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sábado, junio 29, 2024

VIAJE AL PASADO (decimaoctava entrega)

           Todos los hombres de la tribu de Caleb sabían que para sobrevivir en el desierto el agua es el bien fundamental, sin ella no hay vida posible. Pero esta necesidad incluía a todas las tribus, y por ello, también era necesario pelear.

No era la primera vez que se tenían que enfrentar con otra tribu, pero esta en particular era muy peligrosa.

Después de una jornada de viaje, el jefe Caleb, ordenó antes de acercarse al oasis ocupado, que las mujeres y los chicos se quedaran en un lugar distante.

Esteban y Juan decidieron acompañar a Nadab, los tres pelearian junto a los hombres de la tribu. Cuando se despidieron de Mut y Maat, fue un momento muy triste, las dos hermanas lloraban desconsoladas; Juan y Esteban tenían ambos un muy mal presentimiento.

Todos los hombres se formaron en tres filas con sus cimitarras en mano montados en sus camellos, al frente iba Caleb; el oasis se encontraba detrás de un médano muy alto, al que subió el vigía; todos estaban atentos a su señal para atacar. Cuando este bajó su brazo, comenzó la embestida; al grito de ¡Los dioses nos protegerán! se abalanzaron con furia sobre la tribu que les impedía llegar al agua.





Los hombres que ocupaban el oasis estaban distraídos cargando sus jarrones, el ataque los tomó por sorpresa, pero superaban ampliamente en número a los hombres de Caleb.

Juan y Esteban iban detrás del hermano de sus amigas; un hombre con su lanza hizo trastabillar al camello de Nadab y este salió despedido quedando desmayado tendido en el piso; Esteban y Juan al querer ir en su ayuda fueron interceptados por dos hombres enfurecidos, unos de los cuales le pegó con su puño un fuerte golpe en la espalda a Esteban, que lo derribó de su camello e hizo que el reloj que lo tenía colgado en su cuello, saliera despedido muy lejos. Juan pudo ver que otro agresivo hombre venía corriendo con su lanza para matar a Esteban que estaba inconsciente. 





Sin saber de dónde sacó su fuerza, Juan tomó al agresor del cuello y no lo soltó hasta que este quedó inconsciente; de inmediato socorrió a su amigo que estaba reaccionando. Lamentablemente cuando quisieron ir en ayuda de Nadab, este estaba muy mal herido por una lanza clavada en su pecho; cuando estuvieron a su lado su amigo los miraba sabiendo que había llegado su fin, alcanzaron a sostener su mano hasta que su corazón dejó de latir.

La situación del campo de batalla era desoladora, la mayoría de los hombres de la tribu de Caleb estaban muy mal heridos o muertos. A Esteban y Juan les quedaba su último recurso, el reloj, pero tenían primero que encontrarlo.

Un grupo de nómades los vieron y comenzaron a correr hacia donde estaban ellos blandiendo sus cimitarras; Juan había visto el lugar aproximado en donde había caído el reloj; los dos amigos corrieron muy rápido hasta allí, pero en un primer momento no lo veían, la arena lo había tapado; el primero de los agresores cuando estuvo frente a Esteban, levantó su filosa arma para matarlo y descargó el golpe; pero Esteban se corrió y la hoja de acero siguió de largo sin tocarlo; un mínimo resplandor en la arena llamó la atención de Juan, era la brillante cadena del reloj que estaba al descubierto, se abalanzó hacia él, lo tomó con sus dos manos y le pudo dar cuerda.

Tanto Esteban como Juan al instante sintieron un viento helado que golpeaba sus caras, y la arena comenzó a desaparecer bajo sus pies; los cuatro agresores se transformaron en siluetas transparentes hasta que desaparecieron; en su lugar fueron tomando forma, personas con túnicas blancas, caminando sobre un piso de mármol. Al cabo de un instante se encontraron ambos parados entre unos cestos de mimbre y paños multicolores bajo un toldo que una brisa cálida movía suavemente. Todo el lugar se convirtió en un bullicioso mercado con gente que hablaba y gesticulaba intercambiando mercaderías de todo tipo: telas, gallinas, verduras, frutas, pescado, carne, cántaros de barro, también había chicos que corrían de un lado a otro y gritando  y unos hombres que caminaban cargando en sus espaldas enormes y pesadas bolsas. Otros al parecer de más jerarquía o posición, vestidos con túnicas blancas conversaban distendidos y cordialmente. 

Ambos amigos aún con su corazón latiendo con fuerza comprendieron que estaban una vez más en otro lugar; en otro tiempo. 

Esteban más calmado, pudo ver que al final de esa calle tan concurrida sobre una alta plataforma, se observaba una silueta inconfundible; pero curiosamente pintada con vivos colores; era el majestuoso Partenón Griego.





La Antigua Grecia experimentó su período de mayor esplendor durante el llamado "Período Clásico", aproximadamente entre los siglos V y IV a.C. 

Siempre me ha interesado de la historia, investigar a aquellos protagonistas, mujeres u hombres, que han quedado por aquello que realizaron en sus vidas, hazañas, estudios, descubrimientos, teorías, o eventos que influyeron en la humanidad. El ateniense Sócrates fue uno de ellos. 

Se caracterizaba por su curiosidad intelectual, su humildad, su valentía y su pasión por la verdad. Su legado ha influido profundamente en el pensamiento occidental y continúa siendo objeto de estudio y debate hasta el día de hoy.

Pero más allá del enorme legado que ha dejado para Occidente la antigua civilización griega, poseía una rica diversidad de ocupaciones, desde agricultores, artesanos, comerciantes, políticos y prestigiosos filósofos. Obviamente la historia universal no se ocupa de la gente común, sería imposible, hombres y mujeres que trabajaron, lucharon, se sacrificaron, formaron su familia, y murieron sin ser tenidos en cuenta por la historia escrita. La historia con mayúscula sólo cita a poderosos, ricos, valientes guerreros o pensadores destacados. Este no era el caso de Helena y Talía que eran dos jóvenes mujeres que llevaban adelante su taller de cerámica que heredaron de sus padres, en la agitada Atenas, cuando Sócrates enseñaba a sus discípulos;  ellas vendían su producción en el mercado con la simple esperanza de poder subsistir y con el tiempo formar un hogar, en ese mundo complejo y apasionante a la vez, en donde la mujer era dependiente del hombre y no podía ocupar ninguna posición destacada.

F.B.



—Estamos en la antigua Grecia querido amigo —dijo Esteban— aún me parece que el guerrero nómada me amenaza con su cimitarra. 

—A mi todavía me late el corazón, estuvimos muy cerca de haber perdido la vida.

Como siempre me ocurre  —dijo Esteban sacudiéndose la ropa como si tuviera arena, que ya no tenía— queda en mi mente el rostro de Nadab y sus hermanas. ¿Cuál habrá sido el destino de nuestras amigas?

—Jamás lo sabremos, estimado amigo, lo mejor es no saberlo, pensemos que cuando compartimos la vida con ellas pasamos momentos muy agradables; quizás como hemos dicho, ahora mismo estén viajando en el tiempo, a otro lugar, a una realidad distinta; hay muchas cosas de nuestra existencia que todavía no sabemos.

—Tienes mucha razón Juan, —dijo Esteban colocándose el reloj en su cuello— ahora tratemos de insertarnos en esta sociedad; allí veo un taller de cerámica; yo se utilizar el torno, pediremos trabajo.

Cuando ambos amigos ingresaron al taller, allí estaban fabricando enormes cántaros de barro; sobre largas y altas estanterías se apilaban todo tipo y tamaño de vasija secándose antes de ingresar al horno para su cocción final. 

En cuanto entraron, dos jóvenes mujeres con sus manos y su ropa manchada de arcilla se quedaron observándolos detrás de un enorme mesa de madera rústica. 

No conocer el idioma no fue impedimento para que se entendieran.

Una de las chicas tomó con sus dos manos de un recipiente una gran cantidad de arcilla húmeda y la colocó sobre el torno alfarero, después le indicó a Esteban que lo utilizara. Cuando vieron como Esteban comenzó a modelar un jarrón, las dos chicas se miraron y rieron…Esteban y Juan habían sido contratados por las dueñas del taller, se llamaban Helena y Talía.






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viernes, junio 28, 2024

VIAJE AL PASADO (decimonovena entrega)

           Cuando Esteban y Juan comenzaron a trabajar en el taller de alfarería, no se imaginaban el caudal de trabajo que las dos chicas llevaban adelante hasta ese momento solas; la primer tarea de la mañana era preparar la arcilla para poder moldear la enorme cantidad de productos que se realizaban,  desde enormes jarrones destinados a las fábrica de aceite, pasando por cántaros para acarrear agua, calderos, platos y vasos. Dos veces por semana atendían su puesto en el mercado, y cuando se lo requerían llevaban fuera de la ciudad a su carro cargado con las vasijas más grandes destinadas a los establecimientos que producían aceite de oliva.

También se procuraba tener leña seca para el horno desde el campo, el trabajo de hornear consistía en tener que acomodar toda la producción en una cámara que se cerraba, encender el fuego y mantenerlo durante todo el día; al día siguiente abrir la cámara y retirar todo para colocarlo en el depósito.

Tanto Helena como Talía eran muy alegres y trabajadoras, su jornada comenzaba cuando despuntaba el sol y terminaba al atardecer, cuando estaban sentadas frente al torno de alfarería les gustaba cantar, el amplio local se abría a una galería que daba a la calle, con techumbre de palos para mitigar el sol, en donde se exponía todo lo que el taller producía y jamás faltaba grandes macetas, repletas de coloridas flores. 

El contrato de palabra que se pactó con Esteban y Juan era muy simple, ellos debían hornear toda la producción, cargar y descargar el carro para cuando era necesario llevar los cántaros a los diferentes clientes y acompañarlas para realizar el reparto, también debían cuidar a su viejo caballo y mantener el pequeño establo limpio que también era el lugar donde podían dormir. La paga sería de dos dracmas por día de trabajo a cada uno, que para ese momento era un salario generoso.

La comida estaba incluida, desayuno, almuerzo y cena, compartiendo la misma mesa con ellas. 

Cuando las dueñas atendían su puesto en el mercado, Esteban y Juan quedaban a cargo del horno.







—Debo decir Esteban que esta vida me resulta muy agradable —decía Juan mientras cargaba el horno, para después agregar— estaba pensando que el reloj nos ubica siempre en un lugar en donde siempre surgen dos hermanas; primero fueron Sol y Luna, después Fen y An, luego Mut y Maat y ahora Helena y Talía. 

—Así es, esto no puede ser algo casual, —respondió Esteban— evidentemente alguien o algo dirige nuestro destino, se suma a esto que en todos los casos siento lo mismo, ya las conozco desde antes; tengo una teoría descabellada, pero cada viaje en el tiempo parece que afirma lo que pienso. 

—Creo adivinar esa teoría tuya estimado amigo…son siempre ellas  —dijo Juan seriamente.

Así es Juan, ya no me cabe ninguna duda…son siempre ellas. —respondió Esteban— no obstante debemos comprender y aceptar algo; nosotros no pertenecemos a este presente, solo estamos de paso, por lo cual no podemos interferir en sus vidas, solo somos un par de compañeros de viaje que en algún momento debemos partir e irnos de sus vidas. 

—Tienes razón amigo mío, solo estamos aquí de paso, debemos aceptarlo aunque nos duela.


La vida y la muerte pueden ser el principio y el final, pero según como se lo vea, también puede ser la continuación de la vida. Yo creo que nadie puede tener la última palabra, existen muchas cosas en la naturaleza que aún no se pueden desentrañar. En apariencia cuando nacemos nuestra mente está vacía y a medida que crecemos los recuerdos comienzan a acumularse; pero también podemos suponer que nuestro cerebro al nacer, guarda en una caja con siete llaves recuerdos, que valga la redundancia, jamás recordaremos, pero que allí están.

Quizás el reloj de Esteban y Juan, son las siete llaves de esa caja maravillosa de recuerdos que provienen de nuestros ancestros. 


F.B.


El primer día que las hermanas dueñas del taller de alfarería fueron a realizar el reparto de sus productos a las afueras de la ciudad acompañadas por sus dos nuevos empleados, Esteban y Juan; estos disfrutaron de este viaje al transitar por senderos intrincados entre montañas y praderas tapizadas de grandes rocas, en donde plantaciones, de vides, olivares, y quintas, desbordaban en los campos.

Como el caballo de las hermanas era viejo, debían de realizar algunas paradas para que el noble animal se repusiera para después retomar el camino con fuerza renovada. Después de entregar varios pedidos, algunos de los cuales se intercambia por verduras y huevos. Helena y Talía decidieron parar a la sombra de un robusto árbol que proyectaba su acogedora sombra sobre una terraza natural la cual poseía una vista panorámica de la ciudad. Allí extendieron un mantel blanco sobre la hierba y desplegaron una serie de simples pero exquisitos alimentos que todos disfrutaron.





Cuando la charla de los cuatro jóvenes se tornó amena y risueña, pasó por el camino un hombre mayor, vestido con una túnica blanca que acompañaba su sostenida y enérgica marcha con una robusta bara; cuando estuvo cerca de los jóvenes, levantó su mano y las dos hermanas lo saludaron cordialmente; el hombre, se acercó al grupo y después de saludar pidió si le podían brindar un poco de agua para tomar; de inmediato, Helena con una amplia sonrisa le alcanzó un pequeño cántaro repleto de agua fresca, y le dijo que se lo podía llevar; el hombre hizo una pequeña reverencia y dijo:

—Que gesto tan amable para un sediento, este cántaro para mí en este momento posee un precio incalculable, ¿cómo puedo retribuir tan noble actitud?.

—Es muy simple —respondió Helena—, con que usted lo recuerde para mi es suficiente, de ese modo, en circunstancias inversas usted tendrá que hacer lo mismo.

—Buena respuesta, señorita, a partir de hoy, tengo una deuda con usted que no olvidaré; no obstante le devolveré el cántaro en cuanto pueda; pero la deuda no estará saldada, y eso implica una carga extra para un caminante como yo.

—No puedo resolver eso señor, tendrá que soportar el peso de su deuda, tal vez de por vida.

—Creo que hubiera sido mejor soportar mi sed antes de contraer una deuda tan grande.

Ambos rieron con ganas porque Helena conocía al señor, que era un viejo amigo de su padre, y había escuchado de su boca ciento de disertaciones de ese tipo.

Sin decir más el hombre continuó con su marcha.

—¿Quien es ese señor Helena?  —le preguntó Esteban.

—Se llama Sócrates. 





         Cuando los cuatro jóvenes regresaron al taller ya estaba anocheciendo; Esteban y Juan, descargaron la mercadería del carro, después de desenganchar el caballo, cuando lo estaban llevando al establo, sintieron que las dos hermanas que se habían retirado a descansar pegaron un grito que se sintió en todo el lugar; los dos amigos corrieron a ver que pasaba y el taller en donde se guardaba toda la producción de un mes entero de trabajo estaba destruido, no había un solo cántaro, un solo plato, por pequeño que fuera que no estuviera roto. Las hermanas lloraban abrazadas en medio de un destrozo que sin lugar a dudas se había hecho adrede.


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jueves, junio 27, 2024

VIAJE AL PASADO (vigésima entrega)

 


Viajar en el tiempo posee ciertas cosas muy curiosas. Como sabemos,  Esteban y Juan en cada salto de su viaje recorrieron siglos, pero esto no es gratuito, más allá de la dolorosa situación de perder a seres que compartieron parte de su vida, tanto en situaciones agradables como críticas; también cambiaron ellos, en cada viaje adquirieron experiencia y también más edad. Pasaron de ser dos chicos curiosos, a dos adolescentes con mente de hombres.


F.B.


Helena y Talía estaban devastadas, su trabajo de varias semanas había sido destruido, no solo sus horas y horas de labor estaban perdidas, también todo el material no se podía recuperar.

Sus ingresos eran muy justos para tener ahorros, por lo que debían de empezar de nuevo con muchísimo sacrificio, incluso tendrían que solicitar al proveedor de arcilla y leña que les permitieran adquirir mercadería al fiados, tampoco podían continuar empleando a Esteban y Juan, estaban arruinadas.





—¿Quién pudo haber hecho esto?  —preguntó Juan.

—Han sido los hijos de Nereo, —respondió Helena secándose las lágrimas con su mano— es el antiguo socio de nuestro padre, que nos odia porque cuando se separaron, nunca pudo competir con nosotros, le gusta beber mucho, y nunca cuidó a sus clientes, sus dos hijos, son iguales a él, pero aunque sepamos que fueron ellos no tenemos prueba, por lo cual no podemos hacer nada, ahora tampoco podemos contratarlos a ustedes, no tenemos dinero. 

—Eso no es problema  —contestó Esteban— podemos trabajar solo por la comida. 

—Y dejarnos dormir en el establo  —dijo Juan— junto a nuestro entrañable y viejo amigo Simón (así se llamaba el caballo).

A pesar de la situación desafortunada, los cuatro jóvenes rieron.

A la mañana siguiente, cuando comenzaban a limpiar el destrozo, llegó Sócrates con la intención de devolver a las hermanas el cántaro con el que le convidaron agua. Cuando vio lo ocurrido, preguntó cómo pasó tal cosa. Las hermanas le contaron con lujo de detalles la historia de Nereo y su finado padre, historia que Sócrates recordaba perfectamente y conocía qué tipo de persona era y también sabía que sus dos hijos eran muy conocidos por causar problemas en todos lados. 

—Veré que puedo hacer  —dijo Sócrates— pero sin pruebas, ni testigos, no se puede culpar a nadie, y prejuzgar no es correcto, porque si todo prejuzgamos de todos, la vida sería una disputa eterna, no obstante a veces las personas pueden cambiar.

A las hermanas alfareras, el proveedor de arcilla y el de leña, las conocían muy bien y sabían que siempre compraban su mercadería y pagaban al contado; por lo cual no dudaron en darle todo lo que ellas necesitaban, y las esperarían para el pago cuando vendieran su producción. 

Había transcurrido una semana del lamentable hecho cuando una tarde sucedió algo inesperado. Una carro cargado de cántaros se paró frente al local de Helena y Talía, esto sorprendió a las muchachas, pero la sorpresa fue mayúscula cuando vieron que el que conducía era Nereo junto a  sus dos hijos, que sin decir una sola palabra descargaron toda esa mercadería en el frente del local.





—¿Qué significa esto?  —preguntó Helena al viejo Nereo— 

—Sabemos que alguien ha cometido un hecho incalificable contra ustedes —respondió el viejo, y agregó— más allá que yo era un viejo adversario de su padre, ustedes nada tienen que ver con esa antigua disputa, por eso acepten por favor esta mercadería que de algún modo salda una vieja herida entre nuestras dos familias. 

Después de pensarlo unos instantes, Talía optó por hacer lo correcto sin dejarse llevar por el rencor y dijo:

—Aceptamos de buen agrado su ayuda, y con ella queda saldada las diferencias entre nuestras familias, les deseo que los dioses los acompañen.

Al otro día apareció en el taller de las hermanas, Sócrates, que observó con beneplácito que el local nuevamente estaba repleto de mercaderías. 

Helena supo de inmediato que el viejo sabio, tenía mucho que ver con lo ocurrido y le preguntó:

—Me gustaría saber qué le dijo el señor Sócrates al viejo Nereo para ablandar su corazón.

Sócrates haciéndose el distraído mirando el interior de un jarrón enorme dijo:

—Lo que ocurre estimada Helena; es que yo solamente actué en beneficio propio, debido a que tenía una deuda enorme contigo de por vida, y por suerte he conseguido saldarla, o al menos eso espero. 

—Queda saldada señor Sócrates, puede usted estar tranquilo y satisfecho. —le dijo Helena con una sonrisa.

—Quedar satisfecho es algo demasiado amplio y difícil de conseguir señorita  —agregó Sócrates observando otro jarrón, para después agregar— yo, solo para dar un ejemplo aproximado, quedaría satisfecho si me dieran a probar un trozo de queso con una generosa feta de jamón y un vaso de vino… eso sí me dejaría satisfecho.

—Llega usted a tiempo maestro  —dijo Talía con una amplia sonrisa— justamente estábamos por almorzar, y aún nos queda queso, vino y jamón, nos encantaría que usted nos acompañara.

Ese almuerzo para Esteban y Juan compartiendo una charla amena, nada más ni nada menos que con Sócrates, fue para ellos algo inimaginable, grandioso, y les permitió experimentar en carne propia el poder de convicción de un hombre que es considerado para toda la humanidad un gigante, con la facultad de ser un ser cordial, humilde y con esa facultad de ver a la vida con humor.

—Ustedes estimados amigos, poseen un bien que en el trajín de la vida, se olvida, o no se le presta la debida atención. —comenzó la conversación Sócrates sirviéndose un trozo de queso con una rebanada de jamón. 





—¿Cuál es ese bien al que usted se refiere Maestro  —le preguntó Helena sirviendole vino.

—Ese bien al que me refiero es su juventud  —dijo el maestro— si yo pudiera compraría años de juventud, pero lamentablemente no hay negocio o mercado sobre la tierra que tenga tal producto.

—Y si existiera alguien que vendiera años a buen precio  —dijo Juan con picardía—  qué haría usted señor Sócrates. 

—Que buena pregunta que me hace usted; si yo consiguiera ser joven nuevamente estimado amigo, trataría de no cometer los mismos errores que he cometido, pero esto no es posible, porque aún no tendría la experiencia de vida necesaria, por lo cual llegamos a la conclusión que el camino solo es posible andando. Excepto  —dijo Sócrates haciendo una pausa.

—¿Excepto que cosa?   —preguntó Esteban intrigado. 

—Excepto que yo fuera un viajero del tiempo —dijo el maestro tomando un sorbo de vino.

Esteban y Juan se miraron asombrados y deslumbrados ante tal respuesta que los involucraba.

—Pero aquí entramos en un terreno escabroso, —dijo Sócrates— porque nadie sabe aún, con total certeza que es el tiempo; para mi por ejemplo sólo podemos considerar el presente, el pasado ya no existe; es decir, para ser más claro, ya no podré disfrutar  nunca más en mi vida de mi primer bocado de este exquisito queso que disfruté hace unos instantes, y el próximo bocado de este tierno jamón aún no se ha producido por lo cual ese instante todavía no existe; es más, entre este presente y mi próximo bocado es posible que ocurran mil cosas que puedan no permitirme probarlo…por esto, para que nada ocurra en ese misterioso tiempo que aún no lo he vivido, y me separa de este manjar, comeré con gusto otro trozo de jamón en este mismo instante. Cuando Sócrates tomó otro bocado de carne, todos rieron. 


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sábado, junio 22, 2024

VIAJE AL PASADO (vigesimaprimera entrega)

 

La vida en la antigua Atenas de Sócrates era apacible; tanto Esteban como Juan disfrutaban de su trabajo en el taller de alfarería y se sumaba a las placenteras jornadas poder compartir gratos momentos con Helena y Talía; entre los cuatro jóvenes se repartían el trabajo y las ventas en el mercado prosperaban, a tal punto que pudieron comprar otro torno y realizaron un horno más grande. 

Por las tardes, después de trabajar, el entrenamiento principal de los cuatro jóvenes era merendar y charlar en una terraza del taller con paredes blancas en donde se podía ver el mar; desde allí se sentía su rumor, y una suave brisa movía el blanco toldo que protegía a las coloridas flores que adornaban enormes macetas de barro. 





         Una tarde surgió un comentario que se trasladó de boca en boca hasta llegar al mercado, no era algo bueno, cuando las dos hermanas se enteraron las alarmó; el tribunal de Atenas ordenó apresar a Socrates y a todo hombre que tuviera una relación con él, esto implicaba a Esteban y Juan. 

Cuando las dos hermanas llegaron del mercado con la preocupante novedad y se lo contaron a sus dos amigos, estos pusieron cara de preocupados; pero ya sabían cómo terminaba la injusta historia para su cordial amigo Sócrates, lo que no se imaginaban fue que a la noche de ese mismo día un pesado carro tirado por dos caballos que llevaba una enorme jaula, paró frente al taller, se bajaron cuatro robustos hombres y se dirigieron directamente al establo donde dormían, los tomaron por los brazos y los ubicaron de muy mal modo en aquel calabozo móvil. Tanto Helena como Talía no tuvieron ni siquiera tiempo para despedirse de sus dos amigos.

Lo que siguió después fue muy desagradable, cuando los trasladaron a la cárcel, llegaron a ver a Sócrates recostado sobre un catre en un lugar lúgubre, curiosamente él, cuya mente iluminó la mente de miles de seres humanos a lo largo de la historia.

Cuando a Esteban y Juan los encerraron en un calabozo sin ventanas, entendieron que había llegado la hora de partir. Pero restaba una cosa, a media noche, detrás de las rejas dos oscuras siluetas encapuchadas los llamaron por su nombre; eran Helena y Talía que con lágrimas de desesperación vinieron a saludarlos; conocían al carcelero que les brindó la posibilidad de despedirse de sus amigos, que ya sabían serían ejecutados al amanecer. 





Cuando Esteban y Juan las vieron, trataron de consolarlas. Ellos tenían el reloj, pero las aterradas hermanas no lo sabían, ni tampoco lo entenderían, por lo cual no existía posibilidad de conformarlas, no obstante Esteban se animó a decirles algo que en alguna medida llegaron a entender.

—Helena, Talía, les pedimos por favor que no sufran por nosotros, solo tratemos de disfrutar este presente como decía nuestro común amigo Sócrates; falta mucho para el amanecer, por lo cual, son muchas cosas las que pueden ocurrir aun, créanme, se los puedo asegurar; a nosotros dos el destino nos depara otro lugar, otro tiempo; no lo entenderían pero es la verdad; y además recuerden siempre, que nos volveremos a ver, y será en circunstancia más felices. 

—Por favor  —dijo Juan sonriente—  cuiden muy bien de nuestro fiel amigo Simón, recuerden que antes de irse a dormir, le gusta que le acaricien su frente.

Increíblemente en ese momento tan triste y abrumador, Juan pudo sacarle una sonrisa a esas dos jóvenes con las que compartieron un hermoso lapso de tiempo de sus vidas.

          Después, una vez solos, en ese húmedo y deprimente calabozo de paredes de piedra iluminado por una pequeña antorcha, Juan dijo: 

—Es hora amigo, ¡adelante!

Entonces Esteban le dio cuerda al reloj que tenía en su pecho; de inmediato los gruesos y pesados muros que los rodeaban se desintegraron como si fueran de arena, y en su lugar tomó cuerpo una plaza enorme y soleada en donde decenas de personas se dirigían de un lugar a otro, se observaba la sombra que proyectaba una catedral gigantesca en plena construcción que dominaba todo el lugar; cuando trataron de descifrar en donde estaban, un chico muy pequeño que corría se tropezó con Juan, lo miró y continuó con su carrera.

—¡Chico!, ¡chico!, —le gritó Juan—  ¿dime, qué plaza es esta!

El chico siguiendo con su carrera le gritó:

—¡Piazza del Duomo!.

—Estamos en el corazón de Milán, Italia, y esa es su magnífica catedral querido amigo  —dijo Esteban— nos resta saber en qué año nos dejó nuestro reloj; me animo a decir que estamos en el siglo XV o XVI, veremos.





Cuando Esteban y Juan comenzaron a transitar por las calles de aquella ciudad, la misma vibraba de actividad comercial y cultural. Los mercados eran algo así como el corazón del lugar en donde los olores de alimentos y verduras se mezclaban con los colores de los puestos de flores, artesanías y telas.

Caminando por una de sus calles les llamó la atención ver un grupo de hombres agolpados frente a una puerta enorme, cuando se acercaron a ver, allí habían clavado un panfleto que decía esto:


Se necesitan obreros albañiles, ladrilleros y carpinteros para trabajar en el Castillo Sforzesco.

Se pagará por un día de trabajo 2 soldos y comida.

Ludovico Sforza duque de Milán 


—Ya hemos encontrado trabajo Juan, y este panfleto confirma que estamos en la época en que este poderoso hombre, Ludovico Sforza, ejercía su poder, debemos estar entre los años 1494 al 1499. Imagina amigo que ahora mismo, Leonarfo Da Vinci está trabajando por aquí. 

—No puedo creer que pueda cruzarme con Leonard Da Vinci, es algo que jamás podría haber pensado.  —respondió Juan.

—Yo tampoco querido amigo, estamos en el Renacimiento, una época de esplendor en muchísimos aspectos como en las artes, la arquitectura y las ideas, el hombre pasó a ser el centro de todas las cosas, se inicia el estudio de la anatomía y la perspectiva, se fomentó el uso de la razón y la observación para comprender el mundo, nace la burguesía y los inventos tecnológicos, como la imprenta, el telescopio, el microscopio y el reloj mecánico. También surgieron grandes artistas como Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel y Rafael, dejando obras maestras.

—¿Dónde estarán ahora…lo que tú ya sabes?  —preguntó Juan.

—No lo sé  —respondió Esteban— pero el reloj nos lleva siempre a algún lugar donde ellas estén. 

—Estaba pensando querido amigo ¿cuándo terminará este viaje y de qué modo? —preguntó Juan. 

—No pensemos en eso Juan, lo que tiene que venir, vendrá, más allá de lo que nosotros pensemos. 

Los dos amigos siguieron al grupo de hombres que se dirigían al lugar donde se ofrecía ese trabajo que indicaba el folleto; al castillo Sforzesco. 





Después de cruzar un portal enorme se encontraron en un patio en donde había unos cincuenta hombres, en el lugar había varios carros tirados por caballos, y algunos obreros descargaban madera y ladrillos. A uno de los carros vacíos se subió un hombre, el cual dijo al grupo, ser el maestro mayor de la obra, y explicó a grandes rasgos el trabajo que se haría, después indicó ordenarse de acuerdo a su especialidad. Se formaron cuatro filas, una de albañiles, otra de carpinteros, una tercera de ladrilleros y una última de ayudantes; en esta se ubicaron Esteban y Juan. Después que se les tomó nota de todos los nombres y su especialidad se los convocó para el día siguiente a las seis de la mañana. 

Cuando todos se retiraron Esteban le preguntó a un hombre mayor que se había anotado para trabajar, donde podrían encontrar un lugar para dormir. Este les dijo, que si no eran muy exigentes, en su casa había un viejo galpón que podían utilizar, el cual tenía un viejo horno de panadero, y suficiente leña para pasar el invierno que se aproximaba. Durante el camino al lugar, este señor les comentó que el trabajo en el castillo era duro, pero aceptable.

—En realidad, la mayoría de los hombres que van a trabajar allí lo hacen por un motivo en común   —dijo el hombre acomodando su gorra— no es tanto por lo que pagan que no es poco.

—¿Qué es lo que los motiva tanto?  —preguntó Juan.

—Lo que los atrae es la comida.

—¿la comida?  —preguntó Esteban intrigado. 

—Así es, ya lo comprobarán ustedes; allí se come la mejor Cassoeula de todo Milán. —dijo el hombre abriendo un pesado portón que pertenecía a su casa— dicen que es el plato preferido del duque, y está realizado por las propias manos de las cocineras del palacio, no se puede pedir nada más en la vida; no existe en todo el mundo unas cocineras tan prestigiosas como Giulia y Laura.






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