Es frecuente que identifiquemos a las personas que no les gusta trabajar con el tilde de vagos; así le decían a Bautista en su pueblo, pero en realidad no era que no le gustaba trabajar; a él lo que no le gustaba era contraer compromisos laborales… con esto justificaba su madre a su único hijo, a diferencia de su padre, el cual ya tenía asumido que Bautista era un vago consumado.
El problema que se comentaba en el único bar del lugar en donde se reunían los parroquianos para criticar, inventar historias, y hacer bromas, era que Bautista no solo era vago, también tenía aspecto de vago; sumado a que su jornada comenzaba a eso de las diez de la mañana cuando su madre le llevaba el desayuno a la cama; para un joven tal vez esto no sería algo criticable, pero para un hombre de treinta años el asunto se convierte en algo bastante serio.
Cuando salía de su casa, siempre caminaba hacia la derecha, nunca hacía la izquierda, porque de ese modo evitaba pasar frente a la carpintería de su padre.
Una tarde Bautista estaba sentado en un banco de la plaza tomando sol, cuando se le acercó un niño con monopatín, se detuvo frente a él, y esto le dijo:
—Hola, debo decirte que tu vida va a cambiar a partir de mañana —después de decir eso continuó con su viaje.
Bautista se quedó sorprendido y pensó que ese niño lo había confundido con otra persona.
Al otro día, en sus caminatas sin destino, se cruzó con la profesora de música del pueblo, y esta le preguntó si el viernes podía ayudarla a preparar el salón del club para el concierto que había organizado para el domingo; Bautista aceptó porque la señora Claudia era muy amable y cordial, y amiga de su madre.
Cuando estaba acomodando las sillas, la señora Claudia le dijo si era posible que se ocupara de la iluminación en el concierto, solo tenía que apagar todas las luces e iluminar el escenario con un reflector. Bautista también aceptó este encargo.
Cuando llegó el día de la función, realizó por la tarde una prueba de iluminación y todo funcionaba muy bien; cuando observó que la señora recibía a alguien que imaginó serían los artistas, se dirigió a la cocina a tomar un café y saborear un pastel que se serviría al finalizar la obra, después, se ubicó en el lugar donde realizaría su trabajo.
Una vez que el salón se llenó de gente, la señora Claudia comenzó con su discurso de presentación delante del telón del pequeño escenario, al terminar, hizo una señal a Bautista, y este apagó las luces, cuando se corrió el telón, encendió el reflector, y se iluminó una silla en la que se apoyaba un violonchelo.
Primero se escuchó un murmullo, que después se convirtió en aplausos cuando apareció la chelista.
Cuando Bautista vio a aquella joven delgada, vestida con jean, con camisa amplia, zapatillas, con su pelo negro y recogido, su tez suave, de ojos claros que describían a un espíritu alegre; quedó deslumbrado. La joven tomó su instrumento y después de acomodarlo entre sus piernas, comenzó a tocarlo, y esa melodía transportó a Bautista a lugares jamás imaginados.
La joven intérprete tocó cuatro piezas, que bastaron para cautivar a ese hombre de destino incierto, sintió como si se hubieran abierto las puertas del cielo, esa noche descubrió algo que realmente le interesaba hacer.
Ese mismo lunes Bautista se levantó a las siete de la mañana; su padre al verlo en la cocina tan temprano le preguntó:
—¿Qué te pasa, te dio un ataque?.
—Necesito un lugar en el taller, ¿puede ser? —le dijo Bautista con determinación.
El padre de Bautista, no salía de su asombro.
—Seguro, lo que necesites —dijo el padre extrañado.
—-También algunas herramientas —le dijo Bautista a su padre.
Bautista comenzó con un proyecto demasiado ambicioso para hacerlo sin ayuda, pero igual se lo propuso como objetivo de su vida, o quizás no era un único objetivo, tal vez fueran dos, pero eso todavía no alcanzaba a entender. El primero fue realizar un violonchelo como el de aquella joven.
A pesar de trabajar mucho en el taller, haciendo y rehaciendo, pegando y despegando, lijando hasta el agotamiento, durante meses, el resultado final fue desastroso; lejos estaba de poder realizar algo que pudiera parecerse a un instrumento musical, y menos emitir algún sonido.
Se sintió un fracasado, y comenzó a salir caminando de su casa nuevamente hacia la derecha; un día, se cruzó con la profesora de música, y se animó a decirle lo que realmente le gustaría hacer, entonces la señora le dio una dirección con una recomendación de su parte, pero le advirtió que nada se puede lograr sin esfuerzo, y de un día para otro.
Cuando Bautista fue a ese lugar, se encontró con un joven como él, con un taller repleto de herramientas que no eran como las que tenía su padre, pero cuando vio a esos instrumentos y sus partes sobre la mesa de trabajo, entendió que eso quería poder hacer algún día, aunque tarda en aprenderlo el resto de su vida.
Así empezó Bautista como aprendiz; haciendo una cosa a la vez, observando las maderas, sus vetas, los encastres, el encolado, la utilización de los formones, los calados, el encordado, la colocación de sargentos, el lustre; el amor; a ese trabajo mágico que logra extraer sonidos de un trozo de madera noble.
Después de muchos años, una noche, muy tarde, Bautista había terminado de encordar un violonchelo, y lo dejó apoyado en una silla de su taller, cuando de espaldas al instrumento acomodaba sus herramientas; lo escuchó sonar; majestuoso; al mirar sobresaltado, una joven intérprete lo miraba a los ojos; era ella; la joven que había despertado su pasión y siempre había deseado.
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