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lunes, julio 24, 2023

EL ERROR

 


      Ir a trabajar no tiene grandes atractivos; desayunar; cambiarse; acomodar el portafolios; comprobar que llevamos la billetera; salir a la calle; saludar al conocido; caminar esas cuatro cuadras hasta el subte; esperar que el tren se detenga; subir; durante el viaje ordenar nuestras ideas para esa jornada; imaginar a esa reunión que no deseamos ir; llegar a nuestro destino.

Miguel realizaba esa sucesión de actos de lunes a viernes en forma mecánica y rutinaria. Ese lunes, le llamó la atención que gran parte de la gente de su vagón bajaron en estaciones previas, y en Carlos Pellegrini bajó todo el resto del pasaje, cuando el subte se detuvo en la estación Florida, después que se abrieron todas las puertas, Miguel,  comprobó al bajar que la estación estaba completamente desierta, su asombro fue aún mayor cuando se apagaron las luces, y todo el espacio quedó en penumbras; con su teléfono alumbró el camino para poder salir. En cuanto siguió caminando por el corredor vio la escalera de salida iluminada por la luz del sol; cuando empezó a subir, notó de inmediato que la calle estaba en silencio; por lo general el tráfico de la avenida provoca mucho ruido a esa hora, pero esta vez no. Evidentemente a esta altura de los acontecimientos algo muy extraño estaba ocurriendo en la ciudad, pero Miguel no podía comprender; al poner un pie en la vereda, la luz potente del sol lo deslumbró y sintió un calor sofocante. Cuando pudo ver con claridad, pensó en que había ocurrido un cataclismo, o un atentado devastador, o tal vez era un sueño, pero lo que veía era demasiado real para estar soñando.

A su frente, solo veía una extensión de médanos que se perdían en un horizonte ondulado y en lo alto sobre su cabeza, un sol despiadado; después de caminar solo unos pasos sobre aquella arena muy blanca, miró hacia atrás, y la salida del subte, su única referencia con la realidad, ya no estaba; solo dunas lo rodeaban. Miguel pensó que había enloquecido, o que había sufrido un serio ataque cerebral, no entendía en donde estaba, mejor dicho, no comprendía qué había ocurrido con la ciudad, su rutinaria ciudad, de todos los días.

Cuando comenzó a sofocarse por esa altísima temperatura colocó su portafolio sobre su cabeza y sacó de su saco sus anteojos negros para proteger sus ojos, después se quitó el saco y la camisa. No podía salir aún de su asombro, llegó a pensar que así podría ser la muerte, es decir, que algo le sucedió de un momento a otro sin darse cuenta, tal vez un paro cardíaco repentino; puso su mano libre sobre su pecho transpirado y sintió sus propios latidos. 


—¡¿Qué me está pasando?!, —gritó con desesperación—.


El calor era insoportable y comenzó a sentir sus brazos quemados por el sol, retrocedió a buscar su camisa y se la colocó. A pesar de mirar en todas direcciones siempre veía el mismo paisaje; dunas que un viento persistente comenzaba a mover, imaginó que así sería el desierto del Sahara, pero él había descendido en la estación Florida de Buenos Aires. De repente se le ocurrió utilizar el teléfono que lo tenía en el bolsillo de su pantalón, al encenderlo, este tenía señal, pulso de inmediato el número de un amigo, y el aparato comenzó a sonar, pero solo escuchó el contestador que decía:


—En este momento el usuario 11457 ... 63 no lo puede atender, intente más tarde.


Intentó con otros números y solo el contestador respondía siempre lo mismo. Intentó e intentó, pero parecía que estuviera solo en el mundo, nadie contestaba. Miguel comenzó a razonar que si su teléfono funcionaba, y un contestador respondía, era evidente que en algún lugar estaba ese contestador, y una antena relativamente próxima transmitía su llamada, pero sin lugar a dudas algo estaba pasando que él no alcanzaba a entender, ¿pero que?, se preguntaba una y otra vez. 

En un momento, sofocado por el calor, comprendió que en esa extraña situación, sin agua, moriría deshidratado, fue entonces cuando sintió un profundo terror y su mente se bloqueó. Cuando reaccionó, estaba arrodillado y la arena caliente quemaba sus rodillas. Pensó que este sería su fin, pero le molestaba no entender esa situación, ¿quién le había robado su vida, su ciudad, su trabajo, sus gustos?

Con sus ojos irritados por la arena, y su cuerpo ardiendo, se tendió boca abajo en la arena, pensando que cuanto antes ocurriera, mejor sería. 

Estaba aturdido y algo adormecido cuando, inesperadamente, sonó su teléfono. 


—¡Hola!, ¡hola! —gritó Miguel desesperado—


Al cabo de unos instantes, una dulce voz de mujer dijo:


—Si, Miguel, te pido disculpas, hemos cometido un error, sin quererlo modificamos un sector de tiempo, y tu estabas por casualidad en un lugar en donde no debías estar. Sentimos mucho lo ocurrido, pero son cosas que a veces pasan. —esa voz, se quedó callada—.


Con desesperación Miguel preguntó:


—¡¿Quién habla?!, ¡¿quién es usted!?.


Al cabo de unos instantes eternos para Miguel, la voz continuó diciendo:

 

—Mi nombre es Iyari, provengo de un sistema planetario muy lejano al tuyo, y nuevamente te pido disculpas. —nuevamente esa voz se calló—


A estas alturas Miguel no pensaba en perdonar a nadie, solo quería no morir, y entonces respondió:


—Te pido por favor si es que puedes hacerlo, me regreses a mi vida, aquí estoy muriendo de sed, no creo que pueda resistir mucho más. 


—Detrás de ti tienes agua, tómalo por favor —dijo esa mujer con más calma—


Cuando Miguel miró, a pocos metros de donde estaba, había un cántaro de barro, el mismo contenía agua; cuando tomó un primer un sorbo, pudo comprobar que era agua pura y fresca, la cual bebió con gusto. Algo más calmado, tomó nuevamente su teléfono y le dijo a aquella mujer desconocida:


—Gracias.


—No tienes que agradecer nada, nosotros somos los culpables de que sufrieras este inconveniente, solo debes decirnos, a qué lugar quieres ir, y allí estarás en el mismo instante que lo pienses; pero antes, es nuestra obligación recompensarte con lo que tu quieras, pero te advertimos que sólo puedes pedir un único deseo. —le dijo con serenidad esa voz a Miguel—.


Por la cabeza de Miguel pasaban miles de sensaciones e ideas algunas encontradas, por momentos pensaba que estaba muerto, después se decía que había enloquecido, que no era algo real lo que estaba experimentando; pero allí continuaba en ese recipiente su agua para sobrevivir, después de tomar otro sorbo, tomó nuevamente su teléfono y esto preguntó:


—Solo deseo no morir aquí, te pido si puedes, me ayudes por favor —dijo Miguel desconsolado— y esa misma voz de mujer le dijo:


—Te pido que tomes esto con calma, te reitero, hemos cometido una equivocación contigo, que aunque te la expliquemos no comprenderás. Debemos recompensarte por nuestro error, así funciona el universo, tienes tiempo de pedir un deseo hasta que se termine tu agua, si no lo pides en ese tiempo, regresarás a tu lugar de origen, pero perderás  una oportunidad que no todos en tu planeta pueden tener. 


—Si pido un deseo, y me lo conceden, ¿puedo si no me agrada, regresar a mi estado de vida normal? —le preguntó Miguel a esa voz en su teléfono—.


—Lamentablemente eso no es posible, una vez que elijas, tu vida tendrá eso que quieras, para siempre. —dijo esa voz dulce—.


Estimado lector, si tú tuvieras esa posibilidad que le otorgaban a Miguel, ¿cuál sería el deseo que te gustaría pedir?…Te ayudaré a pensar algunas posibilidades:


Ser un prestigioso rey

Ser un escritor 

Un bombero

Un soldado

Un hombre muy rico

Ser famoso

Ser feliz

Tener una casa

Tener un automóvil 

Ser médico 

Ser abogado

Ser un filósofo 

Ser joven

Ser viejo

Ser un empresario

Ser un jubilado

Ser un estudiante 

Un lector

Ser un extraterrestre 

Conocer el futuro

Poder ir al pasado

Vivir eternamente 

Ser un mago

Poder brindar deseos

Hacer feliz al que no lo es

Ser bueno

Ser malo

Hablar un idioma

Escribir

Poder viajar por el universo

Poder navegar

Poder viajar en avión 

Ser un perro 

Ser un gato

Ser un animal

Ser una planta

Ser un piedra eterna


Miguel, después de pensar;y pensar; y pensar; antes de tomar el último sorbo de esa agua cristalina…eligió un único deseo, tomó su teléfono y dijo:


—Quiero vivir mi vida, tal cual fue, desde el principio. 


La enfermera del hospital, se acercó al padre de Miguel, que aún no sabía que nombre le iba a poner, y le dijo con una sonrisa:


—Usted es padre de un varón señor.










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