La fiesta de navidad significaba para Luis el mejor momento del año; aguardaba con ansiedad los obsequios de sus abuelos; para un chico de ocho años, recibir regalos siempre es algo bienvenido y más aún cuando le habían prometido un juego de trenes con estación, vagones y una locomotora enorme que echaba humo al andar.
La mala noticia llegó el veinticuatro por la mañana; habían internado a su abuela de urgencia; la abuela Julia era la única abuela que tenía, y ella era una persona muy especial que tenía siempre para él todas las respuestas.
Al ver la cara de su padre, Luis presintió que algo muy malo sucedía; no se equivocaba; la abuela era muy mayor y su corazón no quiso continuar.
El festejo familiar quedó trunco, y en su casa, tanto su padre como su madre estaban acongojados.
—Hijo, tengo que decirte que la abuela se nos fue para siempre —le susurró su padre abrazándolo.
Esa navidad, pensó el pequeño Luis, no sería como la había imaginado; su abuela no repartiría los paquetes, y no habría sorpresas para festejar; no obstante el abuelo quiso que todos cenaran juntos, argumentando que la abuela los estaría observando, y estar en familia era para ella la prioridad número uno.
A las doce de la noche, pudieron escuchar los festejos de los vecinos, pero en casa de Luis la tristeza inundaba todos los espacios de la casa; el abuelo de Luis, su ejemplo, al igual que su padre, como hombre fuerte y protector de su familia, irrumpió en un llanto incontenible; todos acudieron a abrazarlo para soportar el momento tan ingrato de la insondable ausencia.
Su madre lo abrazó y le aseguró que los momentos tristes de la vida, si se comparten, son menos duros.
Cuando todos se retiraron a descansar, Luis también lo hizo, aún escuchaba risas y festejos de sus vecinos, que se fueron apagando, hasta que todo quedó en silencio. Vino a su mente la cara de su abuela y el cariño que él le tenía. A su angustia por la pérdida irreparable, se sumaba también haber perdido ese festejo navideño familiar que tanto disfrutaba y esperaba. Su vida de niño cambió ese día, algo se rompió en su interior y ahora comprendía que nada dura para siempre. Llorando se quedó dormido.
El sonido de la campana de la estación de trenes lo sobresaltó y él se encontraba parado frente a una enorme locomotora cuya caldera rugía esparciendo su humo, brillantes vagones de madera muy lustrosa aguardaban para que subieran los pasajeros; cuando miró hacia el andén de la vieja estación, en medio de un vapor blanco estaba parada su abuela con una valija de viaje. Luis corrió hacia ella y la abrazó con ganas, su abuela también lo hizo muy fuerte.
—¡Feliz navidad Luis!, te he traído tu regalo como te lo prometí —le dijo su abuela con una enorme sonrisa— quiero que lo disfrutes y que siempre te acuerdes de mí; sabes una cosa, la vida es como un sueño, pasa muy rápido y se convierte en recuerdos, pero es una experiencia muy linda Luis, ya lo verás, disfruta cada momento, no tengas miedo a enfrentar responsabilidades, realiza todos tus proyectos con la fuerza de tu juventud y adquiere experiencia para disfrutar cuando seas adulto. Tampoco mires demasiado para atrás. ¡Sube ahora a tu tren Luis!, disfruta el viaje, recuerda que tu abuela siempre estará aquí en esta estación, por si alguna vez la necesitas.
Luis le dio un fuerte abrazo de despedida, se subió a la poderosa locomotora y la puso en marcha. La pesada máquina comenzó a moverse lentamente hasta tomar velocidad; Luis se asomó para ver a su abuela que lo despedía agitando un pañuelo, después, miró al frente y pudo ver un mundo por conquistar; sabía que estaba soñando; pero todo era muy real. Una luz muy fuerte lo encandiló, cuando abrió sus ojos, un rayo de sol se colaba por la ventana de su habitación, podía aún sentir el poder de la locomotora desplazándose por un campo verde inmenso, y la dulce fragancia de la ropa de su abuela.
Cuando se levantó de su cama a los pies de la misma, alguien había dejado una enorme caja de cartón, en cuyo frente se veía a todo color un tren saliendo del andén de una estación, la misma de su sueño; también junto a la caja estaba la fotografía de su abuela teniéndolo en brazos.
Luis tomó la fotografía, y la observó un largo rato, después, levantó del piso su regalo y lo guardó en un estante de su placard.
Nunca abrió esa caja, la misma quedó allí con su contenido intacto.
Muchas navidades pasaron, muchos acontecimientos tuvo que enfrentar Luis; agradables; buenos y malos, hasta que se convirtió en un hombre, se casó y también tuvo un hijo, y su hijo le dio un nieto. Y llegó el día de poder disfrutar de la experiencia y de la vida apacible; también llegó su última navidad, o al menos eso presentía.
Su casa era muy vieja ahora; faltaban pocos minutos para las doce; Luis, tomó de la mano a su nieto, y lo llevó a la antigua habitación, con esfuerzo pudo sacar del placard la caja con el tren, frente a su nieto la abrió, y este quedó deslumbrado.
Esa navidad Luis disfrutó por fin de su regalo, pero junto a su nieto, que era un pedazo de su alma, y ahora reía y festejaba de alegría, viendo surcar la pequeña locomotora sobre la mesa del comedor, tirando humo; el juguete tan ansiado salió de su caja para hacer feliz a un niño; o a dos.
Esa fue la última navidad de Luis; pero quizá el viaje aún no termina y continúa manejando su poderosa locomotora, la cual deja una larga estela de humo blanco recortada sobre un cielo azul de un atardecer majestuoso; desplazándose por un campo infinito.
¡Feliz Navidad!
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