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jueves, julio 04, 2024

VIAJE AL PASADO (décima tercer entrega)

          Cuando Esteban y Juan llegaron al pueblo de Fen y An, los recibieron con algarabía, a tal punto que el padre de las hermanas organizó una reunión en su casa donde asistieron las principales autoridades del pueblo, incluido el consejo de ancianos, cuya vida dependía de cómo el emperador reaccionara ante el ocultamiento de su parte de algo tan trascendental, como era la visita de dos viajeros del tiempo.

Lamentablemente, un nuevo riesgo proyectaba su sombra sobre todos los habitantes; se sabía que no muy lejos de allí se estaba organizando un ataque por parte de un grupo de nómades sumamente sanguinarios, y aún la muralla no estaba terminada como para poder contener algo asi; por lo cual, una partida de trescientos guerreros se preparaban para defender la ciudad.

Todo ocurrió muy rápido; los feroces atacantes duplicaban en cantidad a los soldados y en muy pocas horas los vencieron; el pueblo quedaba a su merced.

El padre de Fen y An, entendiendo que el resultado sería catastrófico, les pidió a Esteban y Juan que salvaran a sus hijas.

Cuando los violentos atacantes ingresaron en la plaza, los pacíficos pobladores, con muchísimo coraje y sin miedo a morir, enfrentaron a las sanguinarias lanzas solo con palos; a pesar de saber que estaban perdidos, lucharon heroicamente. La masacre fue espantosa, los nómades eran como animales rabiosos, su único deseo era matar y matar.

Esteban, Juan y las dos hermanas huyeron con sus caballos y se pudieron ocultar en un viejo granero, una vez allí, los cuatro se tomaron de la mano y Esteban le dio cuerda al reloj.

Todo en torno a ellos dos se evaporó como si fuera una bruma, pero también se desvanecieron los cuerpos de Fen y An con lágrimas en sus ojos y mucho miedo.

El reloj cumplió nuevamente su cometido pero solo con Esteban y Juan.

Esta vez, cuando todo a su alrededor se materializó, se encontraron en un lugar inhóspito en donde un viento muy fuerte y cálido, hacía que una persistente y fina arena les pegara con fuerza en sus caras necesitando protegerlas con sus manos.


La historia y construcción de las pirámides Egipcias siempre me han deslumbrado; cuando tratamos de imaginar que para realizar esas enormes moles de piedra se tuvieron que trasladar toneladas y toneladas de material, en su mayoría con el esfuerzo de cientos de hombres, me asombra y surgen muchas preguntas sin respuesta. 

Una de las primeras cosas que aparece como una gran incógnita, es llegar a saber que instrumentos de medición utilizaron para lograr tal perfección; también, que mecanismos de elevación y transporte necesitaron en aquella remota época. 

Otro de los aspectos científicos que parecen contradecir la historia bíblica, es que aparentemente no eran esclavos los que hicieron estos descomunales trabajos; últimos estudios y descubrimientos dicen que se realizaron con obreros que contaban con un cierto grado de organización.

En mi humilde opinión, es evidente que a esos hombres, que necesitaban realizar trabajos de mucho esfuerzo y a diario, necesitaban estar bien alimentados y descansados, de lo contrario sería imposible que tuvieran la fortaleza necesaria.

Pero permítanme decir, que en aquella época del faraón todopoderoso Keops, hace 4500 años, no existían leyes laborales como las conocemos hoy, por lo cual, si bien esos trabajadores eran cuidados para su función; no podemos saber que ritmo de trabajo y en qué condiciones lo hacían. Quizás no eran esclavos encadenados; pero trabajadores con leyes laborales y con permiso para reclamar algo, imagino que tampoco.

Por último digo, que en este siglo XXI, en el amplio mundo aún existen modalidades de trabajo que son tan desventajosas para el obrero, que bien se los podría denominar esclavos asalariados. 

F.B.


Cuando el viento se calmó, un atardecer rojizo, dejaba ver a la distancia la forma inconfundible de una gigantesca pirámide.





—No cabe duda que estamos viendo pirámides egipcias, —dijo Esteban.

—Así es, lo que no sabemos es aún en qué tiempo nos encontramos  —dijo Juan, mirando esa construcción enorme.

—Ya veremos  —dijo Esteban— ahora me duele el alma solo pensar en el destino que corrieron Fen y An, y todo su pueblo.  

—A mi me ocurre lo mismo  —dijo Juan acongojado— pero eso evidentemente está fuera de nuestras posibilidades de resolverlo, tendremos que cargar con nuestra pena.

Cuando el sol se ocultó, próximo a la pirámide se podía observar una serie de toldos blancos, varias fogatas y muchas personas que iban de un lado a otro.

—Parece ser un campamento de obreros, —dijo Juan— seguramente pasarán la noche allí. 

—Acerquémonos para investigar —dijo Esteban comenzando a caminar a ese lugar.

—No podemos acercarnos mucho, porque si nos ven con estas ropas, podemos tener problemas  —le respondió Juan.

Cuando los dos amigos estuvieron cerca del campamento se ocultaron detrás de unos canastos y pudieron ver a hombres y mujeres con ropa muy rústica calzados con sandalias vigilados por un grupo de soldados fuertemente armados de los que por su vestimenta no cabía duda alguna que eran de la época del antiguo Egipto, cuando estaban en ejecución las majestuosas pirámides. 

El aroma de algún tipo de guiso que se calentaba en unas enormes vasijas, abría el apetito.

Un grupo de soldados, reía, mientras  molestaban a un par de mujeres jóvenes que trataban de salir de un círculo que habían hecho estos sinvergüenzas en donde las empujaban sin permitirles que se fueran; un muchacho con ropas sucias y gastadas, se acercó para tratar de ayudarlas y cuando lo quiso hacer, recibió por parte de un robusto hombre que formaba parte de los agresores, un golpe en su cabeza que lo dejó tirado en el piso.

—Me temo que estamos en un tiempo muy difícil; esto es un campamento de esclavos bajo el poder de los soldados del faraón Keops y están construyendo su gran pirámide. —dijo Esteban.

—¿Cómo sabes que es esa pirámide?  —le preguntó Juan a su amigo.

—Por su altura, veo que están por terminar, y la misma tiene más de 140 metros, pero en mi opinión lo importante para nosotros ahora, es saber cómo sobreviviremos en este lugar.

—Mira Esteban, aquí hay ropa de esclavos, —dijo Juan, sacando unas prendas y sandalias de un canasto; lo mejor será hacerse pasar por ellos.

—Jamás me hubiera imaginado en toda mi vida que estaría en este lugar  —dijo Esteban mientras se ponía esas ropas sucias y harapientas— y menos aún tener que convertirme en un esclavo.

—Pongámonos algo en la cabeza para disimular nuestro cabello, está demasiado prolijo para ser un esclavo del antiguo Egipto. —dijo Juan— tratemos de pasar la noche entre ellos.

—En cuanto al idioma  —dijo Esteban— si nos pregunta alguien algo, digamos con señas que somos sordos.

—De acuerdo amigo, unámonos a ese grupo que parecen estar entretenidos hablando pacíficamente. 

Cuando ambos amigos se acercaron al grupo, de inmediato se dieron cuenta que un anciano de contextura muy fuerte con nariz aguileña, y pelo entrecano negro, vestido con ropa blanca y sandalias, era el que hablaba; los demás, unos diez hombres muy delgados de brazos musculosos, lo escuchaban con mucha atención. 

Cuando ambos se acercaron al grupo, el que hablaba, se los quedó mirando y dijo algo en un idioma incomprensible; cuando Esteban y Juan se hicieron entender que eran sordos, aquel hombre dio una orden, y de inmediato le sirvieron a los dos un guiso caliente; después, este hombre que inspiraba respeto continuó hablando; cuando terminó, se fue de allí a hablar con otro grupo para continuar su prédica. 





Esa noche, Edteban y Juan pudieron dormir sobre unas pieles de cordero. A la mañana siguiente al despuntar el sol, unos fuertes gritos hizo movilizar a todos los hombres que corrieron a sus puestos de trabajo: un grupo se dirigió a un sector en donde con gruesas sogas comenzaron a arrastrar una enorme piedra a la cual la hacían deslizarse mediante troncos por una pendiente; Juan contabilizó como a unos cien hombres, haciendo esta misma tarea con otros bloques similares.





Cuando alguno de los fornidos esclavos no hacía la misma fuerza que el resto del grupo, era retirado a los empujones y castigado pegándole con unas gruesas cintas de cuero dejando marcas y sangre en su piel.

—Vayamos a aquel lugar,  —dijo Edteban— es preferible a arrastrar esas enormes piedras.

Juan comprendió de inmediato la idea, era el lugar en donde se le daba forma a las piedras, el trabajo consistía en ir desgastando las rocas con un cincel y un martillo. Pronto aprendieron la tarea y podían trabajar al ritmo de los demás picadores.

Cuando el sol comenzó a levantarse en el cielo y calentar la arena, la temperatura se tornaba insoportable; muchos hombres, los más viejos, no soportaban el enorme esfuerzo y la sofocante temperatura; esto provocaba que se desplomaran; sus compañeros tenían que sacarlos del lugar inmediatamente. 

Un grupo de mujeres eran las encargadas de repartir agua para los trabajadores; cuando les llegó el turno a Esteban y Juan de recibir su ración, nuevamente lo inesperado ocurrió; dos mujeres muy jóvenes les dieron agua en unos cántaros de barro. Cuando sus miradas se cruzaron, el efecto fue inmediato, tanto Esteban como Juan sintieron que a esas jóvenes ya las conocían desde antes.






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miércoles, julio 03, 2024

VIAJE AL PASADO (décimo cuarta entrega)

      



         La relación entre los dos amigos y las dos jóvenes aguateras fue creciendo con el correr de los días y se fue consolidando un lazo de amistad.

A tal punto llegó su relación que las chicas los invitaron a su casa en el pueblo y le presentaron a sus padres y su hermano.

El pueblo era un conjunto de no más de cincuenta casas bajas y muy pequeñas realizadas con ladrillos de barro y yeso con techo de palos y ramas; dos gruesos postes sostenían en el frente una tela blanca que el viento cálido del desierto batía sin cesar. 

El nombre de las hermanas era Mut como la Diosa de la creación y la maternidad y Maat en honor a la Diosa de la verdad.

Sus padres eran agricultores, y cuidaban animales de corral.





En homenaje a la visita se preparó una cena con legumbres, verduras, cerveza y pan; la familia de las hermanas era muy amable; allí se enteraron que las dos chicas que fueron maltratadas por esos soldados en el campamento; eran ellas y al muchacho que las quiso defender y le pegaron era su hermano. 

La mesa rústica de madera se colocó bajo el toldo exterior y se encendieron dos antorchas para iluminar.

Era complicado pero no imposible poder entender el idioma de la familia; las chicas eran excelentes traductoras con un sin número de señas y expresiones que a todos les causaba gracia.

En esos días Esteban y Juan aprendieron cómo era el funcionamiento de aquella sociedad, los agricultores como los padres de las hermanas constituían la base del sistema. Debían entregar parte de la producción al Faraón y este con sus escoltas recorría frecuentemente los campos para garantizar el cumplimiento de la entrega de estos tributos y contabilizar las cabezas de ganado. Los campesinos además, cuando los necesitaban, debían trabajar en la construcción de los enormes monumentos; este no era el caso del padre de las hermanas porque era muy mayor, pero sus hijos sí debían hacerlo. La madre de Mut y Maat, era el pilar fundamental de la familia, su función era la de educar a los hijos en las diferentes tareas, realizar los quehaceres de la casa, trabajar en el telar realizando las prendas y ser la principal consejera para resolver todos los conflictos de los integrantes de la familia. Bien se podría decir que la madre era un ser sagrado para los Egipcios. 

Una tarde que soplaba un viento muy cálido, las hermanas llevaron a Esteban y Juan a la orilla del río Nilo.


Para los Egipcios el río Nilo era mucho más que un curso de agua dulce, era el proveedor fundamental de su sociedad; lo consideraban el Dios Hapi; pensaban que era el reflejo terrenal de la vía láctea. Era además su principal vía de comunicación. 


F.B.


Las actividades que se desarrollaban en la superficie y en los márgenes del río los sorprendió: hombres construyendo embarcaciones, otros navegando transportando piedras, animales, mercadería y un grupo de mujeres realizando algún tipo de ceremonia en agradecimiento. El río Nilo era el gran mercado, la columna vertebral de Egipto, en donde vibraban las transacciones, la cultura y la vida.





Mut y Maat, le indicaron a Esteban y Juan que las siguieran, las hermanas los llevaron a lo alto de una gran piedra en donde se podía ver majestuosamente aquella febril actividad; de pronto, la gente comenzó a agruparse en las orillas del río y las embarcaciones que allí estaban comenzaron a dejar espacio para que una enorme barcaza adornada con exisitos figuras y colores muy llamativos pudieran pasar; era el faraón Keops y su esposa Meritites I.





Ambas celebridades pasaron reflejando en su caras el enorme poder que tenían, sin mirar siquiera a su pueblo que los saludaba y aclamaba. Cuatro barcos, dos adelante y dos detrás, con soldados armados los custodiaban. 

—¿Quienes son?  —le preguntó Esteban a Mut— 

¡Khufu!, ¡Khufu!, gritó la joven señalando con su mano a la magnífica procesión que surcaba el agua.

—¿De quién se trata? —le preguntó su amigo.

—Aunque no lo puedas creer estamos viendo al faraón Keops, jamás imaginé poder verlo en persona, esto es un sueño. 

Si bien la vida del pueblo egipcio era ruda; el trabajo en las grandes construcciones era agotador, sumado a los tórridos días, también la agricultura y el cuidado del ganado insumia mucho tiempo y esfuerzo, la familia de Mut y Maat, gozaban de momentos de felicidad. 

Poco a poco, tanto Esteban como Juan, producto del trabajo pesado que realizaban, en la cantera o en el campo, fueron adquiriendo una musculatura importante, y llegó un momento, en el que el sacrificio que sufrieron durante los primeros tiempos por el trabajo rudo; se tornó en un entretenimiento que les agradaba. 

Los desayunos en familia, antes de ir a sus puestos de trabajo, los disfrutaban; todos reían cuando Juan se burlaba de su amigo por como usaba las herramientas o como tomaba su caldo caliente. 

Una madrugada que Esteban y Juan aún dormían, los despertó una serie de gritos y corridas que se escuchaban provenir de la cocina. Cuando fueron a ver, tanto las hermanas como su familia trabajaban apresuradamente subiendo todo lo que se pudiera a mesas y estantes. El padre y su hermano, salieron con palas para reunirse con vecinos, que también portaban herramientas.

—¿Qué sucede?  —preguntó Juan preocupado.

—¡Iteru¡, ¡Iteru! —gritaban las hermanas. 

—De inmediato Esteban entendió lo que ocurriría; era el agua del Nilo que se aproximaba.

A pesar de causar muchísimo daño, las inundaciones del río Nilo eran necesarias para que la producción del campo fuera buena, el agua del Nilo dejaba sedimentos muy nutritivos para las plantaciones. 

Los hombres del pueblo se organizaban para contener la fuerza del agua que cubría todo a su paso, realizando canales y contención, llevando a los camellos y otros animales a lugares altos, para que allí pudieran comer; todos los años había que soportar una inundación, pero esta contrariedad se soportaba por saber que las cosechas gracias a ella serían muy buenas y abundantes. 

Cuando la inundación pasó, todo volvió a la normalidad y nuevamente se continuaron haciendo ofrendas al río más importante de la vida de los egipcios; el Nilo.

Mut y Maat, les dijeron una mañana a Esteban y Juan que comenzarían los preparativos para el festejo de Sham el-Nessim, que quiere decir: “oler la brisa” , por el cual se honraba a la primavera. Todas las familias después de trabajar, comenzaron a preparar abundantes cantidades de comida, que consistía en pescado, verduras y huevos pintados; para el festejo se armó en la calle principal entre las cabras y las gallinas largas mesas para reunirse durante varias noches celebrando esta fiesta tradicional. 

Mut y Maat, les enseñaron Esteban y Juan a pintar los huevos y les enseñaron el significado de hacerlo. Se consideraba que el huevo era el símbolo de la fertilidad y de renovación de la vida, cuanto el que pintaba se concentraba en la tarea, también se conectaba con los dioses que lo bendecían trayendo prosperidad a toda su familia. 





La fiesta comenzaba después de atender las tareas indispensables del campo, que no se podían abandonar, para después disfrutar de las reuniones con la familia y los vecinos. No faltaba un grupo de músicos que amenizaban las frescas noches a la luz de las antorchas tocando flautas y haciendo sonar sus tambores.


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martes, julio 02, 2024

VIAJE AL PASADO (decimoquinta entrega)

       Desde siempre se vincula a la civilización Egipcia con sus momias, esto se debe a que eran especialistas en proteger el cuerpo de los muertos, fundamentalmente a los de la familia real y sacerdotes, porque pensaban que al morir, su vida continuaba en otra dimensión; o mejor dicho que la vida solo era una paso previo a la eternidad, para lo cual los dioses debían de reconocer su cuerpo, por eso momificaban y realizaban tumbas colosales, como las pirámides, que eran tan grandes como el poder de su morador, el todopoderoso faraón. 


F.B.






Como hemos dicho el río Nilo era la fuente de vida principal del pueblo Egipcio, pero en una oportunidad una sequía sin precedentes azotó a la población rural. 

La misma continuó inclemente hasta convertir al río Nilo en un surco de agua escuálido que no abastecía a la superficie sembrada ni a la población, convirtiéndo el agua en un bien muy escaso. 

Si la brutal sequía se prolongaba, se perdería la cosecha de ese año, los animales se morían por falta de agua y las familias no tendrían que comer.

Dada esta situación extrema, el faraón decidió suspender los trabajos de los grandes monumentos para ahorrar comida y agua, combustible indispensable para mantener fuertes a los trabajadores. 





En la mesa familiar de Mut y Maat, se comenzó a racionar los alimentos y el agua, pero las reservas estaban próximas a terminarse. 

Tanto Esteban como Juan se dedicaban gran parte del día a ir a buscar agua que traían desde el río dentro de cántaros de barro. En la orilla los pobladores se acumulaban con desesperación para conseguir cargar en sus recipientes el vital elemento pero esto ocasionaba muchas veces fuertes discusiones y peleas.

La madre de las hermanas oraba todos los días a los dioses para que la lluvia viniera, pero parecía como si estos no tuvieran deseos de escuchar sus plegarias.

Una tarde, en que el calor era insoportable, todas las mujeres del pueblo marcharon en procesión al río con la firme convicción de no regresar a sus hogares si la lluvia no venía; pasaron tres largos días, y llegó un momento en que las de mayor edad no soportaban estar en pie y se tendían en el piso a esperar la muerte.

La angustia y la desesperación se transformó en resignación y muchas comprendian que los dioses querrían por algún motivo que este fuece su destino, y por lo tanto había que aceptarlo. Pero esa última tarde, empezó a soplar una brisa más fría que la habitual, y aguas arriba se empezaron a formar algunas nubes que pocos instantes se convirtieron en negros nubarrones que cubrieron el cielo, y una copiosa lluvia fría empezó a caer.





Las agotadas mujeres comenzaron a llorar de alegría extendiendo sus brazos y mirando hacia el cielo gris mientras sus rostros y sus cuerpos se empapaban con el vital elemento. Una parte de la cosecha se salvó junto con un gran número de animales. La lluvia fue abundante y duró cuatro días, después de los cuales un intenso verde cubrió los campos en señal que la vida continuaba. 

Los trabajos en los grandes monumentos se reanudaron; pero todo cambió cuando se corrió la voz que se avecinaba una gran batalla; pueblos nómadas del desierto, los beduinos, preparaban sus fuerzas para asestar un duro golpe al pueblo del faraón Keops. El sistema de defensa del faraón era organizar a los jóvenes para llevarlos a luchar o fabricar armas; a Esteban y Juan les tocó ir a trabajar a los talleres junto al hermano de Mut y Maat, porque este tenía mucha experiencia en la construcción de arcos y flechas; esto le permitió a los dos amigos no tener que ir a pelear con el riesgo que ello implicaba, no obstante, si los agresores ganaban, el destino para todo el pueblo egipcio sería incierto, porque estos pueblos eran conocidos por su salvajismo.





Cuando se desató la guerra, todas las familias del pueblo de Mut y Maat, estaban abocadas a preparar cestas de comida y agua para los guerreros, estas vituallas se transportaban a lomo de camello; pero las noticias que llegaban del frente de batalla no eran alentadoras, muchos hombres del pueblo no regresaron, pero al menos, su sacrificio, no fue en vano porque después de diez intensos y cruentos días, los guerreros egipcios lograron que los agresores se dispersaran en las inmensidad del desierto. Cuando todo terminó, el faraón ordenó que se festejará el triunfo durante varios días en todos los pueblos de su dominio.

A pesar que la normalidad se había conseguido nuevamente, un nueva situación comenzó a madurar en la mente de muchos hombres; por los retrasos durante la sequía y después la guerra; la gran pirámide del faraón Keops, para su gusto, estaba muy retrasada; por lo que estableció redoblar el esfuerzo, con jornadas de trabajo más extensas y despiadadas; esto provocó un gran número de accidentes producto de la fatiga y el enorme calor. Hasta que un grave accidente se llevó la vida de cinco jóvenes al caer un andamio. Esto provocó malestar y una revuelta enorme, la cual fue sofocada por los soldados del faraón a fuerza de latigazos. A partir de esas jornadas, fue creciendo un malestar en gran parte del pueblo.

—Esto se está convirtiendo en una tortura —le dijo Esteban a Juan cuando comenzaba a darle forma a una enorme piedra— estamos trabajando desde que despunta el sol hasta que cae.

—Muchos están muy enojados por el trato, algunos me dijeron que no soportan más  — dijo Esteban mientras afilaba su cincel— pero no tienen a dónde ir, este es su lugar y el de sus familias; solo pretenden que las condiciones de trabajo cambien. 

—De acuerdo a lo que he leído  —dijo Esteban, mientras descansaba un instante para tomar agua— el faraón Keops tenía un carácter muy irascible y podía llegar a extremos de mandar a matar a todo aquel que no hiciera lo que él ordenaba.

—Me temo que esto no terminará en nada bueno  —dijo Juan en voz baja, mirando a un soldado que lo estaba vigilando por hablar con su amigo; que en estos últimos días estaba prohibido hacerlo— a propósito, siempre llevas el reloj contigo.

—Así es amigo, pero por ahora mejor continuemos trabajando para evitar represalias  —le dijo Esteban a su amigo, continuando con la infinita secuencia de golpes de martillo para dar forma a la interminable cantidad de bloques de piedra que tenía por delante.

Esa misma noche cuando los dos amigos regresaban exhaustos de trabajar, sucedió un hecho muy desagradable. En la casa de las hermanas Mut y Maat, había un grupo de tres soldados sentados en la mesa familiar haciéndose atender por la chicas, ejerciendo su autoridad, porque tenían la potestad de matar a quien quisieran; habían tomado de más y estaban muy groseros y cargosos, sin la intención de irse.

Cuando vieron a Esteban y Juan, de muy mal modo les ordenaron que se fueran. Los dos amigos para evitar una situación más peligrosa hicieron caso pero se quedaron vigilando para cuidar a sus amigas. En un momento, uno de los hombres, el que estaba más borracho, se quiso propasar con Maat, y esto provocó la reacción del padre de las hermanas; fue entonces que otro hombre le propinó un golpe tal, al anciano, que lo dejó desmayado en el piso con su cabeza sangrando. El hermano de las hermanas se abalanzó sobre el agresor, y le clavó un cuchillo en el muslo, provocando que este diera un grito desgarrador, cuando los otros soldados quisieron reaccionar, no pudieron porque Esteban y Juan los sostuvieron de sus brazos; el hermano de las chicas de un salto se subió a la mesa y con su hacha de piedra le propinó a los dos sinvergüenzas un rotundo golpe en sus cabezas dejándolos tendidos en el suelo.

Cuando el padre de Mut y Maat, despertó al ver lo ocurrido le dijo a sus hijos:

—Tienen que huir ahora mismo con Esteban y Juan, porque cuando esto llegue a oídos del faraón vendrán a matarlos.

—¿Y mamá, y tú?  —preguntó angustiada y llorando Mut.

—No se preocupen hijos, a nosotros no nos harán nada, estamos viejos, los querrán atrapar a ustedes; no pueden dejar pasar algo así; tienen que dar un ejemplo a los demás hombres del pueblo porque nadie puede enfrentarlos sin recibir un castigo ejemplar. Preparemos los camellos y lleven toda la comida y el agua que puedan; tendrán que vivir en el desierto como nómades, pero eso es preferible a morir.





El padre y la madre despidieron a sus hijos acongojados; porque también sabían que enfrentar el desierto era algo muy peligroso. 







lunes, julio 01, 2024

VIAJE AL PASADO (decimosexta entrega)

           El desierto del Sahara, hoy, es el más grande del mundo, ocupando gran parte del norte de África. Su tamaño es comparable al de los Estados Unidos o China. 

Vivir allí es posible pero muy riesgoso, porque puede haber durante el día temperaturas de cincuenta grados centígrados y bajar por las noches muchísimo. También su fauna no es amigable con el hombre, porque habitan víboras venenosas, escorpiones y arañas peligrosas como la llamada viuda negra.

Contar con agua en el Sahara es la diferencia entre la vida y la muerte para los seres humanos. Se estima que un adulto sano puede llegar a vivir sin agua entre tres a cinco días, a diferencia de los camellos que pueden soportar sin beber agua, por increíble que parezca, varias semanas. 

En aquellas remotas épocas del faraón Keops, hace 4500 años, existían tribus nómades algunas muy hostiles y otras no, las cuales habitaban el Sahara; pero también debemos decir que estudios recientes  realizados por Paleoclimatólogos, Geólogos, Paleontólogos y Arqueólogos, afirman que el Sahara no era como hoy lo conocemos; en aquellos tiempos era verde, poseía praderas y una abundante cantidad de árboles.

No obstante estimado lector, viajar por el tiempo tiene sus complicaciones y suele ocurrir que aspectos de tiempo y espacio se confundan; o se superpongan; con las consecuencias lógicas y variedad de conflictos que esto provoca en las historias, que además se distorsionan al ser transmitidas de generación en generación hasta llegar a nuestros días. Por este capricho imposible de resolver de mi parte, en aquel tiempo remoto de Mut y Maat, ellas  transitaban por el desierto, como es hoy, un infierno de dunas en constante movimiento. 


F.B.


Mut, Maat, el hermano de ellas que se llamaba Nadab, Esteban y Juan, montados sobre camellos, comenzaron uno de los caminos más tristes que puede tener una mujer o un hombre, su destierro; lejos de su hogar, de sus seres queridos su destino era incierto.

Los tres hermanos egipcios conocían muy bien los peligros del desierto, Esteban y Juan también, pero solo por haberlo leído; su provisión de agua era para siete días, pero si por algún motivo se perdían y no lograban llegar al primer oasis el cual indicaba un viejo camino de tribus nómades, estarían en graves problemas. 





Esa primer noche transcurrió tranquila, la temperatura había descendido mucho, pero todos tenían gruesas mantas para el frío, el cielo brindaba un espectáculo imponente, e incluso Juan logró que las dos chicas rieran con una de sus graciosas ocurrencias. 






Cuando el sol comenzó a despuntar retomaron el camino pero a media mañana se levantó un persistente viento que fue escalando hasta convertirse en tormenta; la finísima arena de los médanos les pegaba con fuerza en sus caras, no podían ver absolutamente nada, debieron dejar que los camellos se orientaran para que no perderse y encontrar el camino.





Por fin el viento se calmó y pudieron continuar, pero a poco de andar sobre una duna muy alta un hombre los observaba. Cuando Nadab lo vio supo quién era de inmediato.

—Es un explorador de alguna tribu que no me inspira confianza; recorren el desierto para asaltar a los comerciantes. Seguramente no está solo. Lo mejor será continuar sin demostrar temor.

El hombre misterioso los acompañó un largo rato siempre a una distancia prudencial; hasta que en un momento, hizo una señal y frente a los cinco jóvenes aparecieron unos cincuenta hombres sobre un médano, que no se veían pacíficos. 





—Estamos perdidos  —dijo Mut aterrorizada.

—Mantengamos la calma, —dijo Esteban palpando con su mano el reloj que llevaba colgado al cuello, sabiendo que podía utilizarlo, pero no sin antes poner a salvo a sus amigos.

Alguien del grupo de nómades dio una orden, y en un instante los cinco jóvenes quedaron rodeados por estos no amigables hombres.

Estaban en sus manos, sin decir una sola palabra el grupo comenzó a desplazarse hacia algún lugar, siendo los cinco jóvenes sus presas de caza. 

Después de una larga jornada, al atardecer, llegaron a un campamento en donde el olor de los animales se mezclaba con el aroma de los calderos con comida puestos sobre el fuego; mujeres y niños descalzos miraban la novedad que traían los cazadores del desierto como curiosidad. 







Una vez allí, los hicieron bajar de sus camellos y los ubicaron en una carpa en cuya entrada se colocaron dos hombres con sus cimitarras en mano; nadie podía entrar o salir de ese lugar. 

—¿Qué harán con nosotros? —preguntó Juan a Nadab.

—Es difícil de saberlo, existen unas tribus que son más sanguinarias que otras; por el momento no podemos hacer nada  —decía Nadab, mirando hacia afuera por una rotura en la tela de la carpa— he sabido por boca de un amigo, cuando en una oportunidad fue capturado por un grupo de nómades, que lo mantuvieron durante un año trabajando para ellos, hasta que un dia le dieron un camello y le dijeron que se fuera, sin darle explicaciones. 

Durante tres días nadie se comunicaba con ellos, solo les daban una fuente de barro con carne de cordero hervida, pan y agua; hasta que una tarde se presentó ante ellos una mujer que por su lujosa vestimenta no era alguien común y muy desesperada les pidió si podían hacer algo por sus dos hijos que estaban muy enfermos. La mujer resultó ser la esposa del jefe de la tribu, la cual sabía que los egipcios dominaban el arte de curar.

Cuando ante el requerimiento de la mujer, los cinco amigos entraron en una carpa muy grande, se encontraron con un espectáculo desolador; dos chicos muy chicos, una niña y un niño, estaban en el suelo cubiertos por unas mantas, mientras un anciano, quemaba unas hojas que producían un olor desconocido. Mut y Maat, se acercaron a los niños en tanto la madre desesperada los miraba. De inmediato cuando los tocaron se dieron cuenta que volaban de fiebre. 

—Están muy afiebrados  —dijo Mut— debemos de tratar de bajarles la temperatura con compresas de agua fría.

De inmediato, a pedido de la madre, trajeron un cántaro con agua y tela  de algodón. Mientras las hermanas les colocaban las compresas en la frente a los chicos, Nadab comenzó a buscar algo en el piso.

—¿Qué buscas?,  —le preguntó Esteban con curiosidad.

—Me parece que ya sé lo que puede ser que tengan estas criaturas. —dijo Nadab corriendo de lugar alfombras y objetos dispersos, levantando jarrones y moviendo con su pie la arena.

—¡Aquí está la causa!, —dijo Nadeb con un sonrisa, después de correr la punta de la alfombra donde estaban tendidos los chicos; levantando del piso algo con su dedo índice y pulgar. Cuando mostró lo que tenía todos quedaron horrorizados; era una enorme araña negra que movía sus patas con desesperación. 

—Es una viuda negra —dijo Mut, más distendida.





—Seguramente los viene picando hace muchos días  —dijo Maat, mirando a la madre de los chicos, que al ver esto salió corriendo. 

Al instante, ingresó a la carpa un hombre alto y moreno, que los miró una a uno, con una cara de mil demonios, para después mirar la araña que movía sus patas en la mano de Nadeb; era el padre de los chicos y jefe de la tribu; por fin, después de comprender lo que pasaba en su rostro se dibujó una amplia sonrisa que mostró su reluciente y blanca dentadura.





A la mañana siguiente los chicos se despertaron y le dijeron a su madre que tenía hambre y sed; la mujer al entender que estaban recuperados los abrazó llorando de alegría. 

A partir de ese día, todo cambió; los cinco amigos pasaron de su condición de cautivos de la tribu, a ser los principales amigos del jefe y su mujer.


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