El inglés ubicó el bote en el lugar convenido que corroboró con los francotiradores Anibal y Fernando si lo tenían en la mira, también habló por el intercomunicador con el comisario y por último dijo:
—A partir de ahora voy a hacer silencio.
Oliver Smith, fue uno de los primeros científicos que comenzó a investigar con el ADN de animales extintos, y a él se sumaron otros colegas, también socios con mucho dinero habidos de ganar mucho más.
Pero una noche, reunido con un religioso amigo, éste le planteó su desacuerdo en la manipulación genética por ser en su interpretación un acto fuera de la doctrina de la iglesia.
—Lo que tú haces es abrir las puertas del infierno. —le decía su amigo.
—Creo que exageras estimado amigo, si Dios nos dio una mente, es para utilizarla, yo soy científico y deseo hacer el bien —le decía en esa reunión a su amigo cura.
—Yo creo como creyente, que Jesús no hubiera estado de acuerdo en manipular la vida, la naturaleza, porque el único que puede hacerlo es Dios; nosotros no somos el creador.
—Pero ubiquemos esta conversación en otro plano, si yo puedo con mi ciencia calmar el dolor del prójimo y además sanarlo, ¿crees que Jesús no lo hubiera permitido?.
—Eso es otra cosa —refutó el religioso— volver a la vida a un ser que Dios quiso que se extinguiera, por algún motivo así lo dispuso. Nosotros desde nuestra imperfección de humanos, no debemos contradecirlo, porque no sabemos qué consecuencias deparará algo así.
Esta última reflexión de su amigo, le quedó dando vueltas en su mente varios años después. Un día trabajando en el laboratorio decidieron con sus socios modificar genéticamente el embrión de un perro, y las consecuencias fueron lamentables, ese experimento fracasó pero también lo alarmó porque en secreto tuvieron que matar al animal cuando era adulto porque era incontrolablemente agresivo. A pesar de tener un aspecto inofensivo en una distracción mordió fuertemente la mano a uno de sus colaboradores que no la perdió de milagro.
A partir de ese día el inglés entendió que estaba equivocado y quiso detener el proyecto, pero el resto de los socios no se lo permitieron. A pesar de retirarse de la sociedad se sentía responsable por haber iniciado estos experimentos tan riesgosos e impredecibles.
Ahora, allí solo sobre un bote en medio de una bruma fría, pretendía subsanar su error.
En un momento la bruma se puso más espesa y el comisario, Anibal y Fernando, perdieron de vista al Inglés.
—Smith, ¿me escucha?. —preguntó el comisario.
—Si lo escucho —respondió el inglés.
—No lo podemos ver, la bruma es demasiado espesa. —le dijo el comisario preocupado— mejor será abortar esta idea, regrese de inmediato Smith.
Cuando el comisario terminó de decir esto por el intercomunicador se escuchó lo que no debía haber ocurrido. Primero un fuerte golpe, después unos rugidos y el desesperado grito del inglés.
—¡Me están atacando!, ¡disparen por favor!.
Pero ni el comisario ni los dos francotiradores podían ver un blanco seguro para disparar; solo tiraron al aire con la esperanza que las fieras se asustaran.
La lancha del comisario arrancó con fuerza y en unos instantes estaba junto al bote del inglés, pero en la cubierta ya no había nadie; el bote vacío daba cuenta de lo ocurrido.
Todos los que participaron de esta cacería que había fracasado, sumando la muerte de un hombre valiente, regresaron al muelle. En sus oídos retumbaban los gritos desesperados del inglés, sintiendo la impotencia de no haber podido hacer nada. El comisario se sentía responsable por llevar adelante este plan tan peligroso. Ahora tenía por delante proteger a los vecinos de Almanza pero no sabía que hacer, estos peligrosos animales lo superaron.
Los días que siguieron fueron muy difíciles, se suspendieron las clases y ningún pescador salía a trabajar, las compras se hacían con aquellos que tenían vehículo y repartían la mercadería entres los vecinos. Las calles del pueblo estaban desiertas de día y de noche. Almanza estaba paralizado y todos los vecinos se sentían desprotegidos e indefensos. A la incertidumbre de cómo seguir, se sumaba por las noches esos malditos lobos con sus aullidos que les recordaban a todos que allí estaban en algún lugar acechando.
El comisario decidió pedir ayuda y le envió un correo a la Dirección General de Biodiversidad y Conservación de la provincia.
Les escribió detalladamente todo lo que estaba ocurriendo en Almanza y el frustrado y dramático intento de matar a los lobos.
La respuesta de la Dirección llegó de inmediato exponiendo su sorpresa por no conocer la existencia de estos especímenes y tampoco saber que existía en el país una empresa que realizaba estos experimentos.
No obstante se comprometieron a ir de inmediato.
Después de dos días llegaron a Almanza tres camionetas con trailers portando unas jaulas y equipos de todo tipo. El que estaba a cargo era un hombre llamado Joaquin y seis jóvenes más, dos mujeres y cuatro hombres.
Después de entrevistarse con el comisario, le pidieron un lugar para poder armar su centro de operaciones y un hotel donde hospedarse.
Cuando los vecinos vieron todo aquel movimiento de equipos y personas salieron de sus casas a ver de qué se trataba todo aquello. El comisario organizó una reunión improvisada para avisar que desde ahora el personal de la Dirección de Biodiversidad estaría a cargo de capturar a los lobos pero, no existía ninguna aproximación de cuánto tiempo les llevaría este trabajo.
El personal de Biodiversidad armó su lugar de trabajo en la comisaría. Allí bajaron cuatro drones, cámaras, computadoras, grandes bolsos de lona y varias valijas de aluminio de las que sacaron unos indescifrables aparatos junto a pequeñas cajas con apariencia de medicamentos.
—No veo las armas que utilizarán —le preguntó el comisario al jefe del operativo.
—No las necesitamos. —les respondió el hombre— los atraparemos vivos.
El comisario ante esta respuesta quedó sorprendido y no pudo evitar decir:
—Pero Joaquin yo le he dicho en mi informe que estos animales son asesinos, considero que es necesario matarlos.
—En nuestra opinión comisario, —dijo el jefe con convicción— no existen animales por muy peligrosos que sean, asesinos. Son especies con determinadas características cuyos genes transmiten de generación en generación las mejoras o cambios de comportamiento para subsistir en su hábitat. El error aquí lo ocasionó el hombre con su ciencia, al revivir a estas especies fuera de su hábitat de hace diez mil años, en donde nada es igual a aquél momento.
El comisario entendió perfectamente esto, pero definitivamente no entendía de qué modo estas personas con esos sofisticados equipos, que parecían inofensivos, podían controlar a estas peligrosas y astutas fieras.
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