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lunes, octubre 17, 2022

PSICOANÁLISIS

 El siglo XX nos ha brindado muchísimos avances en ciencia y medicina, un influyente pensador de esa época, Sigmund Freud, crea uno de los tratamientos más controvertidos en los que muchos aún no están tan de acuerdo en sus formas y resultados, el psicoanálisis. Aquellos que lo hemos experimentado algo podemos decir, sin querer dar una clase al respecto; solo me interesa poner luz en forma muy simple de esta experiencia. En primer lugar debo decir que dicho tratamiento se crea para corregir trastornos mentales, tal vez este sea el principal motivo de las controvertidas opiniones de los profesionales que trabajan en las enfermedades referentes a nuestro cerebro. Para decirlo en términos sencillos, el cerebro humano es el único órgano de nuestro cuerpo que se estudia e investiga a sí mismo, ni más ni menos. Esto abre un enorme abanico de posibilidades entre dos preguntas extremas, la primera, que entendemos por cerebro normal y la segunda cuando lo consideramos anormal.
Para ir al punto, cuando yo me psicoanalizaba nunca estuve muy seguro si me encontraba: muy loco, algo loco, o muy poco. Quiero ejemplificar con esto que determinar el grado de una enfermedad mental, no es tan simple como podemos suponer. Y también agrego: que es muy difícil decir con absoluta convicción quien es cuerdo ciento por ciento. 
Dicho esto, una de las cuestiones que debemos entender, es que todos los seres humanos, cargamos quizás de por vida con una mochila invisible que puede llegar según su peso a no permitirnos avanzar hacia lo que podemos denominar una vida saludable. El psicoanálisis nos permite visualizar esa mochila que contiene viejas piedras, y de este modo podemos sacarlas a la luz; o mejor dicho a la superficie de nuestro inconsciente. 
Hecho esto, nos enfrentamos a tres opciones: arrojarlas muy lejos, dejarlas a un lado del camino, o no arriesgarnos, y continuar nuestras vidas llevándolas encima. 
A estas opciones se enfrentó Miguel, el protagonista de esta historia que les contaré.

Enfrentar los días lunes en la fábrica le resultaba a Miguel una angustiosa sensación que no podía superar, principalmente por no poder afrontar el problema con su jefe al que no podía soportar, no existía un solo día en el que este hombre le recriminara alguna falta. Aunque se esforzaba por cumplir hasta el mínimo detalle de las órdenes de trabajo, siempre su jefe encontraba algo que no consideraba bien ejecutado, todos los días, quince minutos antes del fin de la jornada, llamaba a Miguel para observarle de mal modo esas fallas.


Pero esas fallas eran en su mayoría tonterías, en una oportunidad como no tuvo nada para llamarle la atención, le dijo que debía mejorar la forma en la redacción de sus informes, porque no eran claros sumado a que su letra debería ser más grande, no tan pequeña. 
Miguel ya no toleraba esta situación, sus compañeros le decían que solo con él era ese encono; pero para Miguel el problema estaba en él no en su jefe; seguramente su problema de atención y concentración no le permitían hacer nada bien, su mente se bloqueaba cuando enfrentaba las órdenes de trabajo, y esto empeoraba su situación. 
El jefe de Miguel tenía cuarenta y nueve años, se llamaba Honorio, su matrimonio cumplía veinte años pero en los últimos cinco la relación con su esposa era muy mala, ella le recriminaba no haber ascendido a ese puesto que perdió según ella por tonto y poco audaz, sus dos hijas adolescentes lo torturaban con pedidos imposibles de poder cumplir, desde viajes exóticos hasta automóviles de alta gama; los fines de semana su esposa y sus hijas, siempre armaban alguna salida con amigas…y amigos, en donde él no era invitado obviamente; su frustración de no poder consolidar una familia en armonía, la descargaba en el trabajo con el único subordinado al que no le temía, ese operario era Miguel.
La esposa de Miguel comprendía que su compañero tenía un problema y debía resolverlo, los viernes Miguel llegaba a su hogar destrozado moralmente y no tenía deseos de hacer nada, ni siquiera de distraerse, salir a pasear, o charlar; esta situación se agravaba con el pasar de los días. 
Por fin, su esposa Laura lo convenció a que comenzara un tratamiento psicológico.
En la primera reunión con el profesional para Miguel no ocurrió nada de importancia, salvo que recordó muchísimos momentos de su vida, de su niñez, de su padre; y especialmente ese día en que su padre le recrimina no haber realizado esa tarea que a él no le gustaba. La tarea consistía en juntar los huevos del gallinero; para Miguel niño, esto significaba una tortura, odiaba a esas gallinas, su olor le producía náuseas, sumado a que una vez, un gallo lo picó en su mano, y la infección le provocó un serio riesgo de perderla. Después de este episodio pensó que su padre no le volvería a dar esta tarea, pero ocurrió todo lo contrario, cuando se curó, su padre, viejo hombre de campo, le dijo que si no podía controlar un simple gallinero, menos aún cuidar del ganado y realizar las demás tareas del campo familiar. 

Tal vez esta fue una de las primeras piedras que Miguel cargaba sin saberlo, en esa mochila invisible que es nuestro inconsciente. 



El jefe de Miguel continuaba con su vida, golpeado y despreciado por su esposa y sus hijas. En una oportunidad, llegó más temprano a su casa y pudo ver lo que presentía y no quería admitir, se negaba a aceptarlo.


Un auto se detuvo en la puerta de su casa y vio cómo su esposa despedía con un beso a un hombre. A pesar de ver esto, no habló al respecto con su mujer, al contrario, pensó que podía reconquistarla.

Poco a poco este hombre fue destrozado emocionalmente y su autoestima estaba por el piso, la falta de respeto de sus hijas para con él y el desamor explícito de su mujer lo habían convertido en un objeto de adorno. Cuando proponía o decía algo, ni siquiera le contestaban o se mofaban descaradamente. 



En las sesiones siguientes de Miguel con su psicólogo pudo seguir trabajando esa relación con su padre; sin ayuda, llegó a la conclusión que su progenitor era un hombre bueno pero con poca cultura, sumado que él era su único hijo; todo esto provocó una  exigencia cotidiana demasiado fuerte para un niño; su padre consideraba erróneamente que lo ayudaba para su futuro; pero ese futuro era el que imaginaba él, no Miguel. Esta desafortunada relación entre padre e hijo, no terminó bien. Cuando Miguel se convirtió en un adolescente se desentendió de la empresa familiar y buscó su futuro lejos de su padre.



Pareciera que Miguel, decidió dejar esa piedra de su vida a un lado del camino, porque era muy pesada para arrojarla lejos, esto significa que la piedra se sabe dónde quedó, pero seguramente jamás desaparece.


Deberemos estar atentos para que la misma, no nos persiga por siempre. 

La situación en el trabajo de Miguel con su jefe, no había mejorado, pero al menos cuando llegaba a su casa, disfrutaba más distendido esos momentos familiares, su esposa lo notaba más animado, y el tema de conversación recurrente de su jefe parecía haber desaparecido. 


Ese verano junto a su esposa, fueron a visitar a sus padres al campo, la idea surgió de Laura, a pesar que Miguel se sentía muy mal en aquel lugar, en donde la figura de su padre aún lo castigaba como cuando era un niño.
En el reencuentro con su familia Miguel notó algo distinto, vio a sus padres, muy viejos, tanto, que sintió que ese reencuentro también podía llegar a ser el último. Después del almuerzo, el día estaba agradable para caminar y le dijo a su padre si lo quería acompañar; este aceptó, y así fue esa charla postergada por largos años.

—¿Cómo estás papá?  —le dijo Miguel a su padre, mirándolo a los ojos, no tan amenazantes como antes, hoy era un hombre mayor con boina y anteojos, de caminar pausado y conversación franca—



—Estoy viejo hijo, a pesar de querer seguir adelante con este campo, hoy las cosas no me están yendo bien, mis años me pesan y la tecnología me ha superado, tendría que estudiar, pero a mi edad, ya no tengo ganas. Me viene bien que hablemos porque hace rato que te quiero decir, que este campo que no es muy grande, solo es posible trabajarlo agregándole tecnología modernas, máquinas, nuevos sistemas de siembras, rotación de cultivos y descanso de la tierra, tenes que ser un químico en agricultura. Por eso te recomiendo que cuando lo quieras explotar tal vez te convenga no complicarte y alquilarlo, de ese modo obtendrás una renta fija y segura. Pensalo hijo, porque yo seguramente ya no estaré para aconsejarte. —Después de decir esto, el padre de Miguel se quedó con su mirada fija, en el horizonte, en su tierra, que siempre fue su vida—, Miguel comprendió esa nostalgia de un hombre rústico al que no todo le resultó como soñaba, y entonces, lo tomó del brazo, y le dijo:


—Perdoname viejo por no haber sido el hijo que querías —¡qué decís Miguel, estás loco!, todo esto es tuyo, sea poco o mucho, pero es tuyo, y se bien que sos inteligente para cuidarlo; el que tienes que perdonarme sos vos por haber sido un padre cascarrabias. —después que el padre de Miguel le dijo esto, ambos se abrazaron y lloraron como lloran los hombres, por una falta que se reparó tarde, pero siempre, mejor es tarde que nunca—.
Los días que siguieron en familia fueron inolvidables, con la chata del padre de Miguel recorrieron todos los potreros, y disfrutaron esos días como debe disfrutar un padre con su hijo.
El último día, Miguel realizó la última tarea, tomó un balde y fue al gallinero, entró, y uno a uno tomó los huevos, limpiandolos con sus manos, entre el olor y los cacareos, incluso un gallo se quedó mirándolo, quizás con respeto; cuando terminó, se dio cuenta que ese día había dejado su pesada piedra de niño, muy lejos en el camino.
Pero aún restaba algo más, así es, ese mismo lunes de regreso de sus vacaciones hablaría con su jefe.

El jefe de Miguel sumaba a su desafortunada vida familiar el mal concepto que había ganado entre sus subalternos, que lo tildaban de alcahuete trepador e ineficiente. En una oportunidad alguien colocó un enorme cartel en el comedor a la vista de todos los empleados que decía: "El que sabe sabe y el que no es jefe, como Honorio". El superior a Honorio le advirtió que debía tomar medidas drásticas para evitar estas demostraciones que socavaban su autoridad; pero a Honorio ya le habían perdido el respeto, llegando a discutirle sus órdenes; el único que acataba todo lo que decía al pie de la letra era Miguel, y a pesar de eso lo seguía mortificado.


Ese lunes Miguel se dirigió a la oficina de su jefe, pidió hablar con él y esto sucedió:
—Señor Honorio, tengo que decirle que usted, tal vez sin saberlo, me provoca un estado de ánimo adverso, que me impide continuar bajo sus órdenes, por lo cual le solicito que me transfiera a otra sección para de ese modo no tener que renunciar. —Miguel le dijo esto a su jefe, de pie frente al escritorio de ese hombre que ni siquiera lo miraba—, cuando Miguel terminó de decir esto, su jefe cerró la una carpeta que leía y le respondió, mirando por la ventana del despacho:
—Bajo ningún concepto usted será transferido a otra sección, si no puede con sus obligaciones aquí, entonces renuncie a la empresa.
—Pero señor —le dijo Miguel, con voz suplicante— yo tengo una familia que mantener, quedarme en la calle me arruinaría, no creo merecer tanto castigo. 
—A mi no me interesa ni usted y menos aún su familia, es su responsabilidad no la mía —le respondió ese hombre insensible— 
Miguel en un primer momento agachó la cabeza y se iba a retirar, cuando algo en su interior se reveló con una potencia inusual, y entonces con voz firme le dijo a su jefe:
—Sabe una cosa, usted es una mala persona, incapaz, trepador y alcahuete, no merece mi respeto, usted ha tratado de arruinarme la vida pero curiosamente me ha salvado, si, me ha permitido salir de este círculo vicioso en el que estaba atrapado. Mis compañeros tienen mucha razón, usted es despreciable como persona, como jefe y como hombre, sumado a que ocupa un cargo que le queda grande, todo aquí funciona por la capacidad de años de sus subordinados, no por usted que ni siquiera sabe cambiar una lámpara. Por todo eso me alegra irme de esta empresa, que solo beneficia a los incapaces como usted. No le pego un sopapo porque la verdad, me da lástima, y no quiero lastimarlo. —Cuando Miguel salió de allí, detrás de la puerta estaba un superior de su jefe que escuchó todo ese acalorado discurso, que si no se corre, Miguel por poco lo tira al suelo.

Nuestras relaciones suelen ser conflictivas y algunas situaciones nos pueden perjudicar por el hecho de perder los estribos, esto es lo que le ocurrió a Miguel. Cuando llegó a su casa contó el episodio pero en lugar de estar preocupado por su destino, sintió un enorme alivio y una sensación de confianza en sí mismo, su esposa, le dijo que juntos podrían enfrentar lo que fuera. Después de meditar diversos caminos a seguir, a Miguel se le ocurrió que llamaría a su padre, para contarle y ver si aún quedaba un espacio en el campo para él y su esposa. 



—Hola viejo, mira, me despidieron del trabajo y estaba pensando si podía trabajar con vos, no sé mucho de campo pero puedo aprender, estoy dispuesto a hacer lo que necesites. —el padre de Miguel cuando escuchó estas palabras de su único hijo, no podía contestarle de la emoción, pero al fin pudo decir—


—Aquí hijo, en esta humilde casa siempre está y estará tu lugar, tu techo y tu comida, quizás no sea grande, pero quiero que sepas que siempre el espacio en el corazón de tus padres es infinito, te esperamos hijo.

Es muy curioso cómo las cosas en nuestra vida toman rumbos inesperados, los miedos, las preocupaciones, las dudas, los desencuentros; y un buen día todo se alinea y pareciera que debía ocurrir algo para que ocurra lo contrario, o aquello que considerábamos imposible, se convierte en posible. Los caminos que elegimos transitar, nos pueden llevar a lugares impensados.



El campo del padre de Miguel, no era grande y se encontraba bastante descuidado, alambrados rotos, equipos obsoletos, riegos en desuso, galpones con techos rotos. Pero Miguel y su esposa, no se amedrentaron y comenzaron por hacer algo que siempre dio y dará buenos resultados, trabajar. Poco a poco todo aquello comenzó a quedar prolijo y limpio con una quinta que producía unas excelentes verduras, y un potrero de naranjos, y lo más curioso fue cuando ambos comenzaron a estudiar alguna otra producción agropecuaria acorde con el tamaño del campo. Increíblemente se decidieron por producir, justamente huevos, ¡miles de ellos!, el padre de Miguel, disfrutó junto a su hijo observar la construcción de un gallinero para ciento de gallinas ponedoras. 



El destino de Honorio no fue como el de Miguel, a él lo echaron de la empresa, se separó de su mujer, y no volvió a ver a sus hijas. Por su edad, solo encontró trabajo de chófer en una remiseria de un tío que también le alquiló una pieza.


Yo siempre pienso que a la buena suerte hay que ayudarla, y si sabemos sembrar, siempre cosecharemos buenos frutos.

FIN



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