martes, abril 08, 2025

MISTERIO EN EL FIN DEL MUNDO (primer entrega)



               Muchos pueden suponer que el fin del mundo es solo una frase metafórica; pero yo les aseguro que existe un lugar en Argentina que definitivamente es el fin del mundo. Se llama Puerto Almanza; este pequeño pueblo con algo más de cien habitantes se encuentra en la desembocadura del río del mismo nombre junto al canal de Beagle. Su principal actividad es la pesca de centolla y otros moluscos.

El clima es muy duro para la vida, la humedad, el intenso frío y el viento, que no descansa jamás, contribuye a que sus pobladores lleven una vida muy distinta a otros lugares.




Después que Anibal y Fernando terminaron de descargar el carretón de leña, decidieron ir a cenar algo al bar de Lorenzo; cuando ingresaron, el olor a leña del hogar encendido, el revestimiento de madera que cubría las paredes y los pisos, y las mesas con manteles a cuadro rojos y blancos, siempre con el florerito en el centro de cada mesa, luciendo esas flores silvestres que con cariño juntaba la dueña de la casa, le daba al lugar un aspecto hogareño. 

—Que desean los señores —dijo aquel hombre bajito con su delantal color blanco impecable y la gorra de lana negra que utilizan la mayoría de los pescadores del lugar—. Les recomiendo el guiso de centolla con papas y batatas, con un buen vino tinto o cerveza.

—Además del guiso, ¿hay otro plato para elegir? —preguntó Fernando. 

—No  —dijo el dueño del único bar de todo el pueblo con una sonrisa.

—Entonces elegimos el guiso  —dijo Anibal, agregando— me pregunto si alguna vez podremos comer algo distinto en este boliche de mala muerte.

—Los señores son muy delicados, evidentemente tienen un paladar exquisito  —les respondió aquel hombre con una mueca graciosa, sabiendo que los dos muchachos comían siempre allí, el tradicional guiso de centolla de la señora de Lorenzo.

¡Laura!  —gritó el dueño del bar— aquí los señores se están quejando del servicio de la casa.

De la cocina del lugar, salió una mujer con su pelo atado con un pañuelo y de delantal multicolor, y dirigiéndose a la mesa de los dos jóvenes les dio un beso en la mejilla a cada uno y les dijo:

—Diganme que quieren comer la próxima vez, que yo se los preparo.

—¿Cómo puede ser posible Laura?,  —le preguntó Aníbal— que te hayas casado con este hombre, habiendo tantos buenos partidos en este mundo.

—Son esos errores que se cometen cuando una es joven  —dijo Laura, abrazando a su esposo, el cual, riendo, despeinó con sus dos manos a ambos jóvenes. 

Después de cenar, los dos muchachos y Lorenzo se quedaron charlando de los temas de siempre: el estado de la ruta, el costo de la leña y el gas, y la endeble línea eléctrica que llegaba al pueblo, la cual los dejaba sin energía constantemente. Pero esa vez surgió un tema nuevo sobre algo que jamás había ocurrido. 

Durante la sobremesa, Aníbal cargando su pipa trajo a la mesa lo que le había ocurrido. 

—Ayer a la tarde, cuando estaba cargando leña, ya estaba anocheciendo, y me pasó algo muy extraño. Cuando no hay nadie trabajando en el aserradero es muy silencioso, pero en un momento, escuché como si alguien hubiera arrojado con fuerza una madera contra las chapas, pensé que era Don Jaime que todavía andaba por ahí, pero cuando fui a ver para saludarlo no había nadie. Al regresar a la camioneta, sentí el mismo ruido otra vez, pero más fuerte, al ir de nuevo, no había nada.

—Quizás era una pila de tablas mal acomodadas, suele pasar que se doblan al secarse y sede alguna  —le respondió su amigo sin darle mucha importancia a lo ocurrido.

—No, todo estaba ordenado como siempre. También pensé que podría haber sido un animal que se llevó por delante una pila de maderas y estas calleron sobre las chapas, pero tendría que ser enorme, y yo jamás he visto un animal grande en esta zona. 

—Bueno, hablando de hechos raros  —dijo Fernando encendido un cigarrillo— el dia que fui a pescar con Mario, cuando tu no podías venir, ya habíamos juntado la red y antes de poner en marcha el motor, sentimos un golpe muy fuerte en el casco del barco que lo sacudió lo suficiente para pensar que habíamos encallado, pero no podía ser una piedra porque estábamos muy lejos de la costa, nos quedamos en silencio y no ocurrió nada más. 

Cuando Aníbal y Fernando estaban hablando de estos temas Lorenzo se acercó a ellos con una bandeja con tres tazas de café caliente y tres copas con coñac, después de dejarla sobre la mesa agregó una astilla al hogar, el cual brindaba con su fuego un ambiente acorde a una charla entre amigos, después se sentó en la mesa frente a ellos.

—Dicen que este invierno será terrible  —les dijo Lorenzo—, sumado a que aumentará el precio de la luz y el gas.

La charla entre los tres amigos se prolongó en esos temas que siempre importan a los habitantes de un lugar, hasta que Anibal y Fernando le contaron esos hechos extraños.

—Es curioso —me pasó algo también muy raro, serían las dos de la mañana cuando escuchamos con mi señora sobre el techo de nuestro dormitorio un fuerte ruido que nos despertó; yo salí de inmediato con mi escopeta al patio desde donde se puede observar todo el faldón del techo del dormitorio, pero no había nada  —les contó Lorenzo tomando un sorbo de coñac—, lo extraño fue que mi perro sultán que ante cualquier ruido extraño ladra con fuerza, esta vez se quedó acurrucado y en silencio como si tuviera miedo por algo.

Los tres amigos se quedaron en silencio un rato, y después Fernando dijo en voz baja mirando el fuego:

—No se si es una idea loca, pero desde que llegó el forastero inglés, empezaron a ocurrir cosas extrañas; aquí nunca pasó nada raro, pero al segundo día de su visita, se incendió la forrajeria y los bomberos no pudieron determinar las causas.

—Le comentó Nora a mi esposa que solo sale de su pieza por las tardes y regresa de noche muy tarde, siempre lleva una mochila  —agregó Lorenzo terminando de tomar su coñac de un trago— pagó su habitación por adelantado por un mes, se registró como Oliver Smith; Nora googlea a todos sus clientes de su hotel para saber a que se dedican, pero con ese nombre no encontró nada. 

Cuando la conversación de los tres hombres se prolongaba en conjeturas cada vez más insólitas, unos fuertes golpes se sintieron en la puerta, y en el mismo momento se cortó la luz dejando al salón en penumbras solo iluminado por las llamas del hogar. 

Lorenzo tuvo que encender un farol, cuando abrió la puerta y elevó el brazo para iluminar esa negra silueta, era un  hombre de casi dos metros de alto con campera de cuero, con gorro de explorador, y una cara enjuta inexpresiva con una barba de algunos días; era el inglés del que estaban hablando hacía un instante con sus amigos. Esto lo tomó tan de sorpresa a Lorenzo que no atinaba a decir palabra: pero aquel hombro con su voz ronca por efectos del tabaco y hablando en un muy mal castellano le dijo:

—Disculpe, ya se que es muy tarde, pero tal vez me podrían atender.

Recuperándose de su asombro, Lorenzo le respondió:

—Si, por supuesto señor, podemos atenderlo. 

El inglés se sentó en la mesa más alejada de la de los dos jóvenes, en donde el dueño de casa colocó un farol encendido, después, el forastero se quitó su mochila la cual al apoyarla sobre el piso de madera retumbó en todo el salón, evidentemente llevaba algo pesado, después de quitarse la campera y el gorro, sacó su pipa y una libreta de anotaciones; después de elegir la cena, pidió una botella de whisky.




Cuando Lorenzo se perdió con su farol en la cocina, Anibal y Fernando se quedaron en silencio sin saber que hacer o decir; cuando repentinamente aquel hombre misterioso se paró y se dirigió caminando hacia la mesa de los dos jóvenes quedándose parado frente a ellos.

Ambos pensaron que el corpulento inglés ahora sacaba un cuchillo u otra arma y los agredía sin mediar palabra, pero lejos de eso, dirigiéndose a Fernando le dijo:

—disculpe joven, no tendría fósforo, los míos se han humedecido.


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domingo, abril 06, 2025

MISTERIO EN EL FIN DEL MUNDO (segunda entrega)


          El salón de Lorenzo y su esposa cumplía las funciones de restaurante, sala de reuniones para cumpleaños, y el centro de organización de la fiesta anual de la cerveza artesanal; también como frecuente lugar de encuentro para los vecinos, en su mayoría pescadores, siendo uno de los juegos preferidos por ellos en las largas noches de invierno el ajedrez, acompañado por cerveza, coñac, vino o whisky. Cuando se reunían varias parejas para jugar, una densa humareda proveniente de sus pipas o cigarrillos inundaba todo el lugar.

Esa noche que por primera vez fue a cenar el inglés, no había nadie, excepto Anibal y Fernando que no encontraron nada mejor que hacer que jugar una partida, y de paso observar al forastero. El corpulento hombre cuando terminó de cenar, comenzó a escribir en su libreta muy concentrado mientras fumaba y tomaba whisky, sin lugar a duda era un gran bebedor, porque se tomó antes de irse media botella, la cual, después de pagar su consumición la introdujo en su mochila y se retiró.

—Este hombre me resulta misterioso  —dijo Fernando a su amigo, moviendo su alfil con preocupación. 




—A mi también me provoca la misma sensación, pero no se puede conjeturar nada sobre alguien que no conocemos  —dijo Anibal moviendo su torre con seguridad y cantando:  —¡jaque mate!.

Su amigo lo miró sorprendido y después exclamó:

—Suerte de principiante.

—El ajedrez no es un juego de azar es un juego ciencia y solo ganan los más inteligentes. —respondió Anibal con una sonrisa de satisfacción. 

Cuando estaban guardando las fichas, regresó la luz. 

—Mañana quiero salir temprano  —le dijo Aníbal a su socio y amigo.

—De acuerdo capitán, usted manda.


La mañana era muy fría, no obstante el viejo Umberto y su hijo Pedro, zarparon del muelle, el agua estaba con un fuerte oleaje que sacudía a su bote como si fuera de papel, pero estos dos rudos pescadores no le temían al salvaje canal, era su trabajo de ayer, de hoy y de siempre. 

Cuando llegaron al lugar preestablecido arrojaron el ancla y se abocaron a recoger sus trampas; la captura fue poca, como ocurría últimamente la centolla escaseaba, pero no quedaba otra cosa más que insistir, una y mil veces. Cuando terminaron, abrieron la sesta en donde la madre de Juan les había preparado, un termo con café caliente y unos pasteles.

El viento golpeaba sus rostros y se les hacía difícil escucharse.

—¡Para el lado de Chile dicen que hay muchas! —le gritó Juan a su Padre, viéndole la cara de disgusto. 

—¡Sí, pero estamos en Argentina, y aquí no se respetan las buenas prácticas. ¡En Chile serán más cuidadosos!. 

—¡Intentemos en ese lugar que me dijo Anibal, dicen que allí hay muchas y de buen tamaño! —lo entusiasmó su hijo.

—¡Corremos el riesgo de quedarnos sin combustible y en un día como hoy, es muy peligroso!  —le contestó Umberto a su hijo abriendo el cajón con cebo para cargar las dos jaulas que quedaban. 

Después de arrojarlas por la borda curiosamente el viento cesó; no era frecuente algo así, pero no imposible. Padre e hijo se quedaron en silencio escuchando como el suave oleaje golpeaba la cubierta de su bote, imprevistamente un banco de niebla los rodeó y de un momento a otro no veían ni sus caras.

—Solo esto nos faltaba  —dijo Umberto malhumorado. No le gustaba tener que regresar a ciegas. 

—Será mejor que esperemos para ver si la niebla se despeja  —le dijo Juan a su hijo. 

En ese mismo instante sintieron un pequeño golpe en el casco, pero pasado unos minutos, otro fuerte golpe, por poco da vuelta el bote.

—¿¡Qué es esto!? —dijo el padre de Juan. 

—Debe ser un Mero o tal vez un tiburón  —dijo el hijo de Umberto.

—Ha sido algo mucho más grande, —respondió Umberto, tratando de ver algo a través de esa niebla impenetrable. De pronto, muy cerca, algo golpeó la superficie con tal fuerza que el agua helada que levantó los alcanzó y los empapó por completo; esto alarmó a ambos hombres que sintiéndose indefensos ante algo desconocido; pensando que aquello podría hundir su embarcación, cada uno tomó un remo y sin ver, golpearon la superficie del agua con todas sus fuerzas; algo allí nuevamente golpeó el bote con tal fuerza que el hijo de Juan cayó al agua, de inmediato su padre que se pudo sostener a la cadena del ancla le extendió su remo para que su hijo se aferrara. 

—¡No te sueltes!  —le gritó su padre desesperado— cuando pudo sostener a su hijo del chaleco salvavidas lo ayudó a subir de nuevo a cubierta, pero esto no significaba que estuvieran a salvo. Al cabo de unos instantes, escucharon un nítido y espantoso rugido que se podría decir que era de una bestia salvaje, ambos hombres quedaron paralizados esperando un último ataque del que sabían que no podrían sobrevivir. 

A la mañana siguiente en el puerto la noticia se propagó de inmediato, Umberto y su hijo no habían regresado, nadie los había visto, la prefectura naval Argentina estaba pronta a zarpar con su lancha; las mujeres de ambos pescadores estaban desesperadas, un grupo de señoras trataban de consolarlas, quedaba siempre la esperanza que aún estuvieran vivos, tal vez solo habían tenido un problema con el motor, pero lo que más preocupaba a los pescadores veteranos era que en ningún momento pidieron auxilio por su radio VHF. 

Anibal y Fernando charlaban con los otros pescadores muy preocupados, en Almanza todos se conocían, era una gran familia, Umberto y su hijo eran muy queridos por ser atentos y serviciales, Pedro era muy amigo de ambos y un experto mecánico, en varias oportunidades los había sacado de apuros. En aquellas latitudes los conocimientos se comparten más que utilizarlos como fuente de ingresos.

Umberto era un hombre muy querido por ser maestro de novatos pescadores, y este acontecimiento preocupaba porque todos sabían que su principal enseñanza a los jóvenes no tenía nada que ver con cebos, trampas o centollas; era fundamentalmente la seguridad.

Desde la ventana de la habitación del hotel, el inglés observa todo el lamentable acontecimiento del puerto. 





CINCO AÑO ANTES


En la sala de reuniones de “Colossal Biosciences" en Estados Unidos, un joven con delantal blanco y corbata, les hablaba a un grupo de cincuenta científicos de todo el mundo. 

—Señoras, señores autoridades, en representación de este centro de investigación, me es grato decir que nos encontramos en el último tramo de esta investigación, en donde podemos anunciar que hemos vuelto a la vida a la especie Aenocyon dirus, el  lobo terrible, extinto hace más de diez mil años. Los primeros tres embriones gozan de buena salud.

Después de este anuncio estallaron los aplausos.

—Quedo a su entera disposición para realizar las preguntas que ustedes deseen hacerme.

—¿Los embriones a los que usted se refiere son todos machos?  —dijo una joven de anteojos ubicada en las últimas filas.

—No, por fortuna son dos machos y una hembra.

—¿Cuál será el hábitat para que se desarrollen?  —preguntó un hombre mayor.

—Nuestra institución posee una estancia en Argentina, más precisamente en la provincia de Santa Cruz, allí tenemos un importante complejo para poder seguir de cerca las evoluciones de estos animales.  —respondió el disertante.

—¿Que ocurriría si estos animales, por algún motivo fortuito escaparan, y se reprodujeran sin control, en un entorno menos agresivo del que tenían en su época?  —dijo un joven desde las últimas filas.

—Nuestras instalaciones poseen un sistema de seguridad infalible, algo así no podría ocurrir.  —remarcó el profesional desde el estrado. 

—Pero suponiendo que ocurriera un lamentable accidente; ¿tienen previsto el impacto que provocaría estos animales en la fauna autóctona y más aún, en los habitantes de esos lugares?,  —reiteró el mismo joven. 

—Definitivamente nuestras instalaciones son invulnerables, no existe ninguna posibilidad de algún error o accidente.

—¿Otra pregunta?.


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sábado, abril 05, 2025

MISTERIO EN EL FIN DEL MUNDO (tercer entrega)

 


          Después de una semana, la prefectura interrumpió la búsqueda de los dos pescadores sin siquiera encontrar restos flotando que dieran algún indicio de lo ocurrido. Se organizó una misa y después se arrojaron dos adornos florales al mar. Todos los pescadores organizaron una colecta para las viudas de los infortunados hombres. 

La esposa de Pedro trabajaba como maestra en la escuela, pero a pesar de su duelo solo faltó un día, porque sabía que la contención que brinda el colegio para el grupo de doce chicos que allí asisten era indispensable. 

La pequeña escuela era un galpón con paredes y piso de madera, techo a dos aguas de chapa y contaba con una salamandra que permanecía encendida todo el invierno. Cuando la nieve caía en puerto Almanza todo el pueblo se convertía en una pintoresca postal con sus pequeñas casas echando humo desde sus hogares y salamandras.

Todas las tareas en la escuela se repartían entre la maestra y los tres alumnos mayores; desde preparar el refrigerio para los más chicos, limpiar, mantener encendida la salamandra y lavar las tazas y platos. Habían transcurrido quince días de la fatal pérdida de Umberto y su hijo Pedro, cuando una mañana que la nieve caía copiosamente, Jorge, el más corpulento de los jóvenes, salió para traer más leña. La leñera se encontraba detrás de la cocina, la cual tenía una puerta por donde se entraba toda la mercadería; en Puerto Almanza no existía inseguridad, por lo cual nadie cerraba las puertas ni con llaves ni con trancas.

Después de salir Jorge dejó la puerta abierta porque regresaría con sus dos brazos ocupados cargando las astillas. Al regresar y cerrar la puerta, observó sobre el piso un charco de agua que antes no estaba. Después de descargar la leña que traía, desde la sala de trabajo entró a la cocina Gloria. 

—Pensé que te habías tropezado con algo  —le dijo la maestra a Jorge—, escuché un fuerte golpe. 

—No, recién entro, pero me llama la atención esta agua sobre el piso. 

Ambos se quedaron mirando lo ocurrido, pero no encontraron una explicación lógica, el techo de la escuela no tenía goteras y esa cantidad de agua parecía como si alguien hubiera volcado un balde entero. 

En ese preciso momento, algunos chicos de la sala comenzaron a gritar:

—¡señorita!, ¡señorita!.

Cuando Gloria entró a la sala, todos los chicos estaban mirando por una de las pequeñas ventanas que daban al patio.

—¿Qué ocurre chicos?  —preguntó preocupada Gloria. 

Varios chicos se apresuraron a contestar. 

—¡Vimos pasar corriendo a dos perros enormes!, ¡eran grandes como caballos!, ¡y muy peludos!, ¡se fueron para la costa!.

De inmediato la maestra llamó a la policía, porque todos los chicos estaban muy sobresaltados, no era frecuente algo así, porque la mayoría de ellos tenían mascotas, tampoco eran asustadizos; evidentemente lo que vieron no era normal.

—Comisario Funes, habla Gloria, los chicos han visto unos animales muy extraños y están asustados.

—Voy para allá  —respondió el comisario.

El comisario Funes era un hombre muy experimentado, toda su vida trabajó en la repartición y ahora estaba a dos años de jubilarse. Vivía con su familia en Puerto Almanza y no pensaba irse jamás de allí. En la comunidad no ocurrían hechos graves, en invierno solo surgían problemas en los caminos de acceso por la nieve o algún vecino que tenía un desperfecto técnico con su automóvil.

Cuando el comisario llegó a la escuela, todos los chicos se le abalanzaron gritando al mismo tiempo dando diversos comentarios inentendibles. Después de que la maestra los calmó les dijo que sacaran una hoja y dibujaran lo que habían visto. En ese preciso momento le sonó el celular al comisario, cuando atendió, era el vecino lindero a la escuela con una novedad muy desagradable; había encontrado en su campo tres terneros muertos, pero le pidió que tendría que ver lo ocurrido porque no era algo normal. Estando en el campo vecino el dueño lo llevó a ver aquello. Los tres terneros estaban descuartizados, pero parecía que los habían pasado por una enorme trituradora. 

El comisario regresó a la escuela de inmediato y Gloria le entregó los dibujos de los chicos, eran irrefutables, todos habían dibujado dos enormes perros, color gris, con grandes colmillos y ojos muy grandes.

—Debemos de dar una alerta de inmediato  —le dijo el comisario a la maestra— Cierren las puertas, que los chicos no salgan y avisemos a los padres que vengan a buscarlo; yo organizaré una reunión en el comedor de Lorenzo y Laura esta misma tarde, me temo que estamos amenazados por unas bestias muy peligrosas, que a decir verdad, no se de donde diablos salieron.   


UN AÑO ANTES, EN ALGÚN LUGAR EN EL SUR DE SANTA CRUZ


Los dos encargados de campo regresaron de poner carne en los lugares establecidos y verificar el comportamiento de los animales, después de estas tareas realizaban el informe correspondiente; pero esta vez tuvieron una sorpresa


Informe del día martes correspondiente al comportamiento de los tres especímenes Aenocyon dirus, (lobo terrible)


Hoy la hembra se comporta de forma extraña, se la nota agresiva, con los machos sucede algo parecido, no buscan los alimentos como siempre. Cuando nos vieron aproximarnos los tres especímenes se colocaron en una posición de ataque. También pudimos corroborar que la cerca tenía señales muy claras de deformación. En nuestra opinión, los tres animales están sufriendo estrés por el encierro. Solicitamos instrucciones.


Informe del dia miercoles:

Hemos comprobado que no comieron sus alimentos y se los nota más inquietos que ayer, la hembra se abalanzó rugiendo sobre la cerca al vernos y después ambos machos hicieron lo mismo. Solicitamos instrucciones.


Las instrucciones por algún motivo, nunca llegaron.


El guardia de la noche del día miércoles estaba distraído hablando por teléfono con su novia en la oficina de control, en la cual se encontraban los monitores que controlan las diez cámaras nocturnas de todo el predio de treinta hectáreas, cuando de pronto se disparó la sirena de la alarma;  al mirar los monitores, los tres animales ya no estaban. Salió al patio y subió a la camioneta. Arrancó y encendió los reflectores para poder controlar el robusto y alto cerco perimetral del predio; en el sector más alejado de las oficinas pudo observar que el mismo estaba abierto, cuando se bajó con el arma reglamentaria y su linterna. Al acercarse al alambrado de grueso calibre, estaba cortado como si se lo hubiera hecho con un poderoso alicate. En el momento que sacaba las fotos para informar lo ocurrido, sintió un tenue ruido a sus espaldas. Lo último que vio el desafortunado joven fue a una de esas bestias de más de cien kilos que saltaba sobre él.   




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viernes, abril 04, 2025

MISTERIO EN EL FIN DEL MUNDO (cuarta entrega)


         Después de ver los dibujos de los chicos del colegio y  cómo estaban los restos de los terneros en el campo vecino. Al comisario Funes no le quedaban dudas de que el pueblo de Almanza enfrentaba una amenaza enorme; evidentemente se trataba de animales depredadores que jamás habían visto en la zona. Desde su oficina convocó a una reunión urgente para todos los hombres desde el grupo de Whatsapp de los vecinos, para esa misma noche en el salón de Lorenzo y Laura, recomendando que las mujeres se quedaran con sus hijos chicos en sus casa con la puertas y ventanas cerradas. La novedad alarmó a todos, llenando la casilla de mensajes del comisario, preguntando qué pasaba.

Ocupado en calmar a los vecinos, alguien golpeó la puerta de la comisaría, era el inglés.

—Quisiera hablar con usted comisario, mi nombre es Oliver Smith, sé muy bien lo que está ocurriendo.

Después de hacerlo pasar a su oficina, el comisario escuchó atentamente lo que este hombre tenía para decirle.

—Yo trabajaba en una empresa estadounidense dedicada a investigaciones científicas con el ADN de animales extintos. Usted comisario, o mejor dicho esta comunidad, está amenazada por unos animales genéticamente modificados, que se lo puedo asegurar, son una máquina perfecta de matar. —el corpulento hombre con su cara inexpresiva, encendió su pipa y continuó hablando—  Al principio no estaba muy seguro que fueran ellos, pero ahora lo puedo asegurar; son tres lobos terribles. A diferencia de las especies actuales, estos animales son sanguinarios, astutos, y sumamente inteligentes.

El comisario preocupado le preguntó:

---¿Cómo sabe usted todo esto?.

—La historia ya no tiene importancia. Fue un experimento del cual yo fui muy crítico desde el primer momento, y renuncié. No me equivocaba, algo falló y ahora estos animales están sueltos y es muy probable que la hembra tenga crías, por lo cual, las consecuencias pueden ser catastróficas. La desaparición de los dos pescadores, es altamente probable que hayan sido ellos, son excelentes nadadores. 

—Acompáñeme a la reunión de esta noche, los vecinos deben saber a qué nos enfrentamos. —le dijo el comisario buscando en el cajón de su escritorio las cajas de cartuchos para su escopeta—  ¿Usted tiene armas?.

—Si  —respondió el inglés, tocando su mochila.


En el salón de reuniones estaban todos los hombres de Almanza y algunas mujeres que no tenían hijos que cuidar, todos hablaban conjeturando diversas opiniones, la maestra pego’ en una de las paredes, los dibujos de los chicos, y el vecino al que le mataron los novillos mostraba las fotos de los irreconocibles cuerpos. Cuando llegó el comisario junto al inglés, las conversaciones se apagaron y ubicados en el centro de los presentes el comisario empezó su breve discurso. 

—Señores, lamentablemente tengo que decirles que una grave amenaza nos acecha, unos animales sumamente peligrosos están en algún lugar muy próximo a nuestro pacifico pueblo. Quiero que presten atención al señor  Oliver Smith, que les dirá qué características tienen estos animales que los hacen muy peligrosos. 

Cuando el inglés explicó las características de los tres lobos terribles, todos los presentes se quedaron en silencio.

El primero que habló fue el dueño de la gasolinera:

—¿Que nos impide ir a buscarlos y matarlos?, al fin de cuentas son solo lobos. 

Nuevamente el inglés intervino:

—Lamentablemente señor, estos animales, en este preciso momento están pensando cómo y cuándo matarnos a nosotros. Tenga en cuenta que hace diez mil años se enfrentaban con mamuts varias veces más grandes y pesados que ellos, y se los comían. 

Fernando que se encontraba junto a su amigo preguntó:

—¿Qué debemos hacer entonces, no creo que debamos escondernos?.

—Por supuesto que no —dijo el comisario—, lo que tenemos que procurar es ser más inteligentes que ellos; aquí con el señor Smith, tenemos una idea que no es ni simple, ni sencilla; es bastante peligrosa; pero les aseguro que por mi experiencia con criminales no tenemos muchas otras opciones. 

Cuando se explicó el plan, muchos consideraron que era una locura hacer algo tan arriesgado, pero el Inglés se ofreció a ser el señuelo humano porque decía que él conocía las mañas de estos peligrosos animales. Y de alguna forma sentía cierta responsabilidad por haber formado parte de este descabellado proyecto.

El plan consistía en ocupar un bote y dejarlo anclado próximo a la costa, el inglés sería el que estaría en el bote, solo. Cuando las fieras lo quisieran atacar, desde un lugar estratégico desde la costa, los mejores tiradores con carabinas matarían a las fieras. Pero en Almanza solo había tres buenos tiradores, Anibal, Fernando y el comisario. El inglés a pesar de estar armado, y solo en el bote, no podría jamás contener a estos sanguinarios y astutos animales. 

Cuando la reunión estaba finalizada. Se cortó la luz, este imprevisto que en otras circunstancias no hubiera provocado preocupación, ahora con tres amenazas de cuatro patas escondidas en cualquier lugar, tal vez esperando una oportunidad para atacar; cambiaba la tranquilidad de todos los habitantes de Almanza por incertidumbre y temor. Se decidió que todos los vecinos con vehículo acompañen hasta sus casas a los que estuvieran a pie. 

Esa primera noche del pueblo amenazado fue muy larga, la penumbra aumentaba un clima de profunda desprotección, y a esto se sumó que el silencio fue interrumpido por el característico y nítido aullido de los lobos que todos escucharon como un presagio de que los tranquilos días de Almanza habían terminado.

A la mañana siguiente en la comisaría se reunieron Anibal, Fernando, el inglés y Funes, sobre una mesa desplegaron todas las armas, las controlaron y las cargaron, también además de las carabinas la cuales contaban con mira telescópica, todos llevarían armas de mano. La idea era que el bote con el señuelo humano, se retirara de la costa unos cincuenta metros. Pero el día despuntó con una bruma persistente que dificultaba la visión de los francotiradores. Como medida de seguridad, todos estarían comunicados con wokitokis, y el comisario estaría preparado con su lancha que era muy rápida y la conduciría Lorenzo; ante el requerimiento del inglés estarían junto a él en unos pocos segundos.

Anibal y Fernando se colocarían sobre el techo de un depósito que era el lugar más alto, para la perspectiva qué necesitaban.

Cuando todo estuvo preparado, el inglés se subió al bote llevando en su mochila algo de comer, cuatro revólveres y una botella de whisky. 

Después de poner en marcha el motor, el bote se fue alejando del muelle lentamente hasta ubicarse en la posición establecida.




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jueves, abril 03, 2025

MISTERIO EN EL FIN DEL MUNDO (quinta entrega)


          El inglés ubicó el bote en el lugar convenido que corroboró con los francotiradores Anibal y Fernando si lo tenían en la mira, también habló por el intercomunicador con el comisario y por último dijo:

—A partir de ahora voy a hacer silencio. 

Oliver Smith, fue uno de los primeros científicos que comenzó a investigar con el ADN de animales extintos, y a él se sumaron otros colegas, también socios con mucho dinero habidos de ganar mucho más. 

Pero una noche, reunido con un religioso amigo, éste le planteó su desacuerdo en la manipulación genética por ser en su interpretación un acto fuera de la doctrina de la iglesia.

—Lo que tú haces es abrir las puertas del infierno.  —le decía su amigo.

—Creo que exageras estimado amigo, si Dios nos dio una mente, es para utilizarla, yo soy científico y deseo hacer el bien  —le decía en esa reunión a su amigo cura.

—Yo creo como creyente, que Jesús no hubiera estado de acuerdo en manipular la vida, la naturaleza, porque el único que puede hacerlo es Dios; nosotros no somos el creador.

—Pero ubiquemos esta conversación en otro plano, si yo puedo con mi ciencia calmar el dolor del prójimo y además sanarlo, ¿crees que Jesús no lo hubiera permitido?.

—Eso es otra cosa  —refutó el religioso— volver a la vida a un ser que Dios quiso que se extinguiera, por algún motivo así lo dispuso. Nosotros desde nuestra imperfección de humanos, no debemos contradecirlo, porque no sabemos qué consecuencias deparará algo así. 

Esta última reflexión de su amigo, le quedó dando vueltas en su mente varios años después. Un día trabajando en el laboratorio decidieron con sus socios modificar genéticamente el embrión de un perro, y las consecuencias fueron lamentables, ese experimento fracasó pero también lo alarmó porque en secreto tuvieron que matar al animal cuando era adulto porque era incontrolablemente agresivo. A pesar de tener un aspecto inofensivo en una distracción mordió fuertemente la mano a uno de sus colaboradores que no la perdió de milagro.

A partir de ese día el inglés entendió que estaba equivocado y quiso detener el proyecto, pero el resto de los socios no se lo permitieron. A pesar de retirarse de la sociedad se sentía responsable por haber iniciado estos experimentos tan riesgosos e impredecibles.

Ahora, allí solo sobre un bote en medio de una bruma fría, pretendía subsanar su error.

En un momento la bruma se puso más espesa y el comisario, Anibal y Fernando, perdieron de vista al Inglés. 

—Smith, ¿me escucha?. —preguntó el comisario.

—Si lo escucho  —respondió el inglés. 

—No lo podemos ver, la bruma es demasiado espesa.  —le dijo el comisario preocupado— mejor será abortar esta idea, regrese de inmediato Smith.

Cuando el comisario terminó de decir esto por el intercomunicador se escuchó lo que no debía haber ocurrido. Primero un fuerte golpe, después unos rugidos y el desesperado grito del inglés.

—¡Me están atacando!, ¡disparen por favor!.




Pero ni el comisario ni los dos francotiradores podían ver un blanco seguro para disparar; solo tiraron al aire con la esperanza que las fieras se asustaran.

La lancha del comisario arrancó con fuerza y en unos instantes estaba junto al bote del inglés, pero en la cubierta ya no había nadie; el bote vacío daba cuenta de lo ocurrido.

Todos los que participaron de esta cacería  que había fracasado, sumando la muerte de un hombre valiente, regresaron al muelle. En sus oídos retumbaban los gritos desesperados del inglés, sintiendo la impotencia de no haber podido hacer nada. El comisario se sentía responsable por llevar adelante este plan tan peligroso. Ahora tenía por delante proteger a los vecinos de Almanza pero no sabía que hacer, estos peligrosos animales lo superaron. 

Los días que siguieron fueron muy difíciles, se suspendieron las clases y ningún pescador salía a trabajar, las compras se hacían con aquellos que tenían vehículo y repartían la mercadería entres los vecinos. Las calles del pueblo estaban desiertas de día y de noche. Almanza estaba paralizado y todos los vecinos se sentían desprotegidos e indefensos. A la incertidumbre de cómo seguir, se sumaba por las noches esos malditos lobos con sus aullidos que les recordaban a todos que allí estaban en algún lugar acechando. 

El comisario decidió pedir ayuda y le envió un correo a la Dirección General de Biodiversidad y Conservación de la provincia. 

Les escribió detalladamente todo lo que estaba ocurriendo en Almanza y el frustrado y dramático intento de matar a los lobos.

La respuesta de la Dirección llegó de inmediato exponiendo su sorpresa por no conocer la existencia de estos especímenes y tampoco saber que existía en el país una empresa que realizaba estos experimentos.

No obstante se comprometieron a ir de inmediato. 

Después de dos días llegaron a Almanza tres camionetas con trailers portando unas jaulas y equipos de todo tipo. El que estaba a cargo era un hombre llamado Joaquin y seis jóvenes más, dos mujeres y cuatro hombres.



Después de entrevistarse con el comisario, le pidieron un lugar para poder armar su centro de operaciones y un hotel donde hospedarse.

Cuando los vecinos vieron todo aquel movimiento de equipos y personas salieron de sus casas a ver de qué se trataba todo aquello. El comisario organizó una reunión improvisada para avisar que desde ahora el personal de la Dirección de Biodiversidad estaría a cargo de capturar a los lobos pero, no existía ninguna aproximación de cuánto tiempo les llevaría este trabajo.

El personal de Biodiversidad armó su lugar de trabajo en la comisaría. Allí bajaron cuatro drones, cámaras, computadoras, grandes bolsos de lona y varias valijas de aluminio de las que sacaron unos indescifrables aparatos junto a pequeñas cajas con apariencia de medicamentos. 

—No veo las armas que utilizarán  —le preguntó el comisario al jefe del operativo. 

—No las necesitamos.  —les respondió el hombre— los atraparemos vivos.

El comisario ante esta respuesta quedó sorprendido y no pudo evitar decir:

—Pero Joaquin yo le he dicho en mi informe que estos animales son asesinos, considero que es necesario matarlos.

—En nuestra opinión comisario,  —dijo el jefe con convicción— no existen animales por muy peligrosos que sean, asesinos. Son especies con determinadas características cuyos genes transmiten de generación en generación las mejoras o cambios de comportamiento para subsistir en su hábitat. El error aquí lo ocasionó el hombre con su ciencia, al revivir a estas especies fuera de su hábitat de hace diez mil años, en donde nada es igual a aquél momento. 

El comisario entendió perfectamente esto, pero definitivamente no entendía de qué modo estas personas con esos sofisticados equipos, que parecían inofensivos, podían controlar a estas peligrosas y astutas fieras.






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miércoles, abril 02, 2025

MISTERIO EN EL FIN DEL MUNDO (sexta entrega)

           El equipo de la Dirección de Biodiversidad, después de conectar sus computadoras a los drones, desplegó un plano en una de las paredes de Almanza y sus alrededores. De inmediato, al encender uno de los drones desde su control remoto, este se elevó velozmente y se perdió de vista con rumbo al canal. Desde una de las computadoras se podía observar, desde una altura considerable, los techos de las viviendas, la costa del canal y algunos montes próximos. La idea era poder determinar el lugar donde se encontraban los animales.

Los drones eran sumamente modernos y poseían cámaras de alta definición con lentes infrarrojos que, durante la noche, podían detectar cuerpos calientes. Además, contaban con un sistema por el cual podían arrojar dardos.



Cuando el comisario comprendió este procedimiento, nuevamente le preguntó a Joaquín: —Una vez que los ubiquen, ¿qué harán? —Cuando los ubiquemos, estos drones tienen la capacidad de arrojar dardos con una precisión muy grande. Estos dardos están cargados con una droga muy poderosa que los dormirá por veinticuatro horas. En ese tiempo, los iremos a buscar y los colocaremos en las jaulas. Pero encontrarlos no es tan simple, puede llevar varios días.

Los días de búsqueda se prolongaron sin novedad hasta que un vecino próximo al canal reportó un ataque a sus ovejas. Encontró en su terreno cinco ovejas destrozadas a dentelladas y tres más no aparecían.

Pasados otros dos días, llegó a la oficina del comisario otro reporte de dos terneros muertos. Los ataques ocurrían en horas de la noche y se sucedían día por medio. Los responsables de la Dirección de Biodiversidad marcaban esos lugares en el mapa. A los quince días, se observaba con claridad que los ataques se producían en un semicírculo casi perfecto que encerraba a Almanza contra el canal.

A estas alturas, los vecinos tenían graves problemas de abastecimiento de mercaderías, fundamentalmente de alimentos, combustible y leña. Esto provocaba un clima de profunda depresión en todos los hogares. Muchos vecinos se habían quedado sin leña para sus hogares y esto era muy peligroso porque la temperatura por las noches bajaba varios grados bajo cero. Entre todos los vecinos se ayudaban para las diversas tareas. Se decidió que todas las familias con hijos, para mayor seguridad, se alojaran en la escuela. Allí, los más jóvenes les llevarían las mercaderías. Todos los traslados se hacían bajo la custodia armada del comisario y los dos amigos, Aníbal y Fernando, dormirían allí para vigilar.

Una noche, fuertes golpes en el techo del salón desataron el terror en todas las familias. Los chicos se despertaron sobresaltados. Los lobos estaban allí y pretendían entrar levantando las chapas con sus garras. La desesperación de las madres fue enorme, lo único que podían hacer era abrazar a sus hijos chicos que lloraban desconsolados. Aníbal y Fernando apuntaban con sus armas al techo. Gloria pidió ayuda al comisario y este avisó al equipo de Biodiversidad que estaban trabajando.

Estos llegaron de inmediato cargando unos lanzadores de dardos, pero en cuanto su camioneta llegó al frente de la escuela, solo alcanzaron a ver tres ágiles siluetas que saltaron al piso y se perdieron en la oscuridad.

Si los lobos hubieran logrado entrar al salón, habrían provocado una matanza de la cual los pacíficos pobladores de Almanza no se habrían recuperado jamás.

Después de este hecho, el comisario encaró a Joaquín diciéndole: —No podemos seguir así, Joaquín. Yo comprendo todo el trabajo que ustedes están haciendo día y noche, pero esta situación no da para más. Todos los vecinos están aterrorizados, tienen que encontrar otra solución. No me parece que con sus juguetes avancemos. —Le pido, comisario, solo tres días más. Tenemos identificada el área donde pensamos que está su guarida. Permítame que le muestre algo que filmamos anteanoche. —El comisario se sentó frente a una computadora en cuyo monitor solo se veían unas manchas negras y grises cuando, de pronto, pudo observar en un pequeño instante a los lobos caminando en color gris claro. —Ahí están —le dijo Joaquín—. Pero no podemos dispararles los calmantes porque hay demasiados árboles. Necesitamos que vayan a campo abierto para no fallar.

En el mismo momento en que el comisario estaba reunido con Joaquín, un grupo de pescadores de Almanza se reunían en el comedor de Lorenzo con la lógica desesperación de sentir que sus familias estaban amenazadas de muerte. —¡Salgamos todos a buscar a estos animales, no podemos permitir que ataquen a nuestras familias! —encabezó el discurso un fornido hombre. —Pero, ¿de qué modo lo haremos? ¿No tenemos armas? —dijo otro. —¡Con palas, cuchillos o a mano limpia! —exclamó otro pescador exaltado—. No me voy a quedar con los brazos cruzados.



Cuando los ánimos comenzaron a exaltarse, Lorenzo, que escuchaba lo que decían, intervino. —Amigos, comprendo su preocupación, que es la misma que tengo yo, pero me temo que cometerán una locura. Estos animales son muy peligrosos y enfrentarlos sin armas es imposible, será un desastre. —¿Y qué alternativas tenemos? ¿Escondernos en nuestras casas hasta que vengan por nosotros? —se expresó otro vecino estrujando con las manos su gorra de lana. —Debemos confiar en los especialistas —replicó Lorenzo—. Tengamos paciencia, el comisario está abocado a solucionar esto que ha paralizado nuestras vidas.

En ese momento de confusión, preocupación y fastidio, advertido por Laura, llegó el comisario junto con Aníbal y Fernando.

Todos hicieron silencio para saber qué novedad tenía para decirles el comisario. —Señores, entiendo su angustia y preocupación, pero como autoridad aquí no puedo permitir que ocurran más muertes. Ya hemos perdido a dos amigos y también a otro hombre que pretendía ayudarnos. Bajo ningún concepto permitiré que realicen una locura. Ustedes son pescadores, no cazadores de fieras salvajes. —Todos los hombres, al escuchar esto, levantaron su voz a la vez, protestando. —¡Señores!, ¡señores!, por favor, ¡lo que ustedes pretenden hacer solo provocará más muertes! —Nuevamente voces de desaprobación se mezclaban—. Permítanme darles la última novedad de la gente de Biodiversidad. Me dice su jefe que están próximos a capturarlos, que ya saben dónde está su guarida. Me ha pedido tres días más. —¡Si llega a ocurrir una desgracia con nuestros hijos, le advierto, comisario, que lo haremos responsable! —dijo el dueño de la gasolinera. —¡Yo no creo que estos muchachos con sus aparatitos de colores puedan controlar a esos animales asesinos! —dijo un viejo pescador, retirándose de la reunión.

Por fin, todos se retiraron muy malhumorados, quedando en el salón Aníbal, Fernando, el comisario Funes y Lorenzo. —Estoy muy preocupado —dijo en voz baja el comisario—. La verdad, yo tampoco le tengo confianza a estos chicos de Biodiversidad, parece que estuvieran jugando con esos drones. —No creo que podamos hacer otra cosa —dijo apesadumbrado Fernando—. Ya lo intentamos con el inglés y así nos fue.

En ese momento sonó el celular del comisario. Este escuchó atentamente y después dijo: —¿Esta misma noche?... De acuerdo, vamos para ahí. —Después de cortar, mirando a Aníbal y Fernando, les dijo: —Era Joaquín, necesitan que dejemos un par de ovejas en un lugar específico, pero me advierte que puede ser muy peligroso. —Cuente con nosotros, comisario —dijeron ambos jóvenes. —Yo también los acompaño —dijo Lorenzo.

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martes, abril 01, 2025

MISTERIO EN EL FIN DEL MUNDO (final de la historia)

 

          El personal de Biodiversidad había detectado que los lobos tenían su guarida a unos tres kilómetros del pueblo siguiendo por la costa hacia el oeste. Pero el inconveniente era que se ocultaban en un pequeño monte de coníferas muy tupidas. Esto imposibilitaba conseguir dispararles los dardos tranquilizantes desde los drones, solo podrían lograrlo si los atraían para que salieran a campo abierto.

Cuando el comisario, Anibal, Fernando y Lorenzo llegaron para hablar con Joaquin, solo quedaban tres horas de luz. Este les explicó la situación y su necesidad de colocar un señuelo en las proximidad de ese monte, pero esto era muy riesgoso porque si los animales descubrian su presencia podían atacarlos.

De inmediato los cuatro hombres fueron con la camioneta del comisario a la chacra de un vecino, le explicaron lo que necesitaban y allí subieron a la caja, dos ovejas que servirían de señuelo. 

Cuando llegaron al lugar ya era de noche y nevaba copiosamente.

—Ustedes muchachos vigilen, yo ataré a las ovejas a aquél poste  —dijo el comisario, después de apagar el motor, bajándose de su camioneta. 

—Yo lo acompaño Funes, —le dijo Lorenzo.




Los dos jóvenes con sus carabinas se subieron a la caja y se apoyaron contra la cabina cubriendo a Lorenzo y al comisario.

El fuerte balido de las ovejas se escuchaba en todo el lugar; el espesor de la nieve sobre el piso era de unos cincuenta centímetros y esto dificultaba atar a los animales a ese poste; el comisario trastabilló dos veces y Lorenzo por muy poco no se le escapa una de ellas. Cuando terminaron la ingrata tarea y estaban regresando a la camioneta, un aullido inconfundible se escuchó muy próximo. Lorenzo miró hacia atrás y le pareció ver un bulto oscuro moverse, esto, más la imposibilidad de llegar rápido a la camioneta le generó una sensación de angustia, tal vez el apuro o los nervios, hizo que perdiera la estabilidad y cayó sobre la nieve; el comisario al verlo, retrocedió inmediatamente para ayudarlo. 

Anibal y Fernando por la oscuridad que había solo veían sombras confusas.

—¡Comisario!, ¡Lorenzo!...¿Están bien?. —les gritó Fernando. Tanto el comisario como Lorenzo no escucharon por el viento y al no responder los dos jóvenes encargados de cubrirlos se bajaron de la caja y empezaron a caminar en busca de ellos. Cuando habían recorrido veinte metros, pudieron ver la luz del teléfono de Lorenzo. Por fin los cuatro hombres estaban en la cabina de la camioneta dispuestos a regresar al pueblo pero cuando el comisario quiso arrancar la camioneta, el arranque no tenía la fuerza suficiente para poner el motor en marcha; en el segundo intento demostró que la batería estaba muy baja.

—Que buen momento para que nos deje aquí  —dijo el comisario. 

En el tercer intento la situación de la batería empeoró. 

En ese momento sonó su teléfono, era Joaquín que podía ver todo lo que allí ocurría solicitando que se retiraran cuanto antes.

—Lamentablemente no podemos irnos —le respondió el comisario— tenemos un desperfecto técnico, ahora creo que el señuelo somos nosotros.

—No se preocupe comisario, tengo a los tres drones sobre ustedes, pero si continúa nevando la estabilidad de estos aparatos no es la misma y esto puede dificultar un tiro perfecto.  —dijo Joaquín en tanto veía en su monitor la mira que temblaba lo suficiente como para errar a un blanco— si por algún motivo aparecen los lobos, y están en condiciones de dispararles ustedes, no duden en hacerlo, ahora la prioridad es sus vidas.

La noche era cerrada y la camioneta con sus cuatro ocupantes estaba a unos cincuenta metros de las ovejas.

Lo único que escuchaban los cuatro hombres, era el balido de las ovejas, entendiendo que su situación era la misma que la de ellas, estaban en la misma condición a la espera de recibir un ataque. La nieve había tapado todos los vidrios y el frío los hacía tiritar. 

El comisario tenía su revólver en la mano, y sacó otro de la guantera.

—¿Sabe usted disparar?   —le preguntó a Lorenzo. 

—Jamás en mi vida toqué un arma comisario.

—Bueno, siempre se está a tiempo de aprender  —le dijo el comisario entregándosela— tómela con ambas manos, apunte, y cuando sea necesario dispare.

Anibal y Fernando estaban sentados en los asientos de atrás, pero en ese lugar reducido manipular y disparar con precisión sus armas largas era bastante complicado y se sumaba otro inconveniente, los vidrios de la camioneta solo se podían bajar eléctricamente y esto sin batería era imposible.

En la oficina del comisario el jefe del equipo de Biodiversidad y todos sus colaboradores estaban sumamente preocupados. Los tres drones a pesar de estar en posición, por el frío tenían sus baterías muy bajas, se sumaba a esto que la visibilidad de sus cámara en la oscuridad imperante, solo eran gracias a su sistema infrarrojo, por lo cual lo único que mostraban los monitores era a las dos ovejas; los cuatro voluntarios no era posible detectarlos por estar dentro de la camioneta qué a estas alturas su motor no provocaba calor.

—Tenemos solo una hora como máximo de carga en las baterías, el frío disminuye su capacidad dramáticamente. —dijo la joven encargada de controlar a la parte técnica de los drones—, si los hacemos descender, para ahorrar batería, quedamos ciegos.

—Tampoco tendremos, capacidad de disparar. —contestó otro joven que atendía uno de los drones.

—Tenemos que ver otra opción  —dijo preocupado Joaquín—  no podemos interrumpir la guardia, porque dejaríamos a estos hombres en una posición muy vulnerable.

—¡Ahí están!  —dijo una de las jóvenes que controlaba otro de los drones.

Allí estaban, se podía ver en todos los monitores la silueta de las ovejas y a unos diez metros una figura inconfundible, después otra, y una más. Los tres feroces animales se movían lentamente, aparentemente estudiando a sus presas que no paraban de balar, ahora muy inquietas por haber olfateado el peligro. El encargado de disparar era el jefe, y sus dos colaboradores lo harían en una segunda instancia. 

—Hay demasiado viento —dijo Joaquín, sin quitar su vista del monitor— no puedo hacer blanco, solo tengo tres oportunidades, pero tiene que ser en simultáneo. Cuando estaban con la tensión e incertidumbre del momento, se cortó la luz, el sistema que controlaba a los drones seguía funcionando, excepto el control de las baterías, que era un equipo autónomo.

Los cuatro hombres en la camioneta no hablaban, el lejano balar de las ovejas era la señal que aún no estaban en peligro. Pero esa situación podía cambiar de un momento a otro y ninguno de los cuatro confiaban en esos aparatos de cuatro hélices, solo confiaban en sus armas, pero sabían perfectamente que esas fieras eran astutas, rápidas y muy agresivas. También sabían que solo tenían una oportunidad porque en el caso de fallar, todos tendrían el fatal destino del inglés, o el de sus amigos los pescadores, que nunca regresaron.

De pronto no se escucharon más las ovejas, era la señal indiscutible que habían sido atacadas por los lobos, ahora la esperanza estaba puesta en la gente de Biodiversidad. El comisario después de cinco minutos llamó a Joaquin, pero nadie lo atendía, ni tampoco lo atenderían porque al cortarse la energía en Almanza por algún motivo no había posibilidad de comunicarse. Todos intentaron llamar a alguien pero era inútil, nadie contestaba.

En la comisaría la desesperación era infinita, a pesar de ver con nitidez el ataque a los señuelos, Joaquín realizó tres disparos, pero los tres dardos no pegaron en el objetivo.

—¡Maldita sea!  —espetó el jefe—, ¡el viento distorsiona la dirección!, hemos perdido tres oportunidades solo nos quedan dos posibilidades más. 

Por esas cosas del destino, regresó la luz a Almanza. Por fin el comisario se pudo comunicar con Joaquin. 

—¡Qué diablos está pasando!  —gritó el comisario a Joaquin. 

—Aún no lo hemos logrado Funes —le explicó el jefe de Biodiversidad— el viento nos complica muchísimo. 

En el preciso momento que el comisario esperaba una explicación razonable, algo muy pesado se sintió en el techo de la cabina, e inmediatamente después la camioneta se inclinó hacia atrás. Los tenían encima. 

—¡Disparen al techo!  —gritó el comisario. Los dos amigos con sus carabinas apuntaron al techo y ambos dispararon, la estampida de las armas los dejó a todos sordos, y un fuerte olor a pólvora inundó el estrecho lugar. Tuvieron que esperar varios minutos para lograr escuchar algo, después de los disparos, la camioneta ya no se movía. Continuaron esperando pero nada escuchaban, no sabían que ocurría afuera. Abrir una de las puertas era sumamente peligroso. El comisario decidió llamar de nuevo a Joaquin pero este no contestaba.

Estuvieron en esa situación varios minutos.

—¿Qué ocurriría si salimos todos a la vez?, —preguntó Aníbal. 

—Es demasiado peligroso, —respondió el comisario— estos animales pueden estar esperándonos, son especialistas en cazar a sus presas.  

Después de largos quince minutos no se escuchaba nada afuera, una vez más intentaron poder hablar con alguien del pueblo pero evidentemente la comunicación se había caído. 

—Voy a hacer lo siguiente. —les dijo el comisario al grupo— yo saldré primero porque tengo mayor oportunidad con mi revólver que ustedes con sus carabinas; después, salgan ustedes, ¿les parece?

Todos estuvieron de acuerdo.

Cuando el comisario abrió la puerta con su mano izquierda con la derecha apuntaba al exterior de esa oscuridad absoluta. Pero de inmediato sintió el ardor en su brazo, los colmillos de uno de los lobos lo habían aferrado, después todo su cuerpo quedó vulnerable, una fuerza salvaje lo arrojó hacia afuera con una velocidad y fuerza increíble. No le dio tiempo a disparar un solo tiro. Los dos amigos y Lorenzo se sobresaltaron pero todo ocurrió tan rápido que no atinaron a hacer nada en ese primer instante. Después Anibal gritó:

—¡Salgamos!.

Cuando estuvieron fuera de la cabina, no veían nada, solo escuchaban los gritos desesperados del comisario, ambos jóvenes tiraron unos tiros al aire con la intención de lograr salvar al comisario. De pronto una poderosa luz iluminó la dramática escena de los tres depredadores que sostenían al comisario, el cual ya no gritaba ni se defendía. Todo pasó muy rápido. La luz provenía de una de las camionetas de Biodiversidad; tres jóvenes desde la caja abrieron fuego con sus lanzadores de dardos, dando en el blanco, los dardos impactaron en cada uno de los animales, los cuales dieron un rugido aterrador pero el dolor les hizo soltar a su presa y girar para avanzar sobre sus atacantes. Solo pudieron dar un salto y después se desplomaron los tres casi al mismo tiempo sobre la nieve. 

Lorenzo, Aníbal y Fernando corrieron a donde estaba tendido el comisario; aún estaba vivo,  pero de su brazo y unas de sus piernas emanaba mucha sangre. Los integrantes de Biodiversidad corrieron a socorrer también al herido, el jefe llevaba una valija con elementos de primeros auxilios, después de hacerle dos torniquetes lo levantaron y lo ubicaron en la camioneta la cual partió con el herido al pueblo.

El jefe de Biodiversidad se quedó allí junto a los tres hombres que estaban todavía consternados por todo lo ocurrido; con su linterna iluminó el cuerpo de los tres lobos que ahora dormidos parecían inofensivos. 

—Les tengo que pedir que me ayuden a colocarlos en las jaulas que están por llegar  —les pidió el jefe.

A lo lejos se veían las luces de las otras dos camionetas que se aproximaban.

Después de colocar a los animales dormidos en las jaulas y cerrar sus puertas con un pasador y candado, el jefe de Biodiversidad dijo:

—Por fin esta historia de Almanza ha terminado, ya no tienen de qué preocuparse. 

Al día siguiente muy temprano, los pobladores de Almanza contemplaban ahora calmados, pero a cierta distancia, a las tres jaulas, cada una conteniendo a uno de esos furiosos lobos que rugían y con sus garras querían abrir el grueso alambre. Cuando el equipo de Biodiversidad tapó las mismas con unas lonas; inmediatamente los rugidos de las bestias no se oyeron más. Lentamente las camionetas se alejaron por el camino de donde habían llegado, cargando con lo que vinieron a buscar, dejando en todos los pobladores una sensación de alivio. Sus vidas podían seguir normalmente.

Este hecho los había marcado a todos, entendiendo que la tranquilidad se puede perder con mucha facilidad. 

El comisario Funes se recuperaba satisfactoriamente en el Hospital Comunitario de Puerto Williams Cristina Calderón, Chile. 

El pueblo de Puerto Almanza comenzaba con sus tareas de rutina, preparando sus trampas, acomodando sus botes, haciendo las bromas de siempre entre los pescadores. Lorenzo y Laura preparaban nuevamente su tradicional guiso de centolla, mientras Anibal y Fernando se alejaban del muelle con la esperanza de realizar una buena pesca.

Almanza retomó su vida normal; pero la vida también continuaba en otro lugar, en algún lugar tal vez próximo, entre la nieve, al pie de unos árboles, dos lobeznos se entretenían jugando entre ellos con restos de carne. Se los veía vitales, inofensivos, e incluso simpáticos como todos los cachorros, un macho y una hembra. Pero en sus genes guardaban el instinto salvaje de sus progenitores; los lobos terribles. 


FIN