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lunes, julio 01, 2024

VIAJE AL PASADO (decimosexta entrega)

           El desierto del Sahara, hoy, es el más grande del mundo, ocupando gran parte del norte de África. Su tamaño es comparable al de los Estados Unidos o China. 

Vivir allí es posible pero muy riesgoso, porque puede haber durante el día temperaturas de cincuenta grados centígrados y bajar por las noches muchísimo. También su fauna no es amigable con el hombre, porque habitan víboras venenosas, escorpiones y arañas peligrosas como la llamada viuda negra.

Contar con agua en el Sahara es la diferencia entre la vida y la muerte para los seres humanos. Se estima que un adulto sano puede llegar a vivir sin agua entre tres a cinco días, a diferencia de los camellos que pueden soportar sin beber agua, por increíble que parezca, varias semanas. 

En aquellas remotas épocas del faraón Keops, hace 4500 años, existían tribus nómades algunas muy hostiles y otras no, las cuales habitaban el Sahara; pero también debemos decir que estudios recientes  realizados por Paleoclimatólogos, Geólogos, Paleontólogos y Arqueólogos, afirman que el Sahara no era como hoy lo conocemos; en aquellos tiempos era verde, poseía praderas y una abundante cantidad de árboles.

No obstante estimado lector, viajar por el tiempo tiene sus complicaciones y suele ocurrir que aspectos de tiempo y espacio se confundan; o se superpongan; con las consecuencias lógicas y variedad de conflictos que esto provoca en las historias, que además se distorsionan al ser transmitidas de generación en generación hasta llegar a nuestros días. Por este capricho imposible de resolver de mi parte, en aquel tiempo remoto de Mut y Maat, ellas  transitaban por el desierto, como es hoy, un infierno de dunas en constante movimiento. 


F.B.


Mut, Maat, el hermano de ellas que se llamaba Nadab, Esteban y Juan, montados sobre camellos, comenzaron uno de los caminos más tristes que puede tener una mujer o un hombre, su destierro; lejos de su hogar, de sus seres queridos su destino era incierto.

Los tres hermanos egipcios conocían muy bien los peligros del desierto, Esteban y Juan también, pero solo por haberlo leído; su provisión de agua era para siete días, pero si por algún motivo se perdían y no lograban llegar al primer oasis el cual indicaba un viejo camino de tribus nómades, estarían en graves problemas. 





Esa primer noche transcurrió tranquila, la temperatura había descendido mucho, pero todos tenían gruesas mantas para el frío, el cielo brindaba un espectáculo imponente, e incluso Juan logró que las dos chicas rieran con una de sus graciosas ocurrencias. 






Cuando el sol comenzó a despuntar retomaron el camino pero a media mañana se levantó un persistente viento que fue escalando hasta convertirse en tormenta; la finísima arena de los médanos les pegaba con fuerza en sus caras, no podían ver absolutamente nada, debieron dejar que los camellos se orientaran para que no perderse y encontrar el camino.





Por fin el viento se calmó y pudieron continuar, pero a poco de andar sobre una duna muy alta un hombre los observaba. Cuando Nadab lo vio supo quién era de inmediato.

—Es un explorador de alguna tribu que no me inspira confianza; recorren el desierto para asaltar a los comerciantes. Seguramente no está solo. Lo mejor será continuar sin demostrar temor.

El hombre misterioso los acompañó un largo rato siempre a una distancia prudencial; hasta que en un momento, hizo una señal y frente a los cinco jóvenes aparecieron unos cincuenta hombres sobre un médano, que no se veían pacíficos. 





—Estamos perdidos  —dijo Mut aterrorizada.

—Mantengamos la calma, —dijo Esteban palpando con su mano el reloj que llevaba colgado al cuello, sabiendo que podía utilizarlo, pero no sin antes poner a salvo a sus amigos.

Alguien del grupo de nómades dio una orden, y en un instante los cinco jóvenes quedaron rodeados por estos no amigables hombres.

Estaban en sus manos, sin decir una sola palabra el grupo comenzó a desplazarse hacia algún lugar, siendo los cinco jóvenes sus presas de caza. 

Después de una larga jornada, al atardecer, llegaron a un campamento en donde el olor de los animales se mezclaba con el aroma de los calderos con comida puestos sobre el fuego; mujeres y niños descalzos miraban la novedad que traían los cazadores del desierto como curiosidad. 







Una vez allí, los hicieron bajar de sus camellos y los ubicaron en una carpa en cuya entrada se colocaron dos hombres con sus cimitarras en mano; nadie podía entrar o salir de ese lugar. 

—¿Qué harán con nosotros? —preguntó Juan a Nadab.

—Es difícil de saberlo, existen unas tribus que son más sanguinarias que otras; por el momento no podemos hacer nada  —decía Nadab, mirando hacia afuera por una rotura en la tela de la carpa— he sabido por boca de un amigo, cuando en una oportunidad fue capturado por un grupo de nómades, que lo mantuvieron durante un año trabajando para ellos, hasta que un dia le dieron un camello y le dijeron que se fuera, sin darle explicaciones. 

Durante tres días nadie se comunicaba con ellos, solo les daban una fuente de barro con carne de cordero hervida, pan y agua; hasta que una tarde se presentó ante ellos una mujer que por su lujosa vestimenta no era alguien común y muy desesperada les pidió si podían hacer algo por sus dos hijos que estaban muy enfermos. La mujer resultó ser la esposa del jefe de la tribu, la cual sabía que los egipcios dominaban el arte de curar.

Cuando ante el requerimiento de la mujer, los cinco amigos entraron en una carpa muy grande, se encontraron con un espectáculo desolador; dos chicos muy chicos, una niña y un niño, estaban en el suelo cubiertos por unas mantas, mientras un anciano, quemaba unas hojas que producían un olor desconocido. Mut y Maat, se acercaron a los niños en tanto la madre desesperada los miraba. De inmediato cuando los tocaron se dieron cuenta que volaban de fiebre. 

—Están muy afiebrados  —dijo Mut— debemos de tratar de bajarles la temperatura con compresas de agua fría.

De inmediato, a pedido de la madre, trajeron un cántaro con agua y tela  de algodón. Mientras las hermanas les colocaban las compresas en la frente a los chicos, Nadab comenzó a buscar algo en el piso.

—¿Qué buscas?,  —le preguntó Esteban con curiosidad.

—Me parece que ya sé lo que puede ser que tengan estas criaturas. —dijo Nadab corriendo de lugar alfombras y objetos dispersos, levantando jarrones y moviendo con su pie la arena.

—¡Aquí está la causa!, —dijo Nadeb con un sonrisa, después de correr la punta de la alfombra donde estaban tendidos los chicos; levantando del piso algo con su dedo índice y pulgar. Cuando mostró lo que tenía todos quedaron horrorizados; era una enorme araña negra que movía sus patas con desesperación. 

—Es una viuda negra —dijo Mut, más distendida.





—Seguramente los viene picando hace muchos días  —dijo Maat, mirando a la madre de los chicos, que al ver esto salió corriendo. 

Al instante, ingresó a la carpa un hombre alto y moreno, que los miró una a uno, con una cara de mil demonios, para después mirar la araña que movía sus patas en la mano de Nadeb; era el padre de los chicos y jefe de la tribu; por fin, después de comprender lo que pasaba en su rostro se dibujó una amplia sonrisa que mostró su reluciente y blanca dentadura.





A la mañana siguiente los chicos se despertaron y le dijeron a su madre que tenía hambre y sed; la mujer al entender que estaban recuperados los abrazó llorando de alegría. 

A partir de ese día, todo cambió; los cinco amigos pasaron de su condición de cautivos de la tribu, a ser los principales amigos del jefe y su mujer.


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domingo, junio 30, 2024

VIAJE AL PASADO (decimoséptima entrega)

           Desde épocas remotas han existido tribus nómades en el desierto del Sahara, su constante desplazamiento se debe a que no pueden permanecer en un lugar porque el clima del desierto es tan hostil, que deben buscar agua y pasto para sus animales y alimentos para sus familias constantemente, porque en los oasis los recursos se agotan rápidamente. 

Por este motivo sus viviendas son carpas ligeras que se arman y desarman con facilidad para ser transportadas.

Su medio de transporte son los animales como los camellos, caballos o burros. Su dieta está compuesta por carne, leche, dátiles y otros frutos.


F.B.


       La tribu que albergó a los cinco amigos, resultó ser pacífica. El trabajo que debían realizar, no era muy pesado, consistía en cuidar de los animales, reparar las telas de las carpas y se incrementaba cuando el jefe que se llamaba Caleb, ordenaba que era hora de partir a otro lugar. 





Cuando el momento de partir llegaba, todos en el campamento se abocaban a desarmar sus carpas y cargarlas en sus camellos, para después emprender el viaje. Las jornadas en el desierto en busca de otro oasis eran agotadoras, podían estar trasladándose varios días hasta encontrar agua y comida para sus animales; por las noches se descansaba al aire libre soportando el frío intenso; en cuanto amanecía se retomaba el viaje para aprovechar que el sol no era tan fuerte. 

Los cinco amigos disfrutaban de sus charlas durante las noches en torno a una fogata después de cenar. 







—Extraño a mis padres  —dijo Mut, mirando el fuego.

—Yo también hermana,  —le respondió Maat, abrazándola—, lo que más me mortifica es pensar que estamos tan lejos de ellos y no podemos saber cómo están, sumado a que me duele el alma con solo imaginar que quizás no los volveremos a ver nunca más, no podemos regresar a nuestro hogar porque seríamos apresados y después nos matarían. 

—Mejor es pensar que llevamos a nuestros padres con nosotros  —dijo Nadab para reconfortarse— no me digan por qué, pero yo presiento que volveremos a verlos.

—No deben perder las esperanzas  —dijo Esteban— el tiempo pasa, y muchas veces las cosas se olvidan, ustedes no mataron a nadie, su hermano solo hirió a un sinvergüenza borracho, porque si no lo hacía no sabemos qué hubiera ocurrido. 

—Es muy cierto —dijo Juan— y además piensen que no son los culpables de nada, el destino quiso que tengan que pasar por esto, deben ser fuertes y reponerse. 

—Por suerte la tribu de Caleb es pacífica y todos nos aprecian  —dijo Esteban. 

—Todos menos uno  —dijo Nadab con una sonrisa pícara. 

—Si es cierto —dijo Esteban— al viejo chamán le gustaría comernos crudos, después de lo de la araña, su prestigio de sanador quedó por el piso.

Todos rieron. 

Estaban hablando todo esto, cuando de pronto, llegó alguien que no acostumbraba a visitarlos para charlar, era Caleb, que se sentó en el piso junto a ellos.





—Debo decirles algo muy importante —dijo el jefe de la tribu mientras en sus negros ojos se reflejaba el fuego— acaba de llegar nuestro explorador, al cual envié a que observara nuestro próximo destino, del cual estamos a un dia de viaje, pero lamentablemente no me trajo buenas noticias; el oasis está ocupado por una de las tribus más peligrosas que merodean estos lugares. No nos queda más comida ni agua para soportar muchos días o ir a otro lugar; esto nos obliga a tener que pelear por el agua; con el riesgo que implica para nuestras familias, pero ustedes no tienen nada que ver con nuestros problemas, por lo cual, es mi obligación decirles que están libres de hacer lo que deseen; si les parece, pueden irse ahora mismo de aquí. Les deseo que los dioses de la naturaleza los protejan.

Después de decir esto el jefe se paró y se fue. 

Esta novedad tomó tan de sorpresa al grupo de jóvenes que no supieron qué contestar; todos se miraron entre sí perplejos, pensando que otro nuevo peligro se avecinaba. 

—Yo estoy dispuesto a pelear junto a estos hombres  —dijo Nadab— son gente pacífica y nos tratan bien; pero lo que yo piense no necesariamente tiene que involucrarlos a ustedes.

—Donde tú vayas, yo iré hermano —dijo Maat.

—Yo también si es necesario voy a pelear junto a ustedes. —agregó Maat.

—Tanto Esteban como Juan sabían que ellos dos poseían el reloj si se presentaba una situación riesgosa, tenían la posibilidad de utilizarlo, pero con la triste situación que esta posibilidad no incluía a sus tres amigos los cuales se habían convertido en parte de su propia familia. 

Esa noche cuando se retiraron a descansar, Esteban y Juan se quedaron hablando en su carpa.

—Nuevamente nos encontramos en un dilema que ya conocemos —le dijo Juan a su amigo.

—Así es —respondió Esteban— tener el privilegio de poder viajar por el tiempo tiene aspectos muy dolorosos, a medida que transitamos por él, conocemos a personas a las que les tomamos aprecio y después las perdemos.

—Es como experimentar muchos presentes al mismo tiempo —dijo Juan.

—Exactamente apreciado amigo, o experimentar varias vidas.

—Justamente estaba pensando en eso —dijo Juan— quizás nunca morimos, y la vida es un devenir de acontecimientos o de vidas, que comienzan cuando nacemos y termina cuando morimos, pero que siempre nuestro Ser es el mismo.

—Después de experimentar esto que estamos viviendo con este viaje fabuloso, llego a la conclusión de que lo que tú dices es muy posible —dijo Esteban— es más, quizás el reloj no nos hace viajar por el tiempo; este artefacto solo nos hace recordar lo que hemos vivido en otras épocas. 

—Tienes muchísima razón querido amigo —incluso, si por algún motivo perdiéramos la vida; nuestro Ser, continuaría al instante existiendo en otro presente, en otro tiempo, y esto ocurriría, hasta el final de los tiempos. 

—Tu razonamiento es muy verosímil  —dijo Esteban—, yo agregaría que al ser nosotros viajeros del tiempo, tengamos en cuenta que venimos del futuro; pero en este nuestro presente aquí, viviendo con un antiquísimo pueblo nómade; ese futuro del cual provenimos no existe todavía, e incluso si de algún modo el reloj nos lleva nuevamente a ese futuro del que venimos; no sabemos si este será igual al que conocíamos.

Ambos amigos se quedaron callados pensando en la oscuridad de su carpa, en algún lugar del inmenso desierto; y también, en algún lugar de la vastísima historia. 


Poder definir que significa el “Ser”, es algo que se ha planteado el hombre por siglos, Filósofos de diversas corrientes han tratado de responder esta pregunta: ¿Qué es el Ser?.

Solo a los efectos de establecer la importancia de su significado, estimado lector, recomiendo que aquel que le interese continúe investigando en lo que escribieron  los filósofos como por ejemplo Sócrates (Atenas, 470 a. C.-399 a. C) el cual no desarrolló una teoría exhaustiva sobre el Ser en el sentido metafísico, su filosofía giraba en torno a la idea de que el “Ser” más auténtico se encuentra dentro de cada individuo. A través del conocimiento de sí mismo y de la búsqueda de la virtud, el ser humano podía acercarse a una comprensión más profunda del Ser.


F.B.






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sábado, junio 29, 2024

VIAJE AL PASADO (decimaoctava entrega)

           Todos los hombres de la tribu de Caleb sabían que para sobrevivir en el desierto el agua es el bien fundamental, sin ella no hay vida posible. Pero esta necesidad incluía a todas las tribus, y por ello, también era necesario pelear.

No era la primera vez que se tenían que enfrentar con otra tribu, pero esta en particular era muy peligrosa.

Después de una jornada de viaje, el jefe Caleb, ordenó antes de acercarse al oasis ocupado, que las mujeres y los chicos se quedaran en un lugar distante.

Esteban y Juan decidieron acompañar a Nadab, los tres pelearian junto a los hombres de la tribu. Cuando se despidieron de Mut y Maat, fue un momento muy triste, las dos hermanas lloraban desconsoladas; Juan y Esteban tenían ambos un muy mal presentimiento.

Todos los hombres se formaron en tres filas con sus cimitarras en mano montados en sus camellos, al frente iba Caleb; el oasis se encontraba detrás de un médano muy alto, al que subió el vigía; todos estaban atentos a su señal para atacar. Cuando este bajó su brazo, comenzó la embestida; al grito de ¡Los dioses nos protegerán! se abalanzaron con furia sobre la tribu que les impedía llegar al agua.





Los hombres que ocupaban el oasis estaban distraídos cargando sus jarrones, el ataque los tomó por sorpresa, pero superaban ampliamente en número a los hombres de Caleb.

Juan y Esteban iban detrás del hermano de sus amigas; un hombre con su lanza hizo trastabillar al camello de Nadab y este salió despedido quedando desmayado tendido en el piso; Esteban y Juan al querer ir en su ayuda fueron interceptados por dos hombres enfurecidos, unos de los cuales le pegó con su puño un fuerte golpe en la espalda a Esteban, que lo derribó de su camello e hizo que el reloj que lo tenía colgado en su cuello, saliera despedido muy lejos. Juan pudo ver que otro agresivo hombre venía corriendo con su lanza para matar a Esteban que estaba inconsciente. 





Sin saber de dónde sacó su fuerza, Juan tomó al agresor del cuello y no lo soltó hasta que este quedó inconsciente; de inmediato socorrió a su amigo que estaba reaccionando. Lamentablemente cuando quisieron ir en ayuda de Nadab, este estaba muy mal herido por una lanza clavada en su pecho; cuando estuvieron a su lado su amigo los miraba sabiendo que había llegado su fin, alcanzaron a sostener su mano hasta que su corazón dejó de latir.

La situación del campo de batalla era desoladora, la mayoría de los hombres de la tribu de Caleb estaban muy mal heridos o muertos. A Esteban y Juan les quedaba su último recurso, el reloj, pero tenían primero que encontrarlo.

Un grupo de nómades los vieron y comenzaron a correr hacia donde estaban ellos blandiendo sus cimitarras; Juan había visto el lugar aproximado en donde había caído el reloj; los dos amigos corrieron muy rápido hasta allí, pero en un primer momento no lo veían, la arena lo había tapado; el primero de los agresores cuando estuvo frente a Esteban, levantó su filosa arma para matarlo y descargó el golpe; pero Esteban se corrió y la hoja de acero siguió de largo sin tocarlo; un mínimo resplandor en la arena llamó la atención de Juan, era la brillante cadena del reloj que estaba al descubierto, se abalanzó hacia él, lo tomó con sus dos manos y le pudo dar cuerda.

Tanto Esteban como Juan al instante sintieron un viento helado que golpeaba sus caras, y la arena comenzó a desaparecer bajo sus pies; los cuatro agresores se transformaron en siluetas transparentes hasta que desaparecieron; en su lugar fueron tomando forma, personas con túnicas blancas, caminando sobre un piso de mármol. Al cabo de un instante se encontraron ambos parados entre unos cestos de mimbre y paños multicolores bajo un toldo que una brisa cálida movía suavemente. Todo el lugar se convirtió en un bullicioso mercado con gente que hablaba y gesticulaba intercambiando mercaderías de todo tipo: telas, gallinas, verduras, frutas, pescado, carne, cántaros de barro, también había chicos que corrían de un lado a otro y gritando  y unos hombres que caminaban cargando en sus espaldas enormes y pesadas bolsas. Otros al parecer de más jerarquía o posición, vestidos con túnicas blancas conversaban distendidos y cordialmente. 

Ambos amigos aún con su corazón latiendo con fuerza comprendieron que estaban una vez más en otro lugar; en otro tiempo. 

Esteban más calmado, pudo ver que al final de esa calle tan concurrida sobre una alta plataforma, se observaba una silueta inconfundible; pero curiosamente pintada con vivos colores; era el majestuoso Partenón Griego.





La Antigua Grecia experimentó su período de mayor esplendor durante el llamado "Período Clásico", aproximadamente entre los siglos V y IV a.C. 

Siempre me ha interesado de la historia, investigar a aquellos protagonistas, mujeres u hombres, que han quedado por aquello que realizaron en sus vidas, hazañas, estudios, descubrimientos, teorías, o eventos que influyeron en la humanidad. El ateniense Sócrates fue uno de ellos. 

Se caracterizaba por su curiosidad intelectual, su humildad, su valentía y su pasión por la verdad. Su legado ha influido profundamente en el pensamiento occidental y continúa siendo objeto de estudio y debate hasta el día de hoy.

Pero más allá del enorme legado que ha dejado para Occidente la antigua civilización griega, poseía una rica diversidad de ocupaciones, desde agricultores, artesanos, comerciantes, políticos y prestigiosos filósofos. Obviamente la historia universal no se ocupa de la gente común, sería imposible, hombres y mujeres que trabajaron, lucharon, se sacrificaron, formaron su familia, y murieron sin ser tenidos en cuenta por la historia escrita. La historia con mayúscula sólo cita a poderosos, ricos, valientes guerreros o pensadores destacados. Este no era el caso de Helena y Talía que eran dos jóvenes mujeres que llevaban adelante su taller de cerámica que heredaron de sus padres, en la agitada Atenas, cuando Sócrates enseñaba a sus discípulos;  ellas vendían su producción en el mercado con la simple esperanza de poder subsistir y con el tiempo formar un hogar, en ese mundo complejo y apasionante a la vez, en donde la mujer era dependiente del hombre y no podía ocupar ninguna posición destacada.

F.B.



—Estamos en la antigua Grecia querido amigo —dijo Esteban— aún me parece que el guerrero nómada me amenaza con su cimitarra. 

—A mi todavía me late el corazón, estuvimos muy cerca de haber perdido la vida.

Como siempre me ocurre  —dijo Esteban sacudiéndose la ropa como si tuviera arena, que ya no tenía— queda en mi mente el rostro de Nadab y sus hermanas. ¿Cuál habrá sido el destino de nuestras amigas?

—Jamás lo sabremos, estimado amigo, lo mejor es no saberlo, pensemos que cuando compartimos la vida con ellas pasamos momentos muy agradables; quizás como hemos dicho, ahora mismo estén viajando en el tiempo, a otro lugar, a una realidad distinta; hay muchas cosas de nuestra existencia que todavía no sabemos.

—Tienes mucha razón Juan, —dijo Esteban colocándose el reloj en su cuello— ahora tratemos de insertarnos en esta sociedad; allí veo un taller de cerámica; yo se utilizar el torno, pediremos trabajo.

Cuando ambos amigos ingresaron al taller, allí estaban fabricando enormes cántaros de barro; sobre largas y altas estanterías se apilaban todo tipo y tamaño de vasija secándose antes de ingresar al horno para su cocción final. 

En cuanto entraron, dos jóvenes mujeres con sus manos y su ropa manchada de arcilla se quedaron observándolos detrás de un enorme mesa de madera rústica. 

No conocer el idioma no fue impedimento para que se entendieran.

Una de las chicas tomó con sus dos manos de un recipiente una gran cantidad de arcilla húmeda y la colocó sobre el torno alfarero, después le indicó a Esteban que lo utilizara. Cuando vieron como Esteban comenzó a modelar un jarrón, las dos chicas se miraron y rieron…Esteban y Juan habían sido contratados por las dueñas del taller, se llamaban Helena y Talía.






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viernes, junio 28, 2024

VIAJE AL PASADO (decimonovena entrega)

           Cuando Esteban y Juan comenzaron a trabajar en el taller de alfarería, no se imaginaban el caudal de trabajo que las dos chicas llevaban adelante hasta ese momento solas; la primer tarea de la mañana era preparar la arcilla para poder moldear la enorme cantidad de productos que se realizaban,  desde enormes jarrones destinados a las fábrica de aceite, pasando por cántaros para acarrear agua, calderos, platos y vasos. Dos veces por semana atendían su puesto en el mercado, y cuando se lo requerían llevaban fuera de la ciudad a su carro cargado con las vasijas más grandes destinadas a los establecimientos que producían aceite de oliva.

También se procuraba tener leña seca para el horno desde el campo, el trabajo de hornear consistía en tener que acomodar toda la producción en una cámara que se cerraba, encender el fuego y mantenerlo durante todo el día; al día siguiente abrir la cámara y retirar todo para colocarlo en el depósito.

Tanto Helena como Talía eran muy alegres y trabajadoras, su jornada comenzaba cuando despuntaba el sol y terminaba al atardecer, cuando estaban sentadas frente al torno de alfarería les gustaba cantar, el amplio local se abría a una galería que daba a la calle, con techumbre de palos para mitigar el sol, en donde se exponía todo lo que el taller producía y jamás faltaba grandes macetas, repletas de coloridas flores. 

El contrato de palabra que se pactó con Esteban y Juan era muy simple, ellos debían hornear toda la producción, cargar y descargar el carro para cuando era necesario llevar los cántaros a los diferentes clientes y acompañarlas para realizar el reparto, también debían cuidar a su viejo caballo y mantener el pequeño establo limpio que también era el lugar donde podían dormir. La paga sería de dos dracmas por día de trabajo a cada uno, que para ese momento era un salario generoso.

La comida estaba incluida, desayuno, almuerzo y cena, compartiendo la misma mesa con ellas. 

Cuando las dueñas atendían su puesto en el mercado, Esteban y Juan quedaban a cargo del horno.







—Debo decir Esteban que esta vida me resulta muy agradable —decía Juan mientras cargaba el horno, para después agregar— estaba pensando que el reloj nos ubica siempre en un lugar en donde siempre surgen dos hermanas; primero fueron Sol y Luna, después Fen y An, luego Mut y Maat y ahora Helena y Talía. 

—Así es, esto no puede ser algo casual, —respondió Esteban— evidentemente alguien o algo dirige nuestro destino, se suma a esto que en todos los casos siento lo mismo, ya las conozco desde antes; tengo una teoría descabellada, pero cada viaje en el tiempo parece que afirma lo que pienso. 

—Creo adivinar esa teoría tuya estimado amigo…son siempre ellas  —dijo Juan seriamente.

Así es Juan, ya no me cabe ninguna duda…son siempre ellas. —respondió Esteban— no obstante debemos comprender y aceptar algo; nosotros no pertenecemos a este presente, solo estamos de paso, por lo cual no podemos interferir en sus vidas, solo somos un par de compañeros de viaje que en algún momento debemos partir e irnos de sus vidas. 

—Tienes razón amigo mío, solo estamos aquí de paso, debemos aceptarlo aunque nos duela.


La vida y la muerte pueden ser el principio y el final, pero según como se lo vea, también puede ser la continuación de la vida. Yo creo que nadie puede tener la última palabra, existen muchas cosas en la naturaleza que aún no se pueden desentrañar. En apariencia cuando nacemos nuestra mente está vacía y a medida que crecemos los recuerdos comienzan a acumularse; pero también podemos suponer que nuestro cerebro al nacer, guarda en una caja con siete llaves recuerdos, que valga la redundancia, jamás recordaremos, pero que allí están.

Quizás el reloj de Esteban y Juan, son las siete llaves de esa caja maravillosa de recuerdos que provienen de nuestros ancestros. 


F.B.


El primer día que las hermanas dueñas del taller de alfarería fueron a realizar el reparto de sus productos a las afueras de la ciudad acompañadas por sus dos nuevos empleados, Esteban y Juan; estos disfrutaron de este viaje al transitar por senderos intrincados entre montañas y praderas tapizadas de grandes rocas, en donde plantaciones, de vides, olivares, y quintas, desbordaban en los campos.

Como el caballo de las hermanas era viejo, debían de realizar algunas paradas para que el noble animal se repusiera para después retomar el camino con fuerza renovada. Después de entregar varios pedidos, algunos de los cuales se intercambia por verduras y huevos. Helena y Talía decidieron parar a la sombra de un robusto árbol que proyectaba su acogedora sombra sobre una terraza natural la cual poseía una vista panorámica de la ciudad. Allí extendieron un mantel blanco sobre la hierba y desplegaron una serie de simples pero exquisitos alimentos que todos disfrutaron.





Cuando la charla de los cuatro jóvenes se tornó amena y risueña, pasó por el camino un hombre mayor, vestido con una túnica blanca que acompañaba su sostenida y enérgica marcha con una robusta bara; cuando estuvo cerca de los jóvenes, levantó su mano y las dos hermanas lo saludaron cordialmente; el hombre, se acercó al grupo y después de saludar pidió si le podían brindar un poco de agua para tomar; de inmediato, Helena con una amplia sonrisa le alcanzó un pequeño cántaro repleto de agua fresca, y le dijo que se lo podía llevar; el hombre hizo una pequeña reverencia y dijo:

—Que gesto tan amable para un sediento, este cántaro para mí en este momento posee un precio incalculable, ¿cómo puedo retribuir tan noble actitud?.

—Es muy simple —respondió Helena—, con que usted lo recuerde para mi es suficiente, de ese modo, en circunstancias inversas usted tendrá que hacer lo mismo.

—Buena respuesta, señorita, a partir de hoy, tengo una deuda con usted que no olvidaré; no obstante le devolveré el cántaro en cuanto pueda; pero la deuda no estará saldada, y eso implica una carga extra para un caminante como yo.

—No puedo resolver eso señor, tendrá que soportar el peso de su deuda, tal vez de por vida.

—Creo que hubiera sido mejor soportar mi sed antes de contraer una deuda tan grande.

Ambos rieron con ganas porque Helena conocía al señor, que era un viejo amigo de su padre, y había escuchado de su boca ciento de disertaciones de ese tipo.

Sin decir más el hombre continuó con su marcha.

—¿Quien es ese señor Helena?  —le preguntó Esteban.

—Se llama Sócrates. 





         Cuando los cuatro jóvenes regresaron al taller ya estaba anocheciendo; Esteban y Juan, descargaron la mercadería del carro, después de desenganchar el caballo, cuando lo estaban llevando al establo, sintieron que las dos hermanas que se habían retirado a descansar pegaron un grito que se sintió en todo el lugar; los dos amigos corrieron a ver que pasaba y el taller en donde se guardaba toda la producción de un mes entero de trabajo estaba destruido, no había un solo cántaro, un solo plato, por pequeño que fuera que no estuviera roto. Las hermanas lloraban abrazadas en medio de un destrozo que sin lugar a dudas se había hecho adrede.


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