Viajar en el tiempo posee ciertas cosas muy curiosas. Como sabemos, Esteban y Juan en cada salto de su viaje recorrieron siglos, pero esto no es gratuito, más allá de la dolorosa situación de perder a seres que compartieron parte de su vida, tanto en situaciones agradables como críticas; también cambiaron ellos, en cada viaje adquirieron experiencia y también más edad. Pasaron de ser dos chicos curiosos, a dos adolescentes con mente de hombres.
F.B.
Helena y Talía estaban devastadas, su trabajo de varias semanas había sido destruido, no solo sus horas y horas de labor estaban perdidas, también todo el material no se podía recuperar.
Sus ingresos eran muy justos para tener ahorros, por lo que debían de empezar de nuevo con muchísimo sacrificio, incluso tendrían que solicitar al proveedor de arcilla y leña que les permitieran adquirir mercadería al fiados, tampoco podían continuar empleando a Esteban y Juan, estaban arruinadas.
—¿Quién pudo haber hecho esto? —preguntó Juan.
—Han sido los hijos de Nereo, —respondió Helena secándose las lágrimas con su mano— es el antiguo socio de nuestro padre, que nos odia porque cuando se separaron, nunca pudo competir con nosotros, le gusta beber mucho, y nunca cuidó a sus clientes, sus dos hijos, son iguales a él, pero aunque sepamos que fueron ellos no tenemos prueba, por lo cual no podemos hacer nada, ahora tampoco podemos contratarlos a ustedes, no tenemos dinero.
—Eso no es problema —contestó Esteban— podemos trabajar solo por la comida.
—Y dejarnos dormir en el establo —dijo Juan— junto a nuestro entrañable y viejo amigo Simón (así se llamaba el caballo).
A pesar de la situación desafortunada, los cuatro jóvenes rieron.
A la mañana siguiente, cuando comenzaban a limpiar el destrozo, llegó Sócrates con la intención de devolver a las hermanas el cántaro con el que le convidaron agua. Cuando vio lo ocurrido, preguntó cómo pasó tal cosa. Las hermanas le contaron con lujo de detalles la historia de Nereo y su finado padre, historia que Sócrates recordaba perfectamente y conocía qué tipo de persona era y también sabía que sus dos hijos eran muy conocidos por causar problemas en todos lados.
—Veré que puedo hacer —dijo Sócrates— pero sin pruebas, ni testigos, no se puede culpar a nadie, y prejuzgar no es correcto, porque si todo prejuzgamos de todos, la vida sería una disputa eterna, no obstante a veces las personas pueden cambiar.
A las hermanas alfareras, el proveedor de arcilla y el de leña, las conocían muy bien y sabían que siempre compraban su mercadería y pagaban al contado; por lo cual no dudaron en darle todo lo que ellas necesitaban, y las esperarían para el pago cuando vendieran su producción.
Había transcurrido una semana del lamentable hecho cuando una tarde sucedió algo inesperado. Una carro cargado de cántaros se paró frente al local de Helena y Talía, esto sorprendió a las muchachas, pero la sorpresa fue mayúscula cuando vieron que el que conducía era Nereo junto a sus dos hijos, que sin decir una sola palabra descargaron toda esa mercadería en el frente del local.
—¿Qué significa esto? —preguntó Helena al viejo Nereo—
—Sabemos que alguien ha cometido un hecho incalificable contra ustedes —respondió el viejo, y agregó— más allá que yo era un viejo adversario de su padre, ustedes nada tienen que ver con esa antigua disputa, por eso acepten por favor esta mercadería que de algún modo salda una vieja herida entre nuestras dos familias.
Después de pensarlo unos instantes, Talía optó por hacer lo correcto sin dejarse llevar por el rencor y dijo:
—Aceptamos de buen agrado su ayuda, y con ella queda saldada las diferencias entre nuestras familias, les deseo que los dioses los acompañen.
Al otro día apareció en el taller de las hermanas, Sócrates, que observó con beneplácito que el local nuevamente estaba repleto de mercaderías.
Helena supo de inmediato que el viejo sabio, tenía mucho que ver con lo ocurrido y le preguntó:
—Me gustaría saber qué le dijo el señor Sócrates al viejo Nereo para ablandar su corazón.
Sócrates haciéndose el distraído mirando el interior de un jarrón enorme dijo:
—Lo que ocurre estimada Helena; es que yo solamente actué en beneficio propio, debido a que tenía una deuda enorme contigo de por vida, y por suerte he conseguido saldarla, o al menos eso espero.
—Queda saldada señor Sócrates, puede usted estar tranquilo y satisfecho. —le dijo Helena con una sonrisa.
—Quedar satisfecho es algo demasiado amplio y difícil de conseguir señorita —agregó Sócrates observando otro jarrón, para después agregar— yo, solo para dar un ejemplo aproximado, quedaría satisfecho si me dieran a probar un trozo de queso con una generosa feta de jamón y un vaso de vino… eso sí me dejaría satisfecho.
—Llega usted a tiempo maestro —dijo Talía con una amplia sonrisa— justamente estábamos por almorzar, y aún nos queda queso, vino y jamón, nos encantaría que usted nos acompañara.
Ese almuerzo para Esteban y Juan compartiendo una charla amena, nada más ni nada menos que con Sócrates, fue para ellos algo inimaginable, grandioso, y les permitió experimentar en carne propia el poder de convicción de un hombre que es considerado para toda la humanidad un gigante, con la facultad de ser un ser cordial, humilde y con esa facultad de ver a la vida con humor.
—Ustedes estimados amigos, poseen un bien que en el trajín de la vida, se olvida, o no se le presta la debida atención. —comenzó la conversación Sócrates sirviéndose un trozo de queso con una rebanada de jamón.
—¿Cuál es ese bien al que usted se refiere Maestro —le preguntó Helena sirviendole vino.
—Ese bien al que me refiero es su juventud —dijo el maestro— si yo pudiera compraría años de juventud, pero lamentablemente no hay negocio o mercado sobre la tierra que tenga tal producto.
—Y si existiera alguien que vendiera años a buen precio —dijo Juan con picardía— qué haría usted señor Sócrates.
—Que buena pregunta que me hace usted; si yo consiguiera ser joven nuevamente estimado amigo, trataría de no cometer los mismos errores que he cometido, pero esto no es posible, porque aún no tendría la experiencia de vida necesaria, por lo cual llegamos a la conclusión que el camino solo es posible andando. Excepto —dijo Sócrates haciendo una pausa.
—¿Excepto que cosa? —preguntó Esteban intrigado.
—Excepto que yo fuera un viajero del tiempo —dijo el maestro tomando un sorbo de vino.
Esteban y Juan se miraron asombrados y deslumbrados ante tal respuesta que los involucraba.
—Pero aquí entramos en un terreno escabroso, —dijo Sócrates— porque nadie sabe aún, con total certeza que es el tiempo; para mi por ejemplo sólo podemos considerar el presente, el pasado ya no existe; es decir, para ser más claro, ya no podré disfrutar nunca más en mi vida de mi primer bocado de este exquisito queso que disfruté hace unos instantes, y el próximo bocado de este tierno jamón aún no se ha producido por lo cual ese instante todavía no existe; es más, entre este presente y mi próximo bocado es posible que ocurran mil cosas que puedan no permitirme probarlo…por esto, para que nada ocurra en ese misterioso tiempo que aún no lo he vivido, y me separa de este manjar, comeré con gusto otro trozo de jamón en este mismo instante. Cuando Sócrates tomó otro bocado de carne, todos rieron.
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