Juan Carlos Aguirre Melgarejo, jubilado, ex diplomático, ex profesor de política exterior, separado.
Alejandro Azopardo Martínez, jubilado, ex diputado, ex juez de paz, soltero.
Enrique Zapiola, jubilado, ex empresario textil, viudo.
Los tres amigos compartían la mesa de siempre en un antiguo bar de Boedo, tan antiguo como ellos. La conversación del día se centraba en la situación del continente Africano habiendo sido la cuna de la civilización humana; el día anterior habían desarrollado la compleja situación mundial entre las potencias que poseen armamento nuclear.
—Deberíamos ser todos negros y el mundo sería más equilibrado —dijo Juan Carlos, llamando al mozo para pedir otra vuelta de café.
—Si todos hubiéramos sido negros no hubieran existido los esclavos, ni quien trabajara en las plantaciones de algodón, azúcar y tabaco —respondió Enrique agregando— y probablemente yo no hubiera tenido una fábrica textil, y tampoco estaríamos tomando café.
—Eso que dicen son solo conjeturas imposibles de adivinar, la historia es lineal; es decir un acontecimiento provoca el acontecimiento siguiente, y así hasta el presente. —dijo Alejandro.
—Yo estoy en desacuerdo con esa teoría, en mi opinión el curso de la historia se puede cambiar con cierta facilidad; sólo es necesario tener creatividad y contactos a nivel mundial —retrucó Juan Carlos, retorciendo la punta de su blanco bigote.
—No es tan simple mi querido amigo, para cambiar el curso de la historia se necesita, contactos, poder y dinero, sin esas tres cosas es imposible. —le respondió Alejandro acomodándose su insustituible moño azul que contrastaba con su impecable camisa celeste..
—Yo creo que para poder cambiar la historia lo único que cuenta es el dinero, con él, se puede comprar voluntades, miles de ellas, cuanto más dinero, más personas se acercarán a palmearte la espalda y las mujeres, no nos olvidemos de ellas, se enamoran de los hombres ricos con más facilidad. —respondió Enrique, entregando al mozo su pasillo vacío, mientras éste servía nuevamente los tres cafés.
—Las mujeres, tú has dado en el clavo mi apreciado Enrique, si deseamos cambiar el mundo, las mujeres son el problema no la solución, basta con observar a la iglesia, que no por casualidad las han tenido bajo control durante más de dos mil años. —dijo Juan Carlos con una sonrisa irónica retorciendo la otra punta de su bigote.
—Las mujeres son nuestro sentido de la vida —dijo Alejandro revolviendo su café— sin ellas nuestra existencia sería una tortura indescriptible.
—Miren quien habla —respondió Juan Carlos acomodándose el chaleco— un soltero empedernido.
—A si es, yo jamás he podido conformar una pareja, pero no ha sido por mi culpa, lamentablemente la mujer que conquistó mi corazón no sentía lo mismo por mí. —dijo Alejandro.
—Justamente, esa es una de las cuestiones en donde las mujeres nos dominan, nosotros nos enamoramos de ellas, y ellas nos utilizan, y de ser necesario nos descartan sin inmutarse; como van las cosas en menos de cien años el mundo será dominado por las mujeres y nosotros seremos sus esclavos en el mejor de los casos. —enfatizó Juan Carlos.
—No exageres Juan Carlos —respondió Enrique— pongamos las cosas en su justa medida; durante siglos el hombre ha subyugado a la mujer, y recién ahora les estamos dando el espacio que se merecen, te agregaría, que el problema que estamos teniendo es que cada vez con más intensidad ellas están ocupando cargos que antes fueron cubiertos exclusivamente por nosotros y esto nos inquieta.
—Así es —reafirmó Alejandro— además debemos reconocer que en muchos aspectos son superiores a nosotros, sin ir más lejos ellas saben enfrentar las contingencias de la vida sin descuidar la crianza de sus hijos, en cambio nuestra idiosincrasia nos hace dar vueltas para afrontar cualquier trabajo que consideramos está por debajo de nuestra capacidad; todos pretendemos ser jefes, pero no indios.
—La verdad estimados amigos —dijo Juan Carlos sonriendo— con hombres como ustedes ellas nos dominarán mucho antes de lo que yo pensaba.
En el otro extremo del bar, ocuparon una mesa tres señoras mayores, compatibles en edad con los tres integrantes del club de jubilados:
Gloria Rodríguez de Pérez, llevaba un pañuelo de seda azul, ex profesora de música, ahora jubilada y viuda; Sofía Rodríguez de García, ex profesora de literatura, jubilada y viuda, llevaba puesto un suéter de hilo blanco y Blanca Iñiguez, ex empleada, separada, ahora jubilada, lucía un pulover de cuello alto color negro.
—Estamos en un mundo en donde los jóvenes no desean compromisos, por eso no se quieren casar, no está mal, creo que disfrutan más de la juventud que los de nuestra generación —dijo Blanca llamando al mozo.
—Yo creo que les gusta vivir en una zona de confort adolescente hasta pasando los cuarenta —respondió Sofía, haciendo reír a sus dos amigas.
—Las equivocadas fuimos nosotras que nos inculcaron el deber de llegar al altar inmaculadas, mientras los hombres iban de fiesta en fiesta. —Dijo Gloria, pidiéndole al mozo te con mazas para tres.
Después de tomar el pedido, el mozo, que era un desfachatado sinvergüenza y estaba aburrido, conociendo a los clientes hacía años, tanto a los tres jubilados como a las señoras, decidió escribir en una servilleta:
Caballero de bigote blanco, invita a la dama de pañuelo azul, a compartir una mesa y separarnos de nuestros respectivos grupos de amigos, con la posibilidad de entablar una conversación, más entretenida.
Cordialmente Juan Carlos.
Cuando el mozo llevó la bandeja con el pedido de las tres señoras, con elegancia y fingido disimulo le entregó a Gloria la servilleta con la esquela; la señora sorprendida, la leyó y después miró detenidamente a la mesa de los tres hombres, pudiendo observar con más detenimiento al de los bigotes blancos.
—Chicas, no me van a creer esto —dijo Gloria en voz baja doblando la servilleta.
—¿qué pasó? —dijeron al unísono ambas amigas.
—El señor aquel, no miren ahora por favor, de bigote blanco, me ha invitado a que compartamos una mesa —les contó Gloria a sus amigas sonrojada— jamás me ha ocurrido algo así, ¿me pueden decir que debo hacer?.
Blanca con disimulo miró hacia la mesa de los hombres, ubicó al de bigote blanco y después dijo:
—Me parece un excelente partido, es robusto, alto, elegante y buen mozo.
—No digas tonterías Blanca, a mi edad, no me parece lógico.
—A nuestra edad querida mía, lo más lógico es hacer lo ilógico. —respondió Sofía, las tres señoras rieron.
El mozo, que continuaba con su plan de entretenimiento a bajo costo, ahora redactó otra carta dirigida a Juan Carlos:
Señora de pañuelo azul, lo invita a compartir una mesa para poder charlar de temas entretenidos.
Gloria
Continuando con su plan, se la dio a Juan Carlos guiñandole el ojo. Cuando Juan Carlos la leyó miró de inmediata a la señora, y quedó impactado al observar a un mujer muy elegante y de rostro jovial; jamás una mujer se le había insinuado en forma tan desinhibida y contundente; quedó perplejo, al punto que no sabía que hacer.
—Jamás me ocurrió algo así en toda mi vida —dijo Juan Carlos entregando la esquela a sus amigos para que la pudieran leer.
—Esto si que es una bomba para alguien que desea mantener a las mujeres alejadas. —le respondió Alejandro con sorna.
—Amerita otra vuelta de café más tres bebidas virtuosas. —dijo Enrique con una sonrisa, llamando al mozo.
—Sinceramente no creo estar preparado para comenzar una relación, a pesar que debo admitir que la señora es muy atractiva, pero haberme escrito una carta tan directa no me parece muy correcto de su parte. —dijo Juan Carlos a sus amigos, poniendo su mejor cara de diplomático y acomodando el pañuelo del bolsillo superior de su saco.
—¡Pero vamos hombre!, no le de vueltas al asunto, es una oportunidad única que me encantaría ser el protagonista, ¿que puede usted perder con solo conversar con una dama?. —le respondió Alejandro, pidiéndole al mozo, tres cafés y tres whiskies.
Mientras en la mesa de los hombres, se reflexionaba sobre esta situación; las tres señoras estaban algo más que alborotadas por semejante propuesta, tan directa por parte de un apuesto caballero.
—Yo creo que debes ir despacio, paso a paso, para saber que intenciones tiene el caballero —le dijo Blanca a su amiga.
—Chicas, a nuestra edad, yo diría que no hay tiempo que perder, oportunidades así no se dan todos los días —enfatizó Sofía— pero te recomiendo no demostrar demasiado interés, espera sus movimientos.
En la mesa de los hombres, Juan Carlos ya había tomado la decisión; después de tomar un buen trago de whisky, se paró decidido y encaró hacia la mesa de las señoras.
—Allí viene, allí viene, es más alto de lo que yo imaginaba —dijo Gloria en voz baja.
—Mantén la calma querida y espera que él hable —le dijo Sofía.
—Buenas tardes señoras, me presento, mi nombre es Juan Carlos Aguirre Melgarejo, y he recibido una petición por parte de usted —dijo Juan Carlos mirando a Gloria, la cual no entendió la frase de la petición, pero la esquela era más que clara, y entonces, después de presentarle a sus dos amigas, se puso de pie y le preguntó qué mesa le agradaría ocupar.
—La que usted guste, —le dijo Juan Carlos.
Entonces, la señora tomando su cartera, se dirigió a una frente al ventanal; Juan Carlos con una soltura de diplomático, separó la silla de la mesa para que la señora se pudiera sentar, y después se sentó frente a ella. A partir de ese momento; después de pedirle al mozo té para dos, comenzó una conversación tan fluida y animada que duró el resto de sus vidas; incluyendo, paseos, viajes, idas al teatro, cenas, y lo más importante para una excelente e indestructible relación de pareja.
Ah; me olvidaba; la misma estrategia utilizó el mozo para con las otras dos parejas, con un resultado asombroso.
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