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domingo, octubre 26, 2025

UNA VOZ EN EL JARDÍN

           Se dice que todo lo que el hombre pueda imaginar, en algún momento es posible lograrlo. Son muchísimas las creaciones realizadas que previamente fueron solo imaginadas sin tener siquiera una idea de cómo conseguirlas: la radio, el teléfono, la luz eléctrica, la TV, volar, Internet, pisar la luna, colocar equipos de investigación en Marte, explorar el universo con super telescopios. Seguramente conseguiremos mucho más, pero permítanme realizar una hipótesis. 

Yo creo que en algún momento podremos viajar al pasado, no tengo  la menor idea de como hacerlo, pero lo puedo imaginar. 

Sabemos que estudios científicos hablan al respecto, mentes como la de Albert Einstein y Stephen Hawking, no descartaron tal posibilidad. Pero se  necesita superar ciertas barreras físicas que por el momento son imposibles de cumplir, una de ellas es conseguir superar la velocidad de la luz

Si pudiéramos viajar al pasado surge también lo que se denomina la paradoja de la causalidad, como por ejemplo la paradoja del abuelo. Que plantea lo siguiente: Si intervenimos en acontecimientos del pasado estaremos modificando el presente. Si lográramos conseguir que nuestros abuelos no se conocieran, nosotros dejaríamos de existir. 

Por último quisiera agregar, que si en algún momento de nuestro futuro remoto, se consiguiera viajar al pasado, bien podría ocurrir que alguien de ese futuro nos visite…porque nosotros estamos ahora mismo en el tiempo pasado de ese ser humano del futuro.

F.B.


1.

Para muchas personas, cuidar su jardín les provoca una enorme satisfacción, yo creo incluso que podemos comunicarnos con nuestras plantas. Muchas veces he comprobado que si agrupo dos o tres especies distintas, estas se auto potencian y se observan sanas y vigorosas. En cambio si ubico alguna aislada, me ha ocurrido que no progresa.

Andrés amaba su jardín, sus flores, sus arbustos, dedicaba muchas horas del día para cuidarlas. A los jubilados les sobra el tiempo, y la dicha mayor es utilizarlo en hacer algo que les gusta.

Esa tarde pudo comprobar que unos caracoles habían hecho estragos en las hojas de sus hortensias y un ejército de hormigas negras habían tomado el jazmín. Cuando regresaba de su pequeño depósito de herramientas con los elementos que necesitaba se acomodó con una rodilla en el piso para poder quitar con sus manos los caracoles qué aún permanecían sobre las verdes hojas. Al terminar roció con veneno para hormigas el sector del jazmín y colocó unas trampas para que no puedan subir en sus gajos inferiores. 

El jardín de Andrés era pequeño, pero tenía todo lo necesario para lograr que fuera su mejor lugar en este mundo. Sobre una rústicas pared de ladrillos una enredadera disciplinada que la había cubierto por completo ofrecía una base perfecta para sus begonias y rosales, en el otro extremo junto al pequeño depósito de madera para herramientas pintado color azul, un cómodo sillón protegido por una pérgola repleta de glicinas era su lugar para tomar su té con algún pastel dulce qué él mismo preparaba. Allí disfrutaba de los atardeceres mirando su paraíso multicolor que compartía con los diminutos colibríes

2.

Ese día  cuando estaba por comenzar a disfrutar su té, sucedió algo muy curioso; le pareció sentir una voz de una niña que dijo su nombre muy por lo bajo:

—Andrés…Andrés. 

Asombrado miró en todas direcciones y no había nadie, “que extraño” se dijo, “juraría que alguien me llamó”. 

Al cabo de un rato nuevamente ocurrió lo mismo, pero esta vez más nítidamente:

—Andrés… Andrés. 

Andrés se sobresaltó tanto, que su corazón comenzó a latir con fuerza, se puso de pie y comprobó una vez más que estaba solo. Y nuevamente esa voz dijo:

—Andrés, por favor no te asustes, toma asiento. 

Pensó que estaba delirando, posiblemente estaba sufriendo un Acv, y esto le hacía sentir voces, sintió en su frente un sudor frío. Se desplomó en su sillón esperando lo peor.




—Andrés, te suplico que no te asustes y tomes esto con calma, no estás sufriendo ningún ataque, eres un hombre muy sano, permíteme explicarte. Por favor, respira profundo y relájate. —dijo esa voz de niña.

Esta vez, Andrés comprendió que lo que estaba sintiendo no tenía que ver con su salud, estaba ocurriendo otra cosa que aún no podía comprender. Le hizo caso a la voz y respiró profundo, tratando de relajarse. 

—Ahora sí Andrés, respira y tranquilízate, cuando tu corazón se calme me presentaré. 

Cuando Andrés se tranquilizó nuevamente esa voz, cordial, suave y muy joven se escuchó próxima a su oído.

—Me llamo LS 56300,  y estoy autorizada para contactarme contigo, no puedo por ningún motivo asustarte, alterarte o causarte alguna preocupación, sólo podemos hablar siempre que tú lo desees, ¿me has comprendido?

—Si, entiendo, pero ¿quién eres?, ¿no estoy soñando?. 

—No Andres, yo soy tan real como tus flores, pero no podemos todavía vernos, aún no. Primero debes estar preparado.

—No entiendo el hecho de poder escucharte sin verte, ¿qué significa?

—Te lo diré ahora mismo, pero me gustaría no interrumpir tu merienda.

—Me parece que estoy por presenciar algo grandioso, si no es que he enloquecido y escucho voces. —dijo Andres a la nada, porque no veía a nadie en su jardín, solo escuchaba esa voz, que parecía decir cosas coherentes.

—Te reitero Andrés, toma esto con calma, no estás enfermo ni desvarías.  —dijo esa extraña voz—  empezaré por decirte que yo soy un ser humano como tú, de carne y hueso, pero con una pequeña diferencia, estamos separados por veinte siglos en el tiempo. Yo estoy en el futuro de tu civilización, y tú estás en el pasado de la mía, ¿me comprendes?.

—¡¿comprenderte?!, ¿¡crees que solo es una pequeña diferencia la que nos separa!?. Lo que creo es que definitivamente estoy loco.

—Me haces reír Andrés, entiendo que no es tan simple para ti entender algo así, pero permíteme agregar algo, tú fuiste profesor de historia y de geografía, ¿no es verdad?.

—¿Cómo diablos lo sabes?

—Vallamos de apoco Andrés, yo sé todo respecto a ti, pero quiero que razones y que imagines lo siguiente:  como nuestra raza, tu raza, puede cambiar y avanzar en ciencias durante veinte siglos; imagina la cantidad de descubrimientos científicos que la civilización humana ha conseguido en esa cantidad de tiempo.

Andrés se quedó meditando un rato y tomó un sorbo de té. 

—Si, puedo imaginar que los avances científicos pueden ser enormes  —dijo Andrés, más tranquilo. 

—Exacto  —contestó esa voz de niña— bien, ahora contéstame esta pregunta:  ¿en todo ese tiempo y con el cúmulo de conocimientos que conseguimos, no crees que hemos podido lograr viajar al pasado?

Andrés se quedó pensando comiendo un poco de su torta  —debo decirte que sí, que es muy probable semejante hazaña.

¡Así es Andrés!, has comprendido. Yo soy una visita del futuro.

—Pero si esto no es un sueño de un viejo loco, me surge una pregunta: ¿por qué a mí, justamente hoy, catorce de octubre del 2025?

—Bueno, es solo una casualidad, has de cuenta que ganaste en la lotería,  —dijo la voz—  pero la verdad es que yo te he elegido porque también soy profesora de historia.

—¿Por qué no puedo verte?  —preguntó Andrés. 

—Se debe a un problema de imposibilidad científica, te lo diré como me lo explicaron a mi. Yo en tu tiempo no existo, y solo ínfimas cantidades de materia hemos podido desplazar a velocidades mayores que la luz, porque se necesitan inmensas cantidades de energía para hacerlo. Por esto, solo podemos transportar por el tiempo una minúscula partícula de materia cien veces más pequeña que un átomo. Esta es una explicación muy simple y rudimentaria, en la práctica es un proceso muy complejo que ha demandado miles de años de experiencias y cálculos matemáticos. Pero te puedo decir que yo sí puedo verte y también ver a tu hermoso jardín que dicho sea de paso, quiero preguntarte muchas cosas sobre tu relación con esos sistemas de vida tan coloridos.

—Andrés se quedó pensando en silencio y le dijo a la voz. 

—Creo que cuando le cuente esto a mis hijos, me tomarán por loco y me internarán en un manicomio. 

—Debo decirte Andrés que mi visita tiene algunas restricciones que debes cumplir. —dijo esa voz cordial y juvenil.

—Ya me imaginaba que esto que me está ocurriendo no es gratis.

—No me malinterpretes Andrés y permíteme explicarte. Si tú comentas con alguien mi visita, no creo que te crean y te acarreará inconvenientes, se suma a esto que yo como ser del futuro tengo estrictamente prohibido interferir en el curso de los hechos de mi pasado, es decir tu presente, porque el mínimo cambio de rumbo, decisión, hecho, o circunstancia, por pequeña o poco importante que fuese, puede influir en mi presente causando hechos catastróficos, al punto que países o pueblos enteros pueden esfumarse en un instante por haber alterado el transcurso de la historia. 

—Comprendo. —dijo Andrés entendiendo que definitivamente estaba viviendo el hecho más trascendental de toda su vida— ¿puedo llamarte LS?.

—Sin duda —dijo esa voz— me resta decirte una última cosa, ten presente que esta reunión solo durará muy poco tiempo. Es el tiempo que me adjudicaron.

—¿Cuál es la causa de esa limitación?  —preguntó Andrés. 

—El motivo se debe a que la cantidad de energía que se consume para mantener nuestra conversación es enorme y extremadamente costosa. Yo tengo cosas para preguntarte, ¿tu quieres preguntarme algo?. —Andrés se quedó pensando unos instantes mirando su jardín y después dijo 

—¿Puedes resumirme qué ocurrirá en los próximos veinte siglos?, más allá de ser, imagino, una tarea complicada. 

—Trataré de hacerlo. —dijo la voz— Te puedo decir que existió un hecho de tal envergadura que cambió dramáticamente el rumbo de la humanidad. 

—Escucho atentamente  —dijo Andres, tomando un trozo de su pastel. 

3.

—El hecho ocurrió aproximadamente cinco siglos después de lo que nosotros ahora llamamos el tiempo de la luna llena, que corresponde al tiempo de tu presente. Fue algo que nos tomó por sorpresa, y no pudimos evitarlo.

—Me intriga saberlo  —dijo Andrés sentándose en el borde de su sillón para escuchar mejor. 

—Un meteoro del tamaño de un tercio de la luna impactó de lleno en ella. Solo pudimos saberlo cinco días antes, y nada se pudo hacer. Fue algo devastador, el planeta sufrió cambios catastróficos, tsunamis, tormentas eléctricas jamás vistas, las ciudades costeras desaparecieron, la luna se convirtió de un momento a otro en un anillo de escombros cayendo gran parte de ellos a la tierra liberando tanta energía como si se tratara de miles de bombas atómicas. La población mundial disminuyó dramáticamente al punto de casi extinguirnos. Curiosamente este país, tú país, gracias a tener en la patagonia, el principal centro científico y de inteligencia artificial del planeta, pudo desde sus escombros, gracias a un puñado de jóvenes, comenzar a tejer una débil red entre las ciudades que quedaron en pie, red que se fué consolidando hasta llegar a ser una herramienta de intercambio global, la cual brindó la posibilidad de que la raza humana no desaparezca.

—No puedo creer tal cosa. —respondió Andrés apresurado—  mi país siempre estuvo muy lejos de los adelantos científicos, salvo por algunos ingenieros, e ingenieras, de diversas ramas de la ciencia que se han destacado, jamás fuimos un país brillante.

—Pues te puedo asegurar, que esa vez se convirtieron en héroes, ahora me gustaría hacerte una pregunta a tí. —dijo la voz.

—Adelante —consintió Andrés. 

—¿Por qué motivo riegas a tus plantas, remueve la tierra de sus canteros, quitas sus hojas muertas, las cuidas de las heladas, incluso hemos visto que las acaricias. Si ellas no te hablan?; ¿Qué te motiva a trabajar tanto en tu jardín, todos los días, pudiendo hacer tantas otras cosas?.

—Qué extraña es tu pregunta LS, acaso en tu tiempo no cuidan sus jardines.

—Nosotros después del gran meteoro no tenemos plantas, la tierra verde desapareció convirtiéndose en un territorio hostil, arenoso y sin agua dulce.

—¿Pero entonces de dónde obtienen oxígeno para la vida, de que se alimentan?.

—Obtenemos el oxígeno del agua de mar, para ello tuvimos que construir gigantescas usinas qué consumen inmensas cantidades de energía, pero de ellas depende nuestra vida, se puede decir que somos electrodependientes. En cuanto a nuestra alimentación sólo ingerimos las vitaminas y sustancias que nuestro cuerpo necesita, curiosamente al no utilizar nuestras papilas gustativas, las hemos perdido.

—Te aseguro LS, que no te envidio, no me imagino poder vivir sin mi hora del té disfrutando de mis tortas, observando a mis plantas y mis flores. —respondió Andrés.

Tienes razón Andrés, por ese motivo mi trabajo es averiguar lo valioso de tu vida, yo personalmente dirijo un gran equipo de personas que deseamos crear un micro hábitat exactamente igual al que tú tienes aquí, porque pensamos que en esa relación que tienes con tus plantas, se encierra algo muy importante que no alcanzamos a entender.

—No creo que pueda ayudarte LS, solo soy un viejo que disfruta de su jardín. No existe aquí nada oculto o misterioso, ni sobrenatural. Lamento tanto esfuerzo de ustedes para nada.

—Justamente es eso lo que deseamos saber,  —dijo la voz— dime por favor ¿que te devuelven tus plantas?.

—Ellas solo me devuelven su belleza, para mí son seres muy especiales que piden muy poco, los nutrientes de la tierra fértil, agua, cuidado y mi amor.

—¡Ese es el punto Andrés!, ¿qué es el amor?.

—No entiendo tu pregunta LS, ¿no sabes que es el amor?  —dijo con una sonrisa Andrés, dejando su cuerpo caer en su sillón.

—En este preciso momento estimado Andrés, un millón de científicos diseminados por todo el planeta esperan que en este poco tiempo que nos queda de reunión les digas que es eso que tú llamas amor. Necesitamos saberlo, tú puedes darnos ese dato. 

Andrés se quedó pensando un instante, se puso de pie y después se dirigió al sector de sus rosales. 

—Trataré de explicarlo en pocas palabras. Aquí, junto a mi esposa, nos abrazamos cuando esperaba a nuestro primer hijo, también en este lugar lo hicimos cuando esperaba a los otros dos. Y hoy me abrazo a ella todas las tardes, a pesar que no está aquí. Estas eran sus rosas, las amaba. Ahora yo las cuido porque sé que en su fragancia ella me besa todas las tardes. Eso es todo. 

—Pero, qué sientes tú, ¿cómo se desarrolla el amor?

—El amor es solo una sensación que nos permite confiar en el ser amado, disfrutar de su presencia, sentirnos unidos e indestructibles, es tal vez un don que nos dió Dios o si lo prefieres la naturaleza. Sin amor no es posible vivir plenamente, sin amor seríamos solo objetos sin alma. El amor es el aglutinante para seguir adelante aunque la adversidad nos castigue. ¿Me comprendes?

—Te hemos entendido perfectamente Andrés, nuestra reunión llega a su fin, pero aquí me dicen que nos puedes pedir el deseo que tu quieras, solo nos quedan unos instantes.

—Bueno, si fuera posible, solo quisiera volver a mi pasado, a ese día de nuestro primer hijo junto a ella.

—Concedido Andrés, te estamos muy agradecidos. 

—Andrés, se quemó un poco el budín, pero tengo algo que decirte que creo lo solucionará.

Una joven mujer salió de la cocina,  dejó la fuente sobre la mesa del jardín, se dirigió a donde estaba el joven Andrés, lo abrazó, y le dió un prolongado beso en la boca, para después decir:

—Estamos esperando un hijo mi amor.















lunes, junio 23, 2025

LA FORTUNA DE LA FAMILIA PEREZ (toda la historia)

             El estacionamiento de su edificio a esa hora de la noche estaba en penumbras, un silencio abarcaba el lugar que se interrumpió cuando después de bajar de su pequeño automóvil activó el cierre automático haciendo retumbar en el lugar los dos sonidos seguidos que indican que la cerradura está cerrada.

“No se para que cierro este cacharro, necesitaría que me lo roben y de ese modo cobrar el seguro, sería más ventajoso”  —pensó mientras llamaba al ascensor. 

Cuando abrió la puerta de su departamento sus pequeños dos hijos estaban subidos al sillón del estar en una batalla campal con almohadas a los gritos, mientras su mujer hablaba por teléfono revolviendo algo en una olla en la cocina de la que salía un vapor con olor a fideos con tuco, muy similar a la de la noche anterior.




—¡Se pueden dejar de joder!  —dijo en voz alta Claudio sacándose el saco, dirigiéndose a los pequeños guerreros.

Como por arte de magia los chicos, que eran mellizos, con sus cachetes colorados igual que su pelo, hicieron  silencio acercándose a saludar a su padre para darle un beso. 

—No sabes lo que me contó Nora —le dijo su esposa, dándole un fuerte abrazo y un beso en la boca— me contó que a Norberto lo contrataron en una empresa de Estados Unidos como programador y se van la semana próxima para allá, dejan todo, te das cuenta; bueno ellos no tienen hijos, nada los retiene. Si a nosotros nos saliera algo así, sería imposible, sumado a que yo no puedo desatender a mamá, soy su única hija y se me muere la pobre. ¿Cómo te fue en la oficina?, ¿hablaste por lo del aumento?.

—No hoy no pude, surgió un despelote con un cliente nuevo, el tipo es un pesado, y tengo primero que arreglar el asunto. 

—Siempre se nos cruzan despelotes Claudio, —le dijo su mujer apoyando sus dos manos sobre la mesa del comedor, con voz de desolación— es sistemático, cuando estábamos por ir de vacaciones surgió la enfermedad de la mujer de tu compañero, y tuviste que cubrirlo todo Enero y Febrero, yo se que es un buen tipo, pero nos arruinó el viaje, y perdimos la seña. Ahora que necesitamos esos pesos, por hache o por be, surge alguna cosa. Hoy llegó el reclamo de las expensas, me llamó dos veces el administrador, si el cinco del mes que viene no pagamos al menos la mitad de los tres meses de retraso, me dijo que no puede evitar el juicio. Te das cuenta, ¿qué vamos a hacer Claudio?. Te digo la verdad, estoy cansada de tener siempre algo que nos jode. Hoy me acordaba, sabes cuanto hace que no hacemos el amor. 

—No, la verdad no me acuerdo. 

—Justamente, ya ni sabes, hace un mes, treinta noches Claudio…¡treinta!. Cuando quiera acordarme, ya voy a ser una vieja marchita. ¿Sos consciente Claudio?.

Claudio abrazo a su esposa y la beso, ella se resistió un momento, pero de inmediato cruzó sus brazos detrás del cuello de él y se confundieron en un beso prolongado que se interrumpió de golpe en el momento que aparecieron sus críos reclamando que tenían hambre.

Después de cenar, Claudio y su esposa Marta estaban hablando pensando una estrategia para pedirle dinero a un tío de ella, cuando escucharon que en el comedor sonaba el teléfono. 

Cuando Claudio atendió, esa llamada daría comienzo a un cambio en la vida de él y su familia sin precedentes.

—¿Claudio Perez?

—Si, ¿quién habla?

—Usted no me conoce, mi nombre es Ramón Sanchez Olivera. Lo molesto porque tengo que decirle algo que tiene que ver con su finado padre, yo vivo en Uruguay, tengo que regresar en un par de días, pero antes me gustaría hablar con usted personalmente.

—¿Pero de qué se trata?

—Es algo complejo para hablarle por teléfono, pero imagino que le interesaría saberlo. Es más, considere que obtendrá un beneficio sin arriesgar nada. Si le parece nos encontramos mañana a las ocho de la noche en el bar Iberia, de la avenida de Mayo.

Claudio pensó un instante, y después aceptó la reunión con ese desconocido, no tenía nada que perder y si podía conseguir algo, nada es despreciable para aquél que tiene poco. Aunque Claudio tenía mucho más que otros hombres; una esposa que lo amaba y a los mellizos que eran dos torbellinos de alegría.

Después de acomodar la cocina y contarles un cuento de piratas a los chicos, Claudio y Marta interrumpieron en la cama las treinta monótonas noches anteriores. 



2.



Ir a una reunión para hablar con un desconocido sobre un tema que nos puede brindar un beneficio, no deja de ser intrigante y abre un abanico de posibilidades incluso sorpresas de cualquier tipo. Pero lo que estaba por saber Claudio era algo que no hubiera imaginado ni en el más fantástico de sus sueños.

Cuando entró al bar puntualmente, se percató que no le preguntó al fulano cómo lo reconocería. 

Esa noche no había muchas mesas ocupadas, solo cuatro, en una charlaban tomados de la mano una pareja, en otra una señora mayor tomaba su té, sobre la ventana un joven miraba su teléfono y en la más alejada un señor con anteojos escribía en un cuaderno. 

“Seguramente es ese, pero está demasiado concentrado en su tarea”. Pensó Claudio, entonces decidió sentarse en la mesa próxima y se quedó mirándolo, en un momento el caballero levantó la vista y lo miró a él, pero al cabo de un momento continuó con su tarea sin prestarle atención. 

“Evidentemente no es este el hombre” se dijo. Cuando buscaba con su vista al mozo, entró al bar un señor que por su vestimenta no podía pasar desapercibido para nadie. Tenía sombrero y saco blanco, un pañuelo de seda azul al cuello y un bastón de madera; se podría decir que por su porte elegante, bien podía tratarse de un diplomático o de algún miembro de la alta sociedad. Inmediatamente el caballero cuando vio a Claudio se dirigió a su mesa.




—Señor Claudio Perez, disculpe usted mi retraso, he tenido un percance con mi chofer, no encontramos estacionamiento. —dijo el simpático señor, con un tono muy cordial, extendiendo su mano para saludar a Claudio. 

—Encantado de conocerlo señor Sanchez Olivera  —le respondió Claudio estrechando la mano de aquel hombre que por ahora era un desconocido.

El elegante caballero se quitó el sombrero descubriendo su pelo entrecano muy corto y prolijo, después de llamar al mozo dijo:

—Debo decirle Claudio que usted es igual a su padre, incluso tiene la misma voz. 

—¿Conoció usted a mi padre?

—A si es, lo he conocido muy bien, eramos amigos entrañables. Pero permítame comenzar por el principio de la historia que es lo suficientemente intrincada para describirla. ¿Desearía algo para comer Claudio?, hoy usted es mi anfitrión.

Después de hacer el pedido, aquel hombre de ojos negros vivaces comenzó diciendo:

—Nos conocimos con su padre en el servicio militar, era la primera presidencia de Perón, ambos estábamos en Campo de Mayo, fué una época inolvidable, bueno, cuando se es joven la vida se presenta como un libro en el que uno abre su tapa por primera vez. Todo está allí para experimentar, para comprobar por uno mismo, también para aprender. Su padre como usted bien sabe era peronista de la primera hora, como bien se dice; yo en cambio no estaba convencido de todo lo que estaba ocurriendo. Pero en nuestra relación la política no era un obstáculo. Resulta ser que nos dieron una misión que le aseguro fue tan extraña que hasta el día de hoy no entiendo cómo es posible que nos eligieron a nosotros, pero así fue. El veinte de diciembre de 1950, recuerdo la fecha exacta, a la madrugada nos despierta un capitán que no conocíamos y nos da una orden para hacer de inmediato. Teníamos que ir con un camión al banco central, allí lo cargaron con unas cajas, que aún recuerdo eran de hierro no muy grandes pero pesadas. tuvimos que contarlas, eran cincuenta y tres. Después teníamos que llevar el camión cargado a una estancia llamada La Candelaria en Lobos. Antes del mediodía estábamos entrando, solo su padre y yo. Cuando llegamos nos impresionó la envergadura de la propiedad, era un castillo que tengo entendido aún se conserva en perfecto estado. Allí, nos recibieron cinco hombres que por su aspecto parecían baqueanos del lugar, hombres de campo. Uno de ellos registró la carga y después nos hicieron esperar en la cocina. Nos sirvieron un almuerzo como para reyes. Después nos llevaron al salón principal de la casa y evidentemente el dueño de todo aquello que era un morocho imponente con bigotes y botas de montar nos dijo algo que me impactó.

Palabras más palabras menos, nos agradecía el trabajo realizado por nuestro servicio y nos dijo que en el camión había algo para nosotros, pero teníamos que ubicarlo en algún lugar seguro antes de llegar al cuartel. Porque era un obsequio y no debíamos compartirlo con nadie. Después, frente a nosotros, hizo un llamado telefónico, alguien del otro lado le dijo esto:

—General… la encomienda ha llegado bien, le envío un fuerte abrazo, los muchachos son de confianza y ya han sido recompensados.

—¿Lo aburro Claudio? se interrumpió el caballero

—En absoluto señor, continúe usted por favor.

—Cuando regresamos, paramos en un camino desierto y fuimos a ver lo que había detrás. Nuestra sorpresa fue enorme, habían dejado tres cajas sin candado. Con su padre nos miramos y decidimos ver qué contenían. Allí había una fortuna, estaban repletas de lingotes de oro, no sé cómo decirle pero para ese momento serían varios millones de pesos, muchísimos. 

Después de eso comenzó otra historia. En un primer momento teníamos cierta desconfianza con lo ocurrido, nosotros solo éramos dos jóvenes cumpliendo con una orden militar. Pero yo no tuve desde un principio ninguna duda, debíamos repartirnos eso y ocultarlo. Pero su padre no pensaba lo mismo, lamentablemente. Allí comenzó nuestro distanciamiento. Su padre pensaba que no podíamos aceptar esa fortuna, que evidentemente era un dinero que vaya a saber de donde provenía; que había que devolverlo etc. etc. No nos pusimos de acuerdo, entonces yo le dije que hiciéramos una cosa. Ocultarlo por ahí y no decir nada en el cuartel, si surgía algo, yo me haría responsable. Su padre aceptó, regresamos al cuartel con el camión vacío, nadie nos preguntó nada y al otro día nos informan que nos habían otorgado la baja, que nos podíamos ir a casa. Yo me las arreglé para ir a buscar mi parte, el resto quedó allí.

A Claudio no le cabía en la mente lo que estaba escuchando, no sabía qué pensar. Recordaba a su padre en el taller, siempre debajo de algún auto engrasado hasta las orejas y a su madre cuidando el centavo; jamás se le hubiera ocurrido ni remotamente que su padre se abstuviera de disfrutar de una fortuna que estaba en algún lugar de la pampa esperándolo. 

—Por todo esto Claudio, yo lo he querido convocar por dos razones, una de ellas es que siempre he apreciado a su padre, era un buen hombre; nos comunicamos algunas veces, pero él siempre se negó a recibir ni siquiera plata de mi parte. Un día me dijo que no lo llamara más, y así lo hice; pero ahora yo estoy grande y siento que esa fortuna enterrada allí, ahora le pertenece a usted.

Mañana regreso a Uruguay, allí tengo una chacra que compre con ese dinero y me dedico a la ganadería y crío caballos de carrera, no tengo hijos, solo un hermano mayor que yo, que vive en Francia pero no mantenemos relación. En fin, esta es la historia. 

—La verdad señor, cuando usted me llamó pensé que mi viejo había dejado alguna deuda sin pagar, pero mire usted; pobre viejo; él era así; en este mundo en el que no corre vuela el se interesaba por otras cosas.

El elegante señor Sanchez Olivera, sacó de su bolsillo un sobre, y lo puso sobre la mesa.

—Le dejo esto Claudio, aquí encontrará el lugar, con pelos y señales, estuve allí hace poco, es un potrero que parece abandonado, y además encontrará mi dirección y teléfono en Uruguay, por último, le he hecho un testamento de mi parte hacia usted, para que no tenga inconvenientes en justificar la procedencia de este bien, que no es poco. Será para usted una herencia de un amigo de su padre que no tiene descendencia. Espero sinceramente que lo disfrute y sepa invertirlo bien, su familia se lo merece.  —Después de decir esto, aquel elegante señor, pagó la cuenta, tomó su sombrero, le dio un abrazo a Claudio y se perdió en la noche.



3.



Claudio se quedó mirando ese sobre sobre la mesa del bar mientras su mente recorría episodios de su vida: con sus padres, su esposa, sus hijos, su actual insoportable empleo, cuando quebró con el negocio de los colchones, las deudas. Si la historia contada por ese hombre era cierta, ese pequeño papel contenía una nueva vida para su familia, una vida sin privaciones, una nueva vida de ricos. Pero ¿cuánto dinero significaba esa cantidad de oro?. No tenía idea. 

Por fin solo tomó el sobre, sin abrirlo lo guardó con cuidado en el bolsillo de su saco, y después salió del bar para buscar su auto. Cuando se sentó frente al volante, vio un grupo de jóvenes con gorra qué venían por la vereda. En un instante imaginó que lo asaltaban y le quitaban el sobre, se paralizó el corazón cuando uno de ellos se cruzó, y le hizo una seña frente a la ventanilla, no tenía tiempo de hacer nada, si sacaba un arma estaba perdido, pero el joven solo le preguntó si tenía fuego.




—No fumo. —le dijo con un hilo de voz, tuvo que bajar el vidrio y repetir— no, no fumo discúlpame.

Entonces el muchacho le dijo con una sonrisa si el auto no tenía encendedor.

—Si por supuesto —dijo Claudio más tranquilo— no me acordaba, como yo no fumo.

Por fin entró a su cochera y fue a su departamento. Los mellizos curiosamente esa noche estaban tranquilos mirando una película y su mujer acomodaba ropa en el dormitorio. 

—Tengo algo que decirte, pero después de la cena cuando estemos tranquilos  —le dijo a su mujer tomándola de la cintura. 

—Qué intriga. —dijo ella abrazándolo—  hablé con el tío y me dijo que no nos preocupemos, nos presta lo que necesitemos.

Él mirándola a los ojos  —le dijo—  tal vez no necesitemos que nos preste. 

—No me digas que te aumentaron el sueldo  —le dijo su esposa cruzando sus brazos detrás de su cuello.

—Quizás es algo más importante. 

—¡Más importante!, ¿qué pasó?.

—Tendremos que hacer un viaje a Lobos.

—¿A Lobos?, ya me estás preocupando, ¿no andarás en algo raro verdad?

—No, mi amor, te lo juro, pero te pido que charlemos después de la cena cuando se duerman los chicos.

Después de comer, ella fue a leerle algo a los mellizos y Claudio acomodó la cocina. Cuando todo estaba en calma y en silencio se sentó en el comedor y colocó el sobre en el centro de la mesa. Cuando llegó su esposa ella se sentó frente a él y Claudio comenzó a contarle todo sobre aquel hombre amigo de su padre y todos los  otros detalles. 

Ambos se quedaron un largo rato mirando el sobre cerrado.

—Quise que lo abrieramos juntos. —dijo él tomándole la mano— tal vez todo sea mentira, no lo sé, pero ese señor me resultó convincente. 

—Bueno, abrirlo de una vez Claudio.

Cuando Claudio comenzó a sacar todo el contenido del sobre comenzó a leer en voz alta, primero sacó el testamento que estaba refrendado por un escribano, después había una carta escrita a mano, y por último un papel doblado, con una serie de dibujos e instrucciones para llegar a algún lugar en la pampa cerca de Lobos. 

Por último leyó aquella carta


Estimado Claudio, me gustaría que su viejo hubiera disfrutado de esto, lamentablemente no fue así, su padre era un hombre muy especial. Solo espero que todas sus aspiraciones se concreten, y permítame darle un consejo de este viejo. El dinero es como el alcohol, si se toma en exceso puede embriagar. Por esto le recomiendo que lo administre bien, siempre pensando en lo mejor para su familia. Si alguna vez necesita uon consejo estoy a sus órdenes, esta es mi dirección y teléfono en Uruguay.

Atte. Ramón Sanchez Olivera. 


Marta y Claudio no podían salir de su asombro, tenían una sensación de impaciencia, alegría y temor. Ella se puso a  caminar pensando alrededor de la mesa sin parar. Esto era algo que caía del cielo y parecía que era todo cierto. Pero después de un momento ella se detuvo y dijo. 

—Claudio, no podemos aún asegurar que esto sea verdad, no vaya a ser que este hombre, Sanchez Olivera, que salió de la nada, sea un loco, o un lavador de plata, no se, mira si nos mete en un despelote, todo esto me da un poco de miedo. 

—Si, tienes razón, ¿qué podemos hacer para quedarnos tranquilos?   —dijo Claudio guardando todo esos papeles.

—Mira, primero comprobemos que ese testamento es legal y que ese escribano existe, busquemos en google ahora mismo.

Cuando Claudio buscó en Internet el nombre del escribano, efectivamente figuraba en Facebook y tenía su estudio en Montevideo Uruguay, después buscó al señor Sanchez Olivera y también coincidía todo, tenía un establecimiento ganadero y era criador de caballos de carrera. 

—Todo coincide con lo que me dijo, incluso lo conocía a mi padre muy bien. Yo sé que mi viejo no tomaría algo que no fuera de él ni loco, es probable que más de una vez hubiera tenido deseos de ir a buscar parte de esa fortuna, me acuerdo que en una oportunidad puso con un amigo una rectificadora y se fundió. Estuvo casi un mes sin hablar, imaginate lo que le pasaría por la cabeza. Pero evidentemente no aflojó y empezó de nuevo. Me acuerdo que arreglaba autos en la calle. Un día alguien lo denunció y vino un policía. Se volvió loco, agarró una llave inglesa y rompió un auto, salieron los vecinos a calmarlo.

—Analicemos esto Claudio con calma. —le decía su esposa trayendo el termo y el mate— imagínate que ahí está enterrado todo ese oro; ¿como lo traemos?, y ¿donde lo guardamos? Hay que contratar una caja de seguridad, o diez, no tengo idea de cuanto es.

—Yo tampoco. —le decía Claudio tomando un mate— además con mi auto que tiene los elásticos hechos pelota, no puedo cargar mucho peso.

—¿De cuanto peso estamos hablando Claudio?, o mejor dicho, ¿cuánto dinero es todo eso?

—Veamos, —Claudio consultó en Google— este hombre por lo que me dijo son varios lingotes, no me precisó cuántos, pero un solo lingote aquí dice que pesa unos doce kilos, entonces si multiplicamos doce por…

¡No, me muero!, no puede ser.

—¿¡Qué pasa Claudio!?  —Claudio levantó su vista de su teléfono y miró a su esposa con una cara de asombro como de quien hubiera descubierto la fórmula de la vida eterna, aquí dice que un solo lingote de oro cuesta aproximadamente un millón trescientos cincuenta y seis mil dólares. 

—¡Déjame ver!  —exclamó su esposa arrebatándole el teléfono para comprobar tal cosa—  no lo puedo creer, no lo puedo creer mi amor, somos ricos, ¡somos ricos!. 

—¿Quién es rico mamá!  —preguntó uno de los mellizos qué se había despertado por los gritos.

—Nadie mi amor  —le dijo Marta a su hijo abrazándolo mientras le guiñaba un ojo a su esposo— estábamos haciendo un chiste con papá. 

Después que el pequeño retomó el sueño, Marta y Claudio continuaron con los planes.

—Yo creo que lo primero que debemos hacer, es comprobar si ese oro existe, si está allí enterrado, o solo es una patraña de un loco. —le dijo Claudio en voz baja a su esposa sirviéndose un mate.

—Exacto Claudio, vayamos cuanto antes, si te parece este fin de semana, dejamos a los chicos con mamá y vamos.



4



Claudio y Marta subieron a los chicos al auto, más una canasta con algo para comer y tomar. Después dejaron a los mellizos en la casa de su abuela, con la excusa de que iban a visitar a unos amigos de cuando eran solteros y pensaban salir a cenar, como iban a regresar muy tarde preferían que durmieran por esa noche allí.

—Después que carguemos combustible, tengo que comprar en una ferretería una pala y un pico  —le dijo Claudio a su esposa, parando el auto en la estación de servicio. 

—Quisiera llenar el tanque por favor.

Cuando el playero terminó de cargar el tanque, Claudio le dio su tarjeta de crédito para pagar, pero surgió un inconveniente, la tarjeta no tenía dinero suficiente. 

—No puede ser, pruebe de nuevo por favor.

—No señor, no tiene fondo  —le dijo el hombre devolviéndole la tarjeta. 

Marta buscó en su bolso, y sacó otra de ella.

—Probemos por favor con esta tarjeta señor. 

—Esta si funciona  —le dijo el playero a Claudio, que se había puesto blanco. 

Una vez en el auto exclamó Claudio manejando:

—Quiero ser millonario Marta, nos ¡merecemos ser millonarios!

—Quizás antes que termine este día lo seremos mi amor   —le dijo Marta con una sonrisa.

El viaje, a pesar de que llovía muchísimo, les resultó entretenido, ambos fueron charlando de lo que harían si todo esto que estaban viviendo no era un sueño. Lo primero sería comprar una camioneta de las más grandes y después buscar en un country una casa amplia con mucho parque y pileta. También comprarían una cabaña frente a algún lago en el sur y una poderosa lancha con motor fuera de borda. Una vez que estuvieran acomodados, irían a conocer toda Europa. 

Después de tomar por la Richier cuando doblaron por la ruta 205, comenzó a llover torrencialmente, por fin después de casi una hora llegaron a la avenida Valeria de Crotto. Ese era el cruce que indicaba el mapa. Tomando a la izquierda se llegaba al pueblo de Uribelarrea, había que tomar un camino de tierra que salía a la derecha, desde el cruce a trescientos metros por esa calle de tierra tendrían que entrar al potrero que estaba a la derecha, por último después de cruzar el alambrado tenía que dar ciento cincuenta pasos en forma perpendicular a la calle de tierra. Ese era el lugar, ahí había que excavar. 

En cuanto tomaron por el camino de tierra el auto por el barrial qué había empezó a patinar, y a pesar que Claudio trató de que no se fuera a la zanja, no hubo remedio, quedó encallado con una inclinación de cuarenta y cinco grados y la rueda trasera derecha en el aire. La llovizna le daba a toda la situación una sensación catastrófica.




—Hasta aquí llegamos Marta, ahora si que estamos en apuros, no sé cómo carajo saldremos de aquí.

—Tenemos que esperar que pase alguien y nos ayude, o mejor llamemos al Automóvil Club  —le dijo su esposa mirando que de su lado el agua estaba ingresando por la puerta.

—Hace tres meses que le di de baja, no te acuerdas   —le dijo Claudio.

—Tienes razón, no me acordaba. —contestó Marta con cara de angustia.

Después de un par de minutos en silencio Claudio recapacitó y dijo:

—Bueno, no se ha muerto nadie, tomemos unos mates mientras esperamos, alguien tiene que pasar. 

Por el camino de tierra comenzaron a ver una luz amarillenta, después eran dos, pertenecían a los faros de un tractor, cuando el enorme vehículo estuvo a su lado su conductor paró el motor. Cuando Claudio se bajó del auto sus dos pies se enterraron en un barro muy blando y resbaladizo. Desde lo alto de la cabina del tractor, un hombre de boina roja, le alcanzó una linga muy gruesa.

—Sujetela de algún lado de atrás y después al gancho del tractor  —le dijo amablemente sonriendo— como si fuera una tarea sencilla. 

Claudo, después de agarrar la pesada linga, y querer ir para el lado trasero de su auto, se resbaló y cayó sentado sobre el barro, al querer levantarse sus pies se deslizaban por la superficie sin poder afirmarse, esto hizo que tratara de darse vuelta para apoyar sus rodillas en el suelo, pero un nuevo resbalón lo hizo caer de frente. 

El chófer del tractor viendo que no podía hacerlo se bajó, y lo ayudó a ponerse de pie.

Cuando Claudio se incorporó, parecía una estatua viva de barro, tenía barro, hasta en su cara y su pelo. Su esposa lo miraba por la ventanilla con cara de perplejidad.

El señor de boina tenía botas, y evidentemente sabía manejarse en el barro, porque en unos pocos segundos, ató la linga a algún lugar firme del auto y después el otro extremo al gancho del tractor.

—Suba amigo, enderece las ruedas y mantenga firme el volante.

Después que el poderoso motor arrancó, las enormes ruedas del tractor se movieron. Al cabo de un instante, Claudio y Marta, sintieron el poderoso tirón que dejó su auto sobre la calle. Después el conductor, les golpeó la ventanilla para que la abrieran.

—¿Quieren que los arrastre hasta la ruta?, porque aquí no podrán maniobrar, se quedarán de nuevo. 

Claudio, hecho un desastre, aceptó la propuesta y lentamente fueron arrastrados hasta un lugar seguro en la ruta.

Después de darles las gracias al tractorista, se percataron que el interior del auto estaba lleno de agua sucia y Claudio parecía un espectro aterrador.

Con cierta sensación de ser un par de fracasados, fueron a una estación de servicio próxima, la lluvia era persistente y no parecía que el mal tiempo compusiera. Una vez que pudieron poner el auto en condiciones, Claudio se quitó el barro lo mejor que pudo y decidieron regresar, porque con ese tiempo y ese lodazal del camino, no podían  hacer nada y menos aún excavar.

Cuando estaban próximos al departamento, les pareció que podían dejar a los chicos por esa noche en la casa de su abuela. Fué una excelente idea. Después de comprobar que los chicos estaban bien, una ducha caliente los recompenso por todo lo ocurrido. Pidieron comida, él abrió una botella de vino tinto y sacó dos copas. Ella se puso una salida de baño demasiado transparente, y demasiado corta. Después sucedió lo que ambos deseaban que sucediera.


5



La semana transcurrió bien, sin muchas complicaciones. Llevar a los chicos al colegio, ir al supermercado, las cuestiones y tareas de la oficina que Claudio sorteaba lo mejor que podía. La cotidiana visita de Marta a ver a su madre. Pero entre ellos continuaba la secreta misión que habían postergado. Por las noches después que los chicos se durmieran, comenzaban a planificar la próxima ida a ese lugar. Irían el sábado próximo, estaba anunciado buen tiempo; pero el jueves ocurrió otro percance, por la mañana cuando Claudio quiso poner en marcha su automóvil para ir a trabajar, al dar vuelta la llave de encendido este arrancó, pero a los pocos instantes el motor hizo un extraño sonido, seguido de un un humo blanco que salía debajo del capot.

—Se rompió el auto Marta, no lo puedo creer, justo ahora que lo necesitamos.  

Marta estaba guardando una ropa y de la bronca e impotencia la arrojó con fuerza al piso. 

—¡Cuando podamos cambiarlo Carlos, quiero que lo tiremos al Riachuelo, o mejor lo quemamos!. 

—Te aseguro que lo haremos. —le respondió Claudio con cara de fastidio— pero ahora tenemos que arreglarlo, ¿tu primo podrá hacerlo?

—Con qué cara le pido un favor, después del despelote con la mujer en el cumpleaños de mamá. 

—Bueno, pero la tirantez es con la mujer, no con él. —le dijo Claudio.

Marta lo miró con una cara que lo decía todo.

—A la vuelta de la oficina hay un mecánico, hoy lo iré a ver. —con resignación dijo Claudio colocándose el saco para ir a su oficina. 

El sábado por la mañana llamó por el portero el mecánico para ver el auto. Era un hombre grande, bien vestido, de ese tipo que con solo ver el modelo del auto, el estado de las cubiertas y la ropa del posible cliente, ya sabía cuánto podía llegar a ganar con el arreglo. Cuando Claudio lo llevó a la cochera y le dijo cuál era el vehículo. El mecánico, al verlo, ya supo que estaba perdiendo el tiempo.

Cuando abrió el capó, miró durante unos instantes el motor, midió el aceite y después le pidió a Claudio que lo cerrara.



—Está fundido.  —le dijo de una sola vez sin contemplación alguna. 

—¿Cómo está fundido?  —exclamó Claudio con voz desesperada.

—Si, está fundido. —reitero el hombre—  por algún motivo se quedó sin aceite y estos motores, como todos, sin aceite se funden.

Claudio lo miró como si se estuviera burlando de él. Después le hizo la pregunta de rigor:

—¿Cuánto sale arreglarlo aproximadamente? 

Cuando el mecánico después de hacer unos cálculos mentales le dijo el valor.

Claudio por poco se desmaya, pero vino a su mente que también existía la posibilidad de que en unos pocos días fuera rico.

—¿Trabaja con tarjetas de crédito?,  —le preguntó Claudio a ese hombre con cara impertérrita.

—No  —dijo el señor— solo trabajo de contado.

—Hoy todo el mundo trabaja con tarjetas. —le respondió Claudio. 

—Puede ser, yo no. —le contestó el inconmovible mecánico —  cincuenta por ciento anticipado para pagar la rectificadora y el resto cuando retira el auto, siempre que sea dentro de los dos días porque no tengo lugar en el taller. Si no lo dejo en la calle y no me responsabilizo si le roban las ruedas u otro daño. 

Estaba claro que las condiciones del contrato no eran flexibles. 

—Bueno, lléveselo —dijo Claudio con mal humor.

—Lo vengo a buscar esta misma tarde con una grúa, pero me tiene que dar el dinero por anticipado. 

Esto era el colmo, pero a Claudio no le quedaba otro remedio y necesitaba su viejo auto.

Por la tarde, Claudio y Marta, vieron como el auto era subido al remolque, después que le dieron al mecánico todo el dinero que iba a ser destinado para pagar las esperanzas. 

—No le pregunté cuándo estará listo  —le dijo al mecánico que ya estaba sentado en el camión. 

—Estime unos quince días, si no surge ninguna complicación.  —alcanzó a decir el hombre con la grúa ya en movimiento. 


6.

Sin auto, sin dinero, con compromisos muy próximos para afrontar, incluyendo lo que faltaba pagarle al mecánico, Claudio y Marta estaban en serios aprietos.

Esa noche, ambos no podían dormir.

—¿No se que podemos hacer Marta?, parece como si el destino nos pusiera obstáculos para que no podamos saber si en ese campo hay una fortuna enterrada o no.

Acurrucada a su lado, Marta, que también estaba preocupada, le dijo:

—Mira si tenemos una fortuna allí y nos estamos preocupando por tonterías. 

—¿Y si voy en colectivo?  —le dijo Claudio encendiendo su teléfono— el 88 me deja bien, justo pasa por el cruce de la 205 y Valeria de Crotto, desde allí tendría que caminar unos quinientos metros, no me parece nada complicado. 

—¿Te animas a ir solo?  —le dijo Marta incorporándose en la cama—  yo tengo este sábado que acompañar a mamá al sanatorio. 

—Por supuesto, mañana busco mi vieja mochila y preparo todo lo que necesito.

Marta le dio un abrazo y varios beso en la boca a su héroe, mientras le decía:

—Te re, re, re quiero, sos mi amor.

El sábado amaneció espléndido, despuntó un sol brillante que teñía de rojo unas nubes lejanas.

Claudio salió a la calle después de un desayuno contundente que le preparó su esposa y un taper con un par de sándwich y una gaseosa para ese día. 

Parecía un explorador de montaña, la mochila era enorme, y se había colocado un sombrero australiano con tapa nuca para el sol, lo más ridículo de la vestimenta era ver la pala y el pico colgado de su espalda. Cuando subió al colectivo, el chófer no pudo aguantar y le preguntó a qué expedición lo habían destinado. 

Claudio no contestó la humorada.

Después de un viaje extremadamente largo, llegó a destino, cuando bajó del colectivo, el pico se trabó en la puerta y necesitó la ayuda de un joven para destrabarlo y poder bajar. 

Cuando quedó solo en el cruce, nadie había en todo aquel enorme lugar. Empezó a caminar contando los pasos hasta que llegó a los trescientos, allí se detuvo y observó que del otro lado del alambrado había pastando tres vacas; justamente en el sitio que él tenía que ingresar. Para no tener problemas con los rumiantes, caminó veinte pasos más. Una vez en el lugar encaró hacia el alambrado, pero; surgió un primer problema, los hilos de acero estaban muy tensos y el superior era un alambre de púas. El primer error que cometió fué querer cruzar entre los alambres sin quitarse la mochila; irremediablemente quedó enganchado entre el alambre de púas y el primer hilo. Trató entonces de quitarse la mochila pero le fue imposible. Estaba atrapado. Intentó varias veces pero le era imposible salir de allí. 

Cuando las cosas se complican la frustración hace estragos en las personas; Claudio comenzó a insultar a su destino, al mundo y a la humanidad toda. De pronto se dio cuenta que alguien lo observaba, era un chico con bicicleta, que le preguntó, riendo.

—¿Necesita ayuda?

Después que Claudio aceptó que el pequeño joven lo ayudara, éste, dejando su bicicleta en el piso se acercó y con sus manos desenganchó el alambre de púas de la mochila y elevó el mismo para que Claudio pudiera pasar con comodidad.

Cuando se pudo incorporar le agradeció al pequeño su ayuda y éste se fue de inmediato en su bicicleta. 

Más calmado, se orientó nuevamente en el lugar para donde debía caminar contando los pasos. En el preciso momento que llegó al lugar pudo observar que la tierra estaba compacta y muy dura; quiso dar la primera palada y no pudo, tenía que utilizar el pico, cuando se acomodó para dar el primer golpe con él, sonó su teléfono. Era su esposa:

—Claudio, mamá se descompensó, la internaron, estoy sola con los chicos, tienes que venir enseguida mi amor, tengo mucho miedo. —le dijo su mujer llorando. 

—Voy para allá, solo que no sé si aquí habrá un uber o alguien que pueda llevarle rápido. 

—Estoy desesperada, me parece que mamá se me muere.

—¡Ya salgo para ahí!.

Después de cruzar el alambrado, tiró primero la mochila para el otro lado, de ese modo pudo cruzar sin engancharse, después se colocó la pesada mochila y empezó a correr para la ruta. Cuando llegó al cruce no había nadie. Desde su teléfono llamó por la aplicación a un uber, el precio del viaje más los peajes era muchísimo dinero, pero esto era una emergencia. Cuando el auto llegó era una señora la que conducía.  

Durante el viaje fueron hablando, la señora había sido enfermera y por el aspecto de Claudio y su vestimenta no comprendía la situación, hasta que Claudio inventó una actividad relacionada con el agro; le dijo que analizaba los campos, más precisamente la tierra para saber qué conviene cultivar. La mujer le creyó. Después la chófer al ver la angustia por la situación de su suegra, lo dejó más tranquilo, diciéndole que una descompensación puede tener cualquier persona por muchas causas y no por eso ser algo grave.

Después del largo viaje por fin llegó al Sanatorio. En la sala de espera estaba Marta y los chicos que corrieron a abrazarlo.

—Está mejor. —dijo Marta llorando— no te imaginas el susto que me peguė, estábamos charlando y se quedó con la mirada en blanco y no me hablaba, creí que se había muerto, pero los médicos me dijeron que solo fue que se la bajó la presión abruptamente, que no es nada, solo tiene que cuidarse. No obstante pasará esta noche aquí para controlarla. Me voy a quedar con ella. 

—Está bien, yo me voy a casa con los chicos, ¿te parece?

—Si, ¿pero que van a comer?

—No te preocupes, yo me encargo. 

Más tranquilo, Claudio salió del sanatorio llevando a los mellizos uno de cada mano.

—Vamos a ir a casa en subte. —les dijo.

—Está bien papá —le dijo uno de ellos— pero no podės sacarte ese sombrero, pareces un explorador.

—Si, tienes razón  —Claudio se sacó el ridículo gorro y lo guardó en la mochila. 

En el subte, por la hora consiguieron ir sentados, Claudio por todo lo ocurrido en ese día estaba exhausto, los mellizos también, se habían asustado por su abuela. Ahora, por suerte, toda la familia Perez estaba más tranquila.


7



Claudio se despertó cuando sonaba su teléfono

—Hola mi amor, aquí está todo bien, —era Marta más serena— mamá desayunó, tenía apetito y estaba de buen humor, estoy con ella, te manda un beso. Dice que todavía la tenes que seguir aguantando.

—¿Cómo estás vos?  —le preguntó Claudio a su esposa, todavía con sueño. 

—Bien, ya estoy tranquila, por suerte mamá está bien. 

—Esta noche iré yo para que puedas descansar, ¿te parece?

—¿Estás seguro que quieres venir?

—Si no quisiera no te lo diría . 

Después de hablar con Marta, Claudio preparó el desayuno y sentados en la mesa de la cocina, los mellizos le preguntaron preocupados por su abuela. 

—Todo está bien, hoy iremos a verla, yo me quedaré esta noche en el hospital y ustedes vendrán a casa con mamá. 

Ese domingo por la cabeza de Claudio se amontonaban muchas ideas, algunas encontradas; su familia, las deudas, la salud, su trabajo, esa aún extraña e imprevista fortuna que seguía allí enterrada. 

Cuando estaba pensando en todas esas cosas, sonó su teléfono. Se sorprendió al escuchar la voz del amigo de su padre, era Sánchez Olivera.

—¿Cómo se encuentra Claudio?  —preguntó esa voz inconfundible.

—Muy bien señor Ramón, ¿y usted?.

—Bien gracias, quiero saber como le fue con aquello que hablamos.

Claudio le explicó parte de los pormenores sufridos, y también de su real situación económica que le dificultaba poder hacer algo tan simple como ir a desenterrar un tesoro.

—Aunque usted no lo crea señor Ramón, aún no pude hacerlo. 

—Hagamos una cosa Claudio  —le dijo aquel hombre de voz vibrante—  ¿cuánto dinero necesita para todo lo que tiene que pagar incluyendo el arreglo de su auto?

Por un momento Claudio pensó que estaba hablando con Dios, que le brindaba una mano.

—Yo estimo que con diez millones de pesos me tiene que sobrar.

—Bien  —respondió el amigo de su padre— dígame su CBU, y hoy mismo le transferiré veinte millones, tómelo como un préstamo, porque cuando tenga usted todo resuelto quiero que venga con su familia a mi chacra aquí en Uruguay, tengo una proposición de trabajo que ofrecerle que le interesará. 

Cuando llegó Claudio al hospital con sus hijos Marta lo estaba esperando, juntos fueron todos a saludar a la abuela Ines. Cuando estaban saliendo del hospital, Claudio le dio a su esposa la grata novedad de ese préstamo por parte del señor Sanchez Olivera. 

—Me dijo que quiere hacerme una propuesta de trabajo en Uruguay, la verdad Nora no sé de qué agujero salió este hombre, pero parece una persona seria y además es muy simpático.

—¡Ya te transfirió el dinero!  —le preguntó su mujer con curiosidad.

—A ver. —Claduio se fijó en su teléfono y pudo comprobar que en su caja de ahorro tenía veinte millones de pesos, miró a su esposa mostrándole el teléfono —  compruébalo con tus propios ojos.

Cuando Marta vio la cifra, se puso a saltar y dar vueltas con los brazos en alto, sus hijos la miraban sonriendo. Todos rieron distendidos. Se habían terminado las preocupaciones por sus deudas.


8


Pasar la noche en la sala de espera de un hospital, más allá que solo sea para hacer guardia por algún familiar que ya no está en peligro, provoca un sin número de sensaciones. El frenético trabajo de las enfermeras y los médicos, el carro que lleva la cena, personas que hablan preocupadas, o incluso aquellas que pasan por lo inevitable de la vida. Allí nada provoca placer, solo la advertencia de lo efímera que es la vida y que nadie está libre de enfermarse. 

Sobre la pared frente a Claudio había un pequeño cuadro enmarcado pintado al óleo de alguna calle de Buenos aires; un taxi desformado con su techo amarillo esperaba en la bocacalle qué el semáforo le diera paso, las calles húmedas permitían que se reflejarse en ellas las luces del atardecer, algunas personas caminaban por la vereda, solo eran manchas grises, pero el artista había logrado crear ese clima que solo se obtiene con talento. Talento que surge del sincero sentimiento de paz interior.

En la parte inferior del recuadro blanco se podía leer. “A todo el personal del hospital, le agradezco haberme salvado la vida”, y dos iniciales PB.

“Cuántas cosas, pensaba Claudio, pueden ocurrir en un hospital, situaciones extremas, de felicidad, o angustiantes. Aquí la vida transcurre en primer plano, sin disfraces, sin atenuantes”. 

Cuando la febril actividad se detuvo para dar paso a la larga noche, en la pequeña sala de espera solo había un hombre mayor leyendo un libro enorme. Claudio se dirigió hasta la máquina expendedora y se sirvió un café con un alfajor. Al regresar a la sala, aquel señor de pelo blanco estaba con los ojos cerrados y su cabeza apoyada en la pared, tenía el libro cerrado sobre sus piernas. Cuando Claudio se sentó frente a él, éste abrió sus ojos y le preguntó:

—¿Un familiar?

—Si, mi suegra, ¿Usted?.

—Mi señora…tiene cáncer.

Claudio se quedó sin palabras para continuar con la charla.

—Viene peleando hace ya cinco años, y ahora se dió por vencida, así es la vida joven, pero debo decirle que hemos vivido bien, fuimos muy felices.

—Lo siento señor.

Cuando el hombre estaba por decir algo más, un doctor se acercó y dijo:

—Ahora su señora solo lo necesita a usted.

El caballero, se dirigió de inmediato a una habitación del corredor. 

Claudio se quedó pensando que por fortuna él tenía una familia a la que amaba, y más allá de las situaciones económicas, tenía un hogar.

Esa noche, a pesar de pasarla sentado en una silla incómoda, Claudio se sentía feliz. Marta hizo una video llamada y Claudio pudo ver la cara de ella junto a la de los mellizos sonriendo. Después, cuando los chicos se durmieron, ella lo volvió a llamar y hablaron un largo rato.

Al día siguiente le dieron el alta a la suegra de Claudio, y cuando regresaban en el taxi junto con Marta, su mamá les dijo que el martes quería que vinieran a cenar porque tenía que darles algo.

Durante el trayecto en taxi, Claudio dijo socarronamente. —¿Con qué nos agasajará mi querida suegra?.

—Que afortunado es usted señor.  —dijo el chofer con una sonrisa—, mi suegra no puede ni verme, me odia.

—Por algo será  —dijo la madre de Marta irónicamente—  voy a hacer ravioles con estofado, ¿les gusta?.

—Sería mucha molestia señora poner un plato más para mí  —dijo de inmediato el joven chófer mirando a la señora por el espejo retrovisor.

Todos rieron. 

El martes, después de almorzar, la dueña de casa fue a buscar algo a su habitación, al regresar traía en sus manos una tarjeta.

—Esto es para ustedes, —poniendo la misma sobre la mesa, dijo. —Es el número de una caja de seguridad, de allí podrán retirar una cantidad de dinero que imagino resolverá muchos de sus problemas, esto Martita corresponde a un ahorro de toda la vida de tu padre, vos eras su orgullo, sus ojos y su razón de vivir, él quería que te lo dé cuando tuvieras una familia consolidada. Pues bien querida, ya tienes una y esta era su voluntad.

Marta y Claudia abrazaron a Ines.

—Bueno, —dijo la abuela, secándose una lágrima de su mejilla—  Ya está hecho, ahora disfrutemos del postre.


9.


Los días que siguieron para la familia Perez después de estas dos contundentes ayudas económicas, fueron muy tranquilos, y se sumó algo; que habían dejado de hacer por sus problemas económicos. Comenzaron a ir nuevamente al parque a caminar y jugar con los chicos al aire libre. Por los problemas se habían convertido, sin darse cuenta, en personas sin actividad de recreación alguna.

Curiosamente no retomaron nunca más la idea de la búsqueda del tesoro, se olvidaron por completo. Preferían disfrutar los fines de semana del sol, los árboles, y las flores, en lugar de ir a hacer pozos a un campo inmenso y desconocido. 



Muchos tesoros enterrados deben existir… solo es necesario poder descubrirlos.

F.B.



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martes, abril 08, 2025

MISTERIO EN EL FIN DEL MUNDO (primer entrega)



               Muchos pueden suponer que el fin del mundo es solo una frase metafórica; pero yo les aseguro que existe un lugar en Argentina que definitivamente es el fin del mundo. Se llama Puerto Almanza; este pequeño pueblo con algo más de cien habitantes se encuentra en la desembocadura del río del mismo nombre junto al canal de Beagle. Su principal actividad es la pesca de centolla y otros moluscos.

El clima es muy duro para la vida, la humedad, el intenso frío y el viento, que no descansa jamás, contribuye a que sus pobladores lleven una vida muy distinta a otros lugares.




Después que Anibal y Fernando terminaron de descargar el carretón de leña, decidieron ir a cenar algo al bar de Lorenzo; cuando ingresaron, el olor a leña del hogar encendido, el revestimiento de madera que cubría las paredes y los pisos, y las mesas con manteles a cuadro rojos y blancos, siempre con el florerito en el centro de cada mesa, luciendo esas flores silvestres que con cariño juntaba la dueña de la casa, le daba al lugar un aspecto hogareño. 

—Que desean los señores —dijo aquel hombre bajito con su delantal color blanco impecable y la gorra de lana negra que utilizan la mayoría de los pescadores del lugar—. Les recomiendo el guiso de centolla con papas y batatas, con un buen vino tinto o cerveza.

—Además del guiso, ¿hay otro plato para elegir? —preguntó Fernando. 

—No  —dijo el dueño del único bar de todo el pueblo con una sonrisa.

—Entonces elegimos el guiso  —dijo Anibal, agregando— me pregunto si alguna vez podremos comer algo distinto en este boliche de mala muerte.

—Los señores son muy delicados, evidentemente tienen un paladar exquisito  —les respondió aquel hombre con una mueca graciosa, sabiendo que los dos muchachos comían siempre allí, el tradicional guiso de centolla de la señora de Lorenzo.

¡Laura!  —gritó el dueño del bar— aquí los señores se están quejando del servicio de la casa.

De la cocina del lugar, salió una mujer con su pelo atado con un pañuelo y de delantal multicolor, y dirigiéndose a la mesa de los dos jóvenes les dio un beso en la mejilla a cada uno y les dijo:

—Diganme que quieren comer la próxima vez, que yo se los preparo.

—¿Cómo puede ser posible Laura?,  —le preguntó Aníbal— que te hayas casado con este hombre, habiendo tantos buenos partidos en este mundo.

—Son esos errores que se cometen cuando una es joven  —dijo Laura, abrazando a su esposo, el cual, riendo, despeinó con sus dos manos a ambos jóvenes. 

Después de cenar, los dos muchachos y Lorenzo se quedaron charlando de los temas de siempre: el estado de la ruta, el costo de la leña y el gas, y la endeble línea eléctrica que llegaba al pueblo, la cual los dejaba sin energía constantemente. Pero esa vez surgió un tema nuevo sobre algo que jamás había ocurrido. 

Durante la sobremesa, Aníbal cargando su pipa trajo a la mesa lo que le había ocurrido. 

—Ayer a la tarde, cuando estaba cargando leña, ya estaba anocheciendo, y me pasó algo muy extraño. Cuando no hay nadie trabajando en el aserradero es muy silencioso, pero en un momento, escuché como si alguien hubiera arrojado con fuerza una madera contra las chapas, pensé que era Don Jaime que todavía andaba por ahí, pero cuando fui a ver para saludarlo no había nadie. Al regresar a la camioneta, sentí el mismo ruido otra vez, pero más fuerte, al ir de nuevo, no había nada.

—Quizás era una pila de tablas mal acomodadas, suele pasar que se doblan al secarse y sede alguna  —le respondió su amigo sin darle mucha importancia a lo ocurrido.

—No, todo estaba ordenado como siempre. También pensé que podría haber sido un animal que se llevó por delante una pila de maderas y estas calleron sobre las chapas, pero tendría que ser enorme, y yo jamás he visto un animal grande en esta zona. 

—Bueno, hablando de hechos raros  —dijo Fernando encendido un cigarrillo— el dia que fui a pescar con Mario, cuando tu no podías venir, ya habíamos juntado la red y antes de poner en marcha el motor, sentimos un golpe muy fuerte en el casco del barco que lo sacudió lo suficiente para pensar que habíamos encallado, pero no podía ser una piedra porque estábamos muy lejos de la costa, nos quedamos en silencio y no ocurrió nada más. 

Cuando Aníbal y Fernando estaban hablando de estos temas Lorenzo se acercó a ellos con una bandeja con tres tazas de café caliente y tres copas con coñac, después de dejarla sobre la mesa agregó una astilla al hogar, el cual brindaba con su fuego un ambiente acorde a una charla entre amigos, después se sentó en la mesa frente a ellos.

—Dicen que este invierno será terrible  —les dijo Lorenzo—, sumado a que aumentará el precio de la luz y el gas.

La charla entre los tres amigos se prolongó en esos temas que siempre importan a los habitantes de un lugar, hasta que Anibal y Fernando le contaron esos hechos extraños.

—Es curioso —me pasó algo también muy raro, serían las dos de la mañana cuando escuchamos con mi señora sobre el techo de nuestro dormitorio un fuerte ruido que nos despertó; yo salí de inmediato con mi escopeta al patio desde donde se puede observar todo el faldón del techo del dormitorio, pero no había nada  —les contó Lorenzo tomando un sorbo de coñac—, lo extraño fue que mi perro sultán que ante cualquier ruido extraño ladra con fuerza, esta vez se quedó acurrucado y en silencio como si tuviera miedo por algo.

Los tres amigos se quedaron en silencio un rato, y después Fernando dijo en voz baja mirando el fuego:

—No se si es una idea loca, pero desde que llegó el forastero inglés, empezaron a ocurrir cosas extrañas; aquí nunca pasó nada raro, pero al segundo día de su visita, se incendió la forrajeria y los bomberos no pudieron determinar las causas.

—Le comentó Nora a mi esposa que solo sale de su pieza por las tardes y regresa de noche muy tarde, siempre lleva una mochila  —agregó Lorenzo terminando de tomar su coñac de un trago— pagó su habitación por adelantado por un mes, se registró como Oliver Smith; Nora googlea a todos sus clientes de su hotel para saber a que se dedican, pero con ese nombre no encontró nada. 

Cuando la conversación de los tres hombres se prolongaba en conjeturas cada vez más insólitas, unos fuertes golpes se sintieron en la puerta, y en el mismo momento se cortó la luz dejando al salón en penumbras solo iluminado por las llamas del hogar. 

Lorenzo tuvo que encender un farol, cuando abrió la puerta y elevó el brazo para iluminar esa negra silueta, era un  hombre de casi dos metros de alto con campera de cuero, con gorro de explorador, y una cara enjuta inexpresiva con una barba de algunos días; era el inglés del que estaban hablando hacía un instante con sus amigos. Esto lo tomó tan de sorpresa a Lorenzo que no atinaba a decir palabra: pero aquel hombro con su voz ronca por efectos del tabaco y hablando en un muy mal castellano le dijo:

—Disculpe, ya se que es muy tarde, pero tal vez me podrían atender.

Recuperándose de su asombro, Lorenzo le respondió:

—Si, por supuesto señor, podemos atenderlo. 

El inglés se sentó en la mesa más alejada de la de los dos jóvenes, en donde el dueño de casa colocó un farol encendido, después, el forastero se quitó su mochila la cual al apoyarla sobre el piso de madera retumbó en todo el salón, evidentemente llevaba algo pesado, después de quitarse la campera y el gorro, sacó su pipa y una libreta de anotaciones; después de elegir la cena, pidió una botella de whisky.




Cuando Lorenzo se perdió con su farol en la cocina, Anibal y Fernando se quedaron en silencio sin saber que hacer o decir; cuando repentinamente aquel hombre misterioso se paró y se dirigió caminando hacia la mesa de los dos jóvenes quedándose parado frente a ellos.

Ambos pensaron que el corpulento inglés ahora sacaba un cuchillo u otra arma y los agredía sin mediar palabra, pero lejos de eso, dirigiéndose a Fernando le dijo:

—disculpe joven, no tendría fósforo, los míos se han humedecido.


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domingo, abril 06, 2025

MISTERIO EN EL FIN DEL MUNDO (segunda entrega)


          El salón de Lorenzo y su esposa cumplía las funciones de restaurante, sala de reuniones para cumpleaños, y el centro de organización de la fiesta anual de la cerveza artesanal; también como frecuente lugar de encuentro para los vecinos, en su mayoría pescadores, siendo uno de los juegos preferidos por ellos en las largas noches de invierno el ajedrez, acompañado por cerveza, coñac, vino o whisky. Cuando se reunían varias parejas para jugar, una densa humareda proveniente de sus pipas o cigarrillos inundaba todo el lugar.

Esa noche que por primera vez fue a cenar el inglés, no había nadie, excepto Anibal y Fernando que no encontraron nada mejor que hacer que jugar una partida, y de paso observar al forastero. El corpulento hombre cuando terminó de cenar, comenzó a escribir en su libreta muy concentrado mientras fumaba y tomaba whisky, sin lugar a duda era un gran bebedor, porque se tomó antes de irse media botella, la cual, después de pagar su consumición la introdujo en su mochila y se retiró.

—Este hombre me resulta misterioso  —dijo Fernando a su amigo, moviendo su alfil con preocupación. 




—A mi también me provoca la misma sensación, pero no se puede conjeturar nada sobre alguien que no conocemos  —dijo Anibal moviendo su torre con seguridad y cantando:  —¡jaque mate!.

Su amigo lo miró sorprendido y después exclamó:

—Suerte de principiante.

—El ajedrez no es un juego de azar es un juego ciencia y solo ganan los más inteligentes. —respondió Anibal con una sonrisa de satisfacción. 

Cuando estaban guardando las fichas, regresó la luz. 

—Mañana quiero salir temprano  —le dijo Aníbal a su socio y amigo.

—De acuerdo capitán, usted manda.


La mañana era muy fría, no obstante el viejo Umberto y su hijo Pedro, zarparon del muelle, el agua estaba con un fuerte oleaje que sacudía a su bote como si fuera de papel, pero estos dos rudos pescadores no le temían al salvaje canal, era su trabajo de ayer, de hoy y de siempre. 

Cuando llegaron al lugar preestablecido arrojaron el ancla y se abocaron a recoger sus trampas; la captura fue poca, como ocurría últimamente la centolla escaseaba, pero no quedaba otra cosa más que insistir, una y mil veces. Cuando terminaron, abrieron la sesta en donde la madre de Juan les había preparado, un termo con café caliente y unos pasteles.

El viento golpeaba sus rostros y se les hacía difícil escucharse.

—¡Para el lado de Chile dicen que hay muchas! —le gritó Juan a su Padre, viéndole la cara de disgusto. 

—¡Sí, pero estamos en Argentina, y aquí no se respetan las buenas prácticas. ¡En Chile serán más cuidadosos!. 

—¡Intentemos en ese lugar que me dijo Anibal, dicen que allí hay muchas y de buen tamaño! —lo entusiasmó su hijo.

—¡Corremos el riesgo de quedarnos sin combustible y en un día como hoy, es muy peligroso!  —le contestó Umberto a su hijo abriendo el cajón con cebo para cargar las dos jaulas que quedaban. 

Después de arrojarlas por la borda curiosamente el viento cesó; no era frecuente algo así, pero no imposible. Padre e hijo se quedaron en silencio escuchando como el suave oleaje golpeaba la cubierta de su bote, imprevistamente un banco de niebla los rodeó y de un momento a otro no veían ni sus caras.

—Solo esto nos faltaba  —dijo Umberto malhumorado. No le gustaba tener que regresar a ciegas. 

—Será mejor que esperemos para ver si la niebla se despeja  —le dijo Juan a su hijo. 

En ese mismo instante sintieron un pequeño golpe en el casco, pero pasado unos minutos, otro fuerte golpe, por poco da vuelta el bote.

—¿¡Qué es esto!? —dijo el padre de Juan. 

—Debe ser un Mero o tal vez un tiburón  —dijo el hijo de Umberto.

—Ha sido algo mucho más grande, —respondió Umberto, tratando de ver algo a través de esa niebla impenetrable. De pronto, muy cerca, algo golpeó la superficie con tal fuerza que el agua helada que levantó los alcanzó y los empapó por completo; esto alarmó a ambos hombres que sintiéndose indefensos ante algo desconocido; pensando que aquello podría hundir su embarcación, cada uno tomó un remo y sin ver, golpearon la superficie del agua con todas sus fuerzas; algo allí nuevamente golpeó el bote con tal fuerza que el hijo de Juan cayó al agua, de inmediato su padre que se pudo sostener a la cadena del ancla le extendió su remo para que su hijo se aferrara. 

—¡No te sueltes!  —le gritó su padre desesperado— cuando pudo sostener a su hijo del chaleco salvavidas lo ayudó a subir de nuevo a cubierta, pero esto no significaba que estuvieran a salvo. Al cabo de unos instantes, escucharon un nítido y espantoso rugido que se podría decir que era de una bestia salvaje, ambos hombres quedaron paralizados esperando un último ataque del que sabían que no podrían sobrevivir. 

A la mañana siguiente en el puerto la noticia se propagó de inmediato, Umberto y su hijo no habían regresado, nadie los había visto, la prefectura naval Argentina estaba pronta a zarpar con su lancha; las mujeres de ambos pescadores estaban desesperadas, un grupo de señoras trataban de consolarlas, quedaba siempre la esperanza que aún estuvieran vivos, tal vez solo habían tenido un problema con el motor, pero lo que más preocupaba a los pescadores veteranos era que en ningún momento pidieron auxilio por su radio VHF. 

Anibal y Fernando charlaban con los otros pescadores muy preocupados, en Almanza todos se conocían, era una gran familia, Umberto y su hijo eran muy queridos por ser atentos y serviciales, Pedro era muy amigo de ambos y un experto mecánico, en varias oportunidades los había sacado de apuros. En aquellas latitudes los conocimientos se comparten más que utilizarlos como fuente de ingresos.

Umberto era un hombre muy querido por ser maestro de novatos pescadores, y este acontecimiento preocupaba porque todos sabían que su principal enseñanza a los jóvenes no tenía nada que ver con cebos, trampas o centollas; era fundamentalmente la seguridad.

Desde la ventana de la habitación del hotel, el inglés observa todo el lamentable acontecimiento del puerto. 





CINCO AÑO ANTES


En la sala de reuniones de “Colossal Biosciences" en Estados Unidos, un joven con delantal blanco y corbata, les hablaba a un grupo de cincuenta científicos de todo el mundo. 

—Señoras, señores autoridades, en representación de este centro de investigación, me es grato decir que nos encontramos en el último tramo de esta investigación, en donde podemos anunciar que hemos vuelto a la vida a la especie Aenocyon dirus, el  lobo terrible, extinto hace más de diez mil años. Los primeros tres embriones gozan de buena salud.

Después de este anuncio estallaron los aplausos.

—Quedo a su entera disposición para realizar las preguntas que ustedes deseen hacerme.

—¿Los embriones a los que usted se refiere son todos machos?  —dijo una joven de anteojos ubicada en las últimas filas.

—No, por fortuna son dos machos y una hembra.

—¿Cuál será el hábitat para que se desarrollen?  —preguntó un hombre mayor.

—Nuestra institución posee una estancia en Argentina, más precisamente en la provincia de Santa Cruz, allí tenemos un importante complejo para poder seguir de cerca las evoluciones de estos animales.  —respondió el disertante.

—¿Que ocurriría si estos animales, por algún motivo fortuito escaparan, y se reprodujeran sin control, en un entorno menos agresivo del que tenían en su época?  —dijo un joven desde las últimas filas.

—Nuestras instalaciones poseen un sistema de seguridad infalible, algo así no podría ocurrir.  —remarcó el profesional desde el estrado. 

—Pero suponiendo que ocurriera un lamentable accidente; ¿tienen previsto el impacto que provocaría estos animales en la fauna autóctona y más aún, en los habitantes de esos lugares?,  —reiteró el mismo joven. 

—Definitivamente nuestras instalaciones son invulnerables, no existe ninguna posibilidad de algún error o accidente.

—¿Otra pregunta?.


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sábado, abril 05, 2025

MISTERIO EN EL FIN DEL MUNDO (tercer entrega)

 


          Después de una semana, la prefectura interrumpió la búsqueda de los dos pescadores sin siquiera encontrar restos flotando que dieran algún indicio de lo ocurrido. Se organizó una misa y después se arrojaron dos adornos florales al mar. Todos los pescadores organizaron una colecta para las viudas de los infortunados hombres. 

La esposa de Pedro trabajaba como maestra en la escuela, pero a pesar de su duelo solo faltó un día, porque sabía que la contención que brinda el colegio para el grupo de doce chicos que allí asisten era indispensable. 

La pequeña escuela era un galpón con paredes y piso de madera, techo a dos aguas de chapa y contaba con una salamandra que permanecía encendida todo el invierno. Cuando la nieve caía en puerto Almanza todo el pueblo se convertía en una pintoresca postal con sus pequeñas casas echando humo desde sus hogares y salamandras.

Todas las tareas en la escuela se repartían entre la maestra y los tres alumnos mayores; desde preparar el refrigerio para los más chicos, limpiar, mantener encendida la salamandra y lavar las tazas y platos. Habían transcurrido quince días de la fatal pérdida de Umberto y su hijo Pedro, cuando una mañana que la nieve caía copiosamente, Jorge, el más corpulento de los jóvenes, salió para traer más leña. La leñera se encontraba detrás de la cocina, la cual tenía una puerta por donde se entraba toda la mercadería; en Puerto Almanza no existía inseguridad, por lo cual nadie cerraba las puertas ni con llaves ni con trancas.

Después de salir Jorge dejó la puerta abierta porque regresaría con sus dos brazos ocupados cargando las astillas. Al regresar y cerrar la puerta, observó sobre el piso un charco de agua que antes no estaba. Después de descargar la leña que traía, desde la sala de trabajo entró a la cocina Gloria. 

—Pensé que te habías tropezado con algo  —le dijo la maestra a Jorge—, escuché un fuerte golpe. 

—No, recién entro, pero me llama la atención esta agua sobre el piso. 

Ambos se quedaron mirando lo ocurrido, pero no encontraron una explicación lógica, el techo de la escuela no tenía goteras y esa cantidad de agua parecía como si alguien hubiera volcado un balde entero. 

En ese preciso momento, algunos chicos de la sala comenzaron a gritar:

—¡señorita!, ¡señorita!.

Cuando Gloria entró a la sala, todos los chicos estaban mirando por una de las pequeñas ventanas que daban al patio.

—¿Qué ocurre chicos?  —preguntó preocupada Gloria. 

Varios chicos se apresuraron a contestar. 

—¡Vimos pasar corriendo a dos perros enormes!, ¡eran grandes como caballos!, ¡y muy peludos!, ¡se fueron para la costa!.

De inmediato la maestra llamó a la policía, porque todos los chicos estaban muy sobresaltados, no era frecuente algo así, porque la mayoría de ellos tenían mascotas, tampoco eran asustadizos; evidentemente lo que vieron no era normal.

—Comisario Funes, habla Gloria, los chicos han visto unos animales muy extraños y están asustados.

—Voy para allá  —respondió el comisario.

El comisario Funes era un hombre muy experimentado, toda su vida trabajó en la repartición y ahora estaba a dos años de jubilarse. Vivía con su familia en Puerto Almanza y no pensaba irse jamás de allí. En la comunidad no ocurrían hechos graves, en invierno solo surgían problemas en los caminos de acceso por la nieve o algún vecino que tenía un desperfecto técnico con su automóvil.

Cuando el comisario llegó a la escuela, todos los chicos se le abalanzaron gritando al mismo tiempo dando diversos comentarios inentendibles. Después de que la maestra los calmó les dijo que sacaran una hoja y dibujaran lo que habían visto. En ese preciso momento le sonó el celular al comisario, cuando atendió, era el vecino lindero a la escuela con una novedad muy desagradable; había encontrado en su campo tres terneros muertos, pero le pidió que tendría que ver lo ocurrido porque no era algo normal. Estando en el campo vecino el dueño lo llevó a ver aquello. Los tres terneros estaban descuartizados, pero parecía que los habían pasado por una enorme trituradora. 

El comisario regresó a la escuela de inmediato y Gloria le entregó los dibujos de los chicos, eran irrefutables, todos habían dibujado dos enormes perros, color gris, con grandes colmillos y ojos muy grandes.

—Debemos de dar una alerta de inmediato  —le dijo el comisario a la maestra— Cierren las puertas, que los chicos no salgan y avisemos a los padres que vengan a buscarlo; yo organizaré una reunión en el comedor de Lorenzo y Laura esta misma tarde, me temo que estamos amenazados por unas bestias muy peligrosas, que a decir verdad, no se de donde diablos salieron.   


UN AÑO ANTES, EN ALGÚN LUGAR EN EL SUR DE SANTA CRUZ


Los dos encargados de campo regresaron de poner carne en los lugares establecidos y verificar el comportamiento de los animales, después de estas tareas realizaban el informe correspondiente; pero esta vez tuvieron una sorpresa


Informe del día martes correspondiente al comportamiento de los tres especímenes Aenocyon dirus, (lobo terrible)


Hoy la hembra se comporta de forma extraña, se la nota agresiva, con los machos sucede algo parecido, no buscan los alimentos como siempre. Cuando nos vieron aproximarnos los tres especímenes se colocaron en una posición de ataque. También pudimos corroborar que la cerca tenía señales muy claras de deformación. En nuestra opinión, los tres animales están sufriendo estrés por el encierro. Solicitamos instrucciones.


Informe del dia miercoles:

Hemos comprobado que no comieron sus alimentos y se los nota más inquietos que ayer, la hembra se abalanzó rugiendo sobre la cerca al vernos y después ambos machos hicieron lo mismo. Solicitamos instrucciones.


Las instrucciones por algún motivo, nunca llegaron.


El guardia de la noche del día miércoles estaba distraído hablando por teléfono con su novia en la oficina de control, en la cual se encontraban los monitores que controlan las diez cámaras nocturnas de todo el predio de treinta hectáreas, cuando de pronto se disparó la sirena de la alarma;  al mirar los monitores, los tres animales ya no estaban. Salió al patio y subió a la camioneta. Arrancó y encendió los reflectores para poder controlar el robusto y alto cerco perimetral del predio; en el sector más alejado de las oficinas pudo observar que el mismo estaba abierto, cuando se bajó con el arma reglamentaria y su linterna. Al acercarse al alambrado de grueso calibre, estaba cortado como si se lo hubiera hecho con un poderoso alicate. En el momento que sacaba las fotos para informar lo ocurrido, sintió un tenue ruido a sus espaldas. Lo último que vio el desafortunado joven fue a una de esas bestias de más de cien kilos que saltaba sobre él.   




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