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lunes, septiembre 11, 2023

LA MINA DE COBRE QUE SE CONVIRTIÓ EN UNA MINA DE ORO

 


Existen personas que por temor a enfrentar un destino desconocido, continúan viviendo muy mal, sin comprender que atreverse puede ser la diferencia entre una vida miserable, u otra vida digna.

Se suma a esta realidad, aquellos que se aprovechan de esa falta de coraje, y logran apoderarse de la vida y del producto del trabajo de esa gente; se convierten en sus presuntos protectores, y solo son astutos ladrones de sus sueños y su futuro.

La falta de educación, es el cepo que los sujeta a su amargo destino.


F.B.


        Esta historia que les quiero contar estimado lector, ocurrió en un pequeño pueblo minero ubicado al pie de la cordillera de los Andes, en la provincia de San Juan, cuyo nombre no importa porque ya no existe; en total vivían allí unas cien familias que dependían del trabajo en una mina que extraía cobre.

El dueño de la mina era un hombre mayor, soltero, y codicioso, llamado Don Severo; su nombre respondía con justicia a su forma de ser. Conducía su empresa con mano férrea; los dos capataces uno para cada turno, controlaban a los mineros con severidad, si alguno de los hombres bajaba su rendimiento, se lo suspendía por toda una semana y perdía su jornal. 

Los trabajadores vivían en unos ranchos de adobe con techo de palos y paja junto a sus mujeres que también debían trabajar a la par de su esposo en el campo, cuidando las cabras, las gallinas, y la quinta del único dueño de la tierra, Don Severo; de esa labor salía todos los alimentos para todas las familias. Don Severo no les permitía tener hijos, si eso ocurría, de inmediato la madre era expulsada del pueblo junto a su hijo, y liberada a su destino, que en esos parajes era una sentencia de muerte.

Cuando llegaba el día de cobrar, todos los hombres debían de hacer una larga fila frente a la enorme casa de Don Severo, la cual estaba alejada del caserío y era de ladrillos revocada, y éste, sentado en una mesa en la galería de su enorme casa, con sus botas de cuero, el trabuco sobre la mesa, su sombrero negro de ala ancha, y sus gruesos bigotes, les extendía a cada humilde hombre un papel con un sello que decía $1000, después de recibir dicho papel, tenían que llevarlo al galpón principal, y allí los dos ayudantes de Don Severo se lo canjeaban por la mercaderías para toda la quincena. 

Los dos capataces eran unos malhechores armados que venían todos los días de algún lugar a lomo de burro, uno por la mañana, y otro por la tarde, por lo general algo entonados por la ginebra, esto hacía que las órdenes hacia los obreros fueran abusivas y desmedidas. En una oportunidad, un joven llamado Isidro que quiso levantar la voz fastidiado por el mal trato, recibió un culatazo en la cabeza que perdió el conocimiento, así era el clima de trabajo en la empresa de Don Severo. 

Una noche de verano, Isidro junto a su mujer estaban hablando y contemplando un cielo estrellado majestuoso; soñaban con poder tener hijos, pero siempre surgía la misma pregunta, ¿cómo?. En ese lugar infame, era un deseo imposible; la única posibilidad era irse de allí muy lejos, pero sin plata, como lograrían afincarse en otro lugar, conseguir un trabajo, otro rancho. Se sumaba a su situación que ni siquiera sabían leer ni escribir, esto último era un obstáculo enorme. Pero cuando un sueño se convierte en un firme propósito, todo es posible.

Después de tomar ambos unos mates con galletas, Isidro se dirigió a su trabajo y su mujer al suyo.

La campana para presentarse en la mina sonaba a la madrugada, antes de la salida del sol, y ese turno terminaba al mediodía para ser reemplazado por el turno de la tarde.

Lo que restaba del día Isidro ayudaba a su mujer en el campo; ese día cuando regresaban cansados, en el camino a su rancho se cruzaron con uno de los capataces que era un matón que olía a sudor mezclado con alcohol, y en forma descarada le gritó a Isidro:


—¡¿A cuanto me vendes a tu china Isidro?!, —después de esta ofensa insoportable, el bruto y sinvergüenza continuó su camino a las carcajadas. 


El joven Isidro cerrando sus puños, le iba a contestar el agravio, pero su mujer lo tomó del brazo para que no hiciera una locura. Esa misma noche Isidro le prometió a su mujer que la sacaría de ese lugar de cualquier forma, lo antes posible. 

Cuando trabajaban en la mina, no se les permitía hablar, no obstante Isidro tenía un amigo llamado Ramón; cuando picaban la piedra, se ponían a la par, y cuando el capataz se distraía yendo a buscar agua, los dos aprovechaban para entablar alguna conversación que siempre comenzaba con alguna queja. Pero esta vez Ramón le dijo a Isidro: 


—Mira Isidro, yo no aguanto más, esto no es vida, es una tortura sin porvenir, vamos a dejar nuestros huesos en esta montaña y nadie en el mundo se va enterar, ni tampoco nadie vendrá a ayudarnos; cuando vinieron los de la inspección ni vinieron para acá, solo van a la casa del trompa, chupan, comen, y se van con plata, no les interesamos. 


—Decime que querés hacer y yo te acompaño hermano, aunque deje el pellejo. —le dijo Isidro a aquel hombre, mirándolo a los ojos irritados por el polvo que flotaba en el ambiente.


—Tengo un plan Isidro, es riesgoso, pero otra cosa no podemos hacer si queremos terminar con esta vida que no es vida. —le dijo Ramón con la boca tapada por su pañuelo. 


Don Severo cometió un solo error, pensar que con solo cuatro malvivientes armados, podía controlar a casi cien hombres, a los que alimentaba bien, porque los necesitaba sanos y rudos para picar la piedra y acarrear las bolsas; eran hombres muy fuertes, pero mansos como ovejas, hasta que un día, el menos pensado, se convirtieron en leones.

Isidro y Ramón todas las noches, ocultos por la oscuridad visitaron a cada familia para contarles el plan, los más jóvenes aceptaron de inmediato, pero los más viejos eran más difíciles de convencer, por fin se involucraron, curiosamente sus esposas los intimaban a hacerlo. 

Ese día al concurrir a la mina, tres muchachos robustos se ocultaron en una de las galerías antiguas, y cuando el capataz regresó en busca de agua, lo sujetaron, lo maniataron, y le taparon la boca con un pañuelo; cuando llegó el recambio y se presentó el otro capataz, le dijeron que el anterior estaba descompuesto, y este al ir a ver qué le pasaba a su compañero sufrió el mismo destino; ahora solo les restaba reducir a los dos sirvientes de la casa y a Don Severo.

Isidro y Ramón serían los encargados, tomaron las armas de los capataces y las ocultaron en sus ropas, después se dirigieron a la casa del patrón. 

Cuando llegaron a la galería Don Severo estaba sentado en su repostera fumando; cuando vio a los dos acercarse gritó:


—¡¿Qué están haciendo ustedes dos acá?, deberían estar trabajando!


—Queremos hablar con usted Don, el capataz nos permitió venir —dijo Ramón. 


—¡¿Y qué quieren?!, —dijo el viejo con voz autoritaria. 


Cuando Ramón e Isidro se acercaron, sin darle tiempo a nada, sacaron sus armas y le apuntaron.


—¡Quedate quieto hijo de una gran siete!, —gritó Ramón, mientras Isidro le quitaba el arma de su cintura.


—¡Me matan! —gritó con fuerza el viejo para que lo escucharan sus sirvientes.


Al instante, uno de los sirvientes, se asomó desde una puerta y al ver lo que estaba pasando disparó su arma hiriendo a Isidro en la pierna, pero este, apuntándole al pecho disparó, y el hombre cayó muerto. Restaba el otro sirviente que al ver toda la situación desde la ventana de la cocina, salió corriendo hacia el campo.

Después de esto una veintena de hombres, estaban rodeando a Don Severo, que no paraba de maldecirlos, hasta que lo ataron y le taparon la boca con una gruesa soga. A Isidro lo llevaron a su casa para que su mujer lo pudiera atender.

Después de toda esa jornada de tensión, todos los hombres se reunieron en el patio de la casa principal para deliberar que iban a hacer, Isidro con su pierna dolorida también participaba.

Todo aquel que quisiera hablar podía hacerlo; los comentarios iban de un extremo a otro; algunos querían que los mataran a los tres, y otros, volver a como funcionaba todo antes, pero siempre y cuando Don Severo se comportase mejor con ellos.

Viendo esta cantidad de disparatadas ideas que se debatían, Ramón tomó la palabra. 


—Amigos, quiero advertirles algo que en algunos días va a pasar, cuando en la ciudad se sepa que alguien murió aquí, vendrá la autoridad a ver que pasa, y es probable que si liberamos a Don Severo y sus dos capataces, ellos hablen, y nos culpen de revoltosos y violentos a nosotros. Entonces nos llevarán a la cárcel, y Dios sabe qué ocurrirá con nuestras mujeres. Por lo cual en mi opinión debemos de pensar algo mejor.


Isidro levantó su mano para hablar:


—Quiero decirles que el único responsable por la muerte de un hombre, he sido yo, por lo cual todos ustedes no tienen de qué preocuparse.  —Un murmullo se escuchó entre todos los presentes, y una señora mayor y bajita llamada Clara quiso hablar. 


—Tenemos que entender que Don Severo es un hombre rico y poderoso, por lo cual tenemos todo para perder. Lo único que podemos hacer es lograr que firme una carta aceptando que en su mina se trabaja en malas condiciones, y que de ahora en más, cambiará esta desafortunada situación que nos convierte a todos nosotros en esclavos, no en trabajadores.


—La mujer de Isidro, pidió la palabra 


—Señora Clara, ¿cómo podemos hacer lo que usted dice, si nadie de los que aquí estamos no sabemos leer ni escribir?.


La señora Clara, que era bajita pero su voz se hacía sentir dijo:


—Yo se leer, y también escribir, por lo cual, si confían en mí, esto puede ser nuestra solución, siempre que Don Severo quiera aceptar.


—De eso me encargo yo, —dijo Ramón.


Esta es la carta que escribió la señora Clara:


Señor Severo, esta carta es para solicitarle a usted que a partir de mañana nuestras deplorables condiciones de trabajo cambien; por lo cual exigimos los siguientes puntos:


1 Nuestro horario de trabajo será de seis horas diarias con sábados y domingos libres y un mes de vacaciones anuales.


2 Debemos contar con todos los elementos de seguridad para trabajar; tanto en la mina como en el campo.


3 Usted deberá proveer todos los materiales necesarios para que nosotros podamos construir nuestras casas de material, como la suya, pero más chica.


4 Debemos de contar con una sala de primeros auxilios atendida por un médico permanente.


5 Todas las familias podrán tener la cantidad de hijos que deseen.


6 Se deberá construir una escuela primaria, con maestros estables, para los adultos y los futuros niños, y deberá contar con una biblioteca. 


7 Una vez por mes se celebrará el día de nuestros derechos, la fiesta durará dos días y una noche. Usted podrá asistir si lo desea.


8 En cuanto a la muerte de uno de sus sirvientes; al firmar esta carta, estaría reconociendo que este lamentable hecho ocurrió en legítima defensa propia, y nosotros nos encargaremos de brindarle al difunto una cristiana sepultura.


9 Por último, muchos de los que trabajamos para usted, lo hicimos durante más de veinte años, recibiendo solo a cambio malos tratos por parte de sus capataces; por esta razón si usted nos pide disculpas, se la aceptaremos, y dejaremos el pasado atrás, para disfrutar de un presente y un futuro digno de ser vivido. 


Sin más, los trabajadores de su mina.


Acepto todas las condiciones y pido disculpas por lo que ustedes han sufrido por mi arrogancia, y mi codicia. 


Firma Don Severo. 


Con la carta en sus manos, Ramón llevó a Don Severo a su casa desatado, la reunión duró aproximadamente una hora, después, cuando todo el pueblo se encontraba en el patio esperando el resultado de los acontecimientos; se abrió la puerta, y salió Don Severo precedido por Ramón; y con voz firme Don Severo dijo esto:


—Señores y señoras, en primer lugar, quiero pedir disculpas por mi actitud egoísta para con ustedes durante todos estos años, acepto además todas las exigencias que se solicitan en esta carta, y quiero agregar una última cosa que considero reparará al menos en parte el daño que yo les he provocado, agrego a esta carta de mi puño y letra que la mitad de todas mis posesiones, entiéndase la mina y el campo, pasan a ser el cincuenta por ciento de ustedes, por esto a partir de hoy, somos socios de esta empresa; —después de decir esto Don Severo, exhibió la carta a todos los presentes y la firmó. 


Todos estallaron en aplausos y vivas, los cuales duraron varios minutos.

A partir de ese día las cosas fueron cambiando para bien; transcurridos cinco años, entre las nuevas pequeñas casas de materiales se podían ver a un gran número de chicos corriendo y gritando felices; también la nueva escuela poseía un mástil en donde se podía ver ondear para orgullo de todos la bandera Argentina. En el festejo por el día de los derechos, en la cabecera de la gran mesa se sentaba Don Severo, escoltado por doña Clara y Ramón, junto a ellos la familia de Isidro con sus tres hijos.

Algo simple y curioso les pasaba a todos los trabajadores de ese pueblo minero; cuando iban a trabajar sonreían.

Por fin, y gracias a que esa gente se animó a ser dueña de sus destinos, esa vieja mina de cobre se convirtió en una mina de oro.


Estimado lector, sepamos que si pudiéramos lograr encender la mecha que logre hacer estallar la fuerza del saber, para todos aquellos que solo subsisten a la deriva y a tientas; el mundo sería mucho mejor.


F.B.



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viernes, septiembre 01, 2023

AMIGOS, SON SOLO LOS AMIGOS

 


Este proyecto señor Gutiérrez, si usted lo analiza con cuidado, cambiará al mundo entero; es más, internet, y muchas de sus aplicaciones, quedarán obsoletas en cuanto la gente entienda este nuevo proceso de comunicación.

—el señor Gutiérrez, después de ojear una vez más la voluminosa carpeta, sentado en aquel escritorio acorde con su cargo de gerente general de uno de los bancos privados más grandes de Argentina, y mirando sobre sus lentes a aquel pequeño hombre calvo, sentado frente a él, dijo en forma contundente. 


—Señor…señor… —Edgardo García Iribarren, le recordó ese hombre.


—Si, señor Iribarren —dijo el gerente, cerrando la carpeta— Su idea me parece realmente ambiciosa, pero lamentablemente nuestro banco en estos momentos en el que se encuentra el país, no podemos otorgar créditos a proyectos tan riesgosos, lamento no poder serle útil. 


Cuando García pretendió continuar exponiendo su proyecto para una última oportunidad, el gerente sin más, se conectó por el intercomunicador y le dijo a su secretaria que acompañara al señor García a la salida. García tomó su carpeta, y sin saludar al gerente se retiró del despacho, pero antes de irse, le dijo al gerente casi gritando. 


—¡Ustedes, se lo pierden!.


Al salir a la calle un viento frío le golpeó la cara, después de levantarse la solapa de su sobretodo, se dirigió a la parada del colectivo para ir al único lugar que comprendían y animaban a todos sus proyectos de negocios, el único obstáculo era siempre el mismo; sus dos amigos del bar llamado "El asturiano", tenían menos dinero que él. 


—Que haces García, todavía estás suelto —le gritó desde lejos con voz socarrona, un hombre de impecable overol azul, que ostentaba un calibre de tornero en el bolsillo de su camisa.

García, después de mirar el salón y comprobar que solo había dos muchachos jugando al metegol, y otros dos al billar, se acercó a la mesa frente a la ventana y se sentó frente a su amigo.


—Vos siempre Julio con esos chistes boludos, un día voy a venir con alguien importante y me vas a hacer quedar como culo. —Le dijo García enojado a aquel hombre tirando la carpeta sobre la mesa.


—No te calentes García, si no hay nadie, bueno, nadie importante, ¿quién va a venir a este boliche de mala muerte?, te invito un café ¿querés?.


—Bueno —aceptó García mirando por la ventana— ¿y Lucio?.


—Lucio desde que se peleó con su señora no lo vi más, tenía ganas de irse a Brasil, —le dijo Julio, mientras levantaba su brazo indicando con sus dedos, un café chico, para que el mozo lo viera. 


—¡A Brasil!…mira que bien, espero que me devuelva la plata que le presté antes de irse —dijo García molesto. 


—Lucio es un muchacho decente, vos lo conoces bien pelado. 


—Si, yo también soy decente, pero ahora necesito la plata más que él. —Dijo García con fastidio. 


Julio, para cambiar de tema, agarró la carpeta y leyó el título principal que decía: Intercomunicación satelital, con base fija en la luna y 80 repetidoras flotantes en los océanos Pacífico, Atlántico y mar Mediterráneo.  


—¡A la pelota García, vos sí que no te andás con chiquitas! —dijo Julio con voz retórica. 


García, sacándole la carpeta de las manos le dijo a su amigo, mirándolo con aire de superioridad:


—Si puedo encontrar el inversor que necesito este proyecto no me puede fallar, tengo todo previsto, incluido la base lunar.


—En serio García, ¿y como harías?


—Conseguí un contacto de un tipo que tiene un pariente que trabaja en la NASA, y en cuanto salga otra misión lunar me dejan lugar para enviar el aparato y dejarlo allá, después, solo me resta organizar las repetidoras flotantes, le digo Julio, que si esto me sale, me lleno de guita. —le dijo García a su amigo con cara de entusiasmo.


—Pero García, ¿vos sabes algo de aparatos de telecomunicaciones, de repetidoras flotantes?. —le dijo julio después de terminar su café.


—No —le dijo García tajante.


—¿Y entonces?, —le preguntó su amigo con cara de asombro.


—Yo soy empresario Julio, lo mío son los negocios a gran escala ¿entendés?


—Si te entiendo campeón, querés que te diga algo, vos estás más loco que una cabra loca. —Le dijo su amigo mientras llamaba al mozo.


—vos reite Julio, cuando me salga esto, me vas a ver pasar por acá con un Mercedes Benz descapotado, cero kilómetro, ya vas a ver. —le dijo García pidiendo otro café al mozo.


—Fenómeno pelado, cuando tengas el Mercedes, traelo al taller que yo te hago el service. —cuando Julio terminó de decir esto, sonó su teléfono. 


—Hola Don Antonio, cómo está usted —dijo Julio tapando con su mano el celular para que no se escuchara el sonido de fondo del metegol— ya tengo terminada las dos camionetas y el camión va estar para el viernes… porque no me están entregando un repuesto, pero calculo, que antes de la cinco, se lo llevo yo a la fábrica, perfecto, perfecto, de paso me traigo el auto…de acuerdo. Ahh, me olvidaba Don Antonio, si el viernes me puede dejar unos pesos, se lo agradecería, bárbaro, excelente Don Antonio, nos vemos. —cuando Julio colgó se quedó mirando a García, y este le dijo:


—¿Cuánto tiempo hace que trabajas para Don Antonio Julio?


—Y… déjame pensar… hace treinta años que me casé, si… y casi catorce años. 


—¿Y nunca pensaste en agrandar el taller, buscar otros clientes, contratar más personal, que se yo, progresar?. —le dijo García.


—Y para qué pelado, si así estoy bien, Don Antonio es un buen hombre, puntual con los pagos, para que me voy a agrandar, después, si contratas gente se cansan, y te meten un juicio que podes perder hasta la casa, así estoy bien, con Laura siempre nos arreglamos, en el verano nos vamos unos días a Santa Teresita, a la casa de mi suegro; somos felices pelado. —García se quedó mirando a su amigo unos instantes, y después le dijo:


—Sabes una cosa Julio, haces bien, los negocios no son para todos. —después de decir esto, cuando iba a sacar la billetera, su amigo le dijo, ¿que haces pelado?, yo te invité, la próxima pagas vos.


García salió del bar con su carpeta debajo del brazo, y comenzó a caminar para su casa que estaba a cuatro cuadras; cuando entró a su departamento su señora que se llamaba Nora, lo estaba esperando sentada en la mesa del comedor, rodeada de papeles, y su cara demostraba que no era uno de sus mejores días; después de darle un beso García se quitó el saco, lo acomodó en la silla y se sentó frente a ella.


—Por dónde querés que empiece, —le dijo su mujer sin quitar los ojos de una factura de la luz.


—Si, ya sé, la luz se fue por las nubes, —le dijo García.


—La luz, el gas, la comida, las expensas, los impuestos, la prepaga, el transporte; pero, ¿sabes una cosa?, todo esto no es nada…hoy vino el de la inmobiliaria y alegremente me dijo que nuestro contrato de alquiler caduca a fin de mes, es decir dentro de una semana, y para renovarlo tenemos que aceptar un aumento del ciento por ciento, es decir que de los ochenta mil pesos que estábamos pagando, ahora pagaremos ciento sesenta mil, cuando le dije que estaban locos, sabes que me dijo… me dijo, tómelo o déjelo, ¿¡entendes!?, ¡tómelo o déjelo!. —Nora terminó de decirle esto a su esposo, con sus ojos rojos y llorando. 


—Pero Nora,cómo puede ser, si hace diez años que les alquilamos, y siempre fuimos puntuales, jamás le fallamos —le dijo García a su esposa, acongojado—, mañana voy a ir a hablar yo. 


—No se Edgardo, no se, yo llegué a mi límite, si vos no generas ingresos, con mi sueldo de la oficina no nos alcanza; tus negocios no se concretan, hace meses que no traes plata, ya no se trata de una mala racha.


—Solo necesito un poco de tiempo, si consigo el inversor que necesito, nos salvamos Nora, ¿me entendés?. —Le dijo García a su esposa tomándola de la mano afligido.


—No Edgardo, esa historia ya la conozco, siempre lo mismo, el inversor, el negocio, el permiso, el préstamo; estoy cansada Edgardo, siempre te he querido, pero esta vez estoy abrumada; estamos fundidos Edgardo, fundidos. —le dijo Nora retirándose del comedor. 


A algunas personas les cuesta, o no quieren reconocer el fracaso de sus proyectos; A Edgardo ni uno solo de sus negocios prosperó, solo se quedaban en esas carpetas vistosas pero nada más, sus proyectos eran producto de ideas desbordantes y alocadas, que nadie medianamente razonable podría aceptar. Siempre tuvo la curiosa capacidad de convencer a su esposa, o quizás ella se dejaba convencer para no afrontar la realidad; los recursos económicos los brindaba ella con su esfuerzo y su trabajo de empleada administrativa, en tanto Edgardo soñaba con negocios inverosímiles. 

Las relaciones suelen llegar a su fin cuando está mal distribuido el esfuerzo en un hogar, y entre Nora y Edgardo el fin de su relación era previsible hacía ya varios años, solo que tal vez, ambos no lo querían reconocer. 

Ella recurrió ir a vivir con su madre, y él con su padre; cuando transcurrieron  dos años de su separación, Edgardo aún no podía con su genio, continuaba con sus locas ideas, a pesar de pedirle dinero a su padre jubilado que lo alimentaba y le daba el dinero para realizar sus carpetas y cargar su tarjeta el transporte.

Una mañana que estaba en la cocina planchando su camisa; su padre al levantarse empezó a gritarle como si fuera un desconocido; el Alzheimer se desencadenó de pronto y fue fulminante. En el entierro Edgardo se encontró con Nora que estaba acompañada por un hombre… lamentablemente su relación con ella se había terminado para siempre.

Cuando se agotaron los escasos ahorros que había dejado su padre, subsistir para Edgardo se convirtió en una situación muy difícil. La casa familiar no era grande y estaba muy descuidada como para poder alquilarla, y con ese dinero el ir a vivir a una pensión y poder comer, por lo cual debía encontrar otra solución. A todo esto ya estaba retrasado el pago de la factura de luz, de gas, y de agua, ni que hablar de los impuestos municipales. 

Una mañana al levantarse, fue a la cocina a prepararse el desayuno y al abrir la heladera no quedaba nada; entonces pensó en ir al bar, pero tampoco le quedaba ni un centavo. 

Cuando se dirigió al baño, al mirarse en el espejo, vio la cara de un hombre barbudo y terminado, era su cara; y entonces, lloró amargamente frente a ese viejo espejo, que solo le devolvía la absoluta verdad de su existencia. 


Pedir ayuda no está mal, todo lo contrario, pero a muchas personas les pasa que su orgullo les bloquea esta posibilidad, y se hunden en el abismo de la desesperación. 

Los verdaderos amigos son aquellos que saben cuando su amigo está desesperado, y le cuesta pedir ayuda, y entonces solo se la brindan sin preguntar, sin esperar nada a cambio; porque es su amigo.


Cuando Julio vio la cara y el aspecto de su amigo, no necesito saber nada más.


—¿Que haces pelado tanto tiempo?, ¿ya no me das pelota?, ¿qué estás tramando campeón?. —Le dijo aquel hombre, corpulento y rubio, algo bromista, pero con la condición de ser de esas personas que se preocupan si ven a su amigo mal.


—Estuve ocupado con lo del viejo, que se yo, me dejó un montón de deudas, pobre viejo. 


—Che, vos sabes, hoy no almorcé, mi señora se fue a pasear con unas amigas, y yo para cocinar no se ni hacerme un huevo frito, ¿me acompañas con un sándwich y una cerveza, pelado?. 


—Bueno —dijo García tratando de cambiar la cara y sabiendo que no había comido nada en todo el día—. —Lo único, te aviso que me olvidé la billetera. 


—Pero si el que invito soy yo García, otro día pagas vos. —dijo Julio llamando al mozo—. Te quería hablar de una cosa pelado, en el taller estoy necesitando a una persona de confianza para ir a buscar los repuestos, como hay escasez, conseguirlos te lleva un tiempo precioso, ¿conoces a alguien que se quiera encargar, yo le pagaría un sueldo, y la comida, pero tiene que ser de confianza porque viste, no podes contratar a cualquier, el vehículo y los gastos correrían por mi cuenta. 

García conocía muy bien a su amigo y sabía que era un buen hombre, incapaz de dejar a nadie de a pie, y también sabía que el taller solo contaba con un muchacho aprendiz que Julio le enseñaba como si fuera ese hijo que nunca tuvo.


—A qué hora voy Julio. —le dijo García a su amigo sonriendo. 


Cuando García entendió como trabajaba su amigo, se dio cuenta de muchas cosas. El taller de Julio, parecía un laboratorio por lo limpio, todas las herramientas estaban en su lugar, y tanto su aprendiz como su amigo, vestían un overol que parecía recién lavado, ambos trabajaban con guantes y anteojos de seguridad. Pero lo más sorprendente para García fue observar que tanto su amigo como su joven aprendiz, trabajaban felices, el ambiente de trabajo en el taller de Julio era como estar en familia. Para el almuerzo, la señora de Julio colocaba un mantel blanco sobre una pequeña mesa debajo de la galería y almorzaban todos en un ambiente de cordialidad. Julio hablaba sobre temas de mecánica, y también sobre asuntos de la vida, dirigidos a aquel joven que escuchaba con atención. García comprendía que en ese taller no había lugar para él, porque no sabía distinguir una llave inglesa de una francesa; a los pocos meses, por fin, García encontró su vocación, y su destino.


Existen muchas personas que poseen cualidades sobresalientes que otros no tienen y no saben que la tienen. García poseía algo importante para los negocios, saber vender, pero con la debida aclaración, que lo que pretendía vender él, eran productos desastrosos, creados por su imaginación; pero cuando por casualidad se vinculó a una empresa que lo contrató como vendedor de su producto estrella, su capacidad de convencer le brindó muchísimas satisfacciones, porque esta vez, el producto era confiable; y su vendedor de primera.


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viernes, agosto 18, 2023

LA PUERTA CERRADA

 


      Una puerta puede tener varios usos; puede separar ambientes, personas, cosas, hechos, recuerdos; también pueden cerrarse y no abrirse nunca más, pueden quedar abiertas o entornadas, dejando la posibilidad de ser traspasadas por alguien que deseamos que lo haga, o por alguien que no esperábamos. 

De cada lado de una puerta pueden existir universos, iguales, distintos, indiferentes.

Una puerta abierta a un ambiente desconocido y en penumbras, provoca una sensación de inquietud, pero si antes de entrar encendemos la luz, la inquietud se puede transformar en novedad, en asombro.


F. B.


Durante toda su niñez, esa puerta siempre estuvo cerrada; pero a fuerza de formar parte de la vida familiar y a pesar de no ser una casa grande, la puerta del dormitorio al final del corredor, Miguel siempre la vio así, la cotidianeidad de no utilizar esa habitación se convirtió en algo que no tenía importancia, no le molestaba, tampoco le provocaba intriga; no obstante, aún se acordaba vagamente de la vez que le preguntó a su madre por esa puerta cerrada, y ella solo le dio una respuesta muy simple.


—Te lo vamos a decir con tu padre, cuando seas más grande, ahora olvídate de esa puerta y de esa habitación. 


La vida de Miguel, fue normal, el tiempo de su adolescencia lo distribuyó entre sus amigos, su estudio, y el deporte, le apasionaba el tenis. Luego,  apareció en su vida una chica, Laura, la cual conoció en la facultad con la que se casó. De este modo dejó la casa junto a su familia y se fue a vivir a un departamento en la capital. Cuando se recibieron de psicólogos, ambos abrieron un consultorio, y no les iba mal, los primeros clientes conformes, les trajeron más clientes, y él completaba un ingreso razonable yendo al hospital. Cuando decidieron tener hijos, algo se interpuso, y no lograron el objetivo; fue entonces que decidieron realizar un viaje a Italia. Programaron visitar, Roma, Florencia y Nápoles, pero deseaban poder recorrer esas ciudades, con tiempo, sin el vértigo de las excursiones y las obligatorias selfies para enviarlas como prueba testigo a sus amigos y parientes. 

Cuando solo les faltaba una semana para su partida, el padre de Miguel, sufrió un infarto, y tuvo que ser hospitalizado, esto hizo que suspendieran el viaje; después de dos meses de terapia intensiva, murió. 

La madre de Miguel era delicada de salud, por lo cual Miguel no podía dejarla sola, con su esposa decidieron mudarse a la casa familiar.

Al poco tiempo, su madre también enfermó por un acv devastador; a pesar de poder atenderla en su casa, su calidad de vida era muy mala, no podía salir de su habitación. 

Miguel dormía con su esposa en la habitación contigua a la de su madre. Una noche se despertó por unos golpes, al ir a ver a su madre, estaba acostada en su cama con su brazo extendido y una mirada de angustia indicando la cómoda, ya no podía hablar; después de que Miguel la tranquilizó su madre se quedó dormida. A la noche siguiente se repitieron los golpes y la misma  situación. Durante cuatro días esto se repitió. 


—Pareciera que necesita decirle algo, —le dijo su esposa a Miguel, tomándolo de la mano.


Esto estalló en la mente de Miguel y esa pregunta de cuando era niño a su madre salió a la superficie "¿por qué esa puerta siempre está cerrada mamá?". De inmediato saltó de su cama, y se dirigió a la habitación de su madre, al abrir la puerta y encender la luz, ella lo estaba mirando con su brazo extendido indicado la cómoda. Miguel abrió y buscó en todos los cajones, y en último de ellos, en su fondo, sacó una pequeña caja de cartón, al abrirla había una llave. Cuando le mostró ese hallazgo a su madre, ella se distendió con una profunda exhalación de aire, y entornó sus ojos. 

Miguel le dijo a su esposa que iría a abrir esa puerta, pero preferiría ir solo.

Cuando la abrió, sus bisagras chirriaron por la falta de uso, y el olor a encierro, demostraba el mucho tiempo transcurrido ocultando lo que allí había. Al querer encender la luz, la lámpara no funcionaba, entonces, caminó a tientas hasta alcanzar la ventana, las cortinas estaban apolilladas y se cayeron cuando quiso correrlas; cuando por fin la abrió, la luz del exterior inundó la habitación. Cuando Miguel observó lo que allí había…





      Cuando una puerta se abre puede desencadenar infinidad de cosas; historias, recuerdos, desencuentros, hechos que se quisieron ocultar por algún motivo honesto, deshonesto, o infame. El paso del tiempo puede provocar que esa historia ya no tenga importancia, o que se incremente el impacto y el dolor que provoca al conocerse. Una puerta que se abre, puede cambiar la vida de aquel que la abre, para bien o para mal.


F.B.


Cuando Miguel vio lo que esa habitación contenía quedó perplejo; sobre una de las paredes, una cuna de madera aún exhibía su color celeste bajo una capa de polvo, el empapelado de las paredes, o lo que quedaba de él, tenía motivos de juguetes, trencitos, autos, bicicletas, pelotas; de la lámpara, colgaba un adorno de pajaritos y estrellas de papel, sostenidas por hilos balanceándose por la brisa de aire fresco que ingresaba por la ventana abierta. Sin duda, todo lo que allí había alguien lo había dejado para congelarlo en un momento del tiempo.

Miguel llamó a su esposa para tratar de entender; cuando Laura entró quedó sorprendida como él, frente a la cuna, había una cómoda, cuando Laura abrió uno de sus cajones, estaba repleto de ropa de bebé color celeste.

Ambos se miraron sin terminar de comprender.


—No recuerdo haber tenido hermanos, siempre me trataron como hijo único —dijo Miguel mirando a su esposa asombrado, y entendiendo además, que ya no tenía posibilidades de obtener una respuesta por parte de sus padres.


Pero faltaba lo esencial; cuando Laura se acercó a la cuna, algo le llamó la atención; sobre la almohadilla polvorienta, acomodada sobre el respaldo había un sobre. Laura lo tomó y se lo dio a su esposo. Miguel, acercándose a la luz de la ventana para ver mejor, sopló el sobre para quitarle la tierra y abrirlo. Cuando extrajo la carta, esto decía:


Antes de presentarles a ustedes, el contenido de esa carta, queridos lectores, quiero hacer un paréntesis para considerar el valor de las ya deshuesadas cartas, las cuales, durante muchísimos años, constituyeron el contacto primordial a la distancia entre las personas. Debo decirles, que es una pérdida importante no poder recurrir, al menos alguna vez, a este sistema de comunicación que posee una característica diferente a la comunicación instantánea de hoy en día. Escribir una carta, de puño y letra, nos permite volcar allí algo más que una historia, una propuesta, un saludo, un deseo, un sentimiento; una carta, nos brinda la posibilidad de dejar por escrito, en esas oraciones, nuestra presencia a la distancia con el otro, porque cuando escribimos nuestra mente vuelca en ese papel nuestros sentimientos más profundos, o nuestras mentiras más audaces que son muy difíciles de disimular. Una carta es un documento de vida, una declaración de intenciones, un testamento. 


Querido hijo, si llegas a leer esta carta se debe a que por algún motivo no hemos podido hablarte en persona sobre este tema.

Cuando termines de leerla comprenderás por qué no podíamos decírtelo antes.

Al año de casados esperábamos un hijo, cuando nació le pusimos de nombre Miguel, como a ti, era un sol, y lo amábamos con todo nuestro corazón, como a voz; después del parto los médicos nos dijeron que no podríamos volver a tener hijos, esto al principio no nos preocupó demasiado, pero lo que no imaginábamos ocurrió; lamentablemente cuando solo tenía un año de vida, nuestro único hijo enfermó de pulmonía, y los médicos nada pudieron hacer; quedamos destruidos, ya no podíamos continuar con nuestras vidas.

Un amigo de tu padre al vernos tan deprimidos, nos comentó de una posible solución, pero era algo que está legalmente prohibido; lo meditamos muchísimo, pero por fin nos decidimos y lo hicimos a pesar de los riesgos, fuimos muy egoístas, pero estábamos desesperados. 

Tú eres un clon de nuestro primer hijo. 

Esta carta la hemos escrito hoy, en tu primer año de vida, esperamos que cuando la leas, tu vida hasta ese momento haya sido feliz. 

Para nosotros Miguel, tú fuiste y serás en el futuro, siempre nuestro único y primer hijo, y desde el primer día te hemos amado con todo nuestro corazón. 

Con todo nuestro amor, tus padres.


Estimado lector, ¿qué haría usted, ante tal noticia?, saber que somos la réplica exacta de otro ser creado por la mano del hombre, no de la naturaleza, o de Dios.

Muchos interrogantes nos enfrentan a los avances de la ciencia, y no se si estamos preparados para enfrentar ciertas cosas como bien puede ser esta, la clonación de seres humanos, lo cual podemos prohibirlo, pero difícilmente podemos impedirlo.


F.B.



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sábado, julio 29, 2023

SUBSISTIR VIVIENDO

 


         Envejecer continúa siendo algo que el hombre no ha podido superar, con el transcurso de los años nuestro organismo indefectiblemente se deteriora, y a pesar de haber aumentado la expectativa de vida, año tras año, la solución no está aún a la vista. Esto implica también realizar el siguiente razonamiento: envejecer implica crecer, por lo cual,  si establecemos cuál es la edad adecuada para no seguir creciendo o envejeciendo, en ese preciso momento la población mundial aumentaría exponencialmente, y difícilmente estemos preparados para tal situación.

Agua, alimentación, vivienda, confort, energía; todo colapsaría en muy poco tiempo. Si entonces, como atenuante, se decidiera no tener más descendencia, la vida se convertiría en algo eterno y terrorífico.


F.B.


En las profundidades de la selva amazónica, un grupo de científicos a finales del siglo XVIII crearon una institución que permitía a aquel que pudiera costear los gastos, vivir muchísimo años, el lugar elegido era secreto, y con el transcurso del tiempo, el mundo olvidó dicha experiencia. Estos científicos descubrieron que una planta, que sólo crecía en ese lugar de la selva, tomando una infusión diaria realizada con sus hojas, permitía que las células de los seres vivos no envejecieran. 

Un amigo me convenció a investigar este caso, y si me parecía interesante ir al lugar, él me acompañaría; si bien la zona era de difícil acceso con un equipo adecuado se podía llegar allí. 

Cuando empecé a investigar esta historia, no pude encontrar material confiable, pero si obtuve un contacto de alguien que participó de este experimento; era un matrimonio mayor, de uruguayos, que vivían a las afueras de Montevideo, Juan y Nora; esto me contaron:


—Nosotros nos enteramos por casualidad de este experimento, y como no tenemos hijos, y nuestros ahorros eran suficientes, decidimos inscribirnos. —me decía este señor de pelo blanco, sentado junto a su esposa en una galería que miraba a un parque repleto de arbustos, gardenias y agapantos—. Todo comenzó cuando nos contactamos con un vendedor turístico que promocionaba el lugar, diciendo que podíamos conocer la selva amazónica y quedarnos en un barrio privado, en el cual jamás nadie envejece. 


—Yo tomé esto a broma, a pesar que hacía unos años le decía a Juan que quería conocer el Amazonas —me dijo la señora sirviéndome jugo de naranjas—. Pero a poco de charlar con ese hombre, él se refería a un hecho cierto, vivir eternamente. 

Después de meditarlo unos días, decidimos ir solo a ver que tan cierto era esa institución, como le decía aquel promotor.


—Así fue que emprendimos el viaje a Brasil —continuó diciendo Juan—. Cuando llegamos al aeropuerto nos alentó el hecho de que éramos un grupo de seis parejas, todas ellas de gente en apariencia muy seria, dos muy jóvenes y cuatro de nuestra edad; fuimos guiados por un señor brasilero de tez negra, muy simpático. 

Después de bajar del pequeño micro que nos transportaba, y dejarnos a la vera de una ruta, en plena selva, comenzamos a experimentar ciertas cosas que nos sorprendieron. En primer lugar, no teníamos la vestimenta adecuada para caminar por unos humedales repletos de insectos, a pesar de quejarnos, nuestro guía solo caminaba al frente, a toda prisa, cortando con su machete las malezas y cada tanto sin decir una palabra se daba vuelta para mirarnos y sonreír. La tortura duró una hora, hasta que alcanzamos una pasarela de madera, sinuosa, elevada del piso, que rodeaba el tronco de unos árboles gigantezcos. Este trayecto fue muy agradable porque estábamos rodeados de cientos de tonalidades verdes y flores rarísimas multicolores, el canto de los pájaros era ensordecedor; por fin, llegamos a un claro en donde en su centro había una construcción octogonal de madera clara con techo cónico de paja, cuando ingresamos, nos esperaban con una mesa repleta de exquisitos platos, mientras unos jóvenes nos servían una copa de jugo de melón helado. 


—Después del recibimiento, —dijo Nora, tomando la mano de su esposo— nos hicieron pasar a un pequeño salón con asientos frente a un enorme ventanal, allí nos hicieron sentar, y después ingresó un hombre de rasgos orientales, que hablaba en perfecto español, y nos explicó con lujos de detalles en qué consistía el programa de esa comunidad, así le decía, comunidad. 


—De inmediato interpretamos —continuó diciéndome Juan—, que estábamos en un lugar muy extraño porque las condiciones que nos proponían eran desconectarnos de toda nuestra vida actual y relaciones, para formar parte de una comunidad con una expectativa de vida de trescientos años como mínimo; pero para ello debíamos entregar a un fideicomiso, todos nuestro capital, tanto en efectivo como en bienes inmuebles. Cuando terminó la reunión nos invitaron a conocer cómo era el estilo de vida de los asociados; los cuales formaban tres grupos, los de 30 a 35 años, los de 35 a 55 , y los de 55 a 80 años; nosotros estaríamos en el grupo intermedio.


—Cuando comenzamos a recorrer todo aquello —contaba Nora, sirviendo más jugo— nos pareció estar en un paraíso, eran pequeñas cabañas, rodeadas de parques siendo sus jardines unos más lindos que otros, matrimonios de jóvenes nos saludaban cordialmente al pasar, junto a sus hijos y mascotas; después, ingresamos en otro sector también de cabañas, las del rango de 35 a 55 años, en donde todo estaba muy prolijo, pero no vimos a ningún matrimonio que saliera a saludarnos, o chicos jugando en las calles; por último, cuando restaba ingresar al sector de los mayores, el guía nos detuvo, y argumentó que esa era la ora de descanso, por lo cual, no podríamos continuar con la visita.

Cuando terminó la recorrida, cada pareja de la visita, tenía asignada una cabaña realmente hermosa, con todas las comodidades imaginables. Estos tres primeros días fueron muy lindos con muchas actividades al aire libre, incluyendo una noche de cena y baile, y gozar de una enorme fogata nocturna. Se podría decir que nos habían convencido, cuando una de las parejas del grupo, nos dijo que habían ido sin permiso al sector de los mayores y lo que vieron allí no les había gustado. Decidimos escabullirnos con Juan para espiar, y lo que observamos fue desconcertante. Era un barrio enorme, cuyas calles se internaba en la selva, todas las casas eran muy pequeñas, sin mantenimiento alguno, con sus jardines tomados por la maleza; caminamos varias cuadras y en apariencia no había nadie; de pronto, de la espesura del bosque, salió un hombre extremadamente delgado, que en un primer momento nos asustó; tenía una cabellera blanca enredada y desprolija que casi llegaba al piso, la barba le ocultaba su rostro y solo se podía ver sus ojos pequeños y hundidos, estaba descalzo, y su cuerpo cubierto por una camisón andrajoso, que alguna vez había sido blanco. Se quedó allí mirándonos un largo rato, y solo nos dijo que no ingresemos al programa porque era algo demoniaco. Después nos pidió que lo esperemos, ingresó al bosque y al cabo de un rato regresó y nos dio este cuaderno, que pensamos que estará mejor en sus manos, porque usted podría difundir su contenido. —Nora me entregó unas hojas escritas con lápiz sujetas con un cordón— 


—Por último, le quiero decir lo que vimos ese día  —me dijo Juan— fue lo que nos decidió a irnos de allí y no volver. Me acerqué a la ventana de una de las casas, y en su interior pude ver a un matrimonio mayor, con la misma apariencia de aquel hombre, con sus cabellos blancos que llegaban al piso, y unos gatos recostados sobre ese manto de pelos; la pareja estaba sentada en un sillón descolorido y roto, mirando a un viejo televisor que ya no funcionaba. Por eso, preferimos a nuestra avanzada edad, gozar bien de la vida, a pesar de no tener hijos, cuidamos nuestro parque, el cual siempre nos devuelve satisfacción. 

Cuando terminó mi reunión con Juan y Nora les agradecí toda esta información, y me retiré; durante el regreso a Buenos Aires, durante el viaje leí ese diario que esto decía:


"Me llamo Alfonso, mi apellido ya no tiene importancia, he ingresado a este programa en el año 1855 con 30 años, junto a mi esposa y mis hijos, hoy tengo 195 años o 200, ya no me importa. Al principio todo parecía un sueño, poder vivir en un paraíso, sin envejecer jamás, pero con el transcurrir de los años, mis hijos que eran adolescentes, se cansaron de serlo, y querían crecer para poder experimentar que es ser mayor; entonces decidimos pasar a la etapa intermedia de los 35 a 55 años, pero ellos también se cansaron, por esto decidimos, para poder mantener a nuestra familia unida, pasarnos a la última etapa, y de este modo llegamos a los 80 años, convirtiéndose nuestros hijos en adultos; pero cuando los años empiezan a transcurrir, sin que nuestro cuerpo se modifique, comienza a suceder algo devastador, que no imaginamos, el aburrimiento, nada llega a satisfacer nuestra mente, ni la lectura, ni la música, ni escribir, ni charlar, ni jugar, ni comer exquisiteces, ni contemplar el fuego en invierno o la sombra fresca de nuestro jardín en verano; ocurre que nuestra mente se convierte en algo rígido como una piedra, y  no logra encontrar nuevos estímulos; todos los días al levantarnos esperamos experimentar algo nuevo, pero todo lo que se nos ocurra ya lo hemos hecho miles de veces, y nada tiene para nosotros atractivo; vivimos, pero estamos cansados de vivir. Durante mucho tiempo las reuniones entre amigos eran espléndidas, hasta que con el correr de los años se tornan rutinarias y adivinamos sin hablar todas las respuestas o comentarios, y siempre al contar tantas veces la misma historia, nos aburrimos, entonces, las cambiábamos para hacerlas más atractivas, pero esto tampoco nos dio resultado y poco a poco las reuniones se fueron terminando y ya ni siquiera salíamos de nuestras casas. Nuestros hijos al comprobar que esta vida era una monotonía absoluta sin nada que les provoque algún placer, se fueron yendo a enfrentar el mundo exterior, pero los mayores como nosotros no teníamos a donde ir, ni tampoco los recursos, somos esclavos de esta organización, la cual nos ha atrapado, y solo somos para ellos un estorbo; somos la última etapa de una vida que jamás terminará. 

Algunos quisieron concluir con este infierno y trataron de suicidarse, pero esta droga maldita al consumirla, posee la capacidad de prolongarla indefinidamente, y también de regenerar los tejidos y los órganos dañados, por lo cual, todos continuamos viviendo aunque ya no queramos hacerlo. 

En lo profundo de la selva existen parejas mucho más viejas que yo, en una oportunidad he ido por allí; la mayoría se ha dedicado a estudiar, poseen bibliotecas de miles de libros, son matemáticos, filósofos, conocen casi todos los idiomas, incluso la escritura sumeria y egipcia, saben de arte, muchos son pintores y sus casas están abarrotadas de cuadros preciosos, que dejan a la intemperie, también hay escultores y músicos, saben tocar todo tipo de instrumentos. Pero cuando he hablado con algunos de estos sabios, todos me dicen lo mismo, que ya no encuentran que poder hacer, porque lo han hecho todo, lo han experimentado todo, y ya nada los satisface, cuando llega ese momento, solo nos dejamos estar, y nuestra mente, ya no tiene la capacidad de imaginar, somos una planta, pero que ni siquiera da frutos. 

Estamos muertos en vida, pareciera ser un castigo inmerecido, por todo esto, advierto a aquel que desee ingresar a este suplicio, que no se equivoque, y trate de vivir disfrutando del tiempo de vida que la naturaleza le ha otorgado, que es preferible a este castigo infinito". 


Después de leer esto, preferí no ir a ese lugar del demonio. Cuando llegué a casa le propuse a mi señora ir a caminar por la playa, y ella aceptó como siempre, cuando le comenté toda esta experiencia; ella me dijo algo que comparto: tal vez, nuestra inteligencia artificial provoque justamente lo mismo, que la humanidad se aburra de vivir.



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