Esa mañana el día se presentó magnífico, el sol calentaba los campos verdes y ondulados y las montañas se veían imponentes. Las dos hijas del señor Xe, Fen y An, montadas en dos bellísimos caballos, fueron a buscar muy temprano a Esteban y Juan con dos potros para ellos.
Los cuatro salieron a recorrer la comarca; lo primero que les impactó a Esteban y Jusn, fue el esmero y cuidado con el que los campesinos trabajaban la tierra y cuidaban sus cultivos; todo el lugar se aprovechaba con esmero; se podía sentir el amor que esos campesinos le tenían a su tierra. Trabajar la tierra era fundamental para la subsistencia de las familias.
Tanto Fen como An, tenían la sorprendente capacidad de comunicarse con su mente y sus señas. Resultaron ser dos simpáticas y magníficas anfitrionas, eran muy inteligentes, y sus comentarios eran muy didácticos para los jóvenes forasteros.
Después de recorrer varios kilómetros de campos agrícolas, también visitaron lugares en donde se criaban ovejas.
Después de cruzar un río caudaloso, atravesaron un campo de ripio y llegaron a un lugar en donde se construía un nuevo pueblo, varios obreros con mucho esmero y conocimiento de su profesión; levantaban muros de ladrillos mientras otros hombres que eran carpinteros, preparaban grandes vigas de madera y tallados exquisitos. El trabajo era febril con la pasión de aquellos que aman su profesión.
Al mediodía Fen y An les dijeron que comerían algo que ellas trajeron; a la sombra de un frondoso árbol extendieron una manta en el piso, y la hermanas sirvieron algo para comer y tomar. La charla fue muy agradable, las chicas le explicaron con lujo de detalles cómo era la vida cotidiana de su pueblo, sus fiestas, sus costumbres. La fiesta que más disfrutaban era la fiesta de la primavera, porque todas las familias realizaban comidas en el campo y todo renacía y estallaba en miles de colores y fragancias, hasta los pájaros y las abejas estaban felices.
Por el camino que descendía de las montañas, vieron llegar un hombre montado en su imponente corcel, el cual tenía un aspecto muy gallardo e imponente; era el jefe de los guerreros que vigilaban la construcción de la gran muralla; cuando pasó frente a los jóvenes se detuvo para saludar a las dos hermanas y enviarle un saludo a su padre.
Las chicas le presentaron a sus visitantes diciendo que venían de muy lejos. El soldado después de saludarlos respetuosamente les dijo que fueran a visitar la construcción, la cual no estaba lejos de allí.
Las hermanas le explicaron a Esteban y Juan, en qué consistía la gran muralla y con qué fin la realizaban; no se imaginaban que sus visitas sabían mucho más sobre la gran muralla que ellas.
“Antes de ir a la muralla, nos queda de paso la casa de una de nuestras mejores amigas, —dijo Fen sin hablar con solo mirar a los ojos de los forasteros— “el padre es un señor que trabaja de algo que todos aquí respetamos”
—Que trabajo es ese —preguntó Juan con curiosidad.
—Trabaja pensando —dijo con naturalidad An.
—¿pensando? —dijo asombrado Esteban.
“Si, pensando, el señor piensa y medita que debemos hacer para que todo nuestro pueblo viva cada día mejor, y nuestra descendencia mejor aún que nosotros”. —dijo Fen— “el padre de nuestra amiga que es muy respetado en la comarca, nos ha dicho que en el futuro, las mujeres serán iguales a los hombres; esta creencia le trajo muchos problemas, porque todos sabemos que el hombre es superior a la mujer, es el proveedor, y nosotras debemos de respetar su autoridad; pero más allá de eso el señor es un ejemplo; con sus propias manos construyó su casa la cual nos explicó que la realizó pensando en la elegancia que no es lo mismo que la opulencia. Cuando la vean se darán cuenta.
Después de recorrer un sendero entre plantaciones y pequeños bosques, pasaron frente a un pastor que cuidaba sus ovejas.
“Allí está” —dijo Fen señalando una pequeña cabaña, rodeada de arbustos.
Cuando se acercaban a la casa, su ingreso era por un camino de piedras, flanqueado por plantas y flores que guardaban un orden muy singular, parecía que tuviera una melodía invisible. Del interior de la casa salió una chica corriendo y abrazó con alegría a Fen y An. Después de realizar una reverencia a Esteban y Juan, dijo en su idioma:
—¡Adelante!, ¡adelante!, sean bienvenidos.
Al entrar a esa casa ambos amigos comprendieron a qué se refería Fen, con eso de la elegancia: todo lo que allí había estaba colocado en un orden espacial muy estudiado, nada quedaba librado al azar, todos los muebles y alfombras tenían su espacio; tampoco había cosas sueltas por cualquier lugar; todo estaba en perfecto orden y equilibrio, pero no era una casa lujosa, todos los muebles eran de madera muy rústicos, con algunos tallados muy simples.
Un señor apareció con una niña en sus brazos junto a una mujer, eran los padres de la amiga de Fen y An. Después de las presentaciones, el dueño de casa los hizo pasar a una galería trasera desde la que se apreciaba un jardín en el cual parecía que la naturaleza se hubiera concentrado allí para realizar un obra de arte; todo brindaba una sensación de paz enorme, incluidos un pequeñísimo pájaros amarillos que disfrutaban bañándose en una fuente.
En esa galería la familia anfitriona sirvió el té y después el dueño de casa utilizó a Fen y An como traductoras y les preguntó a los forasteros:
—¿Les gusta la comarca?
—Lo que hemos visto hasta ahora, incluyendo su hermosa casa, nos ha parecido todo muy sorprendente —dijo Esteban.
—¿Han visto ya la construcción de la muralla?
—Aún no, pero iremos a verla.
—Es nuestro proyecto más ambicioso, —dijo el padre— lo estamos realizando para el hombre del futuro, cuando esté terminada tendrá aproximadamente más de 40.000 Li. Pero cuando los que nos siguen la terminen, sus familias podrán vivir en paz sin el peligro del ataque de los nómades del norte, los Xiongnu.
La charla continuó muy amena y el señor se dio cuenta que los amigos forasteros sabían muchas cosas que a él le interesaba, por ese motivo los invitó para que regresaran, lo antes posible, para hablar más sobre el trabajo que él realizaba.
Después de despedirse de esa hermosa familia, la cual se quedó en la puerta de su casa saludando a los cuatro invitados; continuaron su viaje rumbo a la muralla.
—Llegaremos de noche a la construcción —dijo Fen.
—Entonces no veremos cómo es el trabajo que allí se realiza —dijo Esteban.
—Podremos verlo, porque se trabaja de día y de noche —respondió An.
Cuando el sol terminó de caer, comenzaron a subir por un estrecho sendero realizado por una ladera; cuando llegaron a una superficie plana, desmontaron; desde allí se podía ver toda la construcción.
Era algo inimaginable, como mínimo se observaban a cien hombres que transportaban en pesados carros, ladrillos, piedras y tierra, pasando entre enormes fogatas que iluminaban toda el área en donde la actividad era febril, como si se tuviera que terminar mañana. En las cercanías, los hornos de ladrillos con sus columnas de humo, le brindaban a la obra la sensación de ser un coloso insuperable.
Esteban y Juan quedaron absortos ante semejante esfuerzo humano. Si bien conocían la historia y el motivo de la construcción de la gran muralla China, verla en plena construcción, les resultó algo muy superior a lo pensado.
Al regreso, recorrieron una tramo de la muralla terminada. Verla recién concluida fue para Esteban y Juan, un privilegio que no hubieran imaginado en toda su vida, privilegio que les brindó ese misterioso reloj que alguien, por algún motivo, lo arrojó al océano.
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