar a todo aquel que no hiciera lo que él ordenaba.
—Me temo que esto no terminará en nada bueno —dijo Juan en voz baja, mirando a un soldado que lo estaba vigilando por hablar con su amigo; que en estos últimos días estaba prohibido hacerlo— a propósito, siempre llevas el reloj contigo.
—Así es amigo, pero por ahora mejor continuemos trabajando para evitar represalias —le dijo Esteban a su amigo, continuando con la infinita secuencia de golpes de martillo para dar forma a la interminable cantidad de bloques de piedra que tenía por delante.
Esa misma noche cuando los dos amigos regresaban exhaustos de trabajar, sucedió un hecho muy desagradable. En la casa de las hermanas Mut y Maat, había un grupo de tres soldados sentados en la mesa familiar haciéndose atender por la chicas, ejerciendo su autoridad, porque tenían la potestad de matar a quien quisieran; habían tomado de más y estaban muy groseros y cargosos, sin la intención de irse.
Cuando vieron a Esteban y Juan, de muy mal modo les ordenaron que se fueran. Los dos amigos para evitar una situación más peligrosa hicieron caso pero se quedaron vigilando para cuidar a sus amigas. En un momento, uno de los hombres, el que estaba más borracho, se quiso propasar con Maat, y esto provocó la reacción del padre de las hermanas; fue entonces que otro hombre le propinó un golpe tal, al anciano, que lo dejó desmayado en el piso con su cabeza sangrando. El hermano de las hermanas se abalanzó sobre el agresor, y le clavó un cuchillo en el muslo, provocando que este diera un grito desgarrador, cuando los otros soldados quisieron reaccionar, no pudieron porque Esteban y Juan los sostuvieron de sus brazos; el hermano de las chicas de un salto se subió a la mesa y con su hacha de piedra le propinó a los dos sinvergüenzas un rotundo golpe en sus cabezas dejándolos tendidos en el suelo.
Cuando el padre de Mut y Maat, despertó al ver lo ocurrido le dijo a sus hijos:
—Tienen que huir ahora mismo con Esteban y Juan, porque cuando esto llegue a oídos del faraón vendrán a matarlos.
—¿Y mamá, y tú? —preguntó angustiada y llorando Mut.
—No se preocupen hijos, a nosotros no nos harán nada, estamos viejos, los querrán atrapar a ustedes; no pueden dejar pasar algo así; tienen que dar un ejemplo a los demás hombres del pueblo porque nadie puede enfrentarlos sin recibir un castigo ejemplar. Preparemos los camellos y lleven toda la comida y el agua que puedan; tendrán que vivir en el desierto como nómades, pero eso es preferible a morir.
El padre y la madre despidieron a sus hijos acongojados; porque también sabían que enfrentar el desierto era algo muy peligroso.
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