martes, agosto 27, 2024

MARTE (novena entrega)

          Manejar el vasto mundo de la política y los negocios era la pasión de Marcos hijo. Se sentía poderoso, casi una divinidad. Mediante una intrincada red virtual, vigilada y controlada por su ejército de robots con inteligencia artificial, podía hacer casi cualquier cosa: desde modificar la voluntad de jueces y dirigentes políticos, lograr la promulgación de leyes a su medida y conveniencia, inventar epidemias, hasta divulgar en los medios periodísticos la inminente destrucción de una ciudad por un terremoto.

La vida a finales del siglo XXI era más simple en algunos aspectos, como la comunicación. Todas las fábricas eran robóticas, lo que trajo como consecuencia un altísimo grado de desempleo y desigualdad, hasta que, lentamente, la civilización se fue adaptando. Ni siquiera las empresas de servicios utilizaban mucho personal; todo era autoservicio. Por ejemplo, las habitaciones de los hoteles se limpiaban de forma automatizada. Para trabajar, ya no era necesario viajar demasiado. Los principales trabajos consistían en el control de procesos industriales, comerciales y de logística. Los acaudalados empresarios dirigían sus empresas desde sus propias casas, ubicadas en lugares de majestuosa belleza. Pero la otra cara de la moneda era un mundo conflictivo en el que vastos sectores de la población deambulaban buscando vivienda y trabajo.





La automatización, sumada a la inteligencia artificial, le permitió a Marcos hijo dominar sus negocios y empresas desde su escritorio. Cuando se asoció con Elon, supo desde el primer momento que jamás le daría la llave de todos los sistemas. La red de control que le garantizaba a Marcos el dominio absoluto estaba construida en seis centros ultrasecretos ubicados en siete lugares: Asia, África, América del Norte, América del Sur, la Antártida, Europa y Oceanía. Estos centros, construidos bajo tierra, poseían un pequeño reactor nuclear que aseguraba su energía. En su interior no había un solo ser humano; allí solo se escuchaba el sonido del aire acondicionado que mantenía todos los sistemas a una temperatura constante de 10 grados centígrados.

La otra actividad que apasionaba a Marcos, como a un niño jugando con sus juguetes, era el despliegue de su poder en Marte. Poderosos cohetes despegaban desde la Tierra cada cinco días, transportando personal y equipos de todo tipo. Bajo una enorme cúpula transparente, se podían ver, sobre la superficie del planeta rojo, una decena de edificios extravagantes y otras instalaciones. Enormes grúas con poderosos brazos elevaban materiales y descargaban contenedores de los cohetes, que se apilaban en una zona de carga. Todo el caudal de dinero para las construcciones en Marte provenía de múltiples empresas que Marcos hijo hacía crecer o quebrar a su antojo. Precisamente, los resultados que le enviaba a Elon eran de esas empresas que Marcos dejaba caer para enfurecer a su socio. Lo ilegal teñía todos los movimientos financieros de Marcos.




A lo único que temía Marcos hijo era a un organismo llamado “Comercio Global”, formado por la fusión de tres antiguas entidades: el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y BlackRock y Vanguard. Esta organización mantuvo durante décadas un prestigio indiscutible por su transparencia. Era tan poderosa que podía encarcelar a Marcos hijo y rematar todas sus empresas si comprobaba que estaba cometiendo alguna ilegalidad.

—Tengo la noticia más importante de esta década —le decía Nico W a su jefe, quien estaba acorralado por la caída de audiencia del noticiero.

—Espero que sea algo importante —respondió su jefe con voz de ultratumba—. Los dueños solo nos mantendrán al aire hasta fin de mes. O sobrevivimos, o nos despiden.

Cuando Nico W le transmitió todo el asunto del falso meteoro y las consecuencias de la caída de las acciones y su compra por una empresa fantasma, su jefe se quedó en silencio por unos instantes y después le dijo:

—¿Tienes las pruebas?

—Tengo todas las pruebas y un testigo que desea dar su nombre.

—¡La anunciaremos esta misma noche, confío en ti! —respondió su jefe.

Cuando faltaban solo cinco minutos para el comienzo del noticiero, llegó una llamada a la redacción. Cuando el jefe de Nico W atendió, era el principal dueño del medio, quien le dijo tajantemente:

—La noticia del meteoro y las acciones no sale hoy. Quiero más pruebas. Los espero a ti y a tu reportero en mi casa mañana a primera hora.

A la mañana siguiente, Nico W y su jefe estaban en la entrada del country del dueño principal del medio.

—El señor está en la piscina —les dijo un encargado abriendo la puerta de una mansión de estilo minimalista.

Después de recorrer una larguísima galería que bordeaba un jardín con plantas exóticas, vieron a alguien nadando en la piscina. Cuando se acercó a la orilla, les dijo:

—Pónganse cómodos bajo la sombrilla y sírvanse lo que quieran. Solo me faltan cinco largos para concluir mi rutina.




En la mesa había un banquete: jugos de fruta, melón, fresas, uvas, quesos y unos bocaditos agridulces sobre masa de hojaldre que extasiaron a Nico W al probarlos. Un hombre delgado, de pelo blanco y muy bronceado, salió del agua, se puso una bata negra y se sentó frente a ellos, sirviéndose una taza de café.

—Señores, iré al grano —dijo aquel hombre desconocido para Nico W—. Esa noticia no podemos divulgarla, ni hoy, ni mañana, ni nunca. Tampoco puedo decirles el porqué; es mejor que ustedes no sepan nada. Consideren el caso cerrado, no revuelvan más el asunto, y tampoco se preocupen por la baja audiencia. Su noticiero continuará hasta fin de año.

Cuando el señor terminó de decir esto, sonó su celular:

—Está todo solucionado… Estoy aquí con ellos… Han comprendido perfectamente… Nadie dirá una sola palabra… Caso concluido.

De regreso, Nico W y su jefe no tocaron el tema, hasta que el jefe dijo:

—Estas cosas me resultan muy desagradables. Siento que no estoy cumpliendo con mi rol de periodista. Me siento un cobarde —le confesó a Nico W.

—No se preocupe, jefe —usted tiene la responsabilidad de conducir un noticiero y también debe cumplir órdenes —trató Nico de consolarlo, sabiendo que él cumpliría su rol de periodista y, de algún modo, daría a conocer la noticia de esa enorme mentira que tantos trastornos y calamidades había causado al mundo entero.

En el mundo existían dos canales de información: uno formal y otro informal. Este último lo consolidaba una red de jóvenes marginales que deambulaban por las afueras de las grandes ciudades. Constituían tribus con características curiosas. Una de ellas, la más numerosa, se distinguía porque solo salía de sus escondrijos de noche. Se autodenominaban “roedores”. Vivían en edificios y fábricas en ruinas, bajo puentes en desuso o en viejas iglesias abandonadas. No existía ciudad en el mundo donde no estuvieran. Si bien su aspecto era lo suficientemente desprolijo y rústico como para que nadie se les acercara, eran muy pulcros en su aseo personal y disfrutaban de esa condición. Los caracterizaba algo esencial: en quince minutos podían viralizar cualquier noticia que les pareciera importante, y esta se desplegaba por todo el planeta mediante un sistema muy práctico. Ocupaban con grafitis todo lo que tenían a mano: muros, postes, puentes y carteles publicitarios. Eran especialistas en inundar una ciudad con esa noticia.



Nico W conocía a un integrante de esta tribu llamado Gabriel, que vivía en un depósito abandonado a las afueras de Rosario. A pesar de que su jefe le recomendó que se olvidara de todo el asunto del falso meteoro y la posterior corrida de las bolsas del mundo, Nico W no pudo con su genio.

—Hola, Gabriel… Tengo una noticia para ustedes que les puede interesar.

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