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lunes, marzo 18, 2024

UNA REINA LLAMADA ROSA

          Pase al frente alumna Sánchez, y lea en voz alta el texto del que estamos hablando. —la estricta profesora de literatura cuando Rosa se paró en el frente con su libro, la observaba con esa mirada fría e implacable por sobre sus anteojos. 

Después de abrir el libro y querer leer lo que le pedía su profesora, a Rosa se le hizo un nudo en la garganta y su mente se bloqueó a tal punto que ni siquiera pudo escuchar las risas de sus compañeros. 

—¡Alumna Sánchez, ¿no me escuchó?, le he dicho que lea, por favor!. —dijo casi gritando la profesora.

Rosa ya no estaba en el aula, y sus nervios la traicionaron al tal punto que no recordaba nada más, hasta despertar en la camilla del pequeño consultorio.

—¿Sánchez, me escucha? —le preguntó una voz conocida y amable a Rosa.

—Sí señora Laura, ya estoy bien, no se que me pasó —dijo Rosa repuesta.

—¿Que vamos a hacer contigo Rosa? —le preguntó la doctora de la escuela, guardando el aparato de tomar la presión—, es la tercera vez que te pasa este año, quiero que mañana vengan tus padres porque necesito hablar con ellos, tengo una teoría de lo que te pasa y tenemos que solucionarlo, tu eres mi responsabilidad. 

—Yo se bien lo que me pasa doctora Laura, ya lo hablamos, mi timidez es el problema, y cuanto más me esfuerzo por superarla peor es.

—Bueno niña, cuando yo tenía quince años como tú ahora, también era tímida, pero lo pude superar, no es imposible, pero debemos de tomar el toro por las astas; ahora no te preocupes, yo hablaré con la tu profesora de literatura; ve a tu casa a descansar y mañana te espero con tus padres. —le dijo la doctora a Rosa, con una sonrisa.

A Rosa le costaba muchísimo tener amigas, y más aún amigos; a pesar de ser muy inteligente, sus calificaciones eran muy buenas, pero su timidez no le permitía disfrutar de uno de los mejores momentos de la vida, cuando terminaba la jornada, caminaba varias cuadras para evitar encontrarse con sus compañeros que se burlaban, le decían Rosita, la miedosa chiquitita; esto la paralizaba y tenía deseos de salir corriendo para no volver nunca más a la escuela. El único refugio que tenía era su dormitorio, sus padres eran obreros, y ella, su única hija, era para ellos su razón de vivir. El dormitorio de Rosa, tenía una cama, una mesa de luz, una pequeña mesa frente a una ventana, una silla y un ropero de una sola puerta en donde guardaba toda su ropa y le sobraba lugar. En una de las paredes, Rosa guardaba su tesoro más preciado, sus libros, ellos le permitieron a Rosa recorrer un mundo fantástico, en el cual se sentía segura, y no tenía miedo. También tenía una computadora pero no tenía internet en su casa, y ni soñando se le ocurría ir a un bar que sí tenía; su timidez le quitaba gran parte de lo que una chica podía hacer y disfrutar a su edad, ella lo sabía pero no encontraba una salida, una solución; no tenía amigas, alguien de su edad con quien poder compartir sus miedos, sus gustos, esa barrera infranqueable no se lo permitía. 

Todo la escuela se preparaba para el festival del fin de curso, y la división en donde cursaba Rosa, mucho más, por ser su último año de estudio. Después del acto conmemorativo se realizaría en el gimnasio un baile en donde tocaría un conjunto de rock, cuyo bateristas se llamaba Federico, el cual no tenía ni la más remota idea que había conquistado hacía ya varios años el corazón de Rosa… sin siquiera decirle una sola palabra. Durante el baile, Rosa se ubicó en un lugar del salón en penumbras detrás de unas cajas, desde allí podía ver como sus compañeras se divertían, pero para ella, todo el evento le causaba un profundo malestar, a tal punto que pensaba retirarse; pero para hacerlo debía pasar frente al escenario, y esto era algo que le aterraba, pero si no lo hacía, alguien podría verla en ese lugar y ser objeto de burlas. Inesperadamente se apagó la luz del salón, y el conjunto musical dejó de tocar; fue entonces que Rosa decidió salir de su escondite e irse, pero en el preciso momento que pasaba frente al escenario un enorme reflector se encendió desde algún lugar y por casualidad o por error, la iluminó de cuerpo entero; todos sus compañeros al reconocerla comenzaron a cantar a coro:

—¡Ro-si-ta!, ¡Ro-si-ta!, ¡Ro-si-ta!…

Fue lo último que recordó, hasta ser reanimado por sus mismos compañeros en el consultorio. Pero lo que no supo, fue que el joven que la alzó y la llevó hasta la camilla fue Federico; que al ver el rostro de ella desmayada, con su pelo corto y su flequillo sobre su frente, se dio cuenta que nunca le había prestado atención a esa delgada y encantadora compañera de curso.

Para Rosa ese verano fue larguísimo, su rutina era hacer las compras, limpiar su casa y esperar a sus padres con la cena, la única actividad que le resultaba gratificante era leer.

Un viernes por la tarde sonó su teléfono y al atender su sorpresa fue mayúscula, era  su compañero Federico.

—Hola Rosa, qué suerte que te encuentro, quería invitarte a tomar algo, bueno, si no tienes otros compromisos. —Federico se quedó escuchando varios segundos, y como Rosa no respondía repitió la pregunta.

Rosa pensó que alguien le estaba haciendo una broma, pero esa voz era inconfundible. 

—¿Federico? —dijo Rosa con su voz entrecortada.

—Si, Federico te habla, espero que todavía me recuerdes. 

—Si, por supuesto que te recuerdo, solo que me llama la atención que me llames a mí. —dijo Rosa cada vez más sorprendida.

—¿Por qué te tienes que sorprender?, solo soy un compañero del colegio que desea invitarte a tomar algo, no tiene nada de malo, ni sorprendente.

Curiosamente para Rosa, hablar por teléfono le resultaba más fácil que hacerlo en persona. 

—Está bien, mañana, por la tarde, si te parece, nos encontramos en el bar de la plaza.

—Perfecto, allí estaré  —le dijo Federico a Rosa.

Este acontecimiento para Rosa le ocasionó un terremoto emocional. ¿Cómo ir vestida?, ¿de qué hablar?, ¿cómo saber si Federico no le estaba tendiendo una broma?, ¿cómo podría superar su timidez frente a un muchacho del cual estaba enamorada?. Si no podía afrontar la situación, de una simple cita, menos aún podía pensar en una relación prolongada. Esto la tomó sin preparación previa y no podía pedirle consejos a nadie, ni siquiera a su madre que vivía desbordada por su trabajo, sumado a que jamás hablaron de temas de mujeres. Rosa se sentía sola frente a su vida, con muy pocos recursos para afrontarla.

Rosa y Federico se encontraron esa tarde; el que hablaba hasta por los codos era él, ella solo intervenía con alguna afirmación o negación:

—Así es…tienes razón…estoy de acuerdo…no…bueno…, —pero hilvanar una oración con sentido sobre algún tema le era imposible, por su mente solo se cruzaban ideas negativas: ¿le caeré bien?, ¿le resultare atractiva?, no sé de qué hablar, seguro se aburrirá—. 

Después de la cita, él la acompañó hasta el subte, se despidieron con un beso en la mejilla, y allí terminó todo; ella se quedó con la idea de no haberle sido atractiva y él se llevó la impresión de no haberla conquistado; quedaron en hablar pronto, pero ese lapso de tiempo se prolongó indefinidamente, ella tenía miedo de llamarlo, y él no hacer el ridículo.

Afortunadamente hay personas que a pesar de no continuar con la relación de trabajo, no pueden romper con la relación humana y continúan preocupadas por saber cómo se encuentra esa otra persona que sabe tenía un problema a resolver; así se comportaba la doctora Laura, y una tarde de otoño la llamó a Rosa para saber cómo estaba; entendiendo que los padres de Rosa, más allá de ser un ejemplo, y hacer todo lo necesario para que su hija estuviese bien, tenían sus limitaciones. 

—Hola Rosa, ¿cómo estás hija?

—¡Doctora Laura que sorpresa! y qué alegría me da usted al acordarse de mí. —le dijo Rosa a esa voz confiable.

—Te llamo, porque estoy organizando un programa para exalumnos que estoy segura que te gustará.

—¿De qué se trata señora Laura?, —le dijo Rosa pensando de antemano que ella no estaba al nivel de afrontar  ningún programa de estudio.

—Estoy organizando un programa de teatro vocacional, muchas de tus compañeras se han anotado, por lo cual quiero contar contigo.

—No se…—respondió Rosa dubitativa.

—Antes de decir no, quiero que vengas al menos una vez, te espero este sábado por la mañana. —le dijo la doctora a Rosa que se quedó callada un instante pensando alguna excusa, pero no se le ocurrió nada—, perfecto ya tienes tu sitio en el curso Rosa, te espero a las nueve de la mañana. 

Ese sábado Rosa decidió ir a la reunión porque no podía quedar mal con la doctora que era una señora a la que apreciaba muchísimo. Cuando Rosa ingresó al gimnasio sobre el escenario estaban charlando animadamente cinco amigas del colegio que la saludaron cordialmente, después, la doctora Laura le presentó a tres jóvenes que nunca había visto y a la profesora que daría las clases de teatro llamada Nora, la cual era una señora bajita pero de voz cálida y ojos negros vivaces. 

Cuando la doctora se retiró, todos se sentaron en un círculo y la profesora comenzó diciendo:

—El teatro podemos decir que comenzó en Atenas entre los siglos V y VI antes de Cristo, como se imaginan hace mucho que existe y mucho se ha hecho durante todo ese tiempo, pero curiosamente este arte posee tres cosas que siempre son las mismas: los actores, el público y el texto, también posee otras cosas…

Cuando Rosa comenzó a escuchar a esta profesora, esa señora le estaba describiendo algo maravilloso, que nunca había escuchado, ella pensaba que el teatro era algo similar al cine, con los artistas en vivo, pero lo que le describía aquella mujer era otra cosa, que la cautivaba tanto como sus libros.

Rosa no faltó a la segunda reunión, cuando llegó, la primera persona que se anticipó a saludarla, fue la doctora Laura.

—¡Me alegra muchísimo que vinieras!, haz todo lo posible por no faltar, yo se que este curso te va a encantar querida Rosa. —después de decir esto, la doctora le dio un abrazo y un beso; sin que ella lo notara, la doctora miró a la profesora de teatro, y esta asintió con su cabeza; ya habían hablado ambas de Rosa—, me despido Rosa, me he jubilado, cuando pueda vendré a verte, pero si tienes algún problema puedes llamarme este es mi teléfono. 

Rosa sintió que era una despedida; quizás no volvería a ver a esa señora que tanto se había preocupado por ella. 

El tiempo fue pasando y Rosa esperaba ansiosa el día sábado para asistir a las clases de teatro. 

Después de algunos ejercicios de respiración y con la voz, la profesora los hacía ejercitar actuando  personajes diversos. Cuando Rosa improvisaba un personaje, algo ocurría en su interior, al principio, sin darse cuenta, sentía que de un momento a otro no era ella la que hablaba, o gesticulaba, o cuando recorría caminando el escenario; el personaje la dominaba y Rosa se desvanecía para pasar a ser esa otra persona imaginaria, pero tan real como su piel.

Un día la profesora le pidió a Rosa interpretar a una reina de un imperio, que se dirigía a su pueblo para pedirles que era necesario enfrentar una guerra, el enemigo estaba cerca y era implacable; a modo de espada la profesora le dio un palo escoba y su corcel era una silla. Cuando Rosa se subió a su caballo imaginario, tomando su espada de palo, empezó su discurso diciendo:

—¡Mujeres y hombres de mi pueblo!, hoy los he convocado para pedirles un sacrificio que no puedo eludir… —cuando Rosa decía estas palabras sintió que la silla aumentaban su altura y la cabeza de un caballo blanco apareció, podía sentir como movia sus patas y hasta el vapor que salía por su boca; el peso de su espada comenzó a brillar bajo el sol, y frente a ella cientos de campesinos, con guadañas y palas la observaban en silencio—. ¡Debemos enfrentarnos a una guerra que no puedo evitar!…

Su voz ya no era la de Rosa, ahora era la de una reina montada sobre un robusto corcel blanco; sus palabras atronaban, vestida con botas, cota de malla y guantes; su pelo se movía con el viento y tras de sí, una gallarda  caballería dispuesta a entrar en combate. 

—¡No puedo garantizar que triunfaremos!, solo puedo asegurar que mi ejército y yo, daremos todo lo que tenemos, incluso nuestra vida para ganar y protegerlos a ustedes, a la comarca, a nuestros animales, a nuestros cultivos. ¡Solo podrán pasar por sobre nuestros cadáveres!… —la reina Rosa podía sentir como su pueblo la aclamaba a viva voz; al terminar por fin, pudo ver al teatro repleto de público que la ovacionaba de pie, a ella; la reina; o a ella, la actriz. 

El fuerte aplauso de sus compañeros parados en torno a ella, la hicieron volver a su realidad, a su cuerpo, el bravo corcel se convirtió en la pequeña silla de pino y su opulenta espada se convirtió nuevamente de palo, el ejército a sus espaldas se esfumó como si despertara de un sueño. Rosa quedó de pie sobre la silla, con su corazón palpitante; pero ese día pudo lograr el milagro de la actuación plena; la actriz Rosa, se convirtió en cuerpo y alma en su personaje, una reina; o quizás esa reina imaginaria tomó el cuerpo de la pequeña Rosa para expresarse con toda su fuerza y todo su valor.

Muchas otras actuaciones con el teatro repleto de espectadores, enfrentó Rosa, la actriz, recibiendo y disfrutando el merecido aplauso de su público. 

Pero ese personaje de la reina en las clases del teatro vocacional de su colegio, fueron para ella inolvidables. 

Porque a partir de ese día; la pequeña Rosa; al fin; se convirtió en reina, comandante y dueña de su propia vida.




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