Todos los hombres de la tribu de Caleb sabían que para sobrevivir en el desierto el agua es el bien fundamental, sin ella no hay vida posible. Pero esta necesidad incluía a todas las tribus, y por ello, también era necesario pelear.
No era la primera vez que se tenían que enfrentar con otra tribu, pero esta en particular era muy peligrosa.
Después de una jornada de viaje, el jefe Caleb, ordenó antes de acercarse al oasis ocupado, que las mujeres y los chicos se quedaran en un lugar distante.
Esteban y Juan decidieron acompañar a Nadab, los tres pelearian junto a los hombres de la tribu. Cuando se despidieron de Mut y Maat, fue un momento muy triste, las dos hermanas lloraban desconsoladas; Juan y Esteban tenían ambos un muy mal presentimiento.
Todos los hombres se formaron en tres filas con sus cimitarras en mano montados en sus camellos, al frente iba Caleb; el oasis se encontraba detrás de un médano muy alto, al que subió el vigía; todos estaban atentos a su señal para atacar. Cuando este bajó su brazo, comenzó la embestida; al grito de ¡Los dioses nos protegerán! se abalanzaron con furia sobre la tribu que les impedía llegar al agua.
Los hombres que ocupaban el oasis estaban distraídos cargando sus jarrones, el ataque los tomó por sorpresa, pero superaban ampliamente en número a los hombres de Caleb.
Juan y Esteban iban detrás del hermano de sus amigas; un hombre con su lanza hizo trastabillar al camello de Nadab y este salió despedido quedando desmayado tendido en el piso; Esteban y Juan al querer ir en su ayuda fueron interceptados por dos hombres enfurecidos, unos de los cuales le pegó con su puño un fuerte golpe en la espalda a Esteban, que lo derribó de su camello e hizo que el reloj que lo tenía colgado en su cuello, saliera despedido muy lejos. Juan pudo ver que otro agresivo hombre venía corriendo con su lanza para matar a Esteban que estaba inconsciente.
Sin saber de dónde sacó su fuerza, Juan tomó al agresor del cuello y no lo soltó hasta que este quedó inconsciente; de inmediato socorrió a su amigo que estaba reaccionando. Lamentablemente cuando quisieron ir en ayuda de Nadab, este estaba muy mal herido por una lanza clavada en su pecho; cuando estuvieron a su lado su amigo los miraba sabiendo que había llegado su fin, alcanzaron a sostener su mano hasta que su corazón dejó de latir.
La situación del campo de batalla era desoladora, la mayoría de los hombres de la tribu de Caleb estaban muy mal heridos o muertos. A Esteban y Juan les quedaba su último recurso, el reloj, pero tenían primero que encontrarlo.
Un grupo de nómades los vieron y comenzaron a correr hacia donde estaban ellos blandiendo sus cimitarras; Juan había visto el lugar aproximado en donde había caído el reloj; los dos amigos corrieron muy rápido hasta allí, pero en un primer momento no lo veían, la arena lo había tapado; el primero de los agresores cuando estuvo frente a Esteban, levantó su filosa arma para matarlo y descargó el golpe; pero Esteban se corrió y la hoja de acero siguió de largo sin tocarlo; un mínimo resplandor en la arena llamó la atención de Juan, era la brillante cadena del reloj que estaba al descubierto, se abalanzó hacia él, lo tomó con sus dos manos y le pudo dar cuerda.
Tanto Esteban como Juan al instante sintieron un viento helado que golpeaba sus caras, y la arena comenzó a desaparecer bajo sus pies; los cuatro agresores se transformaron en siluetas transparentes hasta que desaparecieron; en su lugar fueron tomando forma, personas con túnicas blancas, caminando sobre un piso de mármol. Al cabo de un instante se encontraron ambos parados entre unos cestos de mimbre y paños multicolores bajo un toldo que una brisa cálida movía suavemente. Todo el lugar se convirtió en un bullicioso mercado con gente que hablaba y gesticulaba intercambiando mercaderías de todo tipo: telas, gallinas, verduras, frutas, pescado, carne, cántaros de barro, también había chicos que corrían de un lado a otro y gritando y unos hombres que caminaban cargando en sus espaldas enormes y pesadas bolsas. Otros al parecer de más jerarquía o posición, vestidos con túnicas blancas conversaban distendidos y cordialmente.
Ambos amigos aún con su corazón latiendo con fuerza comprendieron que estaban una vez más en otro lugar; en otro tiempo.
Esteban más calmado, pudo ver que al final de esa calle tan concurrida sobre una alta plataforma, se observaba una silueta inconfundible; pero curiosamente pintada con vivos colores; era el majestuoso Partenón Griego.
La Antigua Grecia experimentó su período de mayor esplendor durante el llamado "Período Clásico", aproximadamente entre los siglos V y IV a.C.
Siempre me ha interesado de la historia, investigar a aquellos protagonistas, mujeres u hombres, que han quedado por aquello que realizaron en sus vidas, hazañas, estudios, descubrimientos, teorías, o eventos que influyeron en la humanidad. El ateniense Sócrates fue uno de ellos.
Se caracterizaba por su curiosidad intelectual, su humildad, su valentía y su pasión por la verdad. Su legado ha influido profundamente en el pensamiento occidental y continúa siendo objeto de estudio y debate hasta el día de hoy.
Pero más allá del enorme legado que ha dejado para Occidente la antigua civilización griega, poseía una rica diversidad de ocupaciones, desde agricultores, artesanos, comerciantes, políticos y prestigiosos filósofos. Obviamente la historia universal no se ocupa de la gente común, sería imposible, hombres y mujeres que trabajaron, lucharon, se sacrificaron, formaron su familia, y murieron sin ser tenidos en cuenta por la historia escrita. La historia con mayúscula sólo cita a poderosos, ricos, valientes guerreros o pensadores destacados. Este no era el caso de Helena y Talía que eran dos jóvenes mujeres que llevaban adelante su taller de cerámica que heredaron de sus padres, en la agitada Atenas, cuando Sócrates enseñaba a sus discípulos; ellas vendían su producción en el mercado con la simple esperanza de poder subsistir y con el tiempo formar un hogar, en ese mundo complejo y apasionante a la vez, en donde la mujer era dependiente del hombre y no podía ocupar ninguna posición destacada.
F.B.
—Estamos en la antigua Grecia querido amigo —dijo Esteban— aún me parece que el guerrero nómada me amenaza con su cimitarra.
—A mi todavía me late el corazón, estuvimos muy cerca de haber perdido la vida.
Como siempre me ocurre —dijo Esteban sacudiéndose la ropa como si tuviera arena, que ya no tenía— queda en mi mente el rostro de Nadab y sus hermanas. ¿Cuál habrá sido el destino de nuestras amigas?
—Jamás lo sabremos, estimado amigo, lo mejor es no saberlo, pensemos que cuando compartimos la vida con ellas pasamos momentos muy agradables; quizás como hemos dicho, ahora mismo estén viajando en el tiempo, a otro lugar, a una realidad distinta; hay muchas cosas de nuestra existencia que todavía no sabemos.
—Tienes mucha razón Juan, —dijo Esteban colocándose el reloj en su cuello— ahora tratemos de insertarnos en esta sociedad; allí veo un taller de cerámica; yo se utilizar el torno, pediremos trabajo.
Cuando ambos amigos ingresaron al taller, allí estaban fabricando enormes cántaros de barro; sobre largas y altas estanterías se apilaban todo tipo y tamaño de vasija secándose antes de ingresar al horno para su cocción final.
En cuanto entraron, dos jóvenes mujeres con sus manos y su ropa manchada de arcilla se quedaron observándolos detrás de un enorme mesa de madera rústica.
No conocer el idioma no fue impedimento para que se entendieran.
Una de las chicas tomó con sus dos manos de un recipiente una gran cantidad de arcilla húmeda y la colocó sobre el torno alfarero, después le indicó a Esteban que lo utilizara. Cuando vieron como Esteban comenzó a modelar un jarrón, las dos chicas se miraron y rieron…Esteban y Juan habían sido contratados por las dueñas del taller, se llamaban Helena y Talía.
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