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viernes, junio 21, 2024

VIAJE AL PASADO (vigésimasegunda entrega)

            Cuando Esteban y Juan entraron en la vieja cuadra de panadería el lugar era deprimente, por el techo agujereado ingresaban varios rayos de sol; señal que cuando lloviera pasaría el agua, y en la pila de leña varios ratones se escabulleron por los huecos. 




—Que agradable lugar,  —dijo Juan con ironía—  en mi vida he visto algo peor.

—Al menos tenemos un techo,  —respondió Esteban mirando hacia arriba. 

—Si, es muy cierto amigo, tenemos un hermoso techo agujereado, por el cual cuando llueva pasará el agua a raudales  —dijo Juan— ahora comprendo el motivo por el cual el dueño no quiso cobrarnos por esto. 

—Lo mejor será arreglarlo, subiremos con esa escalera que está allí  —dijo Esteban comprobando que no estuviera podrida.

Cuando ambos amigos se encontraban realizando esa tarea el dueño de casa que se llamaba Jaime, apareció con dos tazones de sopa caliente, pan, queso, una jarra con vino, un farol y dos gruesas mantas de lana.

—Aquí tienen señores, —dijo el hombre con una sonrisa, dejando la bandeja sobre un tonel—  hoy invita la casa, mañana no.

Cuando la noche llegó, Juan encendió leña en un brasero para que el lugar estuviera más agradable y también el farol que con su mortecina luz proyectaba la sombra de ambos sobre las viejas paredes de madera. Después, el cansancio le fue ganando a la charla. 

—¡Señores, ya es hora, el trabajo espera!  —grito el dueño de casa, trayendo dos tazas de caldo caliente y algo de pan.

Ambos jóvenes despertaron y le agradecieron a aquel señor por la amabilidad de pensar en su desayuno, el cual les cayó de maravillas. 

Cuando llegaron al lugar de trabajo, un encargado les indicó a Esteban y a Juan que su tarea sería abastecer con ladrillos y argamasa a diez albañiles que estaban levantando paredes; estos rudos hombres colocaban ladrillos con una facilidad y velocidad que asombraba.









En varias oportunidades, solo por el hecho de bromear, y viendo que Esteban y Juan eran jóvenes y no eran muy prácticos, varios de esos hombres subidos al andamio les gritaban:

—¡más rápido!, ¡más rápido!, ¡necesito ladrillos!; ¡vamos chicos, ahora necesito argamasa! y al verlos a Esteban y Juan que a pesar de correr no llegaban a abastecerlos, se reían a carcajadas. 

Cuando se dieron cuenta que el centro de la gracia eran ellos, también se rieron; el secreto de su trabajo era que debían acarrear más cantidad de ladrillos por cada viaje para que estos expertos colocadores no se queden sin material. 

Si bien el trabajo era pesado y rudo, existía un clima de camaradería entre todos los trabajadores muy bueno.

Al mediodía se sintió sonar una campana que avisaba la hora del almuerzo; todos los obreros se dirigieron a una amplia sala con mesas y bancos en donde había un aroma delicioso proveniente de la cocina que habría más aún el apetito. Esteban y Juan se sentaron junto al señor carpintero dueño de la casa en donde dormían. 





—Ya verán amigos lo que les he dicho  —dijo el hombre sacándose su gorra— allí vienen Giulia y Laura, ellas mismas sirven su exquisito guiso.

Al verlas, los dos amigos las reconocieron de inmediato como siempre ocurría; eran las mismas personas que ya conocían desde tiempos remotos; la misma sensación; siempre hermanas; de profesiones y en situaciones distintas, en ese momento eran las cocineras del Castillo Sforzesco.

Cuando Laura se acercó a Esteban y Juan para llenar sus platos, primero los miró, después sonrió y dijo:

—Ustedes dos me parecen caras conocidas, pero no puedo recordar de donde, ¿son de aquí?.

—No, somos forasteros  —dijo Juan— aún no conocemos a nadie, pensamos poder establecernos, si nos permiten hacerlo. 

—Si son trabajadores y se portan bien, los aceptaremos, ¿no es cierto señor Jaime? —dijo la joven sonriente— dirigiéndose al hombre que les daba albergue. 

—El señor Jaime nos dijo que la comida que se vende en este bodegón  es la mejor de todo Milán, nos pareció una apreciación desmedida.  —dijo Esteban irónicamente. 

—Tendrán que comprobarlo, por ustedes mismos  —dijo Giulia que estaba cerca— hoy por suerte para ustedes no estamos cobrando. 

Todos rieron.

Los días venideros fueron apacibles; cuando llegó el viernes después del trabajo ambos amigos decidieron dar un paseo por los alrededores de la ciudad, al tomar por un camino que tenía unas vistas impresionantes a medida que se subía, al llegar a lo más alto, vieron a un hombre sentado sobre una roca que parecía observar solo el paisaje, para después anotar algo en un papel.







—Amigo mío  —dijo Esteban a Juan— si no me equivoco estaremos por hablar con el hombre más fabuloso e impresionante de todos los tiempos.

—Ya imagino a quien te refieres.

Cuando ambos se acercaron a esa persona, esta se dio vuelta para verlos.

—Buenas tardes caballero  —dijo Esteban, no sabría decirnos donde podemos encontrar algún lugar para tomar agua.

—Para tomar agua —dijo aquel hombre— pueden seguir caminando aproximadamente una hora y encontrarán una pequeña cascada de la mejor agua cristalina de todo Milán…pero si desean tomar un buen trago del mejor vino tinto de Lombardía, yo les puedo ofrecer un poco.

Tanto Esteban como Juan se rieron con ganas, y se sentaron junto a aquel señor jovial que debería tener unos cuarenta años. La charla se prolongó alternando el vino del hasta ahora desconocido, con un queso excelente que también les convidó. 

—¿Les gusta caminar por esta naturaleza?  —preguntó el solitario dibujante guardando sus escritos.

—Así es  —dijo Juan—. 

—Yo soy un amante y estudioso de la naturaleza, me gusta observar y aprender de ella, creo que todo lo que nos rodea nos quiere decir algo que nosotros los humanos no llegamos a comprender  —así comenzó la charla con ese hombre amante de la naturaleza que les convidó vino y queso. 

Cuando Esteban y Juan le contaron que estaban trabajando en el Castillo Sforzesco  este les dijo que él también.

—-Me encomendaron realizar una colosal estatua en bronce de un caballo  —dijo el hombre— es un trabajo enorme en donde estoy creando un nuevo método de fundición; este es el dibujo de como será. 





Después de decir esto sacó de su bolso de cuero un manojo de papeles y se los mostró a Esteban y Juan, allí pudieron ver asombrados el dibujo de un magnífico animal, junto con otros dibujos de pájaros. La charla se prolongó y en un momento aquel dibujante de caballos y aves les dijo algo que los dejó perplejos. 

—Siempre he tenido un sueño que pienso que en el futuro alguien podrá hacerlo. 

—¿Qué sueño?  —le preguntó Juan. 

—Me gustaría poder viajar en el tiempo, conocer el futuro, daría uno de mis brazos para saber cómo será. 

Esteban se mordió la boca, para no contarle; no obstante esto le dijo.

—Tal vez el hombre pueda hacerlo algún día.

—Quiero mostrarles mi taller, —dijo el señor poniéndose de pie con agilidad— , está en el Palacio Real. 





—Aún no nos hemos presentado —dijo Esteban— 

—Tienes razón, mi nombre es Leonardo Da Vinci, —dijo el hombre— ¿y el de ustedes?.

—Mi amigo Juan, y yo me llamo Esteban. 

Cuando los tres regresaron, Leonardo los llevó a que conocieran su estudio; cuando Esteban y Juan ingresaron en el taller de uno de los hombres más inteligentes de todos los tiempos, quedaron impactados y deslumbrados; allí había maquetas de extraños aparatos, dibujos, esquemas, cuadros, escritos, herramientas colocadas sobre grandes mesas de madera, pinceles junto a enormes paletas de colores; era el lugar de trabajo de un sabio; poder estar charlando con ese hombre vital y alegre para Esteban y Juan era un privilegio incalculable.





—Les mostraré lo que aquí realizo  —dijo Leonardo— este es mi lugar de trabajo, aquí creo mis invenciones, dibujo todo lo que me interesa de la naturaleza, y también pinto retratos de bellas mujeres como esta. 

Después de aproximarse a un caballete que estaba cubierto por una tela, al retirarla, para sorpresa de Esteban y Juan allí estaba el famoso cuadro de La dama del armiño.

—Esta hermosa mujer amigos, es Cecilia Gallerani la amante de Ludovico el Moro, Duque de Milán , mi mejor amigo.






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jueves, junio 20, 2024

VIAJE AL PASADO (vigecimatercera entrega)

               Durante la época de Ludovico Sforza duque de Milán otra de las ciudades más importantes de Italia era Florencia en donde ejercía su poder una poderosa  familia de banqueros; los Medici; fervientes amantes de las artes en donde prestigiosos artistas como Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel y Botticelli, convirtieron a Florencia en el centro del Renacimiento.

La relación más importante de Leonardo Da Vinci con la familia Medici fue con Lorenzo de Medici; durante este período podemos nombrar alguna de sus producciones pictóricas: La adoración de los magos, La anunciación, El bautismo de cristo, Virgen de las Rocas, La Gioconda, entre otros trabajos. 











F.B.


               La relación de amistad de Esteban y Juan con Leonardo se incrementó con el paso del tiempo, al punto de pasar a ser ambos ayudantes del maestro; se encargaban de buscar las plantas, las tierras y las piedras con las que Leonardo realizaba sus colores, el taller de Leonardo era un laboratorio en el cual conseguía componer  tonalidades inéditas. A pesar de no ir más a la obra de los Sforza ambos amigos entablaron una amistad con Giulia y Laura; todas las tardes paseaban por la ciudad, y los días de descanso salían a recorrer los alrededores. Esa vida placentera duró hasta que las relaciones de Ludovico Sforza con los Galos o Franceses se pusieron tensas, al extremo que la familia de las hermanas Giulia y Laura decidieron ir a vivir a Florencia; la casualidad hizo que Leonardo también producto de una encomienda, decidiera abrir su taller también allí.






—Tengo que decirles algo importante estimados amigos  —le dijo una noche Leonardo a Esteban y Juan—  hoy me ha dicho con pesar mi amigo Ludovico Sforza que no me podrá encomendar otros nuevos trabajos por la situación con los Galos; por lo cual en cuanto termine el mural de la Última cena me recomienda que trasladar mi estudio a Florencia; allí, un rico comerciante que se llama Francesco del Giocondo, hace un tiempo me ha solicitado un trabajo, desea un retrato de su esposa  Lisa Gherardini; también en esa ciudad un hombre muy importante que se llama Lorenzo de Medici, me ha mandado llamar, por todo lo cual creo que en Florencia tendré un nuevo horizonte para poder hacer todo aquello que me gusta. Espero que ustedes me acompañen para seguir ayudándome.

—Desde ya te decimos que te acompañaremos estimado Leonardo —les respondió Esteban—

—Podemos coordinar para ir junto con nuestras amigas Giulia y Laura  —dijo Juan.

—Me parece bien estimados amigos —respondió Leonardo— pero tengan en cuenta que el viaje es peligroso y muy largo; nos puede llevar Manuel, que es un carrero al que conozco, no podré llevar todo lo que tengo aquí, elegiré lo más importante. Descansaremos en los monasterios que nos quedan de paso, no obstante algunas noches tendremos que dormir en el camino.

         Cuando todo el viaje estuvo organizado en la madrugada de un hermoso día de primavera una enorme carreta tirada por una yunta de robustos caballos de tiro se detuvo frente al Palacio Real, donde se encontraba el taller de Leonardo, los tres amigos cargaron todo lo que se pudo, dejando lugar para que Gulia y Laura estuvieran cómodas; ellos tres irían en el pescante junto con el carrero.

Al finalizar se colocó una lona que cubría toda la carreta para proteger a los ocupantes y la carga de la lluvia.

El viaje comenzó con todas las expectativas de una aventura, el camino no se encontraba en buen estado, y los viajeros sufrían un incómodo traqueteo. No obstante, el paisaje era deslumbrante, praderas verdes tapizadas de flores silvestres, árboles que comenzaban a brotar, y el alboroto de pájaros que parecían estar enloquecidos de alegría por esa suave brisa y el sol. 

Cuando comenzó a  bajar el sol de ese primer día, decidieron parar para pasar la noche en una loma desde la que se podía ver un amplio valle verde. Los hombres se dedicaron a buscar leña para encender una fogata y las dos hermanas prepararon lo que habían traído para comer. 

Era una espléndida noche de luna llena y la fogata brindaba el clima justo para charlar.

—Siempre me pregunté cómo será posible que la luna brille tan maravillosa  —comentó Manuel que solo sabía de caballos, carretas y caminos.

Esto le dio pie a Leonardo para explayarse de toda su sabiduría al respecto.

—En realidad estimado amigo, la luna no tiene brillo propio, solo posee agua en la que se refleja los rayos del sol; pero es más complejo decir esto de las miles y miles de estrellas que he podido comprobar que se mueven siguiendo un patrón muy extraño y complejo. (En aquellos tiempos todavía se pensaba que el sol giraba en torno a la tierra)





Tanto Esteban como Juan, a pesar de morirse de ganas de explicarle a Leonardo sus conocimientos, no podían hacerlo, porque temían que dar información del futuro, a un cerebro como el de Leonardo, podría llegar a cambiar drásticamente el curso de la  historia.

Esteban que estaba siempre deslumbrado por todo lo que dijera Leonardo le preguntó a propósito, para incentivar la conversación:

—Lo que a mí siempre me sorprende es saber cómo pueden volar los pájaros y nosotros no.

—Yo he estudiado mucho el vuelo de los pájaros y más importante que sus alas y poder volar es poder entender cómo pueden planear; creo que si pudiera descubrir esa maravillosa obra de la naturaleza, poder planear, el hombre lograría también volar.

—Si usted lo dice maestro  —dijo Juan sirviendo más vino— es seguro que el hombre alguna vez podrá volar, no me cabe duda que tenemos todo frente a nuestros ojos, la naturaleza nos lo muestra, como usted bien nos enseñó, pero seguimos sin entender lo que nos quiere decir.

—Así es estimado amigo, nunca se encontrará invento más bello, más sencillo o más económico que los de la naturaleza, pues en sus inventos nada falta y nada es superfluo. —dijo Leonardo esa noche entre amigos.

—Espero fervientemente que el hombre jamás pueda volar  —dijo muy seriamente Manuel — si eso fuera posible nosotros los carreros nos moriríamos de hambre.

Todos rieron. 

A la madrugada del siguiente día las hermanas reavivaron el fuego para calentar una exquisita sopa mientras los hombres enganchaban los caballos a la pesada carreta; después de desayunar continuaron el viaje. 

Resultó ser otra jornada muy dura hasta que al atardecer llegaron a un viejo monasterio.






Allí los recibió un monje muy amable que los condujo después de atravesar un patio rodeado por una galería con columnas y arcos de medio punto, a las habitaciones. Estas eran muy austeras pero para pasar la noche resultaban más que suficiente. 

La cena se realizaba en el comedor principal en donde fuentes humeantes ubicadas a lo largo de una austera mesa  anticipaban con su aroma un grato momento. Todos los monjes eran hombres grandes incluidos el abad. Después de que este agradeciera los alimentos, le dio la bienvenida a los huéspedes. 

La cena se realizó en silencio, cuando se finalizó, todos se retiraron a sus aposentos excepto, el Abad, Leonardo, Esteban y Juan.

Esa noche ambos amigos tuvieron la oportunidad de escuchar una conversación y un cambio de pareceres entre el Abad y Leonardo apasionante e inolvidable.

La interesante charla la comenzó el Abad, el cual tenía una rígida estructura de conocimiento sobre teología, pero también su mente estaba muy atenta y abierta a las nuevas ideas que se comenzaban a vislumbrar; la fuerza del Renacimiento era algo que ya no se podía detener.

Sentado en un cómodo sillón de la pequeña sala de reuniones iluminada por un candelabro, el Abad le preguntó a los tres huéspedes presentes:

—¿Creen ustedes en Dios?






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miércoles, junio 19, 2024

VIAJE AL PASADO (vigesimacuarta entrega)

               La pregunta del Abad sorprendió a Esteban y a Juan; ambos dijeron que por supuesto creían en Dios, pero Leonardo, miró fijamente al anciano y le dijo:

—Yo soy un incansable observador de la naturaleza, del cielo nocturno, de la lluvia, del viento, de los pájaros, del rayo y de nuestros sentimientos; también me asombra las matemáticas, la absoluta perfección de funcionamiento de nuestro cuerpo. Pero Dios es en mi opinión alguien demasiado inmenso para poder al menos poder imaginarlo por nosotros. 





Desde nuestra arrogancia pensamos que alguna vez podremos controlar a la naturaleza; o conocer a Dios; sin entender que somos tan pequeños ante ella, que si no existieramos,  ella continuaría adelante en su infinito desarrollo sin nuestra presencia. 

Por esto, sin lugar a duda creo en Dios; pero no creo en la magnificencia del hombre.

El anciano Abad, le respondió:

—Toda mi vida la he puesto al servicio del Señor, estudiando y meditando, con la esperanza que al final del camino al menos obtendría alguna respuesta; pero ahora que mi vida se está por terminar, tengo muchas más preguntas sin respuesta, y esto crea en mí, la sensación de haber tomado el camino equivocado. 

—El camino que elegimos señor Abad —dijo Leonardo—  creo yo que no tiene que ver con Dios, él solo nos ha colocado en la naturaleza para que nosotros tomemos nuestras propias decisiones. Con el mayor respeto a su investidura y sabiduría muy reverendo Padre Abad, yo pienso que también la fe, es ese otro sentimiento que nos permite continuar por el camino elegido confiando que es el correcto. 

—¿Qué piensan ustedes sobre la muerte?; les pido que me digan la verdad de lo que ustedes creen, no lo que imaginan que me gustaría escuchar.  —dijo el anciano Abad, palpando con su mano el pesado crucifijo que tenía en su pecho.

Esteban y Juan se sintieron muy alejados de poder dar su parecer; era preferible solo escuchar a dos hombres inteligentes y contemporáneos hablando sinceramente. 

—La muerte señor Abad, como usted bien sabe —dijo Leonardo— solo puede ser comprendida por nosotros los humanos; los animales, las plantas, no tienen esa carga en sus vidas. Creo yo; que allí sí, intervino Dios, ¿por qué motivo nos creó con esa carga que nos acompaña desde que tenemos uso de la razón?, ¿por qué nos ha revelado que existe un principio y un final?...me animo a decir que nos dejó un encargo para realizar, que no llegamos a comprender acabadamente. Tal vez ese recado sea que tenemos una misión que cumplir, pero la pregunta sin respuesta es ¿cuál es esa misión?.

Yo creo que lo que nos quiere decir, es que la vida es un mecanismo muy delicado y equilibrado que puede extinguirse con facilidad, del mismo modo que el fuego destruye en muy poco tiempo y sin piedad, un bosque que tardó cientos de años en crecer. Quizás señor Abad, Dios nos colocó en la naturaleza para ser fieles custodios de este sistema exquisito, que es la vida que nos rodea. 

El anciano Abad se quedó en silencio un largo rato, como si estuviera recordando su vida, sus creencias, sus dudas, sus preguntas sin respuesta. 

—Eres muy inteligente Leonardo Da Vinci  —dijo el anciano, poniéndose de pie— a tal punto que todo lo que hemos hablado esta noche aquí, lo dejaré por escrito para aquellos que vendrán, agregando mis reflexiones; creo que hoy, Dios me ha enviado su respuesta, en boca de un joven brillante; les deseo buena vida a los tres, y no me cabe duda que ustedes han elegido el camino correcto.

Después de decir esto el Abad se retiró y los tres huéspedes no lo volvieron a ver.

Al día siguiente continuó el viaje, fueron cuatro días rudos pero soportables; por fin pudieron ver a lo lejos la cúpula de la catedral de Santa María del Fiore; habían llegado a la culta, tumultuosa y fantástica Florencia. 

            





En aquella época Florencia estaba dominada por la poderosa familia Medici, pero tenían unos adversarios muy peligrosos que pretendían controlar la ciudad, los Pazzi.

A tal punto llegó este enfrentamiento, que los Pazzi, pretendieron llegar a su objetivo drásticamente…matando a Lorenzo y Giuliano de Medici.  El atentado se realizó durante una ceremonia en el Duomo; pero el destino tomó otro rumbo del que los asesinos imaginaron. 


F.B.


En muy poco tiempo Giulia y Laura consiguieron trabajo en la cocina de la  casa de los Medici, en donde Leonardo también comenzó a ser un invitado frecuente para la familia. Esteban y Juan continuaron con su trabajo de asistentes y durante su tiempo libre paseaban con sus dos amigas, disfrutando con las magníficas obras de arquitectura que tenía la ciudad y las obras de arte que encontraban a cada paso.

—Estamos invitados a una misa que se celebrará en la catedral  —les dijo Leonardo una mañana a Esteban y Juan que estaban terminando de acomodar el taller—  allí podrán ver de cerca a Lorenzo y Giuliano de Medici, lleven a sus amigas, porque estarán presentes las familias más ricas de Florencia. 

Cuando al día siguiente Esteban y Juan fueron a la catedral con sus amigas, sólo pudieron llegar al atrio, porque la multitud que había agolpada les impedía ingresar. Al terminar la ceremonia el público comenzó a dar paso a Lorenzo y Giuliano que salían muy sonrientes seguidos de señoras y señores de la nobleza Florentina. 

El asombro de ver a tan corta distancia a los integrantes de la familia Medici fue una experiencia maravillosa para Esteban, hasta que de pronto le gritó desesperado a su amigo Juan:

—¡Juan, no lo recordaba, van a tratar de matar a los Medici!

—¿Cuándo?   —preguntó su amigo, pensando que se trataba de una broma.

—¡En este preciso momento!.

Dos hombres que estaban mezclados con el público se interpusieron al paso de los hermanos Médici y sin decir una sola palabra sacaron de entre sus ropas puñales; la primer embestida fue contra Giuliani, que recibió dos puñaladas en el tórax y cuando el otro agresor intentó hacer lo mismo con Lorenzo, Juan desvió el curso del brazo asesino de una patada, mientras Esteban sostuvo al asesino de Guiliani del cuello el cual arrojaba puñaladas al aire sin parar.





Por fin otros hombres intervinieron resguardando a Lorenzo que solo estaba desconcertado, y después los dos agresores quedaron controlados y sujetos por varios hombres; lamentablemente Giuliano quedó ensangrentado y tendido en el suelo; murió a los pocos instantes. 

El lamentable hecho hizo que invitaran a los pocos días, después de las exequias de Giuliano, a Esteban y Juan a una entrevista con Lorenzo en la que Leonardo estaba presente.





Cuando ambos amigos llegaron al palacio estaban tan asombrados que no podían creer lo que estaban viviendo. 

—¿Imaginabas algo así?  —le preguntó Juan a Esteban antes de ingresar al imponente palacio Medici - Riccardi

—Jamás imaginé tal cosa.

Al llegar al portón principal dos sirvientes los acompañaron a la reunión; después de atravesar dos patios, ingresaron en un salón que ostentaba un hogar impresionante, al cabo de unos instantes se abrió una puerta doble de la que salieron Leonardo muy sonriente y otro hombre de rasgos delicados, después de los saludos protocolares, los cuatro hombres se sentaron frente a frente en unos sillones de madera repujada.

El que comenzó a hablar con un tono de voz muy firme pero a la vez delicada, fue Lorenzo, el hombre más poderoso y rico de toda Florencia, que dirigiéndose a Esteban y a Juan les dijo:

—Señores; a ustedes dos, les debo estar vivo; ¿como puedo retribuir tal cosa?.






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