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sábado, octubre 16, 2021

LA PARTIDA DE TRUCO

Nicolás Sirreyes tenía un campo lo suficientemente extenso  para permitirle ser el hombre más acaudalado del pueblo. Corría el año 1912, se había implementado el sufragio universal para varones.  La pica venía de lejos con Gumersindo Luna que era dueño de la casa de productos generales, desde granos hasta tranqueras.


El galpón comercial tenía para las tareas del campo todo lo necesario, incluido los créditos para poder pagarlo después de la cosecha. La pica venía de lejos por culpa de una joven que solo estuvo en el pueblo dos noches, esas cosas de hombres que quedan arrinconadas en el recuerdo y salen en el momento menos pensado. 


El Negro Fonseca era un buen hombre pero a la segunda copa de Ginebra el humor le cambiaba para mal.


Abelardo era el muchacho de los mandados, pero lo único que tenía de malo era no ser lerdo, digamos que solo necesitaba que el contrincante quien sea, solo diera un parpadeo, para que el faconcito hiciera el resto.


Los de armas llevar eran Nicolás Sirreyes y Gumersindo Luna, cuyo rencor mutuo quedó allí, aquella noche, oculto por mucho tiempo, pero era tan grande y peligroso como una serpiente.


Las diez de la noche era una hora apropiada para comenzar un juego de truco en el almacén, que después de las ocho las señoras ya se habían retirado y el lugar daba paso a convertirse en boliche.


La apuesta era fuerte, mil pesos, sólo entre dos adversarios, Sirreyes y Luna, los otros dos eran laderos. El Negro 

Fonseca jugaba con Luna, y Abelardo con Sirreyes. De ganar no arriesgaban nada y se llevaban cien pesos.


Sirreyes pidió al almacenero unos naipes nuevos y una botella de Ginebra. El pedido llegó más cuatro vasos y un platito con porotos.


Se pactó que el juego se realizaría sin flor y a quince puntos. Esto indicaba a las claras que había revancha y otros mil pesos más de apuesta. 


En las primeras dos manos, Luna y el Negro tenían diez porotos de ventaja.

La mesa de juego estaba iluminada por un candelabro, negro y torcido que colgaba de algún lado con cuatro velas, más dos velas sobre la mesa, la iluminación estaba a cargo del establecimiento. 


En tanto barajaba el Negro Fonseca, Sirreyes sirvió una vuelta de ginebra para todos. En ninguno de los rostros y menos aún los que arriesgaban su dinero se podría decir que se estaba jugando por simple distracción, más precisamente era a muerte.


La mano para Sirreyes venía,  bien y mal, el ancho de espadas y dos cuatros, lo mira casi sin mirar a su compañero y Abelardo le hizo la seña inconfundible, cerrando los dos ojos, no lo podía ayudar con nada. Pero mentir es la principal estrategia de este juego de naipes, y entonces:


-¡Envido!, -dijo Sirreyes-, sin cartas.


-Quiero! -le contestó Luna-, hoy no era su día, pero lo que le molestaba no era perder ni mil, ni dos mil, ni tres mil pesos, lo que realmente le jodía a Sirreyes era perder a manos de Luna.


La partida esa y la siguiente salió de mal en peor para el estanciero. 

El almacenero les alcanzó la segunda botella de ginebra, y el ambiente no era lo que se dice cordial.


Gumersindo Luna ya le había ganado a Sirreyes cuatro mil pesos. 

Y entonces le pareció que lo mejor, o lo más saludable era ir dando por terminado el encuentro. Mirándolo a la cara a Sirreyes antes de empezar a barajar le dijo, 


-Creo que por hoy es suficiente, -dijo Luna- y fue entonces cuando la ginebra, los malos recuerdos o de sólo bruto no más, le espetó en la cara, Sirreyes: 


-¡Vas a jugar hasta que yo te diga carajo!


Después de eso el rumbo de la reunión se estropeó para no mejorar.


-¡Pagame que hasta aquí llego yo! -dijo en voz alta Luna-.


Sirreyes estaba esperando esa contestación, alcanzó a manotear su pistolón y disparó turbado al pecho de Luna, que se la venía venir; se pudo retirar un poco, pero no le alcanzó, sintió el desgarro en su pecho. El negro Fonseca hizo un ademán como quien quiere calmar algo, ya era tarde, 

Gumersindo Luna entendió que se le terminaba la vida, pero en un último impulso alcanzó a disparar su arma a la frente de Sirreyes, que cayó al instante desplomado.


Al día siguiente la gente del pueblo arrancó  con sus tareas de siempre, excepto por dos entierros, y aparentemente nadie pagó la cuenta del boliche de la noche anterior.


FIN



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martes, octubre 12, 2021

UN PROBLEMA DE ESPACIOS

 Ana, la mayor, ocupaba su espacio en la habitación de la planta alta, Claudia, disfrutaba del suyo en la habitación que miraba a la colina, Edgardo, se aturdía en el rústico altillo de la casa. Adolfo, el padre, compartía en silencio su espacio con la madre de los tres adolescentes. Verónica, la madre, abarcaba con su voz, todas las habitaciones. Adolfo por fin, delegó su espacio a Verónica y al poco tiempo se fue. Ana, siguió los pasos de su padre y dejó su habitación para siempre, Edgardo continuó aturdiéndose, pero ahora muy lejos de esa casa y de su altillo, ahora, Claudia la menor, ahogada por el poco espacio que queda en la casa, está pensando si no existirá un mundo mejor detrás de la colina.


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