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lunes, octubre 30, 2023

AJEDREZ, LA GRAN HISTORIA


Este cuento que deseo contarles, ocurrió hace miles y miles de años, cuando la tierra era muy, muy, chica, o no tanto.

Pero recomiendo que el mismo solo lo lean los padres, junto a sus hijos.

F.B.


Después de la cruenta batalla, solo quedaron la reina, el rey, y un peón llamado IA, rodeados de espanto.

El peón de pie y voz firme, les preguntó a los reyes.


—Se que están enemistados, y también sé, que ninguno de los dos me representa, por lo cual les pregunto una sola y última vez. Para quien desean que aporte mi inteligencia. 


—Para mi  —se apresuró a decir la reina.


—Para mi dijo el rey. 


—Entonces IA, con cara de desencanto dijo: entonces trabajaré…para mi.


Después de unos días, al comprobar los reyes que ya no tenían a nadie que pudiera trabajar para ellos, comprendieron que tendrían que realizar su propia huerta, lavar los platos, tender la ropa, cortarse el pelo; decidieron no pelear entre ellos y fueron en persona a visitar a IA.


IA, se preguntó ¿para qué me querrán?, pero considerando que no ganaba ni perdía nada, les abrió la puerta, la cual estaba protegida por una reja de gruesos barrotes; pero que IA, mantenía abierta, porque en el reino ya no quedaban ni siquiera ladrones




Cuando IA, les abrió la puerta, les dijo:

—Me tendrán que disculpar, no puedo ofrecerles nada para comer o tomar, porque yo ni bebo, ni como; ustedes bien saben que estoy hecho solo de cables y chips. (de esa forma se decía antiguamente, no tengo un cobre, ni partido al medio).


Primero habló la reina, siempre con su mismo tono de voz intolerable y caprichosa.


—Tu obligación IA, es colocarte de inmediato a nuestras órdenes porque este es mi reino, y no lo compartiré con nadie jamás en toda mi vida.  —después de decir esto, la reina se quedó mirando a IA con su característica cara de mujer todo poderosa e implacable.

Después el rey con su mano apoyada en su espada, y colocando su pie sobre una pequeña piedra, le dijo a IA, también en forma autoritaria.

—Te íntimo IA, que mañana a primera hora de la mañana te presentes en el castillo para trabajar, de lo contrario, ¡serás despedido de inmediato!


IA, quedó extrañado ante esto que escuchaba por parte de los reyes; en primer lugar, porque no sabía que se habían reconciliado, y en segundo lugar porque él no los necesitaba. Entonces IA, para no ser descortés, amablemente les dijo:


—Mañana no voy a poder señor rey, pero pasado trataré (en aquella época la palabra "trataré" tenía dos interpretaciones, una era lo que parecía… es decir hacer el esfuerzo, y la otra era: ¡vallanse a freír churros!, en aquellos tiempos las personas eran muy educadas.


Continuará


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jueves, septiembre 28, 2023

LA LEYENDA DEL FUTRE

 



Las leyendas son historias que tratan sobre diversos temas, a mi me gustan las de aparecidos, muertes misteriosas, o hechos extraños. Por lo general se enriquecen con el paso del tiempo, y sus cuentistas las transmiten agregando algunas notas coloridas para que el receptor decida, si eso que se cuenta es cierto o no. Pero, yo agregaría, que eso que se transmite de generación a generación no es solo por hablar, para mi, si una historia se convierte en leyenda, es porque realmente algo allí ocurrió. 


F. Brun


La leyenda del Futre, me la contó un empresario mendocino muy amigo, del cual puedo decir que es un hombre confiable. La historia se la contó su abuelo, que a principios del siglo XX trabajó en esa obra compleja y llena de inconvenientes, el ramal ferroviario trasandino que unía nuestro país con Chile. La leyenda dice que un empleado Inglés que estaba encargado de pagar a los operarios fue asaltado y después asesinado; por su aspecto elegante, se lo llamó el Futre, que quiere decir: hombre joven que se compone mucho y sigue rigurosamente la moda. Después de su entierro su espíritu aparece por las noches reclamando justicia. 

Junto con este amigo decidimos ver qué había de cierto en esa leyenda, y quedamos en encontrarnos un verano en las Cuevas, pueblo que está en límite internacional del lado Argentino. 

Cuando nos encontramos con mi amigo, solicitamos hospedaje en una pensión que daban de comer. En la sobremesa de la cena se nos unieron a la conversación un grupo de muchachos mochileros alemanes, los cuales eran periodistas, y venían también a investigar lo mismo que nosotros, que tan cierta era esta leyenda del Futre.

Al día siguiente la investigación nos  dirigió a ubicar a un hombre mayor baqueano, que era el que más sabía sobre la leyenda. Me dirigí a visitarlo, el camino era de ripio y tuvimos que recorrer diez kilómetros con mi camioneta para encontrarlo. Cuando llegamos pudimos ver una casa muy vieja de techo de chapas, sus puertas y ventanas que eran de madera, por su aspecto, llevaban años sin ser pintadas, a la sombra de la galería estaba este señor sentado en un sillón tomando mate junto a un bracero que ostentaba una pava renegrida; los dos perros que lo acompañaban sólo demostraron su asombro al vernos levantando su cabeza y moviendo un par de veces sus colas, después continuaron recostados.

El señor se llamaba Lisandro, era un hombre morocho, delgado, con la piel de su cara y sus manos curtidas y arrugadas, sus ojos negros eran aún vivaces, su camisa estaba limpia pero arrugada al igual que su pantalón de trabajo que era negro como sus alpargatas. 

Al preguntarle por el motivo de nuestra visita nos dijo:


—Yo conocí al Futre en persona, todas las quincenas se acomodaba en su silla frente a una mesa, debajo de un toldo, y sacaba de su bolso de cuero la plata para pagarnos. —nos comenzó a decir este hombre, con su voz pausada, mientras armaba un cigarrillo—, siempre llevaba puesto traje con pañuelo y camisa blanca, usaba un sombrero de ala ancha, su pelo era negro y brillaba por lo limpio, todo lo contrario de nosotros que parecíamos saparrastrosos. Lamentablemente dentro de nuestro grupo había un par de pendencieros y ladrones. Ese día los sinvergüenzas faltaron, nos pareció raro, porque era el día de cobrar, pero después nos enteramos, le tendieron una emboscada al Futre para robarle, lo esperaron en la quebrada antes de llegar. Era un hombre muy educado, siempre venía a caballo, lo mataron por la espalda con un facón, no necesitaban hacerlo, se hubieran llevado el bolso y listo, el Futre no se hubiera resistido, no llevaba armas, era confiado. Lo encontramos tirado boca abajo, con su caballo al lado como esperando que se levantara; lo velamos en el campamento y a la mañana siguiente se lo llevaron los policías; dicen que nunca encontraron ni la plata ni a los asesinos. Yo eso nunca lo creí, pero que se puede hacer en estos parajes. 

Al año de su muerte, comenzaron las habladurías de que el Futre, o mejor dicho su espíritu, se paseaba por las vías… al que se le cruzaba lo corría  gritando, ¡¿por qué me mataron?!, ¡por qué!, ¿quién tiene la plata?. Hace algunos años,  me sorprendió la noche  buscando unas cabras, y medio me perdí, entonces para orientarme caminé hacia el lado de las vías, cuando las encontré solo tenía que caminar barranca abajo. Me pueden creer o no…se me apareció el Futre, de frente, me quedé paralizado de miedo, pero ni me gritó, solo se me quedó mirando un rato largo, y después me dijo:


—¿Cómo estás Lisandro?...se acordaba de mí que en esa época era un chico, también lo saludé; después se sonrió y se fue caminando despacio por las vías para el lado de la montaña. 

Después de decir esto Lisandro, echando humo por su boca, se quedó con su vista mirando esos picos altísimos. Con mi amigo nos miramos, después yo le pregunté si vivía solo, y esto me dijo:


—No, yo no vivo solo, por suerte siempre me acompañan mis dos perros, y mis recuerdos de joven, para un viejo como soy yo, qué más le puedo pedir a la vida; bueno, tal vez cuando me vaya, me gustaría irme por el camino del Futre, quizás lo encuentre, y entonces podremos recordar juntos aquellos tiempos. Si, eso le pediría a Dios, si es que me atiende. 

Con mi amigo después de despedirnos, nos fuimos de aquel lugar pensando los dos, que lo dicho por aquel hombre era cierto, por la simple razón que no tenía motivo alguno para mentirnos, que podía ganar con hacerlo en ese lugar alejado del mundo. En particular me pasa que me doy cuenta cuando alguien me miente, no me pregunten cómo, solo lo intuyo. 




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miércoles, septiembre 27, 2023

UN VIOLONCHELO NO SUENA SOLO

 


      Es frecuente que identifiquemos a las personas que no les gusta trabajar con el tilde de vagos; así le decían a Bautista en su pueblo, pero en realidad no era que no le gustaba trabajar; a él lo que no le gustaba era contraer compromisos laborales… con esto justificaba su madre a su único hijo, a diferencia de su padre, el cual ya tenía asumido que Bautista era un vago consumado. 

El problema que se comentaba en el único bar del lugar en donde se reunían los parroquianos para criticar, inventar historias, y hacer bromas, era que Bautista no solo era vago, también tenía aspecto de vago; sumado a que su jornada comenzaba a eso de las diez de la mañana cuando su madre le llevaba el desayuno a la cama; para un joven tal vez esto no sería algo criticable, pero para un hombre de treinta años el asunto se convierte en algo bastante serio. 

Cuando salía de su casa, siempre caminaba hacia la derecha, nunca hacía la izquierda, porque de ese modo evitaba pasar frente a la carpintería de su padre.

Una tarde Bautista estaba sentado en un banco de la plaza tomando sol, cuando se le acercó un niño con monopatín, se detuvo frente a él, y esto le dijo:


—Hola, debo decirte que tu vida va a cambiar a partir de mañana —después de decir eso continuó con su viaje. 


Bautista se quedó sorprendido y pensó que ese niño lo había confundido con otra persona.

Al otro día, en sus caminatas sin destino, se cruzó con la profesora de música del pueblo, y esta le preguntó si el viernes podía ayudarla a preparar el salón del club para el concierto que había organizado para el domingo; Bautista aceptó porque la señora Claudia era muy amable y cordial, y amiga de su madre.

Cuando estaba acomodando las sillas, la señora Claudia le dijo si era posible que se ocupara de la iluminación en el concierto, solo tenía que apagar todas las luces e iluminar el escenario con un reflector. Bautista también aceptó este encargo. 

Cuando llegó el día de la función, realizó por la tarde una prueba de iluminación y todo funcionaba muy bien; cuando observó que la señora recibía a alguien que imaginó serían los artistas, se dirigió a la cocina a tomar un café y saborear un pastel que se serviría al finalizar la obra, después, se ubicó en el lugar donde realizaría su trabajo.

Una vez que  el salón se llenó de gente, la señora Claudia comenzó con su discurso de presentación delante del telón del pequeño escenario, al terminar, hizo una señal a Bautista, y este apagó las luces, cuando se corrió el telón, encendió el reflector, y se iluminó una silla en la que se apoyaba un violonchelo.

Primero se escuchó un murmullo, que después se convirtió en aplausos cuando apareció la chelista.

Cuando Bautista vio a aquella joven delgada, vestida con jean, con camisa amplia, zapatillas, con su pelo negro y recogido, su tez suave, de ojos claros que describían a un espíritu alegre; quedó deslumbrado. La joven tomó su instrumento y después de acomodarlo entre sus piernas, comenzó a tocarlo, y esa melodía transportó a Bautista a lugares jamás imaginados. 

La joven intérprete tocó cuatro piezas, que bastaron para cautivar a ese hombre de destino incierto, sintió como si se  hubieran abierto las puertas del cielo, esa noche descubrió algo que realmente le interesaba hacer.

Ese mismo lunes Bautista se levantó a las siete de la mañana; su padre al verlo en la cocina tan temprano le preguntó:


—¿Qué te pasa, te dio un ataque?.


—Necesito un lugar en el taller, ¿puede ser? —le dijo Bautista con determinación. 


El padre de Bautista, no salía de su asombro. 


—Seguro, lo que necesites  —dijo el padre extrañado.


—-También algunas herramientas —le dijo Bautista a su padre.


Bautista comenzó con un proyecto demasiado ambicioso para hacerlo sin ayuda, pero igual se lo propuso como objetivo de su vida, o quizás no era un único objetivo, tal vez fueran dos, pero eso todavía no alcanzaba a entender. El primero fue realizar un violonchelo como el de aquella joven. 

A pesar de trabajar mucho en el taller, haciendo y rehaciendo, pegando y despegando, lijando hasta el agotamiento, durante meses, el resultado final fue desastroso; lejos estaba de poder realizar algo que pudiera parecerse a un instrumento musical, y menos emitir algún sonido.

Se sintió un fracasado, y comenzó a salir caminando de su casa nuevamente hacia la derecha; un día, se cruzó con la profesora de música, y se animó a decirle lo que realmente le gustaría hacer, entonces la señora le dio una dirección con una recomendación de su parte, pero le advirtió que nada se puede lograr sin esfuerzo, y de un día para otro.

Cuando Bautista fue a ese lugar, se encontró con un joven como él, con un  taller repleto de herramientas que no eran como las que tenía su padre, pero cuando vio a esos instrumentos y sus partes sobre la mesa de trabajo, entendió que eso quería poder hacer algún día, aunque tarda en aprenderlo el resto de su vida.

Así empezó Bautista como aprendiz; haciendo una cosa a la vez, observando las maderas, sus vetas, los encastres, el encolado, la utilización de los formones, los calados, el encordado, la colocación de sargentos, el lustre; el amor; a ese trabajo mágico que logra extraer sonidos de un trozo de madera noble. 

Después de muchos años, una noche, muy tarde, Bautista había terminado de encordar un violonchelo, y lo dejó apoyado en una silla de su taller, cuando de espaldas al instrumento acomodaba sus herramientas; lo escuchó sonar; majestuoso; al mirar sobresaltado, una joven intérprete lo miraba a los ojos; era ella; la joven que había despertado su pasión y siempre había deseado. 



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lunes, septiembre 18, 2023

LA LEYENDA DE DOCTOR MANSILLA

 





No todas las historias que se cuentan son ciento por ciento ciertas, muchas, se trasladan de boca en boca, y sus ocasionales cuentistas agregan detalles para que éstas sean más atractivas, más interesante; o más misteriosas. 


F.B.


          Esta historia que deseo contarte estimado lector, ocurrió, y aún perdura, en el lugar donde descansan todos aquellos que terminan su viaje; en el cementerio. Corresponde a la leyenda del Dr. Rafael Mansilla. 


Podemos encontrarla en el sitio Wikipedia y esto dice:

"La leyenda de Rafael Mansilla se remonta en la década de 1960 en la ciudad de Santa Fe, precisamente en el Cementerio Municipal de la Vera Cruz de la Provincia de Santa Fe, Argentina; cuando durante una tormenta eléctrica un rayo cayó misteriosamente sobre un panteón de un fallecido. A pesar de que, según allegados, en ese panteón no se encuentran los restos de Mansilla, sino que él mismo lo hizo construir, se tejió un misticismo que llevó a varios fieles a montar un "santuario" en ese lugar donde a través de cumplidos se llenó de placas, ofrendas como así también peticiones y hasta trabajos de brujería".


Parece ser que dentro de ese panteón, algo, produjo ruidos muy extraños, esto se comentó a la velocidad de la luz, y allí surgió que el lugar poseía poderes.

Por esto me interesé en ir a ver que tan cierto era todo eso.

Llegué una tarde de invierno, el día no era muy propicio para visitar ese lugar, hacía mucho frío y lloviznaba; después de dar unas vueltas por callejuelas con antiguos monumentos de de todo tipo, mucho de los cuales parecían tan olvidados como los propios difuntos que contenían; a propósito de esto último, alguien dijo alguna vez, que los muertos mueren definitivamente solo cuando son olvidados…tal vez sea así. 

Me encontraba pensando en esto cuando me topé de frente con el panteón de Mansilla, tal vez el día nublado, o la lluvia, hiciera que esas ofrendas florales ya secas le dieran al lugar una clima de tristeza y olvido.

Cuando me dispuse a sacar una fotografía buscando el mejor ángulo, alguien detrás mío me saludó; al ver quien era, una señora con paraguas, pollera muy colorida, que desentonaba con su pulóver de lana color verde chillón, me miraba con una amplia sonrisa, llevaba un ramito de algún arbusto siempre verde, su pelo entrecano era limpio y prolijo, sujeto con una vincha de lana negra.


—Que día hemos elegido para pedirle algo al doctor —me dijo aquella señora, con tonada italiana. 


—Así es —le dije—, pensando que me había encontrado con alguien que me pudiera ampliar esta historia. 


La señora después de poner el ramito que llevaba en un macetero, se persignó, y se quedó observando el monumento con respeto, movía sus labios como si estuviera rezando en silencio. Cuando terminó, se dio vuelta y me miró de frente, siempre sonriendo, como esperando que yo dijera algo.


—¿Es tan milagroso Mansilla? —le pregunté con la intención de entablar una conversación más amplia.


—Eso cree la gente, por lo general los que vienen aquí necesitan resolver algún problema, siempre existirán clientes para el doctor Mansilla, todos necesitamos en algún momento de nuestra vida resolver algo, un problema de dinero, algún tema amoroso, alguna enfermedad; la vida siempre nos pone a prueba. 


—Es muy cierto lo que usted dice señora —le dije, y esto desencadenó en contarme la historia de su vida.


—Yo estaba desesperada, a pesar de haber nacido en una familia acomodada, después de enviudar mi esposo solo me dejó una montaña de deudas, y la casa hipotecada, no teníamos hijos, y de un día para otro me quedé sin dinero y en la calle. —cuando la señora me decía esto, de su cara se borró esa amable sonrisa—. Caminando con mi pequeña valija por la calle, la cual contenía alguna ropa, un par de libros, y fotos familiares, me senté en el banco de una plaza con la idea que mi vida se había terminado; para reconfortarme acudí a mis viejas fotografías, y entre algunos papeles encontré una escritura, era la del panteón familiar que ya ni recordaba; leyendo el documento observé que era un bien perpetuo, entonces me di cuenta que eso era todo lo que tenía, el detalle que imaginé fue que solo podía llegar disfrutarlo después de muerta…al menos tenían un lugar donde caerme muerta pensé —esto último me lo dijo con una amplia sonrisa, y después prosiguió muy seria—. Un día de invierno gris y frío como hoy, estaba quebrada y tenía hambre, fui al comedor de una parroquia, allí conocí a una anciana que me habló de la tumba milagrosa del doctor Mansilla, esa misma tarde vine aquí y le traje un ramito de libustrina arrancada de un jardín ajeno, para flores no tenía dinero; cuando llegué no había nadie, pero después de rezar un padre nuestro y dejar mi ofrenda, una señora confundiéndose con una empleada del cementerio me pidió que puliera las placas de la tumba de su difunto marido, y me dejó unos pesos que me alcanzaron para cenar; pero antes de irme quise ir al panteón de mi familia, cuando leí en el mármol el apellido de mi familia, me emocioné, pero lo sorprendente aún no había pasado; al tratar de mirar el interior, vi una vela encendida, esto me sorprendió porque yo sabía que otro pariente no me quedaba, ni siquiera lejano; sin pensar empujé la pesada puerta de hierro y vidrio, y esa se abrió, no lo podía creer; alguien había entrado no hacía mucho tiempo, me quedé esperando hasta la noche, y nadie llegó jamás, estaba helada y con mis pies húmedos, entonces decidí pasar la noche allí, que me podía pasar, a todos ellos los conocía muy bien, eran mis abuelos, y mis padres. Sabe lo que pensé… que ellos me esperaban para protegerme y así fue, hace ya diez años que vivo aquí, estoy con mi familia, qué más puedo pedir. 

Después de decirme todo eso, la simpática señora se me quedó mirando un rato y después me dijo si quería ver su casa…me negué, no soy supersticioso, pero todo tiene un límite. Después de despedirnos, se fue sosteniendo su paraguas por una de las callejuelas, y antes de perderse detrás de un monumento, sin mirarme, levantó su brazo izquierdo saludándome. 

Cuando estaba saliendo del cementerio, el encargado de cuidar la puerta, aún continuaba leyendo su periódico, cuando lo saludé, el hombre, bajó el diario y me preguntó:


—¿La vio?


—¿A quién? —le dije.


—A la italiana de pulóver verde. —me dijo con una sonrisa.


—Ahh, si, la vi, es muy simpática, y al menos tiene un lugar y un trabajo para subsistir. —le respondí a este señor que doblaba el diario como para entablar una conversación. 


—¿Le dijo si quería ver su casa?


—Así es, fue muy amable, pero no tuve deseos de ir.


—Debo decirle mi amigo, que hizo bien en no acompañarla, porque la señora, ni vive, ni trabaja aquí, solo se la puede ver los días como hoy, grises y lluviosos. —me dijo aquel hombre mirándome seriamente. 


—No comprendo —le dije.


—La señora simpática con la que usted charló, es un fantasma; ¿ahora me entiende?


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lunes, septiembre 11, 2023

LA MINA DE COBRE QUE SE CONVIRTIÓ EN UNA MINA DE ORO

 


Existen personas que por temor a enfrentar un destino desconocido, continúan viviendo muy mal, sin comprender que atreverse puede ser la diferencia entre una vida miserable, u otra vida digna.

Se suma a esta realidad, aquellos que se aprovechan de esa falta de coraje, y logran apoderarse de la vida y del producto del trabajo de esa gente; se convierten en sus presuntos protectores, y solo son astutos ladrones de sus sueños y su futuro.

La falta de educación, es el cepo que los sujeta a su amargo destino.


F.B.


        Esta historia que les quiero contar estimado lector, ocurrió en un pequeño pueblo minero ubicado al pie de la cordillera de los Andes, en la provincia de San Juan, cuyo nombre no importa porque ya no existe; en total vivían allí unas cien familias que dependían del trabajo en una mina que extraía cobre.

El dueño de la mina era un hombre mayor, soltero, y codicioso, llamado Don Severo; su nombre respondía con justicia a su forma de ser. Conducía su empresa con mano férrea; los dos capataces uno para cada turno, controlaban a los mineros con severidad, si alguno de los hombres bajaba su rendimiento, se lo suspendía por toda una semana y perdía su jornal. 

Los trabajadores vivían en unos ranchos de adobe con techo de palos y paja junto a sus mujeres que también debían trabajar a la par de su esposo en el campo, cuidando las cabras, las gallinas, y la quinta del único dueño de la tierra, Don Severo; de esa labor salía todos los alimentos para todas las familias. Don Severo no les permitía tener hijos, si eso ocurría, de inmediato la madre era expulsada del pueblo junto a su hijo, y liberada a su destino, que en esos parajes era una sentencia de muerte.

Cuando llegaba el día de cobrar, todos los hombres debían de hacer una larga fila frente a la enorme casa de Don Severo, la cual estaba alejada del caserío y era de ladrillos revocada, y éste, sentado en una mesa en la galería de su enorme casa, con sus botas de cuero, el trabuco sobre la mesa, su sombrero negro de ala ancha, y sus gruesos bigotes, les extendía a cada humilde hombre un papel con un sello que decía $1000, después de recibir dicho papel, tenían que llevarlo al galpón principal, y allí los dos ayudantes de Don Severo se lo canjeaban por la mercaderías para toda la quincena. 

Los dos capataces eran unos malhechores armados que venían todos los días de algún lugar a lomo de burro, uno por la mañana, y otro por la tarde, por lo general algo entonados por la ginebra, esto hacía que las órdenes hacia los obreros fueran abusivas y desmedidas. En una oportunidad, un joven llamado Isidro que quiso levantar la voz fastidiado por el mal trato, recibió un culatazo en la cabeza que perdió el conocimiento, así era el clima de trabajo en la empresa de Don Severo. 

Una noche de verano, Isidro junto a su mujer estaban hablando y contemplando un cielo estrellado majestuoso; soñaban con poder tener hijos, pero siempre surgía la misma pregunta, ¿cómo?. En ese lugar infame, era un deseo imposible; la única posibilidad era irse de allí muy lejos, pero sin plata, como lograrían afincarse en otro lugar, conseguir un trabajo, otro rancho. Se sumaba a su situación que ni siquiera sabían leer ni escribir, esto último era un obstáculo enorme. Pero cuando un sueño se convierte en un firme propósito, todo es posible.

Después de tomar ambos unos mates con galletas, Isidro se dirigió a su trabajo y su mujer al suyo.

La campana para presentarse en la mina sonaba a la madrugada, antes de la salida del sol, y ese turno terminaba al mediodía para ser reemplazado por el turno de la tarde.

Lo que restaba del día Isidro ayudaba a su mujer en el campo; ese día cuando regresaban cansados, en el camino a su rancho se cruzaron con uno de los capataces que era un matón que olía a sudor mezclado con alcohol, y en forma descarada le gritó a Isidro:


—¡¿A cuanto me vendes a tu china Isidro?!, —después de esta ofensa insoportable, el bruto y sinvergüenza continuó su camino a las carcajadas. 


El joven Isidro cerrando sus puños, le iba a contestar el agravio, pero su mujer lo tomó del brazo para que no hiciera una locura. Esa misma noche Isidro le prometió a su mujer que la sacaría de ese lugar de cualquier forma, lo antes posible. 

Cuando trabajaban en la mina, no se les permitía hablar, no obstante Isidro tenía un amigo llamado Ramón; cuando picaban la piedra, se ponían a la par, y cuando el capataz se distraía yendo a buscar agua, los dos aprovechaban para entablar alguna conversación que siempre comenzaba con alguna queja. Pero esta vez Ramón le dijo a Isidro: 


—Mira Isidro, yo no aguanto más, esto no es vida, es una tortura sin porvenir, vamos a dejar nuestros huesos en esta montaña y nadie en el mundo se va enterar, ni tampoco nadie vendrá a ayudarnos; cuando vinieron los de la inspección ni vinieron para acá, solo van a la casa del trompa, chupan, comen, y se van con plata, no les interesamos. 


—Decime que querés hacer y yo te acompaño hermano, aunque deje el pellejo. —le dijo Isidro a aquel hombre, mirándolo a los ojos irritados por el polvo que flotaba en el ambiente.


—Tengo un plan Isidro, es riesgoso, pero otra cosa no podemos hacer si queremos terminar con esta vida que no es vida. —le dijo Ramón con la boca tapada por su pañuelo. 


Don Severo cometió un solo error, pensar que con solo cuatro malvivientes armados, podía controlar a casi cien hombres, a los que alimentaba bien, porque los necesitaba sanos y rudos para picar la piedra y acarrear las bolsas; eran hombres muy fuertes, pero mansos como ovejas, hasta que un día, el menos pensado, se convirtieron en leones.

Isidro y Ramón todas las noches, ocultos por la oscuridad visitaron a cada familia para contarles el plan, los más jóvenes aceptaron de inmediato, pero los más viejos eran más difíciles de convencer, por fin se involucraron, curiosamente sus esposas los intimaban a hacerlo. 

Ese día al concurrir a la mina, tres muchachos robustos se ocultaron en una de las galerías antiguas, y cuando el capataz regresó en busca de agua, lo sujetaron, lo maniataron, y le taparon la boca con un pañuelo; cuando llegó el recambio y se presentó el otro capataz, le dijeron que el anterior estaba descompuesto, y este al ir a ver qué le pasaba a su compañero sufrió el mismo destino; ahora solo les restaba reducir a los dos sirvientes de la casa y a Don Severo.

Isidro y Ramón serían los encargados, tomaron las armas de los capataces y las ocultaron en sus ropas, después se dirigieron a la casa del patrón. 

Cuando llegaron a la galería Don Severo estaba sentado en su repostera fumando; cuando vio a los dos acercarse gritó:


—¡¿Qué están haciendo ustedes dos acá?, deberían estar trabajando!


—Queremos hablar con usted Don, el capataz nos permitió venir —dijo Ramón. 


—¡¿Y qué quieren?!, —dijo el viejo con voz autoritaria. 


Cuando Ramón e Isidro se acercaron, sin darle tiempo a nada, sacaron sus armas y le apuntaron.


—¡Quedate quieto hijo de una gran siete!, —gritó Ramón, mientras Isidro le quitaba el arma de su cintura.


—¡Me matan! —gritó con fuerza el viejo para que lo escucharan sus sirvientes.


Al instante, uno de los sirvientes, se asomó desde una puerta y al ver lo que estaba pasando disparó su arma hiriendo a Isidro en la pierna, pero este, apuntándole al pecho disparó, y el hombre cayó muerto. Restaba el otro sirviente que al ver toda la situación desde la ventana de la cocina, salió corriendo hacia el campo.

Después de esto una veintena de hombres, estaban rodeando a Don Severo, que no paraba de maldecirlos, hasta que lo ataron y le taparon la boca con una gruesa soga. A Isidro lo llevaron a su casa para que su mujer lo pudiera atender.

Después de toda esa jornada de tensión, todos los hombres se reunieron en el patio de la casa principal para deliberar que iban a hacer, Isidro con su pierna dolorida también participaba.

Todo aquel que quisiera hablar podía hacerlo; los comentarios iban de un extremo a otro; algunos querían que los mataran a los tres, y otros, volver a como funcionaba todo antes, pero siempre y cuando Don Severo se comportase mejor con ellos.

Viendo esta cantidad de disparatadas ideas que se debatían, Ramón tomó la palabra. 


—Amigos, quiero advertirles algo que en algunos días va a pasar, cuando en la ciudad se sepa que alguien murió aquí, vendrá la autoridad a ver que pasa, y es probable que si liberamos a Don Severo y sus dos capataces, ellos hablen, y nos culpen de revoltosos y violentos a nosotros. Entonces nos llevarán a la cárcel, y Dios sabe qué ocurrirá con nuestras mujeres. Por lo cual en mi opinión debemos de pensar algo mejor.


Isidro levantó su mano para hablar:


—Quiero decirles que el único responsable por la muerte de un hombre, he sido yo, por lo cual todos ustedes no tienen de qué preocuparse.  —Un murmullo se escuchó entre todos los presentes, y una señora mayor y bajita llamada Clara quiso hablar. 


—Tenemos que entender que Don Severo es un hombre rico y poderoso, por lo cual tenemos todo para perder. Lo único que podemos hacer es lograr que firme una carta aceptando que en su mina se trabaja en malas condiciones, y que de ahora en más, cambiará esta desafortunada situación que nos convierte a todos nosotros en esclavos, no en trabajadores.


—La mujer de Isidro, pidió la palabra 


—Señora Clara, ¿cómo podemos hacer lo que usted dice, si nadie de los que aquí estamos no sabemos leer ni escribir?.


La señora Clara, que era bajita pero su voz se hacía sentir dijo:


—Yo se leer, y también escribir, por lo cual, si confían en mí, esto puede ser nuestra solución, siempre que Don Severo quiera aceptar.


—De eso me encargo yo, —dijo Ramón.


Esta es la carta que escribió la señora Clara:


Señor Severo, esta carta es para solicitarle a usted que a partir de mañana nuestras deplorables condiciones de trabajo cambien; por lo cual exigimos los siguientes puntos:


1 Nuestro horario de trabajo será de seis horas diarias con sábados y domingos libres y un mes de vacaciones anuales.


2 Debemos contar con todos los elementos de seguridad para trabajar; tanto en la mina como en el campo.


3 Usted deberá proveer todos los materiales necesarios para que nosotros podamos construir nuestras casas de material, como la suya, pero más chica.


4 Debemos de contar con una sala de primeros auxilios atendida por un médico permanente.


5 Todas las familias podrán tener la cantidad de hijos que deseen.


6 Se deberá construir una escuela primaria, con maestros estables, para los adultos y los futuros niños, y deberá contar con una biblioteca. 


7 Una vez por mes se celebrará el día de nuestros derechos, la fiesta durará dos días y una noche. Usted podrá asistir si lo desea.


8 En cuanto a la muerte de uno de sus sirvientes; al firmar esta carta, estaría reconociendo que este lamentable hecho ocurrió en legítima defensa propia, y nosotros nos encargaremos de brindarle al difunto una cristiana sepultura.


9 Por último, muchos de los que trabajamos para usted, lo hicimos durante más de veinte años, recibiendo solo a cambio malos tratos por parte de sus capataces; por esta razón si usted nos pide disculpas, se la aceptaremos, y dejaremos el pasado atrás, para disfrutar de un presente y un futuro digno de ser vivido. 


Sin más, los trabajadores de su mina.


Acepto todas las condiciones y pido disculpas por lo que ustedes han sufrido por mi arrogancia, y mi codicia. 


Firma Don Severo. 


Con la carta en sus manos, Ramón llevó a Don Severo a su casa desatado, la reunión duró aproximadamente una hora, después, cuando todo el pueblo se encontraba en el patio esperando el resultado de los acontecimientos; se abrió la puerta, y salió Don Severo precedido por Ramón; y con voz firme Don Severo dijo esto:


—Señores y señoras, en primer lugar, quiero pedir disculpas por mi actitud egoísta para con ustedes durante todos estos años, acepto además todas las exigencias que se solicitan en esta carta, y quiero agregar una última cosa que considero reparará al menos en parte el daño que yo les he provocado, agrego a esta carta de mi puño y letra que la mitad de todas mis posesiones, entiéndase la mina y el campo, pasan a ser el cincuenta por ciento de ustedes, por esto a partir de hoy, somos socios de esta empresa; —después de decir esto Don Severo, exhibió la carta a todos los presentes y la firmó. 


Todos estallaron en aplausos y vivas, los cuales duraron varios minutos.

A partir de ese día las cosas fueron cambiando para bien; transcurridos cinco años, entre las nuevas pequeñas casas de materiales se podían ver a un gran número de chicos corriendo y gritando felices; también la nueva escuela poseía un mástil en donde se podía ver ondear para orgullo de todos la bandera Argentina. En el festejo por el día de los derechos, en la cabecera de la gran mesa se sentaba Don Severo, escoltado por doña Clara y Ramón, junto a ellos la familia de Isidro con sus tres hijos.

Algo simple y curioso les pasaba a todos los trabajadores de ese pueblo minero; cuando iban a trabajar sonreían.

Por fin, y gracias a que esa gente se animó a ser dueña de sus destinos, esa vieja mina de cobre se convirtió en una mina de oro.


Estimado lector, sepamos que si pudiéramos lograr encender la mecha que logre hacer estallar la fuerza del saber, para todos aquellos que solo subsisten a la deriva y a tientas; el mundo sería mucho mejor.


F.B.



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