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jueves, septiembre 28, 2023

LA LEYENDA DEL FUTRE

 



Las leyendas son historias que tratan sobre diversos temas, a mi me gustan las de aparecidos, muertes misteriosas, o hechos extraños. Por lo general se enriquecen con el paso del tiempo, y sus cuentistas las transmiten agregando algunas notas coloridas para que el receptor decida, si eso que se cuenta es cierto o no. Pero, yo agregaría, que eso que se transmite de generación a generación no es solo por hablar, para mi, si una historia se convierte en leyenda, es porque realmente algo allí ocurrió. 


F. Brun


La leyenda del Futre, me la contó un empresario mendocino muy amigo, del cual puedo decir que es un hombre confiable. La historia se la contó su abuelo, que a principios del siglo XX trabajó en esa obra compleja y llena de inconvenientes, el ramal ferroviario trasandino que unía nuestro país con Chile. La leyenda dice que un empleado Inglés que estaba encargado de pagar a los operarios fue asaltado y después asesinado; por su aspecto elegante, se lo llamó el Futre, que quiere decir: hombre joven que se compone mucho y sigue rigurosamente la moda. Después de su entierro su espíritu aparece por las noches reclamando justicia. 

Junto con este amigo decidimos ver qué había de cierto en esa leyenda, y quedamos en encontrarnos un verano en las Cuevas, pueblo que está en límite internacional del lado Argentino. 

Cuando nos encontramos con mi amigo, solicitamos hospedaje en una pensión que daban de comer. En la sobremesa de la cena se nos unieron a la conversación un grupo de muchachos mochileros alemanes, los cuales eran periodistas, y venían también a investigar lo mismo que nosotros, que tan cierta era esta leyenda del Futre.

Al día siguiente la investigación nos  dirigió a ubicar a un hombre mayor baqueano, que era el que más sabía sobre la leyenda. Me dirigí a visitarlo, el camino era de ripio y tuvimos que recorrer diez kilómetros con mi camioneta para encontrarlo. Cuando llegamos pudimos ver una casa muy vieja de techo de chapas, sus puertas y ventanas que eran de madera, por su aspecto, llevaban años sin ser pintadas, a la sombra de la galería estaba este señor sentado en un sillón tomando mate junto a un bracero que ostentaba una pava renegrida; los dos perros que lo acompañaban sólo demostraron su asombro al vernos levantando su cabeza y moviendo un par de veces sus colas, después continuaron recostados.

El señor se llamaba Lisandro, era un hombre morocho, delgado, con la piel de su cara y sus manos curtidas y arrugadas, sus ojos negros eran aún vivaces, su camisa estaba limpia pero arrugada al igual que su pantalón de trabajo que era negro como sus alpargatas. 

Al preguntarle por el motivo de nuestra visita nos dijo:


—Yo conocí al Futre en persona, todas las quincenas se acomodaba en su silla frente a una mesa, debajo de un toldo, y sacaba de su bolso de cuero la plata para pagarnos. —nos comenzó a decir este hombre, con su voz pausada, mientras armaba un cigarrillo—, siempre llevaba puesto traje con pañuelo y camisa blanca, usaba un sombrero de ala ancha, su pelo era negro y brillaba por lo limpio, todo lo contrario de nosotros que parecíamos saparrastrosos. Lamentablemente dentro de nuestro grupo había un par de pendencieros y ladrones. Ese día los sinvergüenzas faltaron, nos pareció raro, porque era el día de cobrar, pero después nos enteramos, le tendieron una emboscada al Futre para robarle, lo esperaron en la quebrada antes de llegar. Era un hombre muy educado, siempre venía a caballo, lo mataron por la espalda con un facón, no necesitaban hacerlo, se hubieran llevado el bolso y listo, el Futre no se hubiera resistido, no llevaba armas, era confiado. Lo encontramos tirado boca abajo, con su caballo al lado como esperando que se levantara; lo velamos en el campamento y a la mañana siguiente se lo llevaron los policías; dicen que nunca encontraron ni la plata ni a los asesinos. Yo eso nunca lo creí, pero que se puede hacer en estos parajes. 

Al año de su muerte, comenzaron las habladurías de que el Futre, o mejor dicho su espíritu, se paseaba por las vías… al que se le cruzaba lo corría  gritando, ¡¿por qué me mataron?!, ¡por qué!, ¿quién tiene la plata?. Hace algunos años,  me sorprendió la noche  buscando unas cabras, y medio me perdí, entonces para orientarme caminé hacia el lado de las vías, cuando las encontré solo tenía que caminar barranca abajo. Me pueden creer o no…se me apareció el Futre, de frente, me quedé paralizado de miedo, pero ni me gritó, solo se me quedó mirando un rato largo, y después me dijo:


—¿Cómo estás Lisandro?...se acordaba de mí que en esa época era un chico, también lo saludé; después se sonrió y se fue caminando despacio por las vías para el lado de la montaña. 

Después de decir esto Lisandro, echando humo por su boca, se quedó con su vista mirando esos picos altísimos. Con mi amigo nos miramos, después yo le pregunté si vivía solo, y esto me dijo:


—No, yo no vivo solo, por suerte siempre me acompañan mis dos perros, y mis recuerdos de joven, para un viejo como soy yo, qué más le puedo pedir a la vida; bueno, tal vez cuando me vaya, me gustaría irme por el camino del Futre, quizás lo encuentre, y entonces podremos recordar juntos aquellos tiempos. Si, eso le pediría a Dios, si es que me atiende. 

Con mi amigo después de despedirnos, nos fuimos de aquel lugar pensando los dos, que lo dicho por aquel hombre era cierto, por la simple razón que no tenía motivo alguno para mentirnos, que podía ganar con hacerlo en ese lugar alejado del mundo. En particular me pasa que me doy cuenta cuando alguien me miente, no me pregunten cómo, solo lo intuyo. 




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miércoles, septiembre 27, 2023

UN VIOLONCHELO NO SUENA SOLO

 


      Es frecuente que identifiquemos a las personas que no les gusta trabajar con el tilde de vagos; así le decían a Bautista en su pueblo, pero en realidad no era que no le gustaba trabajar; a él lo que no le gustaba era contraer compromisos laborales… con esto justificaba su madre a su único hijo, a diferencia de su padre, el cual ya tenía asumido que Bautista era un vago consumado. 

El problema que se comentaba en el único bar del lugar en donde se reunían los parroquianos para criticar, inventar historias, y hacer bromas, era que Bautista no solo era vago, también tenía aspecto de vago; sumado a que su jornada comenzaba a eso de las diez de la mañana cuando su madre le llevaba el desayuno a la cama; para un joven tal vez esto no sería algo criticable, pero para un hombre de treinta años el asunto se convierte en algo bastante serio. 

Cuando salía de su casa, siempre caminaba hacia la derecha, nunca hacía la izquierda, porque de ese modo evitaba pasar frente a la carpintería de su padre.

Una tarde Bautista estaba sentado en un banco de la plaza tomando sol, cuando se le acercó un niño con monopatín, se detuvo frente a él, y esto le dijo:


—Hola, debo decirte que tu vida va a cambiar a partir de mañana —después de decir eso continuó con su viaje. 


Bautista se quedó sorprendido y pensó que ese niño lo había confundido con otra persona.

Al otro día, en sus caminatas sin destino, se cruzó con la profesora de música del pueblo, y esta le preguntó si el viernes podía ayudarla a preparar el salón del club para el concierto que había organizado para el domingo; Bautista aceptó porque la señora Claudia era muy amable y cordial, y amiga de su madre.

Cuando estaba acomodando las sillas, la señora Claudia le dijo si era posible que se ocupara de la iluminación en el concierto, solo tenía que apagar todas las luces e iluminar el escenario con un reflector. Bautista también aceptó este encargo. 

Cuando llegó el día de la función, realizó por la tarde una prueba de iluminación y todo funcionaba muy bien; cuando observó que la señora recibía a alguien que imaginó serían los artistas, se dirigió a la cocina a tomar un café y saborear un pastel que se serviría al finalizar la obra, después, se ubicó en el lugar donde realizaría su trabajo.

Una vez que  el salón se llenó de gente, la señora Claudia comenzó con su discurso de presentación delante del telón del pequeño escenario, al terminar, hizo una señal a Bautista, y este apagó las luces, cuando se corrió el telón, encendió el reflector, y se iluminó una silla en la que se apoyaba un violonchelo.

Primero se escuchó un murmullo, que después se convirtió en aplausos cuando apareció la chelista.

Cuando Bautista vio a aquella joven delgada, vestida con jean, con camisa amplia, zapatillas, con su pelo negro y recogido, su tez suave, de ojos claros que describían a un espíritu alegre; quedó deslumbrado. La joven tomó su instrumento y después de acomodarlo entre sus piernas, comenzó a tocarlo, y esa melodía transportó a Bautista a lugares jamás imaginados. 

La joven intérprete tocó cuatro piezas, que bastaron para cautivar a ese hombre de destino incierto, sintió como si se  hubieran abierto las puertas del cielo, esa noche descubrió algo que realmente le interesaba hacer.

Ese mismo lunes Bautista se levantó a las siete de la mañana; su padre al verlo en la cocina tan temprano le preguntó:


—¿Qué te pasa, te dio un ataque?.


—Necesito un lugar en el taller, ¿puede ser? —le dijo Bautista con determinación. 


El padre de Bautista, no salía de su asombro. 


—Seguro, lo que necesites  —dijo el padre extrañado.


—-También algunas herramientas —le dijo Bautista a su padre.


Bautista comenzó con un proyecto demasiado ambicioso para hacerlo sin ayuda, pero igual se lo propuso como objetivo de su vida, o quizás no era un único objetivo, tal vez fueran dos, pero eso todavía no alcanzaba a entender. El primero fue realizar un violonchelo como el de aquella joven. 

A pesar de trabajar mucho en el taller, haciendo y rehaciendo, pegando y despegando, lijando hasta el agotamiento, durante meses, el resultado final fue desastroso; lejos estaba de poder realizar algo que pudiera parecerse a un instrumento musical, y menos emitir algún sonido.

Se sintió un fracasado, y comenzó a salir caminando de su casa nuevamente hacia la derecha; un día, se cruzó con la profesora de música, y se animó a decirle lo que realmente le gustaría hacer, entonces la señora le dio una dirección con una recomendación de su parte, pero le advirtió que nada se puede lograr sin esfuerzo, y de un día para otro.

Cuando Bautista fue a ese lugar, se encontró con un joven como él, con un  taller repleto de herramientas que no eran como las que tenía su padre, pero cuando vio a esos instrumentos y sus partes sobre la mesa de trabajo, entendió que eso quería poder hacer algún día, aunque tarda en aprenderlo el resto de su vida.

Así empezó Bautista como aprendiz; haciendo una cosa a la vez, observando las maderas, sus vetas, los encastres, el encolado, la utilización de los formones, los calados, el encordado, la colocación de sargentos, el lustre; el amor; a ese trabajo mágico que logra extraer sonidos de un trozo de madera noble. 

Después de muchos años, una noche, muy tarde, Bautista había terminado de encordar un violonchelo, y lo dejó apoyado en una silla de su taller, cuando de espaldas al instrumento acomodaba sus herramientas; lo escuchó sonar; majestuoso; al mirar sobresaltado, una joven intérprete lo miraba a los ojos; era ella; la joven que había despertado su pasión y siempre había deseado. 



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lunes, septiembre 18, 2023

LA LEYENDA DE DOCTOR MANSILLA

 





No todas las historias que se cuentan son ciento por ciento ciertas, muchas, se trasladan de boca en boca, y sus ocasionales cuentistas agregan detalles para que éstas sean más atractivas, más interesante; o más misteriosas. 


F.B.


          Esta historia que deseo contarte estimado lector, ocurrió, y aún perdura, en el lugar donde descansan todos aquellos que terminan su viaje; en el cementerio. Corresponde a la leyenda del Dr. Rafael Mansilla. 


Podemos encontrarla en el sitio Wikipedia y esto dice:

"La leyenda de Rafael Mansilla se remonta en la década de 1960 en la ciudad de Santa Fe, precisamente en el Cementerio Municipal de la Vera Cruz de la Provincia de Santa Fe, Argentina; cuando durante una tormenta eléctrica un rayo cayó misteriosamente sobre un panteón de un fallecido. A pesar de que, según allegados, en ese panteón no se encuentran los restos de Mansilla, sino que él mismo lo hizo construir, se tejió un misticismo que llevó a varios fieles a montar un "santuario" en ese lugar donde a través de cumplidos se llenó de placas, ofrendas como así también peticiones y hasta trabajos de brujería".


Parece ser que dentro de ese panteón, algo, produjo ruidos muy extraños, esto se comentó a la velocidad de la luz, y allí surgió que el lugar poseía poderes.

Por esto me interesé en ir a ver que tan cierto era todo eso.

Llegué una tarde de invierno, el día no era muy propicio para visitar ese lugar, hacía mucho frío y lloviznaba; después de dar unas vueltas por callejuelas con antiguos monumentos de de todo tipo, mucho de los cuales parecían tan olvidados como los propios difuntos que contenían; a propósito de esto último, alguien dijo alguna vez, que los muertos mueren definitivamente solo cuando son olvidados…tal vez sea así. 

Me encontraba pensando en esto cuando me topé de frente con el panteón de Mansilla, tal vez el día nublado, o la lluvia, hiciera que esas ofrendas florales ya secas le dieran al lugar una clima de tristeza y olvido.

Cuando me dispuse a sacar una fotografía buscando el mejor ángulo, alguien detrás mío me saludó; al ver quien era, una señora con paraguas, pollera muy colorida, que desentonaba con su pulóver de lana color verde chillón, me miraba con una amplia sonrisa, llevaba un ramito de algún arbusto siempre verde, su pelo entrecano era limpio y prolijo, sujeto con una vincha de lana negra.


—Que día hemos elegido para pedirle algo al doctor —me dijo aquella señora, con tonada italiana. 


—Así es —le dije—, pensando que me había encontrado con alguien que me pudiera ampliar esta historia. 


La señora después de poner el ramito que llevaba en un macetero, se persignó, y se quedó observando el monumento con respeto, movía sus labios como si estuviera rezando en silencio. Cuando terminó, se dio vuelta y me miró de frente, siempre sonriendo, como esperando que yo dijera algo.


—¿Es tan milagroso Mansilla? —le pregunté con la intención de entablar una conversación más amplia.


—Eso cree la gente, por lo general los que vienen aquí necesitan resolver algún problema, siempre existirán clientes para el doctor Mansilla, todos necesitamos en algún momento de nuestra vida resolver algo, un problema de dinero, algún tema amoroso, alguna enfermedad; la vida siempre nos pone a prueba. 


—Es muy cierto lo que usted dice señora —le dije, y esto desencadenó en contarme la historia de su vida.


—Yo estaba desesperada, a pesar de haber nacido en una familia acomodada, después de enviudar mi esposo solo me dejó una montaña de deudas, y la casa hipotecada, no teníamos hijos, y de un día para otro me quedé sin dinero y en la calle. —cuando la señora me decía esto, de su cara se borró esa amable sonrisa—. Caminando con mi pequeña valija por la calle, la cual contenía alguna ropa, un par de libros, y fotos familiares, me senté en el banco de una plaza con la idea que mi vida se había terminado; para reconfortarme acudí a mis viejas fotografías, y entre algunos papeles encontré una escritura, era la del panteón familiar que ya ni recordaba; leyendo el documento observé que era un bien perpetuo, entonces me di cuenta que eso era todo lo que tenía, el detalle que imaginé fue que solo podía llegar disfrutarlo después de muerta…al menos tenían un lugar donde caerme muerta pensé —esto último me lo dijo con una amplia sonrisa, y después prosiguió muy seria—. Un día de invierno gris y frío como hoy, estaba quebrada y tenía hambre, fui al comedor de una parroquia, allí conocí a una anciana que me habló de la tumba milagrosa del doctor Mansilla, esa misma tarde vine aquí y le traje un ramito de libustrina arrancada de un jardín ajeno, para flores no tenía dinero; cuando llegué no había nadie, pero después de rezar un padre nuestro y dejar mi ofrenda, una señora confundiéndose con una empleada del cementerio me pidió que puliera las placas de la tumba de su difunto marido, y me dejó unos pesos que me alcanzaron para cenar; pero antes de irme quise ir al panteón de mi familia, cuando leí en el mármol el apellido de mi familia, me emocioné, pero lo sorprendente aún no había pasado; al tratar de mirar el interior, vi una vela encendida, esto me sorprendió porque yo sabía que otro pariente no me quedaba, ni siquiera lejano; sin pensar empujé la pesada puerta de hierro y vidrio, y esa se abrió, no lo podía creer; alguien había entrado no hacía mucho tiempo, me quedé esperando hasta la noche, y nadie llegó jamás, estaba helada y con mis pies húmedos, entonces decidí pasar la noche allí, que me podía pasar, a todos ellos los conocía muy bien, eran mis abuelos, y mis padres. Sabe lo que pensé… que ellos me esperaban para protegerme y así fue, hace ya diez años que vivo aquí, estoy con mi familia, qué más puedo pedir. 

Después de decirme todo eso, la simpática señora se me quedó mirando un rato y después me dijo si quería ver su casa…me negué, no soy supersticioso, pero todo tiene un límite. Después de despedirnos, se fue sosteniendo su paraguas por una de las callejuelas, y antes de perderse detrás de un monumento, sin mirarme, levantó su brazo izquierdo saludándome. 

Cuando estaba saliendo del cementerio, el encargado de cuidar la puerta, aún continuaba leyendo su periódico, cuando lo saludé, el hombre, bajó el diario y me preguntó:


—¿La vio?


—¿A quién? —le dije.


—A la italiana de pulóver verde. —me dijo con una sonrisa.


—Ahh, si, la vi, es muy simpática, y al menos tiene un lugar y un trabajo para subsistir. —le respondí a este señor que doblaba el diario como para entablar una conversación. 


—¿Le dijo si quería ver su casa?


—Así es, fue muy amable, pero no tuve deseos de ir.


—Debo decirle mi amigo, que hizo bien en no acompañarla, porque la señora, ni vive, ni trabaja aquí, solo se la puede ver los días como hoy, grises y lluviosos. —me dijo aquel hombre mirándome seriamente. 


—No comprendo —le dije.


—La señora simpática con la que usted charló, es un fantasma; ¿ahora me entiende?


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lunes, septiembre 11, 2023

LA MINA DE COBRE QUE SE CONVIRTIÓ EN UNA MINA DE ORO

 


Existen personas que por temor a enfrentar un destino desconocido, continúan viviendo muy mal, sin comprender que atreverse puede ser la diferencia entre una vida miserable, u otra vida digna.

Se suma a esta realidad, aquellos que se aprovechan de esa falta de coraje, y logran apoderarse de la vida y del producto del trabajo de esa gente; se convierten en sus presuntos protectores, y solo son astutos ladrones de sus sueños y su futuro.

La falta de educación, es el cepo que los sujeta a su amargo destino.


F.B.


        Esta historia que les quiero contar estimado lector, ocurrió en un pequeño pueblo minero ubicado al pie de la cordillera de los Andes, en la provincia de San Juan, cuyo nombre no importa porque ya no existe; en total vivían allí unas cien familias que dependían del trabajo en una mina que extraía cobre.

El dueño de la mina era un hombre mayor, soltero, y codicioso, llamado Don Severo; su nombre respondía con justicia a su forma de ser. Conducía su empresa con mano férrea; los dos capataces uno para cada turno, controlaban a los mineros con severidad, si alguno de los hombres bajaba su rendimiento, se lo suspendía por toda una semana y perdía su jornal. 

Los trabajadores vivían en unos ranchos de adobe con techo de palos y paja junto a sus mujeres que también debían trabajar a la par de su esposo en el campo, cuidando las cabras, las gallinas, y la quinta del único dueño de la tierra, Don Severo; de esa labor salía todos los alimentos para todas las familias. Don Severo no les permitía tener hijos, si eso ocurría, de inmediato la madre era expulsada del pueblo junto a su hijo, y liberada a su destino, que en esos parajes era una sentencia de muerte.

Cuando llegaba el día de cobrar, todos los hombres debían de hacer una larga fila frente a la enorme casa de Don Severo, la cual estaba alejada del caserío y era de ladrillos revocada, y éste, sentado en una mesa en la galería de su enorme casa, con sus botas de cuero, el trabuco sobre la mesa, su sombrero negro de ala ancha, y sus gruesos bigotes, les extendía a cada humilde hombre un papel con un sello que decía $1000, después de recibir dicho papel, tenían que llevarlo al galpón principal, y allí los dos ayudantes de Don Severo se lo canjeaban por la mercaderías para toda la quincena. 

Los dos capataces eran unos malhechores armados que venían todos los días de algún lugar a lomo de burro, uno por la mañana, y otro por la tarde, por lo general algo entonados por la ginebra, esto hacía que las órdenes hacia los obreros fueran abusivas y desmedidas. En una oportunidad, un joven llamado Isidro que quiso levantar la voz fastidiado por el mal trato, recibió un culatazo en la cabeza que perdió el conocimiento, así era el clima de trabajo en la empresa de Don Severo. 

Una noche de verano, Isidro junto a su mujer estaban hablando y contemplando un cielo estrellado majestuoso; soñaban con poder tener hijos, pero siempre surgía la misma pregunta, ¿cómo?. En ese lugar infame, era un deseo imposible; la única posibilidad era irse de allí muy lejos, pero sin plata, como lograrían afincarse en otro lugar, conseguir un trabajo, otro rancho. Se sumaba a su situación que ni siquiera sabían leer ni escribir, esto último era un obstáculo enorme. Pero cuando un sueño se convierte en un firme propósito, todo es posible.

Después de tomar ambos unos mates con galletas, Isidro se dirigió a su trabajo y su mujer al suyo.

La campana para presentarse en la mina sonaba a la madrugada, antes de la salida del sol, y ese turno terminaba al mediodía para ser reemplazado por el turno de la tarde.

Lo que restaba del día Isidro ayudaba a su mujer en el campo; ese día cuando regresaban cansados, en el camino a su rancho se cruzaron con uno de los capataces que era un matón que olía a sudor mezclado con alcohol, y en forma descarada le gritó a Isidro:


—¡¿A cuanto me vendes a tu china Isidro?!, —después de esta ofensa insoportable, el bruto y sinvergüenza continuó su camino a las carcajadas. 


El joven Isidro cerrando sus puños, le iba a contestar el agravio, pero su mujer lo tomó del brazo para que no hiciera una locura. Esa misma noche Isidro le prometió a su mujer que la sacaría de ese lugar de cualquier forma, lo antes posible. 

Cuando trabajaban en la mina, no se les permitía hablar, no obstante Isidro tenía un amigo llamado Ramón; cuando picaban la piedra, se ponían a la par, y cuando el capataz se distraía yendo a buscar agua, los dos aprovechaban para entablar alguna conversación que siempre comenzaba con alguna queja. Pero esta vez Ramón le dijo a Isidro: 


—Mira Isidro, yo no aguanto más, esto no es vida, es una tortura sin porvenir, vamos a dejar nuestros huesos en esta montaña y nadie en el mundo se va enterar, ni tampoco nadie vendrá a ayudarnos; cuando vinieron los de la inspección ni vinieron para acá, solo van a la casa del trompa, chupan, comen, y se van con plata, no les interesamos. 


—Decime que querés hacer y yo te acompaño hermano, aunque deje el pellejo. —le dijo Isidro a aquel hombre, mirándolo a los ojos irritados por el polvo que flotaba en el ambiente.


—Tengo un plan Isidro, es riesgoso, pero otra cosa no podemos hacer si queremos terminar con esta vida que no es vida. —le dijo Ramón con la boca tapada por su pañuelo. 


Don Severo cometió un solo error, pensar que con solo cuatro malvivientes armados, podía controlar a casi cien hombres, a los que alimentaba bien, porque los necesitaba sanos y rudos para picar la piedra y acarrear las bolsas; eran hombres muy fuertes, pero mansos como ovejas, hasta que un día, el menos pensado, se convirtieron en leones.

Isidro y Ramón todas las noches, ocultos por la oscuridad visitaron a cada familia para contarles el plan, los más jóvenes aceptaron de inmediato, pero los más viejos eran más difíciles de convencer, por fin se involucraron, curiosamente sus esposas los intimaban a hacerlo. 

Ese día al concurrir a la mina, tres muchachos robustos se ocultaron en una de las galerías antiguas, y cuando el capataz regresó en busca de agua, lo sujetaron, lo maniataron, y le taparon la boca con un pañuelo; cuando llegó el recambio y se presentó el otro capataz, le dijeron que el anterior estaba descompuesto, y este al ir a ver qué le pasaba a su compañero sufrió el mismo destino; ahora solo les restaba reducir a los dos sirvientes de la casa y a Don Severo.

Isidro y Ramón serían los encargados, tomaron las armas de los capataces y las ocultaron en sus ropas, después se dirigieron a la casa del patrón. 

Cuando llegaron a la galería Don Severo estaba sentado en su repostera fumando; cuando vio a los dos acercarse gritó:


—¡¿Qué están haciendo ustedes dos acá?, deberían estar trabajando!


—Queremos hablar con usted Don, el capataz nos permitió venir —dijo Ramón. 


—¡¿Y qué quieren?!, —dijo el viejo con voz autoritaria. 


Cuando Ramón e Isidro se acercaron, sin darle tiempo a nada, sacaron sus armas y le apuntaron.


—¡Quedate quieto hijo de una gran siete!, —gritó Ramón, mientras Isidro le quitaba el arma de su cintura.


—¡Me matan! —gritó con fuerza el viejo para que lo escucharan sus sirvientes.


Al instante, uno de los sirvientes, se asomó desde una puerta y al ver lo que estaba pasando disparó su arma hiriendo a Isidro en la pierna, pero este, apuntándole al pecho disparó, y el hombre cayó muerto. Restaba el otro sirviente que al ver toda la situación desde la ventana de la cocina, salió corriendo hacia el campo.

Después de esto una veintena de hombres, estaban rodeando a Don Severo, que no paraba de maldecirlos, hasta que lo ataron y le taparon la boca con una gruesa soga. A Isidro lo llevaron a su casa para que su mujer lo pudiera atender.

Después de toda esa jornada de tensión, todos los hombres se reunieron en el patio de la casa principal para deliberar que iban a hacer, Isidro con su pierna dolorida también participaba.

Todo aquel que quisiera hablar podía hacerlo; los comentarios iban de un extremo a otro; algunos querían que los mataran a los tres, y otros, volver a como funcionaba todo antes, pero siempre y cuando Don Severo se comportase mejor con ellos.

Viendo esta cantidad de disparatadas ideas que se debatían, Ramón tomó la palabra. 


—Amigos, quiero advertirles algo que en algunos días va a pasar, cuando en la ciudad se sepa que alguien murió aquí, vendrá la autoridad a ver que pasa, y es probable que si liberamos a Don Severo y sus dos capataces, ellos hablen, y nos culpen de revoltosos y violentos a nosotros. Entonces nos llevarán a la cárcel, y Dios sabe qué ocurrirá con nuestras mujeres. Por lo cual en mi opinión debemos de pensar algo mejor.


Isidro levantó su mano para hablar:


—Quiero decirles que el único responsable por la muerte de un hombre, he sido yo, por lo cual todos ustedes no tienen de qué preocuparse.  —Un murmullo se escuchó entre todos los presentes, y una señora mayor y bajita llamada Clara quiso hablar. 


—Tenemos que entender que Don Severo es un hombre rico y poderoso, por lo cual tenemos todo para perder. Lo único que podemos hacer es lograr que firme una carta aceptando que en su mina se trabaja en malas condiciones, y que de ahora en más, cambiará esta desafortunada situación que nos convierte a todos nosotros en esclavos, no en trabajadores.


—La mujer de Isidro, pidió la palabra 


—Señora Clara, ¿cómo podemos hacer lo que usted dice, si nadie de los que aquí estamos no sabemos leer ni escribir?.


La señora Clara, que era bajita pero su voz se hacía sentir dijo:


—Yo se leer, y también escribir, por lo cual, si confían en mí, esto puede ser nuestra solución, siempre que Don Severo quiera aceptar.


—De eso me encargo yo, —dijo Ramón.


Esta es la carta que escribió la señora Clara:


Señor Severo, esta carta es para solicitarle a usted que a partir de mañana nuestras deplorables condiciones de trabajo cambien; por lo cual exigimos los siguientes puntos:


1 Nuestro horario de trabajo será de seis horas diarias con sábados y domingos libres y un mes de vacaciones anuales.


2 Debemos contar con todos los elementos de seguridad para trabajar; tanto en la mina como en el campo.


3 Usted deberá proveer todos los materiales necesarios para que nosotros podamos construir nuestras casas de material, como la suya, pero más chica.


4 Debemos de contar con una sala de primeros auxilios atendida por un médico permanente.


5 Todas las familias podrán tener la cantidad de hijos que deseen.


6 Se deberá construir una escuela primaria, con maestros estables, para los adultos y los futuros niños, y deberá contar con una biblioteca. 


7 Una vez por mes se celebrará el día de nuestros derechos, la fiesta durará dos días y una noche. Usted podrá asistir si lo desea.


8 En cuanto a la muerte de uno de sus sirvientes; al firmar esta carta, estaría reconociendo que este lamentable hecho ocurrió en legítima defensa propia, y nosotros nos encargaremos de brindarle al difunto una cristiana sepultura.


9 Por último, muchos de los que trabajamos para usted, lo hicimos durante más de veinte años, recibiendo solo a cambio malos tratos por parte de sus capataces; por esta razón si usted nos pide disculpas, se la aceptaremos, y dejaremos el pasado atrás, para disfrutar de un presente y un futuro digno de ser vivido. 


Sin más, los trabajadores de su mina.


Acepto todas las condiciones y pido disculpas por lo que ustedes han sufrido por mi arrogancia, y mi codicia. 


Firma Don Severo. 


Con la carta en sus manos, Ramón llevó a Don Severo a su casa desatado, la reunión duró aproximadamente una hora, después, cuando todo el pueblo se encontraba en el patio esperando el resultado de los acontecimientos; se abrió la puerta, y salió Don Severo precedido por Ramón; y con voz firme Don Severo dijo esto:


—Señores y señoras, en primer lugar, quiero pedir disculpas por mi actitud egoísta para con ustedes durante todos estos años, acepto además todas las exigencias que se solicitan en esta carta, y quiero agregar una última cosa que considero reparará al menos en parte el daño que yo les he provocado, agrego a esta carta de mi puño y letra que la mitad de todas mis posesiones, entiéndase la mina y el campo, pasan a ser el cincuenta por ciento de ustedes, por esto a partir de hoy, somos socios de esta empresa; —después de decir esto Don Severo, exhibió la carta a todos los presentes y la firmó. 


Todos estallaron en aplausos y vivas, los cuales duraron varios minutos.

A partir de ese día las cosas fueron cambiando para bien; transcurridos cinco años, entre las nuevas pequeñas casas de materiales se podían ver a un gran número de chicos corriendo y gritando felices; también la nueva escuela poseía un mástil en donde se podía ver ondear para orgullo de todos la bandera Argentina. En el festejo por el día de los derechos, en la cabecera de la gran mesa se sentaba Don Severo, escoltado por doña Clara y Ramón, junto a ellos la familia de Isidro con sus tres hijos.

Algo simple y curioso les pasaba a todos los trabajadores de ese pueblo minero; cuando iban a trabajar sonreían.

Por fin, y gracias a que esa gente se animó a ser dueña de sus destinos, esa vieja mina de cobre se convirtió en una mina de oro.


Estimado lector, sepamos que si pudiéramos lograr encender la mecha que logre hacer estallar la fuerza del saber, para todos aquellos que solo subsisten a la deriva y a tientas; el mundo sería mucho mejor.


F.B.



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viernes, septiembre 01, 2023

AMIGOS, SON SOLO LOS AMIGOS

 


Este proyecto señor Gutiérrez, si usted lo analiza con cuidado, cambiará al mundo entero; es más, internet, y muchas de sus aplicaciones, quedarán obsoletas en cuanto la gente entienda este nuevo proceso de comunicación.

—el señor Gutiérrez, después de ojear una vez más la voluminosa carpeta, sentado en aquel escritorio acorde con su cargo de gerente general de uno de los bancos privados más grandes de Argentina, y mirando sobre sus lentes a aquel pequeño hombre calvo, sentado frente a él, dijo en forma contundente. 


—Señor…señor… —Edgardo García Iribarren, le recordó ese hombre.


—Si, señor Iribarren —dijo el gerente, cerrando la carpeta— Su idea me parece realmente ambiciosa, pero lamentablemente nuestro banco en estos momentos en el que se encuentra el país, no podemos otorgar créditos a proyectos tan riesgosos, lamento no poder serle útil. 


Cuando García pretendió continuar exponiendo su proyecto para una última oportunidad, el gerente sin más, se conectó por el intercomunicador y le dijo a su secretaria que acompañara al señor García a la salida. García tomó su carpeta, y sin saludar al gerente se retiró del despacho, pero antes de irse, le dijo al gerente casi gritando. 


—¡Ustedes, se lo pierden!.


Al salir a la calle un viento frío le golpeó la cara, después de levantarse la solapa de su sobretodo, se dirigió a la parada del colectivo para ir al único lugar que comprendían y animaban a todos sus proyectos de negocios, el único obstáculo era siempre el mismo; sus dos amigos del bar llamado "El asturiano", tenían menos dinero que él. 


—Que haces García, todavía estás suelto —le gritó desde lejos con voz socarrona, un hombre de impecable overol azul, que ostentaba un calibre de tornero en el bolsillo de su camisa.

García, después de mirar el salón y comprobar que solo había dos muchachos jugando al metegol, y otros dos al billar, se acercó a la mesa frente a la ventana y se sentó frente a su amigo.


—Vos siempre Julio con esos chistes boludos, un día voy a venir con alguien importante y me vas a hacer quedar como culo. —Le dijo García enojado a aquel hombre tirando la carpeta sobre la mesa.


—No te calentes García, si no hay nadie, bueno, nadie importante, ¿quién va a venir a este boliche de mala muerte?, te invito un café ¿querés?.


—Bueno —aceptó García mirando por la ventana— ¿y Lucio?.


—Lucio desde que se peleó con su señora no lo vi más, tenía ganas de irse a Brasil, —le dijo Julio, mientras levantaba su brazo indicando con sus dedos, un café chico, para que el mozo lo viera. 


—¡A Brasil!…mira que bien, espero que me devuelva la plata que le presté antes de irse —dijo García molesto. 


—Lucio es un muchacho decente, vos lo conoces bien pelado. 


—Si, yo también soy decente, pero ahora necesito la plata más que él. —Dijo García con fastidio. 


Julio, para cambiar de tema, agarró la carpeta y leyó el título principal que decía: Intercomunicación satelital, con base fija en la luna y 80 repetidoras flotantes en los océanos Pacífico, Atlántico y mar Mediterráneo.  


—¡A la pelota García, vos sí que no te andás con chiquitas! —dijo Julio con voz retórica. 


García, sacándole la carpeta de las manos le dijo a su amigo, mirándolo con aire de superioridad:


—Si puedo encontrar el inversor que necesito este proyecto no me puede fallar, tengo todo previsto, incluido la base lunar.


—En serio García, ¿y como harías?


—Conseguí un contacto de un tipo que tiene un pariente que trabaja en la NASA, y en cuanto salga otra misión lunar me dejan lugar para enviar el aparato y dejarlo allá, después, solo me resta organizar las repetidoras flotantes, le digo Julio, que si esto me sale, me lleno de guita. —le dijo García a su amigo con cara de entusiasmo.


—Pero García, ¿vos sabes algo de aparatos de telecomunicaciones, de repetidoras flotantes?. —le dijo julio después de terminar su café.


—No —le dijo García tajante.


—¿Y entonces?, —le preguntó su amigo con cara de asombro.


—Yo soy empresario Julio, lo mío son los negocios a gran escala ¿entendés?


—Si te entiendo campeón, querés que te diga algo, vos estás más loco que una cabra loca. —Le dijo su amigo mientras llamaba al mozo.


—vos reite Julio, cuando me salga esto, me vas a ver pasar por acá con un Mercedes Benz descapotado, cero kilómetro, ya vas a ver. —le dijo García pidiendo otro café al mozo.


—Fenómeno pelado, cuando tengas el Mercedes, traelo al taller que yo te hago el service. —cuando Julio terminó de decir esto, sonó su teléfono. 


—Hola Don Antonio, cómo está usted —dijo Julio tapando con su mano el celular para que no se escuchara el sonido de fondo del metegol— ya tengo terminada las dos camionetas y el camión va estar para el viernes… porque no me están entregando un repuesto, pero calculo, que antes de la cinco, se lo llevo yo a la fábrica, perfecto, perfecto, de paso me traigo el auto…de acuerdo. Ahh, me olvidaba Don Antonio, si el viernes me puede dejar unos pesos, se lo agradecería, bárbaro, excelente Don Antonio, nos vemos. —cuando Julio colgó se quedó mirando a García, y este le dijo:


—¿Cuánto tiempo hace que trabajas para Don Antonio Julio?


—Y… déjame pensar… hace treinta años que me casé, si… y casi catorce años. 


—¿Y nunca pensaste en agrandar el taller, buscar otros clientes, contratar más personal, que se yo, progresar?. —le dijo García.


—Y para qué pelado, si así estoy bien, Don Antonio es un buen hombre, puntual con los pagos, para que me voy a agrandar, después, si contratas gente se cansan, y te meten un juicio que podes perder hasta la casa, así estoy bien, con Laura siempre nos arreglamos, en el verano nos vamos unos días a Santa Teresita, a la casa de mi suegro; somos felices pelado. —García se quedó mirando a su amigo unos instantes, y después le dijo:


—Sabes una cosa Julio, haces bien, los negocios no son para todos. —después de decir esto, cuando iba a sacar la billetera, su amigo le dijo, ¿que haces pelado?, yo te invité, la próxima pagas vos.


García salió del bar con su carpeta debajo del brazo, y comenzó a caminar para su casa que estaba a cuatro cuadras; cuando entró a su departamento su señora que se llamaba Nora, lo estaba esperando sentada en la mesa del comedor, rodeada de papeles, y su cara demostraba que no era uno de sus mejores días; después de darle un beso García se quitó el saco, lo acomodó en la silla y se sentó frente a ella.


—Por dónde querés que empiece, —le dijo su mujer sin quitar los ojos de una factura de la luz.


—Si, ya sé, la luz se fue por las nubes, —le dijo García.


—La luz, el gas, la comida, las expensas, los impuestos, la prepaga, el transporte; pero, ¿sabes una cosa?, todo esto no es nada…hoy vino el de la inmobiliaria y alegremente me dijo que nuestro contrato de alquiler caduca a fin de mes, es decir dentro de una semana, y para renovarlo tenemos que aceptar un aumento del ciento por ciento, es decir que de los ochenta mil pesos que estábamos pagando, ahora pagaremos ciento sesenta mil, cuando le dije que estaban locos, sabes que me dijo… me dijo, tómelo o déjelo, ¿¡entendes!?, ¡tómelo o déjelo!. —Nora terminó de decirle esto a su esposo, con sus ojos rojos y llorando. 


—Pero Nora,cómo puede ser, si hace diez años que les alquilamos, y siempre fuimos puntuales, jamás le fallamos —le dijo García a su esposa, acongojado—, mañana voy a ir a hablar yo. 


—No se Edgardo, no se, yo llegué a mi límite, si vos no generas ingresos, con mi sueldo de la oficina no nos alcanza; tus negocios no se concretan, hace meses que no traes plata, ya no se trata de una mala racha.


—Solo necesito un poco de tiempo, si consigo el inversor que necesito, nos salvamos Nora, ¿me entendés?. —Le dijo García a su esposa tomándola de la mano afligido.


—No Edgardo, esa historia ya la conozco, siempre lo mismo, el inversor, el negocio, el permiso, el préstamo; estoy cansada Edgardo, siempre te he querido, pero esta vez estoy abrumada; estamos fundidos Edgardo, fundidos. —le dijo Nora retirándose del comedor. 


A algunas personas les cuesta, o no quieren reconocer el fracaso de sus proyectos; A Edgardo ni uno solo de sus negocios prosperó, solo se quedaban en esas carpetas vistosas pero nada más, sus proyectos eran producto de ideas desbordantes y alocadas, que nadie medianamente razonable podría aceptar. Siempre tuvo la curiosa capacidad de convencer a su esposa, o quizás ella se dejaba convencer para no afrontar la realidad; los recursos económicos los brindaba ella con su esfuerzo y su trabajo de empleada administrativa, en tanto Edgardo soñaba con negocios inverosímiles. 

Las relaciones suelen llegar a su fin cuando está mal distribuido el esfuerzo en un hogar, y entre Nora y Edgardo el fin de su relación era previsible hacía ya varios años, solo que tal vez, ambos no lo querían reconocer. 

Ella recurrió ir a vivir con su madre, y él con su padre; cuando transcurrieron  dos años de su separación, Edgardo aún no podía con su genio, continuaba con sus locas ideas, a pesar de pedirle dinero a su padre jubilado que lo alimentaba y le daba el dinero para realizar sus carpetas y cargar su tarjeta el transporte.

Una mañana que estaba en la cocina planchando su camisa; su padre al levantarse empezó a gritarle como si fuera un desconocido; el Alzheimer se desencadenó de pronto y fue fulminante. En el entierro Edgardo se encontró con Nora que estaba acompañada por un hombre… lamentablemente su relación con ella se había terminado para siempre.

Cuando se agotaron los escasos ahorros que había dejado su padre, subsistir para Edgardo se convirtió en una situación muy difícil. La casa familiar no era grande y estaba muy descuidada como para poder alquilarla, y con ese dinero el ir a vivir a una pensión y poder comer, por lo cual debía encontrar otra solución. A todo esto ya estaba retrasado el pago de la factura de luz, de gas, y de agua, ni que hablar de los impuestos municipales. 

Una mañana al levantarse, fue a la cocina a prepararse el desayuno y al abrir la heladera no quedaba nada; entonces pensó en ir al bar, pero tampoco le quedaba ni un centavo. 

Cuando se dirigió al baño, al mirarse en el espejo, vio la cara de un hombre barbudo y terminado, era su cara; y entonces, lloró amargamente frente a ese viejo espejo, que solo le devolvía la absoluta verdad de su existencia. 


Pedir ayuda no está mal, todo lo contrario, pero a muchas personas les pasa que su orgullo les bloquea esta posibilidad, y se hunden en el abismo de la desesperación. 

Los verdaderos amigos son aquellos que saben cuando su amigo está desesperado, y le cuesta pedir ayuda, y entonces solo se la brindan sin preguntar, sin esperar nada a cambio; porque es su amigo.


Cuando Julio vio la cara y el aspecto de su amigo, no necesito saber nada más.


—¿Que haces pelado tanto tiempo?, ¿ya no me das pelota?, ¿qué estás tramando campeón?. —Le dijo aquel hombre, corpulento y rubio, algo bromista, pero con la condición de ser de esas personas que se preocupan si ven a su amigo mal.


—Estuve ocupado con lo del viejo, que se yo, me dejó un montón de deudas, pobre viejo. 


—Che, vos sabes, hoy no almorcé, mi señora se fue a pasear con unas amigas, y yo para cocinar no se ni hacerme un huevo frito, ¿me acompañas con un sándwich y una cerveza, pelado?. 


—Bueno —dijo García tratando de cambiar la cara y sabiendo que no había comido nada en todo el día—. —Lo único, te aviso que me olvidé la billetera. 


—Pero si el que invito soy yo García, otro día pagas vos. —dijo Julio llamando al mozo—. Te quería hablar de una cosa pelado, en el taller estoy necesitando a una persona de confianza para ir a buscar los repuestos, como hay escasez, conseguirlos te lleva un tiempo precioso, ¿conoces a alguien que se quiera encargar, yo le pagaría un sueldo, y la comida, pero tiene que ser de confianza porque viste, no podes contratar a cualquier, el vehículo y los gastos correrían por mi cuenta. 

García conocía muy bien a su amigo y sabía que era un buen hombre, incapaz de dejar a nadie de a pie, y también sabía que el taller solo contaba con un muchacho aprendiz que Julio le enseñaba como si fuera ese hijo que nunca tuvo.


—A qué hora voy Julio. —le dijo García a su amigo sonriendo. 


Cuando García entendió como trabajaba su amigo, se dio cuenta de muchas cosas. El taller de Julio, parecía un laboratorio por lo limpio, todas las herramientas estaban en su lugar, y tanto su aprendiz como su amigo, vestían un overol que parecía recién lavado, ambos trabajaban con guantes y anteojos de seguridad. Pero lo más sorprendente para García fue observar que tanto su amigo como su joven aprendiz, trabajaban felices, el ambiente de trabajo en el taller de Julio era como estar en familia. Para el almuerzo, la señora de Julio colocaba un mantel blanco sobre una pequeña mesa debajo de la galería y almorzaban todos en un ambiente de cordialidad. Julio hablaba sobre temas de mecánica, y también sobre asuntos de la vida, dirigidos a aquel joven que escuchaba con atención. García comprendía que en ese taller no había lugar para él, porque no sabía distinguir una llave inglesa de una francesa; a los pocos meses, por fin, García encontró su vocación, y su destino.


Existen muchas personas que poseen cualidades sobresalientes que otros no tienen y no saben que la tienen. García poseía algo importante para los negocios, saber vender, pero con la debida aclaración, que lo que pretendía vender él, eran productos desastrosos, creados por su imaginación; pero cuando por casualidad se vinculó a una empresa que lo contrató como vendedor de su producto estrella, su capacidad de convencer le brindó muchísimas satisfacciones, porque esta vez, el producto era confiable; y su vendedor de primera.


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