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lunes, septiembre 18, 2023

LA LEYENDA DE DOCTOR MANSILLA

 





No todas las historias que se cuentan son ciento por ciento ciertas, muchas, se trasladan de boca en boca, y sus ocasionales cuentistas agregan detalles para que éstas sean más atractivas, más interesante; o más misteriosas. 


F.B.


          Esta historia que deseo contarte estimado lector, ocurrió, y aún perdura, en el lugar donde descansan todos aquellos que terminan su viaje; en el cementerio. Corresponde a la leyenda del Dr. Rafael Mansilla. 


Podemos encontrarla en el sitio Wikipedia y esto dice:

"La leyenda de Rafael Mansilla se remonta en la década de 1960 en la ciudad de Santa Fe, precisamente en el Cementerio Municipal de la Vera Cruz de la Provincia de Santa Fe, Argentina; cuando durante una tormenta eléctrica un rayo cayó misteriosamente sobre un panteón de un fallecido. A pesar de que, según allegados, en ese panteón no se encuentran los restos de Mansilla, sino que él mismo lo hizo construir, se tejió un misticismo que llevó a varios fieles a montar un "santuario" en ese lugar donde a través de cumplidos se llenó de placas, ofrendas como así también peticiones y hasta trabajos de brujería".


Parece ser que dentro de ese panteón, algo, produjo ruidos muy extraños, esto se comentó a la velocidad de la luz, y allí surgió que el lugar poseía poderes.

Por esto me interesé en ir a ver que tan cierto era todo eso.

Llegué una tarde de invierno, el día no era muy propicio para visitar ese lugar, hacía mucho frío y lloviznaba; después de dar unas vueltas por callejuelas con antiguos monumentos de de todo tipo, mucho de los cuales parecían tan olvidados como los propios difuntos que contenían; a propósito de esto último, alguien dijo alguna vez, que los muertos mueren definitivamente solo cuando son olvidados…tal vez sea así. 

Me encontraba pensando en esto cuando me topé de frente con el panteón de Mansilla, tal vez el día nublado, o la lluvia, hiciera que esas ofrendas florales ya secas le dieran al lugar una clima de tristeza y olvido.

Cuando me dispuse a sacar una fotografía buscando el mejor ángulo, alguien detrás mío me saludó; al ver quien era, una señora con paraguas, pollera muy colorida, que desentonaba con su pulóver de lana color verde chillón, me miraba con una amplia sonrisa, llevaba un ramito de algún arbusto siempre verde, su pelo entrecano era limpio y prolijo, sujeto con una vincha de lana negra.


—Que día hemos elegido para pedirle algo al doctor —me dijo aquella señora, con tonada italiana. 


—Así es —le dije—, pensando que me había encontrado con alguien que me pudiera ampliar esta historia. 


La señora después de poner el ramito que llevaba en un macetero, se persignó, y se quedó observando el monumento con respeto, movía sus labios como si estuviera rezando en silencio. Cuando terminó, se dio vuelta y me miró de frente, siempre sonriendo, como esperando que yo dijera algo.


—¿Es tan milagroso Mansilla? —le pregunté con la intención de entablar una conversación más amplia.


—Eso cree la gente, por lo general los que vienen aquí necesitan resolver algún problema, siempre existirán clientes para el doctor Mansilla, todos necesitamos en algún momento de nuestra vida resolver algo, un problema de dinero, algún tema amoroso, alguna enfermedad; la vida siempre nos pone a prueba. 


—Es muy cierto lo que usted dice señora —le dije, y esto desencadenó en contarme la historia de su vida.


—Yo estaba desesperada, a pesar de haber nacido en una familia acomodada, después de enviudar mi esposo solo me dejó una montaña de deudas, y la casa hipotecada, no teníamos hijos, y de un día para otro me quedé sin dinero y en la calle. —cuando la señora me decía esto, de su cara se borró esa amable sonrisa—. Caminando con mi pequeña valija por la calle, la cual contenía alguna ropa, un par de libros, y fotos familiares, me senté en el banco de una plaza con la idea que mi vida se había terminado; para reconfortarme acudí a mis viejas fotografías, y entre algunos papeles encontré una escritura, era la del panteón familiar que ya ni recordaba; leyendo el documento observé que era un bien perpetuo, entonces me di cuenta que eso era todo lo que tenía, el detalle que imaginé fue que solo podía llegar disfrutarlo después de muerta…al menos tenían un lugar donde caerme muerta pensé —esto último me lo dijo con una amplia sonrisa, y después prosiguió muy seria—. Un día de invierno gris y frío como hoy, estaba quebrada y tenía hambre, fui al comedor de una parroquia, allí conocí a una anciana que me habló de la tumba milagrosa del doctor Mansilla, esa misma tarde vine aquí y le traje un ramito de libustrina arrancada de un jardín ajeno, para flores no tenía dinero; cuando llegué no había nadie, pero después de rezar un padre nuestro y dejar mi ofrenda, una señora confundiéndose con una empleada del cementerio me pidió que puliera las placas de la tumba de su difunto marido, y me dejó unos pesos que me alcanzaron para cenar; pero antes de irme quise ir al panteón de mi familia, cuando leí en el mármol el apellido de mi familia, me emocioné, pero lo sorprendente aún no había pasado; al tratar de mirar el interior, vi una vela encendida, esto me sorprendió porque yo sabía que otro pariente no me quedaba, ni siquiera lejano; sin pensar empujé la pesada puerta de hierro y vidrio, y esa se abrió, no lo podía creer; alguien había entrado no hacía mucho tiempo, me quedé esperando hasta la noche, y nadie llegó jamás, estaba helada y con mis pies húmedos, entonces decidí pasar la noche allí, que me podía pasar, a todos ellos los conocía muy bien, eran mis abuelos, y mis padres. Sabe lo que pensé… que ellos me esperaban para protegerme y así fue, hace ya diez años que vivo aquí, estoy con mi familia, qué más puedo pedir. 

Después de decirme todo eso, la simpática señora se me quedó mirando un rato y después me dijo si quería ver su casa…me negué, no soy supersticioso, pero todo tiene un límite. Después de despedirnos, se fue sosteniendo su paraguas por una de las callejuelas, y antes de perderse detrás de un monumento, sin mirarme, levantó su brazo izquierdo saludándome. 

Cuando estaba saliendo del cementerio, el encargado de cuidar la puerta, aún continuaba leyendo su periódico, cuando lo saludé, el hombre, bajó el diario y me preguntó:


—¿La vio?


—¿A quién? —le dije.


—A la italiana de pulóver verde. —me dijo con una sonrisa.


—Ahh, si, la vi, es muy simpática, y al menos tiene un lugar y un trabajo para subsistir. —le respondí a este señor que doblaba el diario como para entablar una conversación. 


—¿Le dijo si quería ver su casa?


—Así es, fue muy amable, pero no tuve deseos de ir.


—Debo decirle mi amigo, que hizo bien en no acompañarla, porque la señora, ni vive, ni trabaja aquí, solo se la puede ver los días como hoy, grises y lluviosos. —me dijo aquel hombre mirándome seriamente. 


—No comprendo —le dije.


—La señora simpática con la que usted charló, es un fantasma; ¿ahora me entiende?


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