Ante esta pregunta de boca del hombre más poderoso y rico de Florencia, Esteban y Juan quedaron sin respuesta.
—Señor Lorenzo —comenzó diciendo Esteban— nosotros somos amigos de su amigo Leonardo, le ayudamos con gusto en sus trabajos, y lo que hemos hecho por usted lo haría cualquier persona por su amigo, por lo cual nada nos debe.
Lorenzo de Medici se quedó pensando un instante y después dijo mirando a Leonardo: —Pues entonces haré lo siguiente estimado Leonardo, tus dos amigos a partir de hoy comenzarán a trabajar para mi, tú tendrás que conseguir otros ayudantes.
De inmediato con una sonrisa Leonardo respondió: —Usted manda estimado señor Lorenzo, a un Medici, no se lo puede contradecir.
—Bien, —dijo Lorenzo— mañana mismo a primera hora estará aquí un carruaje para llevarlos a la fattoria más grande que poseo en la Toscana, cuyo administrador es grande y ya desea retirarse; a partir de este momento ustedes serán los nuevos encargados de llevar adelante todo lo que allí realizamos; que les advierto es mucho, pero se compensa con la vida que les espera, además tengo entendido que tienen ustedes dos amigas que me encantaría si se pueden hacer cargo de la cocina.
El trato se formalizó con un apretón de manos y un sirviente trajo queso y vino para consumar la relación.
A la mañana siguiente Giulia, Laura, Esteban y Juan partieron rumbo a una nueva vida con la alegría de los jóvenes al comenzar una nueva aventura.
Cuando llegaron a la casona de la fattoria, un grupo de empleados los recibieron como si fueran los dueños; bajo un frondoso árbol del enorme patio, del cual se podía ver las suaves laderas con hileras interminables de vides, corrales, quintas y plantaciones; se colocó una larga mesa con mantel blanco repleta de alimentos del lugar.
El viejo administrador, después de presentarle una a uno a todos los colaboradores, les explicó a grandes rasgos todo el funcionamiento, con el compromiso de recorrer todas las áreas con las diversas producciones en el transcurso de los siguientes días.
La mujer del amable hombre se llevó a Giulia y Laura para mostrarle la cocina, la huerta, las habitaciones, la pequeña capilla y obviamente el gallinero.
La casona era enorme, todas las habitaciones del primer piso estaban conectadas por una terraza en donde la vista era majestuosa.
El comedor tenía un hogar en donde se podía entrar parado y el mobiliario era de madera repujada; cuando los amplios ventanales se abrían, las blancas cortinas de lino se movían siguiendo el compás de la brisa primaveral.
Un enjambre de abejas, recorría los canteros repletos de flores. La vida transcurría allí, lenta, confortable, pausada y sin sobresaltos. El trabajo del establecimiento era diverso; la siembra de los campos, las cosechas, la atención de los viñedos. En la época de la vendimia, una vez que se terminaba el envinado en las barricas, se hacía una fiesta en donde sobre una larga mesa se servían varios platos, comenzando con una sopa reconfortante como la ribollita, seguida de un plato principal de carne, como un estofado de jabalí, también pappardelle con salsa de conejo y para finalizar, una selección de quesos locales, frutas frescas y un buen vaso de Chianti, luego se bailaba hasta altas horas de la noche.
No todo era tan simple, el trabajo variaba durante las estaciones del año, y la responsabilidad de llevar adelante toda la fattoria duraba todo el año; no obstante, los cuatro jóvenes, Giulia, Laura, Esteban y Juan, encontraban momentos para estar distendidos charlando y riendo.
Laura se llevaba muy bien con Juan y Giulia con Esteban, pero surgió algo que es frecuente y normal entre los jóvenes.
Una noche, cuando las dos hermanas se fueron a descansar, Esteban y Juan se quedaron solos charlando.
—Debo decirte algo querido amigo —dijo Juan mirando el brasero aún encendido— creo que me estoy enamorando de Laura.
—Estamos en el mismo problema amigo mío —Yo, ya estoy enamorado de Giulia.
Los dos jóvenes se quedaron callados, sabiendo ambos que este sentimiento era un inconveniente irremediable.
—Ya sé lo que me dirás amigo —le dijo Juan a Esteban—.
—Ambos lo sabemos —agregó Esteban— este no es nuestro tiempo, y nuestro sentimiento por ellas, si bien no está prohibido, no podemos llevarlo adelante, interferir en sus vidas es imposible.
—Jamás me imaginé que nos ocurriría tal cosa —continuó Juan.
—Yo tampoco —respondió Esteban— pero debemos afrontar esto del mejor modo aunque nos duela; pensemos que ellas estarán siempre con nosotros, y dejemos que puedan ser felices y continuar con el destino que les ha tocado.
—Tienes razón Esteban, ¿Te parece bien si nos fuéramos después de navidad?.
—Estoy de acuerdo Juan, les diremos que Leonardo nos pidió algo urgente, e inventaremos algo; les dolerá al principio; pero son jóvenes y lo superarán.
Para navidad faltaba un mes y el sentimiento que sentían Esteban y Juan, era recíproco por parte de Giulia y Laura, pero no desde ahora, su sentimiento venía de la época que trabajaban en la cocina del palacio Sforza.
Durante todo ese mes antes de navidad, los cuatro jóvenes pudieron disfrutar de largas caminatas por el campo, y graciosas charlas bajo el cielo estrellado contemplando esa luna que invita a los jóvenes enamorados a soñar despiertos.
Los preparativos para la fiesta de navidad comenzaron una semana antes; se realizaría una misa en la capilla a la que asistiría Lorenzo de Medici y su mujer, y después se celebraría la conmemoración con una cena en la terraza principal. Giulia y Laura programaron un menú para la ocasión. Todo el personal de la Fattoria compartirían la misma mesa con Lorenzo y su familia. Dos días antes llegó Leonardo y ayudó a sus amigos con las tareas previas para la celebración.
El veinticinco por la mañana, Giulia y Laura agasajaron a Esteban y Juan con un desayuno de reyes que sirvieron en la cocina. Ambas tenían vestidos que habían realizadas con sus propias manos para la ocasión y lucían en su cabello una pequeñas flores silvestres de color blanco, parecían dos novias preparadas para ingresar al altar.
Tanto a Esteban como a Juan ya les resultaba triste su partida, la cual sabían que sería muy dolorosa para ellas, pero no existía otra solución.
Esa última noche que ambas parejas charlaron y rieron pensando en un futuro, que no pertenecía ni a Esteban ni a Juan; porque su destino estaba muy lejos de ese lugar de ensueño, fue maravillosa para los cuatro, pero al mismo tiempo muy triste para los dos amigos; esa noche era la última noche que compartirían con las dos jóvenes.
Al día siguiente muy temprano Estaban y Juan les dijeron a las esperanzadas y risueñas jóvenes que tenían que partir solo por unos días para ayudar a Leonardo con un trabajo. La carroza partió y las dos muchachas se quedaron saludando desde el portal de la casa hasta que el carruaje se perdió de vista.
Cuando la carreta llegó al río en donde se encontraba la parte alta del acantilado, ya era de noche, entonces los dos amigos fingieron una discusión, ofuscados le perdieron al cochero que pare, cuando el carro se detuvo , ambos se bajaron y continuaron simulando gritos e insultos, después, se perdieron de vista en la oscuridad, luego buscaron dos grandes piedras y las arrojaron simultáneamente al río y se ocultaron; el cochero pensando que se habían caído al agua, bajo con un farol para ver qué había ocurrido, pero ya no los encontró.
Esteban y Juan lo observaban en silencio desde su escondite hasta que el pobre cochero desesperado regresó a la fattoria para avisar de la tragedia.
—Ya es hora de irnos Esteban, hagámoslo ya, antes de que me arrepienta.
Esteban asintió con su cabeza, tomó el reloj entre sus manos y le dio cuerda.