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miércoles, marzo 09, 2022

CUANDO LA VIDA REGRESÓ A SU NORMALIDAD

       Federico dejó cargada su furgoneta para el día siguiente realizar el reparto, como siempre primero acomodaba las cajas pesadas para la casa de repuestos y después las pequeñas y livianas cuyos destinatarios eran aproximadamente veinte; pero todos dentro de Tigre, excepto dos en San Fernando. Durante el desayuno Federico repasaba el recorrido y las entregas; a pesar de utilizar Google maps, le gustaba contar con cierta orientación mental.

Al subir a su camioneta necesitaba cargar combustible y se dirigió a la estación de servicio de su barrio, a los cinco de la mañana hay muy poca gente por la calle y tampoco cargando nafta, al llegar, un cartel indicaba que no había combustible; pensó que salir muy temprano tiene sus pro y sus contras, pero así era su trabajo. Si toda la mercadería se entregaba rápido, a las cuatro de la tarde terminaría su jornada. El plan de ese día era ir al cine con su novia y después a cenar.

Cuando llegó a la otra estación de servicio de la avenida un encargado le hizo seña que no había nafta, esto ya era algo no frecuente. 


-¿Qué pasa señor, vengo de otra y tampoco hay? - preguntó Federico, bajando de su camioneta.


-No sabemos, el camión que tenía que llegar anoche, hasta ahora no vino, no se si llegará más tarde.


A Federico solo le quedaba la reserva; y calculó que podía llegar a la Shell, pero si allí tampoco había, solo podría regresar a su casa. Cuando llegó a la estación de servicios, había diez autos esperando, pero no cargaban. Después de colocarse en la cola se bajó a preguntar. La novedad era que el camión llegaría en no más de media hora. Pasó esa media hora y media más, cuando un encargado muy amable recorrió la fila de autos solo para decir que el esperado camión hoy no vendría. Federico comenzó a intranquilizarse por el reparto, no por el combustible que seguro aumentaría de precio; pero al escuchar el noticiero de las siete, regresando a su casa, las noticias no se referían a otro aumento de precio en el combustible, decían que se trataba de un desabastecimiento generalizado, por un conflicto de las petroleras que en el peor de los casos duraría tres días. 


-¡Tres días!, - dijo en voz alta Federico, 

- estos tipos se piensan que pueden parar todo tres días sin problemas, total, arreglate como puedas.


Durante esos tres días Federico coordinó con la agencia que cuando pasara este desabastecimiento, realizaría un reparto y medio por día para en una semana regularizar las entregas. Las noticias al referirse a este tema, decían que el conflicto entre las petroleras y las empresas de combustibles lejos de solucionarse se agravaba, porque al parecer no se estaba importando petróleo y lo existente en depósitos se había agotado. Federico pensaba que todo esto era una patraña para fijar un nuevo aumento enorme, con la lógica consecuencias para su trabajo, había decidido que después de regularizar las entregas pediría aumento, pero lamentablemente al tercer día la situación continuaba sin resolverse, y muchas otras actividades comenzaron a tener problemas de abastecimiento, tres días sin combustible en una región puede causar una catástrofe, y la catástrofe ocurrió al quinto día sin el preciado insumo.

Las primeras marchas fueron organizadas por el sindicato de camioneros, junto a los taxistas, todos a pie, como es de suponer. 

Los medios informaban de un desabastecimiento jamás visto en la historia, y falta de insumos de todo tipo incluso medicamentos. Al séptimo día el temor, pasó a ser pánico; Federico recurrió a la pequeña huerta que su padre cuidaba, pero la misma solo proveía tomates cherry algunas pocas zanahorias y lechuga, por suerte su madre quizás por costumbres antiguas tenía una despensa muy completa, pero no era para más de quince días. 

Al mes, todo el mundo se levantaba por las mañanas esperando escuchar el sonido de algún automóvil, en cambio el silencio espantaba, salvo por los pájaros con sus gorjeos matinales, pero nadie estaba para escuchar pajaritos. 

Columnas de manifestantes cortaban avenidas; aunque no hacía falta cortar nada porque no había vehículos, solo bicicletas. 

Increíblemente la falta de combustible era en todo el país, en muchas ciudades que dependían del gasoil para sus usinas eléctricas a los veinte días del desastre quedaban incomunicadas y sin electricidad. 

El presidente de la nación en su último discurso había dicho que enormes buques desde Europa ya habían zarpado cargados de petróleo, y que se castigaría con enormes multas a los responsables,... que a estas alturas, los responsables eran tantos que difícilmente alguien sería enjuiciado. 

Siempre existe alguien que se le ocurre algo genial, y este fue un cartonero que con su carro y unos pocos pesos se fue con su dos ruedas, hasta una chacra en Pilar, y cargó: verduras, queso, huevos, y unos bidones de leche, al regresar con la mercancía, en la panamericana vendió todo al doble de su valor, esto en unas horas se extendió por todo el conurbano y daba gusto ver por tv, a miles de cartoneros yendo con sus carros vacíos para el norte y regresando repletos de mercaderías, la cual vendía al mejor postor. Es curioso como el sistema capitalista se desarrolla ante los negocios oportunos.

A otro "alguien'' se le ocurrió hacer una especie de trencito con ruedas de bicicleta que cuatro hombres podían trasladarlo cargado; solo pedaleando a una velocidad considerable y un original sistema de cambios, piñón y corona que aliviaba el esfuerzo en las subidas. A este buen hombre que se encontraba trabajando en su taller, una mañana se presentaron tres hombres de una importante firma automotriz y le compraron el invento por quinientos mil dólares (a mi entender fueron un tanto tacaños, pero un trato es un trato).

A Federico lo llamaron de la agencia y le dijeron que lamentablemente todos los repartos los estaban haciendo con gente en carros o bicicletas, y se habían suspendido el envío de mercadería pesada; por lo cual, no les quedaba otra alternativa que prescindir de él, salvo que quisiera conseguir una bicicleta y sumarse a los repartos. Después de esta charla Federico se dirigió a una bicicletería; pero la misma estaba vacía y cerrada con un cartelito que decía: "no tenemos más stock"

Federico recordó que su padre tenía una vieja bicicleta en el depósito, allí se dirigió, pero cuando la vio la misma daba lástima, no obstante sabiendo el problema su padre que era muy habilidoso con los hierros y la soldadura, le dijo que si podía arreglarla, él construiría un carro amplio y liviano.

Federico se fue con la bicicleta a una bicicletería próxima, pero cuando se acercaba en la vereda y en la calle había una multitud de gente, todos con la misma intención, reparar sus viejas bicicletas. Después de una hora logró hablar con el bicicletero el cual le prometió tenerla lista en dos semanas.


-¡Dos semanas!, gritó Federico.


-Tengo decenas de pedidos como el suyo, -le contestó el bicicletero, y solo dos empleados, imagínese, esto es un infierno. 


-¿No tendrá una bicicleta reparada para alquilar o vender? - le preguntó Federico con una cara de angustia que conmovió a aquel hombre.


-Mire, - dijo el bicicletero, con una llave inglesa en su mano, por la noche viene un muchacho a trabajar, si se viene, le dejó dicho que le preste las herramientas y usted se la arregla. 


Federico no sabía hacer nada con sus manos, excepto manejar y repartir cajas, pero contaba con la experiencia de su padre, pensando en eso aceptó. 

Esa misma noche se dirigieron a la bicicletería con su padre, al llegar detrás de una maraña de manubrio, ruedas, y horquillas un hombre bajito entrado en canas escuchaba la radio mientras trabajaba sentado en un banco; cuando Federico y su padre se acercaron el hombre los miró con una sonrisa y les indicó un lugar para trabajar próximo al tablero de las herramientas.

Pero pasó algo increíble, el padre de Federico, al ver a aquel hombre dijo:


-¡Antonio! , Antonio Gutiérrez, y aquel señor respondió eufórico -¡Miguel! ¡Miguelito! ¡Cuántos años! ambos hombres se abrazaron emocionados, se conocían del servicio militar, los recuerdos, las anécdotas y los chistes, hicieron de esa noche un momento de grata amistad. En tanto Federico servía café caliente, los trabajos en el arreglo de su bicicleta era lo de menos, a las cinco de la mañana, la bicicleta de Federico estaba en óptimas condiciones, y el padre de Federico quedó en contacto con un amigo de su juventud.

Federico se presentó muy temprano en la agencia con su bicicleta que arrastraba un amplio carro muy liviano montado sobre dos ruedas de bicicleta, una vez que cargaron todas las cajas, Federico comprobó el peso y no era mucho; al tomar envión por la avenida su movilidad se desplazaba con suavidad y silenciosamente. A Federico lo impactó lo que veía, ríos de personas se desplazaban en todo tipo de vehículos tracción a sangre, bicicletas, carros de dos ruedas, similares a esos que utilizan pueblos orientales con sombrilla trasladando a personas, uno coches montados sobre seis ruedas, para cuatro ocupantes en donde todos pueden pedalear, Varios hombres muy bien vestidos de corbata, con mochilas en sus espaldas, sobre unos monopatines muy ágiles. Los semáforos aún funcionaban, y esto permitía que ese flujo de tránsito silencioso, fuera ordenado. Le llamó la atención a Federico que a diferencia de los días en que realizaba el reparto con su furgoneta; ahora no se tensionaba con el ruido y el tránsito, al contrario, ese día se podía decir que disfrutaba del día y no reconocía la hermosa arboleda que franqueaba las calles y avenidas. Federico estaba descubriendo una nueva ciudad muy distinta a los días de tránsito alocado, sumado a los inconvenientes para estacionar y descargar la mercadería. 

Las noticias no eran nada prometedoras, se anunciaba que en muchos lugares habría cortes de luz programados y que todo se solucionaría cuando los barcos lleguen de Europa con el vital cargamento; pero no se decía cuando esto ocurriría. Ese primer día Fernando después del reparto, pedaleando seis horas, llegó cansadísimo, después de hablar con su novia, no cenó, se pegó un baño y se acostó; curiosamente al levantarse por la mañana y después de desayunar, se sentía muy bien, tranquilo y distendido, al principio le dolían un poco las piernas, pero a los quince primeros minutos de ejercicio; entró en calor y esta vez no le dolía ni un solo músculo. Ese segundo día curiosamente después de realizar casi el mismo recorrido, miró su reloj y había tardado media hora menos que el primer día. 

Desde que comenzó la falta de combustible ya había trascurrido dos meses y todo continuaba igual, excepto algunas complicaciones como los cortes de luz que provocaron serios inconvenientes en los edificios altos al no poder bombear agua al tanque superior; pero esto se solucionó contratando cuadrillas de jóvenes que subían el agua hasta el tanque utilizando bidones, resultaba ser un trabajo muy arduo pero bien pago, a un ingeniero se le ocurrió para facilitar esta tarea, construir un sistema de poleas y una soga continua suspendida de una rondana en la terraza, la cual sostenía cada dos metros bidones, los cuales subían llenos y bajaban vacíos,.el sistema se manejaba desde la vereda mediante una manivela la cual dos hombres la hacían girar,un tercero cargaba los bidones con agua y un cuarto en la azotea los descargaba, una vez que el tanque superior estaba lleno, el original sistema se utilizaba para subir a los diferentes pisos mercaderías. 

La escasez de combustible, generaba falta de energía y todos los sistemas que funcionaban con motores eléctricos quedaban paralizados, ascensores, trenes, semáforos, computadoras, teléfonos portátiles etc. De un momento a otro el correo postal se tornó vital, y miles de cartas eran necesario trasladarlas de una provincia a otra, para ello aquel primitivo trencito cuya idea fue adquirida por una empresa automotriz, hoy eran ágiles contenedores, montados sobre ruedas de bicicletas con dos hombres para pedalear y conducirlas. 

En las calles se escuchaba durante todo el día un zumbido como si se tratara de un enorme panal de abejas producido por las miles de ruedas de goma al rozar el pavimento. 

El padre de Federico junto a su amigo bicicletero continuaron con su amistad y por casualidad, charlando de bicicletas y la falta de combustible, se les ocurrió la idea de hacer algo así como un automóvil sin motor,  obviamente, impulsado a pedal, pero con un sistema de piñón y corona, que quintuplicaba la fuerza al que se enviaba a las cuatro ruedas, lo denominaron "bici auto". Fabricaron los primeros dos, y lo pusieron en exhibición en la bicicletería, los vendieron esa misma tarde y le encargaron diez más lo antes posible.

Al mes siguiente, los dos socios alquilaron un galpón y en poco tiempo estaban fabricando en serie, unos cien biciautos mensuales, los pedidos llegaban de todas las provincias, y eran retirados por sus clientes en persona desde el taller. El padre de Federico le dijo a su hijo si quería asociarse y este aceptó obviamente.

La personas en pocos meses se adaptaron a vivir sin combustible, las velas, y candelabros resucitaron, los mecánicos de automóviles se convirtieron en bicicleteros, y las empresas automotrices, en lugar de automóviles construían camiones a pedal; los cuales tan solo con dos hombres arrastraban tres mil kilos.

Por la falta de electricidad ya no se escuchaba ni la tv, ni la radio, solo se leían periódicos de papel, impresos con las antiguas imprentas manuales. Un día que Federeico, estaba en su fábrica leyendo el diario, un informe médico, daba cuenta que en estos últimos seis meses sin combustible, y por el uso intensivo de bicicletas y otros mecanismos similares, sa había comprobado en la población, una notoria caída de los accidentes cardiovasculares, problemas de hipertensión, estrés, y diabetes, también se redujeron los problemas de vías respiratorias, y ahora los análisis de la atmósfera en las grandes ciudades verificaba estar más pura y libre de smog. Federico, que ahora se había convertido en un empresario importante junto a su padre y su socio; pensó que no hay mal que por bien no venga, y asomándose a la ventana de su oficina, miró su furgoneta, abandonada y tapada de polvo. 

Un día cualquiera, Federico, después de desayunar junto a su señora y sus dos hijos, subió a su bicicleta para ir a su fábrica disfrutando del trayecto como todos los días, bajo las frondosas copas de los árboles, escuchando el trinar de los pájaros en ese hermoso día de primavera, al doblar por la avenida, pudo ver con asombro, lo que no tendría que haber ocurrido nunca más: tres automóviles se encontraban cargando combustible,... la vida volvería a su normalidad.







FIN

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