El estacionamiento de su edificio a esa hora de la noche estaba en penumbras, un silencio abarcaba el lugar que se interrumpió cuando después de bajar de su pequeño automóvil activó el cierre automático haciendo retumbar en el lugar los dos sonidos seguidos que indican que la cerradura está cerrada.
“No se para que cierro este cacharro, necesitaría que me lo roben y de ese modo cobrar el seguro, sería más ventajoso” —pensó mientras llamaba al ascensor.
Cuando abrió la puerta de su departamento sus pequeños dos hijos estaban subidos al sillón del estar en una batalla campal con almohadas a los gritos, mientras su mujer hablaba por teléfono revolviendo algo en una olla en la cocina de la que salía un vapor con olor a fideos con tuco, muy similar a la de la noche anterior.
—¡Se pueden dejar de joder! —dijo en voz alta Claudio sacándose el saco, dirigiéndose a los pequeños guerreros.
Como por arte de magia los chicos, que eran mellizos, con sus cachetes colorados igual que su pelo, hicieron silencio acercándose a saludar a su padre para darle un beso.
—No sabes lo que me contó Nora —le dijo su esposa, dándole un fuerte abrazo y un beso en la boca— me contó que a Norberto lo contrataron en una empresa de Estados Unidos como programador y se van la semana próxima para allá, dejan todo, te das cuenta; bueno ellos no tienen hijos, nada los retiene. Si a nosotros nos saliera algo así, sería imposible, sumado a que yo no puedo desatender a mamá, soy su única hija y se me muere la pobre. ¿Cómo te fue en la oficina?, ¿hablaste por lo del aumento?.
—No hoy no pude, surgió un despelote con un cliente nuevo, el tipo es un pesado, y tengo primero que arreglar el asunto.
—Siempre se nos cruzan despelotes Claudio, —le dijo su mujer apoyando sus dos manos sobre la mesa del comedor, con voz de desolación— es sistemático, cuando estábamos por ir de vacaciones surgió la enfermedad de la mujer de tu compañero, y tuviste que cubrirlo todo Enero y Febrero, yo se que es un buen tipo, pero nos arruinó el viaje, y perdimos la seña. Ahora que necesitamos esos pesos, por hache o por be, surge alguna cosa. Hoy llegó el reclamo de las expensas, me llamó dos veces el administrador, si el cinco del mes que viene no pagamos al menos la mitad de los tres meses de retraso, me dijo que no puede evitar el juicio. Te das cuenta, ¿qué vamos a hacer Claudio?. Te digo la verdad, estoy cansada de tener siempre algo que nos jode. Hoy me acordaba, sabes cuanto hace que no hacemos el amor.
—No, la verdad no me acuerdo.
—Justamente, ya ni sabes, hace un mes, treinta noches Claudio…¡treinta!. Cuando quiera acordarme, ya voy a ser una vieja marchita. ¿Sos consciente Claudio?.
Claudio abrazo a su esposa y la beso, ella se resistió un momento, pero de inmediato cruzó sus brazos detrás del cuello de él y se confundieron en un beso prolongado que se interrumpió de golpe en el momento que aparecieron sus críos reclamando que tenían hambre.
Después de cenar, Claudio y su esposa Marta estaban hablando pensando una estrategia para pedirle dinero a un tío de ella, cuando escucharon que en el comedor sonaba el teléfono.
Cuando Claudio atendió, esa llamada daría comienzo a un cambio en la vida de él y su familia sin precedentes.
—¿Claudio Perez?
—Si, ¿quién habla?
—Usted no me conoce, mi nombre es Ramón Sanchez Olivera. Lo molesto porque tengo que decirle algo que tiene que ver con su finado padre, yo vivo en Uruguay, tengo que regresar en un par de días, pero antes me gustaría hablar con usted personalmente.
—¿Pero de qué se trata?
—Es algo complejo para hablarle por teléfono, pero imagino que le interesaría saberlo. Es más, considere que obtendrá un beneficio sin arriesgar nada. Si le parece nos encontramos mañana a las ocho de la noche en el bar Iberia, de la avenida de Mayo.
Claudio pensó un instante, y después aceptó la reunión con ese desconocido, no tenía nada que perder y si podía conseguir algo, nada es despreciable para aquél que tiene poco. Aunque Claudio tenía mucho más que otros hombres; una esposa que lo amaba y a los mellizos que eran dos torbellinos de alegría.
Después de acomodar la cocina y contarles un cuento de piratas a los chicos, Claudio y Marta interrumpieron en la cama las treinta monótonas noches anteriores.
2.
Ir a una reunión para hablar con un desconocido sobre un tema que nos puede brindar un beneficio, no deja de ser intrigante y abre un abanico de posibilidades incluso sorpresas de cualquier tipo. Pero lo que estaba por saber Claudio era algo que no hubiera imaginado ni en el más fantástico de sus sueños.
Cuando entró al bar puntualmente, se percató que no le preguntó al fulano cómo lo reconocería.
Esa noche no había muchas mesas ocupadas, solo cuatro, en una charlaban tomados de la mano una pareja, en otra una señora mayor tomaba su té, sobre la ventana un joven miraba su teléfono y en la más alejada un señor con anteojos escribía en un cuaderno.
“Seguramente es ese, pero está demasiado concentrado en su tarea”. Pensó Claudio, entonces decidió sentarse en la mesa próxima y se quedó mirándolo, en un momento el caballero levantó la vista y lo miró a él, pero al cabo de un momento continuó con su tarea sin prestarle atención.
“Evidentemente no es este el hombre” se dijo. Cuando buscaba con su vista al mozo, entró al bar un señor que por su vestimenta no podía pasar desapercibido para nadie. Tenía sombrero y saco blanco, un pañuelo de seda azul al cuello y un bastón de madera; se podría decir que por su porte elegante, bien podía tratarse de un diplomático o de algún miembro de la alta sociedad. Inmediatamente el caballero cuando vio a Claudio se dirigió a su mesa.
—Señor Claudio Perez, disculpe usted mi retraso, he tenido un percance con mi chofer, no encontramos estacionamiento. —dijo el simpático señor, con un tono muy cordial, extendiendo su mano para saludar a Claudio.
—Encantado de conocerlo señor Sanchez Olivera —le respondió Claudio estrechando la mano de aquel hombre que por ahora era un desconocido.
El elegante caballero se quitó el sombrero descubriendo su pelo entrecano muy corto y prolijo, después de llamar al mozo dijo:
—Debo decirle Claudio que usted es igual a su padre, incluso tiene la misma voz.
—¿Conoció usted a mi padre?
—A si es, lo he conocido muy bien, eramos amigos entrañables. Pero permítame comenzar por el principio de la historia que es lo suficientemente intrincada para describirla. ¿Desearía algo para comer Claudio?, hoy usted es mi anfitrión.
Después de hacer el pedido, aquel hombre de ojos negros vivaces comenzó diciendo:
—Nos conocimos con su padre en el servicio militar, era la primera presidencia de Perón, ambos estábamos en Campo de Mayo, fué una época inolvidable, bueno, cuando se es joven la vida se presenta como un libro en el que uno abre su tapa por primera vez. Todo está allí para experimentar, para comprobar por uno mismo, también para aprender. Su padre como usted bien sabe era peronista de la primera hora, como bien se dice; yo en cambio no estaba convencido de todo lo que estaba ocurriendo. Pero en nuestra relación la política no era un obstáculo. Resulta ser que nos dieron una misión que le aseguro fue tan extraña que hasta el día de hoy no entiendo cómo es posible que nos eligieron a nosotros, pero así fue. El veinte de diciembre de 1950, recuerdo la fecha exacta, a la madrugada nos despierta un capitán que no conocíamos y nos da una orden para hacer de inmediato. Teníamos que ir con un camión al banco central, allí lo cargaron con unas cajas, que aún recuerdo eran de hierro no muy grandes pero pesadas. tuvimos que contarlas, eran cincuenta y tres. Después teníamos que llevar el camión cargado a una estancia llamada La Candelaria en Lobos. Antes del mediodía estábamos entrando, solo su padre y yo. Cuando llegamos nos impresionó la envergadura de la propiedad, era un castillo que tengo entendido aún se conserva en perfecto estado. Allí, nos recibieron cinco hombres que por su aspecto parecían baqueanos del lugar, hombres de campo. Uno de ellos registró la carga y después nos hicieron esperar en la cocina. Nos sirvieron un almuerzo como para reyes. Después nos llevaron al salón principal de la casa y evidentemente el dueño de todo aquello que era un morocho imponente con bigotes y botas de montar nos dijo algo que me impactó.
Palabras más palabras menos, nos agradecía el trabajo realizado por nuestro servicio y nos dijo que en el camión había algo para nosotros, pero teníamos que ubicarlo en algún lugar seguro antes de llegar al cuartel. Porque era un obsequio y no debíamos compartirlo con nadie. Después, frente a nosotros, hizo un llamado telefónico, alguien del otro lado le dijo esto:
—General… la encomienda ha llegado bien, le envío un fuerte abrazo, los muchachos son de confianza y ya han sido recompensados.
—¿Lo aburro Claudio? se interrumpió el caballero
—En absoluto señor, continúe usted por favor.
—Cuando regresamos, paramos en un camino desierto y fuimos a ver lo que había detrás. Nuestra sorpresa fue enorme, habían dejado tres cajas sin candado. Con su padre nos miramos y decidimos ver qué contenían. Allí había una fortuna, estaban repletas de lingotes de oro, no sé cómo decirle pero para ese momento serían varios millones de pesos, muchísimos.
Después de eso comenzó otra historia. En un primer momento teníamos cierta desconfianza con lo ocurrido, nosotros solo éramos dos jóvenes cumpliendo con una orden militar. Pero yo no tuve desde un principio ninguna duda, debíamos repartirnos eso y ocultarlo. Pero su padre no pensaba lo mismo, lamentablemente. Allí comenzó nuestro distanciamiento. Su padre pensaba que no podíamos aceptar esa fortuna, que evidentemente era un dinero que vaya a saber de donde provenía; que había que devolverlo etc. etc. No nos pusimos de acuerdo, entonces yo le dije que hiciéramos una cosa. Ocultarlo por ahí y no decir nada en el cuartel, si surgía algo, yo me haría responsable. Su padre aceptó, regresamos al cuartel con el camión vacío, nadie nos preguntó nada y al otro día nos informan que nos habían otorgado la baja, que nos podíamos ir a casa. Yo me las arreglé para ir a buscar mi parte, el resto quedó allí.
A Claudio no le cabía en la mente lo que estaba escuchando, no sabía qué pensar. Recordaba a su padre en el taller, siempre debajo de algún auto engrasado hasta las orejas y a su madre cuidando el centavo; jamás se le hubiera ocurrido ni remotamente que su padre se abstuviera de disfrutar de una fortuna que estaba en algún lugar de la pampa esperándolo.
—Por todo esto Claudio, yo lo he querido convocar por dos razones, una de ellas es que siempre he apreciado a su padre, era un buen hombre; nos comunicamos algunas veces, pero él siempre se negó a recibir ni siquiera plata de mi parte. Un día me dijo que no lo llamara más, y así lo hice; pero ahora yo estoy grande y siento que esa fortuna enterrada allí, ahora le pertenece a usted.
Mañana regreso a Uruguay, allí tengo una chacra que compre con ese dinero y me dedico a la ganadería y crío caballos de carrera, no tengo hijos, solo un hermano mayor que yo, que vive en Francia pero no mantenemos relación. En fin, esta es la historia.
—La verdad señor, cuando usted me llamó pensé que mi viejo había dejado alguna deuda sin pagar, pero mire usted; pobre viejo; él era así; en este mundo en el que no corre vuela el se interesaba por otras cosas.
El elegante señor Sanchez Olivera, sacó de su bolsillo un sobre, y lo puso sobre la mesa.
—Le dejo esto Claudio, aquí encontrará el lugar, con pelos y señales, estuve allí hace poco, es un potrero que parece abandonado, y además encontrará mi dirección y teléfono en Uruguay, por último, le he hecho un testamento de mi parte hacia usted, para que no tenga inconvenientes en justificar la procedencia de este bien, que no es poco. Será para usted una herencia de un amigo de su padre que no tiene descendencia. Espero sinceramente que lo disfrute y sepa invertirlo bien, su familia se lo merece. —Después de decir esto, aquel elegante señor, pagó la cuenta, tomó su sombrero, le dio un abrazo a Claudio y se perdió en la noche.
3.
Claudio se quedó mirando ese sobre sobre la mesa del bar mientras su mente recorría episodios de su vida: con sus padres, su esposa, sus hijos, su actual insoportable empleo, cuando quebró con el negocio de los colchones, las deudas. Si la historia contada por ese hombre era cierta, ese pequeño papel contenía una nueva vida para su familia, una vida sin privaciones, una nueva vida de ricos. Pero ¿cuánto dinero significaba esa cantidad de oro?. No tenía idea.
Por fin solo tomó el sobre, sin abrirlo lo guardó con cuidado en el bolsillo de su saco, y después salió del bar para buscar su auto. Cuando se sentó frente al volante, vio un grupo de jóvenes con gorra qué venían por la vereda. En un instante imaginó que lo asaltaban y le quitaban el sobre, se paralizó el corazón cuando uno de ellos se cruzó, y le hizo una seña frente a la ventanilla, no tenía tiempo de hacer nada, si sacaba un arma estaba perdido, pero el joven solo le preguntó si tenía fuego.
—No fumo. —le dijo con un hilo de voz, tuvo que bajar el vidrio y repetir— no, no fumo discúlpame.
Entonces el muchacho le dijo con una sonrisa si el auto no tenía encendedor.
—Si por supuesto —dijo Claudio más tranquilo— no me acordaba, como yo no fumo.
Por fin entró a su cochera y fue a su departamento. Los mellizos curiosamente esa noche estaban tranquilos mirando una película y su mujer acomodaba ropa en el dormitorio.
—Tengo algo que decirte, pero después de la cena cuando estemos tranquilos —le dijo a su mujer tomándola de la cintura.
—Qué intriga. —dijo ella abrazándolo— hablé con el tío y me dijo que no nos preocupemos, nos presta lo que necesitemos.
Él mirándola a los ojos —le dijo— tal vez no necesitemos que nos preste.
—No me digas que te aumentaron el sueldo —le dijo su esposa cruzando sus brazos detrás de su cuello.
—Quizás es algo más importante.
—¡Más importante!, ¿qué pasó?.
—Tendremos que hacer un viaje a Lobos.
—¿A Lobos?, ya me estás preocupando, ¿no andarás en algo raro verdad?
—No, mi amor, te lo juro, pero te pido que charlemos después de la cena cuando se duerman los chicos.
Después de comer, ella fue a leerle algo a los mellizos y Claudio acomodó la cocina. Cuando todo estaba en calma y en silencio se sentó en el comedor y colocó el sobre en el centro de la mesa. Cuando llegó su esposa ella se sentó frente a él y Claudio comenzó a contarle todo sobre aquel hombre amigo de su padre y todos los otros detalles.
Ambos se quedaron un largo rato mirando el sobre cerrado.
—Quise que lo abrieramos juntos. —dijo él tomándole la mano— tal vez todo sea mentira, no lo sé, pero ese señor me resultó convincente.
—Bueno, abrirlo de una vez Claudio.
Cuando Claudio comenzó a sacar todo el contenido del sobre comenzó a leer en voz alta, primero sacó el testamento que estaba refrendado por un escribano, después había una carta escrita a mano, y por último un papel doblado, con una serie de dibujos e instrucciones para llegar a algún lugar en la pampa cerca de Lobos.
Por último leyó aquella carta
Estimado Claudio, me gustaría que su viejo hubiera disfrutado de esto, lamentablemente no fue así, su padre era un hombre muy especial. Solo espero que todas sus aspiraciones se concreten, y permítame darle un consejo de este viejo. El dinero es como el alcohol, si se toma en exceso puede embriagar. Por esto le recomiendo que lo administre bien, siempre pensando en lo mejor para su familia. Si alguna vez necesita uon consejo estoy a sus órdenes, esta es mi dirección y teléfono en Uruguay.
Atte. Ramón Sanchez Olivera.
Marta y Claudio no podían salir de su asombro, tenían una sensación de impaciencia, alegría y temor. Ella se puso a caminar pensando alrededor de la mesa sin parar. Esto era algo que caía del cielo y parecía que era todo cierto. Pero después de un momento ella se detuvo y dijo.
—Claudio, no podemos aún asegurar que esto sea verdad, no vaya a ser que este hombre, Sanchez Olivera, que salió de la nada, sea un loco, o un lavador de plata, no se, mira si nos mete en un despelote, todo esto me da un poco de miedo.
—Si, tienes razón, ¿qué podemos hacer para quedarnos tranquilos? —dijo Claudio guardando todo esos papeles.
—Mira, primero comprobemos que ese testamento es legal y que ese escribano existe, busquemos en google ahora mismo.
Cuando Claudio buscó en Internet el nombre del escribano, efectivamente figuraba en Facebook y tenía su estudio en Montevideo Uruguay, después buscó al señor Sanchez Olivera y también coincidía todo, tenía un establecimiento ganadero y era criador de caballos de carrera.
—Todo coincide con lo que me dijo, incluso lo conocía a mi padre muy bien. Yo sé que mi viejo no tomaría algo que no fuera de él ni loco, es probable que más de una vez hubiera tenido deseos de ir a buscar parte de esa fortuna, me acuerdo que en una oportunidad puso con un amigo una rectificadora y se fundió. Estuvo casi un mes sin hablar, imaginate lo que le pasaría por la cabeza. Pero evidentemente no aflojó y empezó de nuevo. Me acuerdo que arreglaba autos en la calle. Un día alguien lo denunció y vino un policía. Se volvió loco, agarró una llave inglesa y rompió un auto, salieron los vecinos a calmarlo.
—Analicemos esto Claudio con calma. —le decía su esposa trayendo el termo y el mate— imagínate que ahí está enterrado todo ese oro; ¿como lo traemos?, y ¿donde lo guardamos? Hay que contratar una caja de seguridad, o diez, no tengo idea de cuanto es.
—Yo tampoco. —le decía Claudio tomando un mate— además con mi auto que tiene los elásticos hechos pelota, no puedo cargar mucho peso.
—¿De cuanto peso estamos hablando Claudio?, o mejor dicho, ¿cuánto dinero es todo eso?
—Veamos, —Claudio consultó en Google— este hombre por lo que me dijo son varios lingotes, no me precisó cuántos, pero un solo lingote aquí dice que pesa unos doce kilos, entonces si multiplicamos doce por…
¡No, me muero!, no puede ser.
—¿¡Qué pasa Claudio!? —Claudio levantó su vista de su teléfono y miró a su esposa con una cara de asombro como de quien hubiera descubierto la fórmula de la vida eterna, aquí dice que un solo lingote de oro cuesta aproximadamente un millón trescientos cincuenta y seis mil dólares.
—¡Déjame ver! —exclamó su esposa arrebatándole el teléfono para comprobar tal cosa— no lo puedo creer, no lo puedo creer mi amor, somos ricos, ¡somos ricos!.
—¿Quién es rico mamá! —preguntó uno de los mellizos qué se había despertado por los gritos.
—Nadie mi amor —le dijo Marta a su hijo abrazándolo mientras le guiñaba un ojo a su esposo— estábamos haciendo un chiste con papá.
Después que el pequeño retomó el sueño, Marta y Claudio continuaron con los planes.
—Yo creo que lo primero que debemos hacer, es comprobar si ese oro existe, si está allí enterrado, o solo es una patraña de un loco. —le dijo Claudio en voz baja a su esposa sirviéndose un mate.
—Exacto Claudio, vayamos cuanto antes, si te parece este fin de semana, dejamos a los chicos con mamá y vamos.
4
Claudio y Marta subieron a los chicos al auto, más una canasta con algo para comer y tomar. Después dejaron a los mellizos en la casa de su abuela, con la excusa de que iban a visitar a unos amigos de cuando eran solteros y pensaban salir a cenar, como iban a regresar muy tarde preferían que durmieran por esa noche allí.
—Después que carguemos combustible, tengo que comprar en una ferretería una pala y un pico —le dijo Claudio a su esposa, parando el auto en la estación de servicio.
—Quisiera llenar el tanque por favor.
Cuando el playero terminó de cargar el tanque, Claudio le dio su tarjeta de crédito para pagar, pero surgió un inconveniente, la tarjeta no tenía dinero suficiente.
—No puede ser, pruebe de nuevo por favor.
—No señor, no tiene fondo —le dijo el hombre devolviéndole la tarjeta.
Marta buscó en su bolso, y sacó otra de ella.
—Probemos por favor con esta tarjeta señor.
—Esta si funciona —le dijo el playero a Claudio, que se había puesto blanco.
Una vez en el auto exclamó Claudio manejando:
—Quiero ser millonario Marta, nos ¡merecemos ser millonarios!
—Quizás antes que termine este día lo seremos mi amor —le dijo Marta con una sonrisa.
El viaje, a pesar de que llovía muchísimo, les resultó entretenido, ambos fueron charlando de lo que harían si todo esto que estaban viviendo no era un sueño. Lo primero sería comprar una camioneta de las más grandes y después buscar en un country una casa amplia con mucho parque y pileta. También comprarían una cabaña frente a algún lago en el sur y una poderosa lancha con motor fuera de borda. Una vez que estuvieran acomodados, irían a conocer toda Europa.
Después de tomar por la Richier cuando doblaron por la ruta 205, comenzó a llover torrencialmente, por fin después de casi una hora llegaron a la avenida Valeria de Crotto. Ese era el cruce que indicaba el mapa. Tomando a la izquierda se llegaba al pueblo de Uribelarrea, había que tomar un camino de tierra que salía a la derecha, desde el cruce a trescientos metros por esa calle de tierra tendrían que entrar al potrero que estaba a la derecha, por último después de cruzar el alambrado tenía que dar ciento cincuenta pasos en forma perpendicular a la calle de tierra. Ese era el lugar, ahí había que excavar.
En cuanto tomaron por el camino de tierra el auto por el barrial qué había empezó a patinar, y a pesar que Claudio trató de que no se fuera a la zanja, no hubo remedio, quedó encallado con una inclinación de cuarenta y cinco grados y la rueda trasera derecha en el aire. La llovizna le daba a toda la situación una sensación catastrófica.
—Hasta aquí llegamos Marta, ahora si que estamos en apuros, no sé cómo carajo saldremos de aquí.
—Tenemos que esperar que pase alguien y nos ayude, o mejor llamemos al Automóvil Club —le dijo su esposa mirando que de su lado el agua estaba ingresando por la puerta.
—Hace tres meses que le di de baja, no te acuerdas —le dijo Claudio.
—Tienes razón, no me acordaba. —contestó Marta con cara de angustia.
Después de un par de minutos en silencio Claudio recapacitó y dijo:
—Bueno, no se ha muerto nadie, tomemos unos mates mientras esperamos, alguien tiene que pasar.
Por el camino de tierra comenzaron a ver una luz amarillenta, después eran dos, pertenecían a los faros de un tractor, cuando el enorme vehículo estuvo a su lado su conductor paró el motor. Cuando Claudio se bajó del auto sus dos pies se enterraron en un barro muy blando y resbaladizo. Desde lo alto de la cabina del tractor, un hombre de boina roja, le alcanzó una linga muy gruesa.
—Sujetela de algún lado de atrás y después al gancho del tractor —le dijo amablemente sonriendo— como si fuera una tarea sencilla.
Claudo, después de agarrar la pesada linga, y querer ir para el lado trasero de su auto, se resbaló y cayó sentado sobre el barro, al querer levantarse sus pies se deslizaban por la superficie sin poder afirmarse, esto hizo que tratara de darse vuelta para apoyar sus rodillas en el suelo, pero un nuevo resbalón lo hizo caer de frente.
El chófer del tractor viendo que no podía hacerlo se bajó, y lo ayudó a ponerse de pie.
Cuando Claudio se incorporó, parecía una estatua viva de barro, tenía barro, hasta en su cara y su pelo. Su esposa lo miraba por la ventanilla con cara de perplejidad.
El señor de boina tenía botas, y evidentemente sabía manejarse en el barro, porque en unos pocos segundos, ató la linga a algún lugar firme del auto y después el otro extremo al gancho del tractor.
—Suba amigo, enderece las ruedas y mantenga firme el volante.
Después que el poderoso motor arrancó, las enormes ruedas del tractor se movieron. Al cabo de un instante, Claudio y Marta, sintieron el poderoso tirón que dejó su auto sobre la calle. Después el conductor, les golpeó la ventanilla para que la abrieran.
—¿Quieren que los arrastre hasta la ruta?, porque aquí no podrán maniobrar, se quedarán de nuevo.
Claudio, hecho un desastre, aceptó la propuesta y lentamente fueron arrastrados hasta un lugar seguro en la ruta.
Después de darles las gracias al tractorista, se percataron que el interior del auto estaba lleno de agua sucia y Claudio parecía un espectro aterrador.
Con cierta sensación de ser un par de fracasados, fueron a una estación de servicio próxima, la lluvia era persistente y no parecía que el mal tiempo compusiera. Una vez que pudieron poner el auto en condiciones, Claudio se quitó el barro lo mejor que pudo y decidieron regresar, porque con ese tiempo y ese lodazal del camino, no podían hacer nada y menos aún excavar.
Cuando estaban próximos al departamento, les pareció que podían dejar a los chicos por esa noche en la casa de su abuela. Fué una excelente idea. Después de comprobar que los chicos estaban bien, una ducha caliente los recompenso por todo lo ocurrido. Pidieron comida, él abrió una botella de vino tinto y sacó dos copas. Ella se puso una salida de baño demasiado transparente, y demasiado corta. Después sucedió lo que ambos deseaban que sucediera.
5
La semana transcurrió bien, sin muchas complicaciones. Llevar a los chicos al colegio, ir al supermercado, las cuestiones y tareas de la oficina que Claudio sorteaba lo mejor que podía. La cotidiana visita de Marta a ver a su madre. Pero entre ellos continuaba la secreta misión que habían postergado. Por las noches después que los chicos se durmieran, comenzaban a planificar la próxima ida a ese lugar. Irían el sábado próximo, estaba anunciado buen tiempo; pero el jueves ocurrió otro percance, por la mañana cuando Claudio quiso poner en marcha su automóvil para ir a trabajar, al dar vuelta la llave de encendido este arrancó, pero a los pocos instantes el motor hizo un extraño sonido, seguido de un un humo blanco que salía debajo del capot.
—Se rompió el auto Marta, no lo puedo creer, justo ahora que lo necesitamos.
Marta estaba guardando una ropa y de la bronca e impotencia la arrojó con fuerza al piso.
—¡Cuando podamos cambiarlo Carlos, quiero que lo tiremos al Riachuelo, o mejor lo quemamos!.
—Te aseguro que lo haremos. —le respondió Claudio con cara de fastidio— pero ahora tenemos que arreglarlo, ¿tu primo podrá hacerlo?
—Con qué cara le pido un favor, después del despelote con la mujer en el cumpleaños de mamá.
—Bueno, pero la tirantez es con la mujer, no con él. —le dijo Claudio.
Marta lo miró con una cara que lo decía todo.
—A la vuelta de la oficina hay un mecánico, hoy lo iré a ver. —con resignación dijo Claudio colocándose el saco para ir a su oficina.
El sábado por la mañana llamó por el portero el mecánico para ver el auto. Era un hombre grande, bien vestido, de ese tipo que con solo ver el modelo del auto, el estado de las cubiertas y la ropa del posible cliente, ya sabía cuánto podía llegar a ganar con el arreglo. Cuando Claudio lo llevó a la cochera y le dijo cuál era el vehículo. El mecánico, al verlo, ya supo que estaba perdiendo el tiempo.
Cuando abrió el capó, miró durante unos instantes el motor, midió el aceite y después le pidió a Claudio que lo cerrara.
—Está fundido. —le dijo de una sola vez sin contemplación alguna.
—¿Cómo está fundido? —exclamó Claudio con voz desesperada.
—Si, está fundido. —reitero el hombre— por algún motivo se quedó sin aceite y estos motores, como todos, sin aceite se funden.
Claudio lo miró como si se estuviera burlando de él. Después le hizo la pregunta de rigor:
—¿Cuánto sale arreglarlo aproximadamente?
Cuando el mecánico después de hacer unos cálculos mentales le dijo el valor.
Claudio por poco se desmaya, pero vino a su mente que también existía la posibilidad de que en unos pocos días fuera rico.
—¿Trabaja con tarjetas de crédito?, —le preguntó Claudio a ese hombre con cara impertérrita.
—No —dijo el señor— solo trabajo de contado.
—Hoy todo el mundo trabaja con tarjetas. —le respondió Claudio.
—Puede ser, yo no. —le contestó el inconmovible mecánico — cincuenta por ciento anticipado para pagar la rectificadora y el resto cuando retira el auto, siempre que sea dentro de los dos días porque no tengo lugar en el taller. Si no lo dejo en la calle y no me responsabilizo si le roban las ruedas u otro daño.
Estaba claro que las condiciones del contrato no eran flexibles.
—Bueno, lléveselo —dijo Claudio con mal humor.
—Lo vengo a buscar esta misma tarde con una grúa, pero me tiene que dar el dinero por anticipado.
Esto era el colmo, pero a Claudio no le quedaba otro remedio y necesitaba su viejo auto.
Por la tarde, Claudio y Marta, vieron como el auto era subido al remolque, después que le dieron al mecánico todo el dinero que iba a ser destinado para pagar las esperanzas.
—No le pregunté cuándo estará listo —le dijo al mecánico que ya estaba sentado en el camión.
—Estime unos quince días, si no surge ninguna complicación. —alcanzó a decir el hombre con la grúa ya en movimiento.
Continuará
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