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martes, abril 08, 2025

MISTERIO EN EL FIN DEL MUNDO (primer entrega)



               Muchos pueden suponer que el fin del mundo es solo una frase metafórica; pero yo le aseguro que existe un lugar en Argentina que definitivamente es el fin del mundo. Se llama Puerto Almanza; este pequeño pueblo con algo más de cien habitantes se encuentra en la desembocadura del río del mismo nombre junto al canal de Beagle. Su principal actividad es la pesca de centolla y otros moluscos.

El clima es muy duro para la vida, la humedad, el intenso frío y el viento, que no descansa jamás, contribuye a que sus pobladores lleven una vida muy distinta a otros lugares.




Después que Anibal y Fernando terminaron de descargar el carretón de leña, decidieron ir a cenar algo al bar de Lorenzo; cuando ingresaron, el olor a leña del hogar encendido, el revestimiento de madera que cubría las paredes y los pisos, y las mesas con manteles a cuadro rojos y blancos, siempre con el florerito en el centro de cada mesa, luciendo esas flores silvestres que con cariño juntaba la dueña de la casa, le daba al lugar un aspecto hogareño. 

—Que desean los señores —dijo aquel hombre bajito con su delantal color blanco impecable y la gorra de lana negra que utilizan la mayoría de los pescadores del lugar—. Les recomiendo el guiso de centolla con papas y batatas, con un buen vino tinto o cerveza.

—Además del guiso, ¿hay otro plato para elegir? —preguntó Fernando. 

—No  —dijo el dueño del único bar de todo el pueblo con una sonrisa.

—Entonces elegimos el guiso  —dijo Anibal, agregando— me pregunto si alguna vez podremos comer algo distinto en este boliche de mala muerte.

—Los señores son muy delicados, evidentemente tienen un paladar exquisito  —les respondió aquel hombre con una mueca graciosa, sabiendo que los dos muchachos comían siempre allí, el tradicional guiso de centolla de la señora de Lorenzo.

¡Laura!  —gritó el dueño del bar— aquí los señores se están quejando del servicio de la casa.

De la cocina del lugar, salió una mujer con su pelo atado con un pañuelo y de delantal multicolor, y dirigiéndose a la mesa de los dos jóvenes les dio un beso en la mejilla a cada uno y les dijo:

—Diganme que quieren comer la próxima vez, que yo se los preparo.

—¿Cómo puede ser posible Laura?,  —le preguntó Aníbal— que te hayas casado con este hombre, habiendo tantos buenos partidos en este mundo.

—Son esos errores que se cometen cuando una es joven  —dijo Laura, abrazando a su esposo, el cual, riendo, despeinó con sus dos manos a ambos jóvenes. 

Después de cenar, los dos muchachos y Lorenzo se quedaron charlando de los temas de siempre: el estado de la ruta, el costo de la leña y el gas, y la endeble línea eléctrica que llegaba al pueblo, la cual los dejaba sin energía constantemente. Pero esa vez surgió un tema nuevo sobre algo que jamás había ocurrido. 

Durante la sobremesa, Aníbal cargando su pipa trajo a la mesa lo que le había ocurrido. 

—Ayer a la tarde, cuando estaba cargando leña, ya estaba anocheciendo, y me pasó algo muy extraño. Cuando no hay nadie trabajando en el aserradero es muy silencioso, pero en un momento, escuché como si alguien hubiera arrojado con fuerza una madera contra las chapas, pensé que era Don Jaime que todavía andaba por ahí, pero cuando fui a ver para saludarlo no había nadie. Al regresar a la camioneta, sentí el mismo ruido otra vez, pero más fuerte, al ir de nuevo, no había nada.

—Quizás era una pila de tablas mal acomodadas, suele pasar que se doblan al secarse y sede alguna  —le respondió su amigo sin darle mucha importancia a lo ocurrido.

—No, todo estaba ordenado como siempre. También pensé que podría haber sido un animal que se llevó por delante una pila de maderas y estas calleron sobre las chapas, pero tendría que ser enorme, y yo jamás he visto un animal grande en esta zona. 

—Bueno, hablando de hechos raros  —dijo Fernando encendido un cigarrillo— el dia que fui a pescar con Mario, cuando tu no podías venir, ya habíamos juntado la red y antes de poner en marcha el motor, sentimos un golpe muy fuerte en el casco del barco que lo sacudió lo suficiente para pensar que habíamos encallado, pero no podía ser una piedra porque estábamos muy lejos de la costa, nos quedamos en silencio y no ocurrió nada más. 

Cuando Aníbal y Fernando estaban hablando de estos temas Lorenzo se acercó a ellos con una bandeja con tres tazas de café caliente y tres copas con coñac, después de dejarla sobre la mesa agregó una astilla al hogar, el cual brindaba con su fuego un ambiente acorde a una charla entre amigos, después se sentó en la mesa frente a ellos.

—Dicen que este invierno será terrible  —les dijo Lorenzo—, sumado a que aumentará el precio de la luz y el gas.

La charla entre los tres amigos se prolongó en esos temas que siempre importan a los habitantes de un lugar, hasta que Anibal y Fernando le contaron esos hechos extraños.

—Es curioso —me pasó algo también muy raro, serían las dos de la mañana cuando escuchamos con mi señora sobre el techo de nuestro dormitorio un fuerte ruido que nos despertó; yo salí de inmediato con mi escopeta al patio desde donde se puede observar todo el faldón del techo del dormitorio, pero no había nada  —les contó Lorenzo tomando un sorbo de coñac—, lo extraño fue que mi perro sultán que ante cualquier ruido extraño ladra con fuerza, esta vez se quedó acurrucado y en silencio como si tuviera miedo por algo.

Los tres amigos se quedaron en silencio un rato, y después Fernando dijo en voz baja mirando el fuego:

—No se si es una idea loca, pero desde que llegó el forastero inglés, empezaron a ocurrir cosas extrañas; aquí nunca pasó nada raro, pero al segundo día de su visita, se incendió la forrajeria y los bomberos no pudieron determinar las causas.

—Le comentó Nora a mi esposa que solo sale de su pieza por las tardes y regresa de noche muy tarde, siempre lleva una mochila  —agregó Lorenzo terminando de tomar su coñac de un trago— pagó su habitación por adelantado por un mes, se registró como Oliver Smith; Nora googlea a todos sus clientes de su hotel para saber a que se dedican, pero con ese nombre no encontró nada. 

Cuando la conversación de los tres hombres se prolongaba en conjeturas cada vez más insólitas, unos fuertes golpes se sintieron en la puerta, y en el mismo momento se cortó la luz dejando al salón en penumbras solo iluminado por las llamas del hogar. 

Lorenzo tuvo que encender un farol, cuando abrió la puerta y elevó el brazo para iluminar esa negra silueta, era un  hombre de casi dos metros de alto con campera de cuero, con gorro de explorador, y una cara enjuta inexpresiva con una barba de algunos días; era el inglés del que estaban hablando hacía un instante con sus amigos. Esto lo tomó tan de sorpresa a Lorenzo que no atinaba a decir palabra: pero aquel hombro con su voz ronca por efectos del tabaco y hablando en un muy mal castellano le dijo:

—Disculpe, ya se que es muy tarde, pero tal vez me podrían atender.

Recuperándose de su asombro, Lorenzo le respondió:

—Si, por supuesto señor, podemos atenderlo. 

El inglés se sentó en la mesa más alejada de la de los dos jóvenes, en donde el dueño de casa colocó un farol encendido, después, el forastero se quitó su mochila la cual al apoyarla sobre el piso de madera retumbó en todo el salón, evidentemente llevaba algo pesado, después de quitarse la campera y el gorro, sacó su pipa y una libreta de anotaciones; después de elegir la cena, pidió una botella de whisky.




Cuando Lorenzo se perdió con su farol en la cocina, Anibal y Fernando se quedaron en silencio sin saber que hacer o decir; cuando repentinamente aquel hombre misterioso se paró y se dirigió caminando hacia la mesa de los dos jóvenes quedándose parado frente a ellos.

Ambos pensaron que el corpulento inglés ahora sacaba un cuchillo u otra arma y los agredía sin mediar palabra, pero lejos de eso, dirigiéndose a Fernando le dijo:

—disculpe joven, no tendría fósforo, los míos se han humedecido.


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domingo, abril 06, 2025

MISTERIO EN EL FIN DEL MUNDO (segunda entrega)


          El salón de Lorenzo y su esposa cumplía las funciones de restaurante, sala de reuniones para cumpleaños, y el centro de organización de la fiesta anual de la cerveza artesanal; también como frecuente lugar de encuentro para los vecinos, en su mayoría pescadores, siendo uno de los juegos preferidos por ellos en las largas noches de invierno el ajedrez, acompañado por cerveza, coñac, vino o whisky. Cuando se reunían varias parejas para jugar, una densa humareda proveniente de sus pipas o cigarrillos inundaba todo el lugar.

Esa noche que por primera vez fue a cenar el inglés, no había nadie, excepto Anibal y Fernando que no encontraron nada mejor que hacer que jugar una partida, y de paso observar al forastero. El corpulento hombre cuando terminó de cenar, comenzó a escribir en su libreta muy concentrado mientras fumaba y tomaba whisky, sin lugar a duda era un gran bebedor, porque se tomó antes de irse media botella, la cual, después de pagar su consumición la introdujo en su mochila y se retiró.

—Este hombre me resulta misterioso  —dijo Fernando a su amigo, moviendo su alfil con preocupación. 




—A mi también me provoca la misma sensación, pero no se puede conjeturar nada sobre alguien que no conocemos  —dijo Anibal moviendo su torre con seguridad y cantando:  —¡jaque mate!.

Su amigo lo miró sorprendido y después exclamó:

—Suerte de principiante.

—El ajedrez no es un juego de azar es un juego ciencia y solo ganan los más inteligentes. —respondió Anibal con una sonrisa de satisfacción. 

Cuando estaban guardando las fichas, regresó la luz. 

—Mañana quiero salir temprano  —le dijo Aníbal a su socio y amigo.

—De acuerdo capitán, usted manda.


La mañana era muy fría, no obstante el viejo Umberto y su hijo Pedro, zarparon del muelle, el agua estaba con un fuerte oleaje que sacudía a su bote como si fuera de papel, pero estos dos rudos pescadores no le temían al salvaje canal, era su trabajo de ayer, de hoy y de siempre. 

Cuando llegaron al lugar preestablecido arrojaron el ancla y se abocaron a recoger sus trampas; la captura fue poca, como ocurría últimamente la centolla escaseaba, pero no quedaba otra cosa más que insistir, una y mil veces. Cuando terminaron, abrieron la sesta en donde la madre de Juan les había preparado, un termo con café caliente y unos pasteles.

El viento golpeaba sus rostros y se les hacía difícil escucharse.

—¡Para el lado de Chile dicen que hay muchas! —le gritó Juan a su Padre, viéndole la cara de disgusto. 

—¡Sí, pero estamos en Argentina, y aquí no se respetan las buenas prácticas. ¡En Chile serán más cuidadosos!. 

—¡Intentemos en ese lugar que me dijo Anibal, dicen que allí hay muchas y de buen tamaño! —lo entusiasmó su hijo.

—¡Corremos el riesgo de quedarnos sin combustible y en un día como hoy, es muy peligroso!  —le contestó Umberto a su hijo abriendo el cajón con cebo para cargar las dos jaulas que quedaban. 

Después de arrojarlas por la borda curiosamente el viento cesó; no era frecuente algo así, pero no imposible. Padre e hijo se quedaron en silencio escuchando como el suave oleaje golpeaba la cubierta de su bote, imprevistamente un banco de niebla los rodeó y de un momento a otro no veían ni sus caras.

—Solo esto nos faltaba  —dijo Umberto malhumorado. No le gustaba tener que regresar a ciegas. 

—Será mejor que esperemos para ver si la niebla se despeja  —le dijo Juan a su hijo. 

En ese mismo instante sintieron un pequeño golpe en el casco, pero pasado unos minutos, otro fuerte golpe, por poco da vuelta el bote.

—¿¡Qué es esto!? —dijo el padre de Juan. 

—Debe ser un Mero o tal vez un tiburón  —dijo el hijo de Umberto.

—Ha sido algo mucho más grande, —respondió Umberto, tratando de ver algo a través de esa niebla impenetrable. De pronto, muy cerca, algo golpeó la superficie con tal fuerza que el agua helada que levantó los alcanzó y los empapó por completo; esto alarmó a ambos hombres que sintiéndose indefensos ante algo desconocido; pensando que aquello podría hundir su embarcación, cada uno tomó un remo y sin ver, golpearon la superficie del agua con todas sus fuerzas; algo allí nuevamente golpeó el bote con tal fuerza que el hijo de Juan cayó al agua, de inmediato su padre que se pudo sostener a la cadena del ancla le extendió su remo para que su hijo se aferrara. 

—¡No te sueltes!  —le gritó su padre desesperado— cuando pudo sostener a su hijo del chaleco salvavidas lo ayudó a subir de nuevo a cubierta, pero esto no significaba que estuvieran a salvo. Al cabo de unos instantes, escucharon un nítido y espantoso rugido que se podría decir que era de una bestia salvaje, ambos hombres quedaron paralizados esperando un último ataque del que sabían que no podrían sobrevivir. 

A la mañana siguiente en el puerto la noticia se propagó de inmediato, Umberto y su hijo no habían regresado, nadie los había visto, la prefectura naval Argentina estaba pronta a zarpar con su lancha; las mujeres de ambos pescadores estaban desesperadas, un grupo de señoras trataban de consolarlas, quedaba siempre la esperanza que aún estuvieran vivos, tal vez solo habían tenido un problema con el motor, pero lo que más preocupaba a los pescadores veteranos era que en ningún momento pidieron auxilio por su radio VHF. 

Anibal y Fernando charlaban con los otros pescadores muy preocupados, en Almanza todos se conocían, era una gran familia, Umberto y su hijo eran muy queridos por ser atentos y serviciales, Pedro era muy amigo de ambos y un experto mecánico, en varias oportunidades los había sacado de apuros. En aquellas latitudes los conocimientos se comparten más que utilizarlos como fuente de ingresos.

Umberto era un hombre muy querido por ser maestro de novatos pescadores, y este acontecimiento preocupaba porque todos sabían que su principal enseñanza a los jóvenes no tenía nada que ver con cebos, trampas o centollas; era fundamentalmente la seguridad.

Desde la ventana de la habitación del hotel, el inglés observa todo el lamentable acontecimiento del puerto. 





CINCO AÑO ANTES


En la sala de reuniones de “Colossal Biosciences" en Estados Unidos, un joven con delantal blanco y corbata, les hablaba a un grupo de cincuenta científicos de todo el mundo. 

—Señoras, señores autoridades, en representación de este centro de investigación, me es grato decir que nos encontramos en el último tramo de esta investigación, en donde podemos anunciar que hemos vuelto a la vida a la especie Aenocyon dirus, el  lobo terrible, extinto hace más de diez mil años. Los primeros tres embriones gozan de buena salud.

Después de este anuncio estallaron los aplausos.

—Quedo a su entera disposición para realizar las preguntas que ustedes deseen hacerme.

—¿Los embriones a los que usted se refiere son todos machos?  —dijo una joven de anteojos ubicada en las últimas filas.

—No, por fortuna son dos machos y una hembra.

—¿Cuál será el hábitat para que se desarrollen?  —preguntó un hombre mayor.

—Nuestra institución posee una estancia en Argentina, más precisamente en la provincia de Santa Cruz, allí tenemos un importante complejo para poder seguir de cerca las evoluciones de estos animales.  —respondió el disertante.

—¿Que ocurriría si estos animales, por algún motivo fortuito escaparan, y se reprodujeran sin control, en un entorno menos agresivo del que tenían en su época?  —dijo un joven desde las últimas filas.

—Nuestras instalaciones poseen un sistema de seguridad infalible, algo así no podría ocurrir.  —remarcó el profesional desde el estrado. 

—Pero suponiendo que ocurriera un lamentable accidente; ¿tienen previsto el impacto que provocaría estos animales en la fauna autóctona y más aún, en los habitantes de esos lugares?,  —reiteró el mismo joven. 

—Definitivamente nuestras instalaciones son invulnerables, no existe ninguna posibilidad de algún error o accidente.

—¿Otra pregunta?.


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sábado, abril 05, 2025

MISTERIO EN EL FIN DEL MUNDO (tercer entrega)

 


          Después de una semana, la prefectura interrumpió la búsqueda de los dos pescadores sin siquiera encontrar restos flotando que dieran algún indicio de lo ocurrido. Se organizó una misa y después se arrojaron dos adornos florales al mar. Todos los pescadores organizaron una colecta para las viudas de los infortunados hombres. 

La esposa de Pedro trabajaba como maestra en la escuela, pero a pesar de su duelo solo faltó un día, porque sabía que la contención que brinda el colegio para el grupo de doce chicos que allí asisten era indispensable. 

La pequeña escuela era un galpón con paredes y piso de madera, techo a dos aguas de chapa y contaba con una salamandra que permanecía encendida todo el invierno. Cuando la nieve caía en puerto Almanza todo el pueblo se convertía en una pintoresca postal con sus pequeñas casas echando humo desde sus hogares y salamandras.

Todas las tareas en la escuela se repartían entre la maestra y los tres alumnos mayores; desde preparar el refrigerio para los más chicos, limpiar, mantener encendida la salamandra y lavar las tazas y platos. Habían transcurrido quince días de la fatal pérdida de Umberto y su hijo Pedro, cuando una mañana que la nieve caía copiosamente, Jorge, el más corpulento de los jóvenes, salió para traer más leña. La leñera se encontraba detrás de la cocina, la cual tenía una puerta por donde se entraba toda la mercadería; en Puerto Almanza no existía inseguridad, por lo cual nadie cerraba las puertas ni con llaves ni con trancas.

Después de salir Jorge dejó la puerta abierta porque regresaría con sus dos brazos ocupados cargando las astillas. Al regresar y cerrar la puerta, observó sobre el piso un charco de agua que antes no estaba. Después de descargar la leña que traía, desde la sala de trabajo entró a la cocina Gloria. 

—Pensé que te habías tropezado con algo  —le dijo la maestra a Jorge—, escuché un fuerte golpe. 

—No, recién entro, pero me llama la atención esta agua sobre el piso. 

Ambos se quedaron mirando lo ocurrido, pero no encontraron una explicación lógica, el techo de la escuela no tenía goteras y esa cantidad de agua parecía como si alguien hubiera volcado un balde entero. 

En ese preciso momento, algunos chicos de la sala comenzaron a gritar:

—¡señorita!, ¡señorita!.

Cuando Gloria entró a la sala, todos los chicos estaban mirando por una de las pequeñas ventanas que daban al patio.

—¿Qué ocurre chicos?  —preguntó preocupada Gloria. 

Varios chicos se apresuraron a contestar. 

—¡Vimos pasar corriendo a dos perros enormes!, ¡eran grandes como caballos!, ¡y muy peludos!, ¡se fueron para la costa!.

De inmediato la maestra llamó a la policía, porque todos los chicos estaban muy sobresaltados, no era frecuente algo así, porque la mayoría de ellos tenían mascotas, tampoco eran asustadizos; evidentemente lo que vieron no era normal.

—Comisario Funes, habla Gloria, los chicos han visto unos animales muy extraños y están asustados.

—Voy para allá  —respondió el comisario.

El comisario Funes era un hombre muy experimentado, toda su vida trabajó en la repartición y ahora estaba a dos años de jubilarse. Vivía con su familia en Puerto Almanza y no pensaba irse jamás de allí. En la comunidad no ocurrían hechos graves, en invierno solo surgían problemas en los caminos de acceso por la nieve o algún vecino que tenía un desperfecto técnico con su automóvil.

Cuando el comisario llegó a la escuela, todos los chicos se le abalanzaron gritando al mismo tiempo dando diversos comentarios inentendibles. Después de que la maestra los calmó les dijo que sacaran una hoja y dibujaran lo que habían visto. En ese preciso momento le sonó el celular al comisario, cuando atendió, era el vecino lindero a la escuela con una novedad muy desagradable; había encontrado en su campo tres terneros muertos, pero le pidió que tendría que ver lo ocurrido porque no era algo normal. Estando en el campo vecino el dueño lo llevó a ver aquello. Los tres terneros estaban descuartizados, pero parecía que los habían pasado por una enorme trituradora. 

El comisario regresó a la escuela de inmediato y Gloria le entregó los dibujos de los chicos, eran irrefutables, todos habían dibujado dos enormes perros, color gris, con grandes colmillos y ojos muy grandes.

—Debemos de dar una alerta de inmediato  —le dijo el comisario a la maestra— Cierren las puertas, que los chicos no salgan y avisemos a los padres que vengan a buscarlo; yo organizaré una reunión en el comedor de Lorenzo y Laura esta misma tarde, me temo que estamos amenazados por unas bestias muy peligrosas, que a decir verdad, no se de donde diablos salieron.   


UN AÑO ANTES, EN ALGÚN LUGAR EN EL SUR DE SANTA CRUZ


Los dos encargados de campo regresaron de poner carne en los lugares establecidos y verificar el comportamiento de los animales, después de estas tareas realizaban el informe correspondiente; pero esta vez tuvieron una sorpresa


Informe del día martes correspondiente al comportamiento de los tres especímenes Aenocyon dirus, (lobo terrible)


Hoy la hembra se comporta de forma extraña, se la nota agresiva, con los machos sucede algo parecido, no buscan los alimentos como siempre. Cuando nos vieron aproximarnos los tres especímenes se colocaron en una posición de ataque. También pudimos corroborar que la cerca tenía señales muy claras de deformación. En nuestra opinión, los tres animales están sufriendo estrés por el encierro. Solicitamos instrucciones.


Informe del dia miercoles:

Hemos comprobado que no comieron sus alimentos y se los nota más inquietos que ayer, la hembra se abalanzó rugiendo sobre la cerca al vernos y después ambos machos hicieron lo mismo. Solicitamos instrucciones.


Las instrucciones por algún motivo, nunca llegaron.


El guardia de la noche del día miércoles estaba distraído hablando por teléfono con su novia en la oficina de control, en la cual se encontraban los monitores que controlan las diez cámaras nocturnas de todo el predio de treinta hectáreas, cuando de pronto se disparó la sirena de la alarma;  al mirar los monitores, los tres animales ya no estaban. Salió al patio y subió a la camioneta. Arrancó y encendió los reflectores para poder controlar el robusto y alto cerco perimetral del predio; en el sector más alejado de las oficinas pudo observar que el mismo estaba abierto, cuando se bajó con el arma reglamentaria y su linterna. Al acercarse al alambrado de grueso calibre, estaba cortado como si se lo hubiera hecho con un poderoso alicate. En el momento que sacaba las fotos para informar lo ocurrido, sintió un tenue ruido a sus espaldas. Lo último que vio el desafortunado joven fue a una de esas bestias de más de cien kilos que saltaba sobre él.   




Continuara'    



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