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domingo, junio 25, 2023

EL SILBO

    El miedo a lo desconocido suele ser enorme, cuando a pesar de estar en grupo y preparados para afrontar eso que pretendemos descubrir, se materializa, nos aterramos; pero un sonido, simple, como lo es un silbido, puede ser más aterrador que observar algo extraño. 

F.Brun





El silbo, así se lo denomina, lo han escuchado muchos testigos, en un lugar muy específico, en la localidad de Trenel La Pampa Argentina. 

Esta localidad es cabecera del departamento homónimo, al noreste de la provincia de La Pampa, Argentina.

Dista 123 km de Santa Rosa y 560 km de la ciudad de Buenos Aires. Por vía terrestre está comunicada con el resto del país por la Ruta Provincial 4, que empalma con la Ruta Nacional 35.

La leyenda corresponde a la época de cuando habitaban tribus ranquelinas, fue entonces cuando el ranquel Huyhuín, un mozo mujeriego al que le gustaba silbar siempre la misma tonada, fue protagonista de un enfrentamiento, en donde llevó las de perder, por un tajo preciso en su garganta; esto lo atestiguan fuentes de origen Cristiano durante la Guerra del desierto entre los años 1878 y 1885; el lugar de donde surge esta historia es en los montes al norte de Trenel; vecinos ya grandes del pueblo confirman que aún hoy, el espíritu del infortunado Huyhuín, sigue recorriendo esos desérticos parajes; y su silbido hiela la sangre.


Yo soy un hombre al que no le gustan las aventuras, pero charlando con mi hijo mayor y dos de sus amigos en una sobremesa familiar, surgió esta leyenda, y a mi hijo se le ocurrió que podíamos ir para verificar que de cierto había con respecto a esta historia. Consultamos en Google Maps y nos encontrábamos a unos 870 kilómetros, por lo cual, sería un viaje de unas 9 horas,  a los amigos de mi hijo les encantó la idea, y yo al verlos tan entusiasmados acepté; viajamos en la camioneta de mi hijo, y nuestro equipo consistía en dos carpas pequeñas, víveres, y agua, salimos el último fin de semana de mayo, yo pensé que no haría demasiado frío, pero me equivoqué. 

El viaje fue placentero, llegamos a Trenel a las cuatro de la tarde, como estábamos cansados del viaje, decidimos buscar una pensión, y salir a la mañana siguiente para el norte, y acampar por allí. 

En la cena, nos prepararon una mesa en el salón comedor, pero como nadie se había hospedado, pudimos entablar una larga conversación con el dueño de casa que era un cordial señor. Cuando salió el tema de nuestra visita, el hombre cambió su rostro y pasó de la cordialidad a la preocupación y esto nos dijo:


—No es mi intención desalentar a nadie, pero tomen lo que les voy a decir como un consejo de un amigo; en esos bosques no han sucedido cosas buenas —los cuatros nos quedamos callados, entonces le pregunté—,


—¿Qué cosas pasaron?, si se podían contar, y el señor me respondió—:


—No tengo ganas de arruinarles el paseo, por lo cual no les diré nada, solo esto, no se les ocurra pasar la noche en el bosque. 


No pudimos, sacarle otra cosa, terminamos nuestro café y los cuatro nos fuimos a dormir, a la mañana siguiente en el desayuno, les dije a los muchachos que como habíamos viajado hasta allí, iríamos al bosque, pero que definitivamente descartaran la idea de pasar la noche, ya no era solo por lo de la leyenda del silbo; había que evaluar que no fuera un lugar peligroso porque podían existir vagabundos o asaltantes; mejor sería conocer el lugar de día y dar fin a la expedición. Todos aceptaron mi sugerencia; después de cargar nafta salimos. Cuando tomamos el camino de tierra a la hora de viaje comenzamos a ver un tupido bosque de caldenes y algarrobos, que contrastaba con un cielo azul intenso, al internarnos en aquella naturaleza exuberante, el camino comenzó a ser difuso, señal que pocos vehículos pasaban por allí. Una leve pendiente desembocaba en un curso de agua insignificante, pero por precaución detuvimos la marcha, yo conseguí una rama y pude comprobar que no era profundo y la tierra era firme; después de pasar sin dificultad continuamos el viaje, el camino ya no existía, durante más de una hora, solo un par de liebres se nos cruzaron a pocos metros. Mi hijo alcanzó a ver un claro con el pasto bajo y como estábamos próximos al mediodía,  decidimos parar allí para comer algo, de inmediato armamos nuestro campamento y servimos sobre la pequeña mesa una abundante picada; en la sobremesa comenzó a levantarse viento frío; ya nos habíamos olvidado de la intención inicial, y nuestra charla giraba en torno a política, pueblos olvidados, y trabajo; en un momento mi hijo y sus dos amigos se quedan callados mirando algo detrás mío, cuando giro mi cabeza para ver, parado a pocos metros un chico vestido con camisa a cuadros blanca y azul, bombacha negra, pañuelo rojo al cuello, alpargatas, y sombrero criollo, nos sonreía.


—Hola  —nos dijo con voz fuerte y clara—. Todos lo saludamos y comenzamos a charlar con la visita recién llegada.


—Cuál es tu nombre y de dónde eres —preguntó uno de los amigos de mi hijo, mientras le ofrecía algo de comer pero aquel muchacho no aceptó—.


—Me llamo Eliseo y soy de aquí —dijo con su voz de tonada campera—.


—¿De aquí, del bosque? —le pregunté—. 


—Si, tengo un rancho a dos leguas, y vengo por aquí a ver mis trampas para liebres. — mientras hablaba tenía sus brazos cruzados en su pecho—


La conversación con Eliseo se prolongó bastante y nos puso al corriente de cómo era su vida en el bosque, vivía solo, y tenía veinte años, cosa que no parecía, quizás porque era de poca estatura. También le preguntamos si no tenía miedo de vivir solo en esos parajes y esto nos dijo:


—No tengo miedo porque conozco muy bien cada rincón de este lugar, incluyendo a los espíritus que aquí hay. — todos nos quedamos mirándolo en silencio unos instantes, y yo le pregunté—.


—¿Qué tipos de espíritus hay? —cuando le dije esto, señaló con su mano al sector del bosque con mallor espesura y respondió—


—Hay buenos, y malos, los buenos no molestan, solo los malos son peligrosos.


—¿Qué hacen los malos? — le pregunté—.


—Los malos le sacan el espíritu a los humanos y a los animales, y los dejan deambulando por el bosque, por eso no se puede andar de noche; si te topas con un de los que ya no tienen espíritu, al verlos, te quedas loco, porque poseen el diablo en sus entrañas, yo vi una vez a uno, pero solo de lejos, y sus ojos eran como de un animal rabioso, me empezó a correr, pero pude llegar a mi rancho, y agarrar el crucifijo; se quedó toda la noche gimiendo detrás de la puerta, y cuando despuntó el sol no lo escuché más. 


Después de escuchar todas esas cosas que no me provocaban tranquilidad, me quedaba una pregunta más para hacerle a Eliseo.


—Qué nos puedes decir con respecto al Silbo, ¿sabes algo?. —le pregunté esperando una respuesta que fue muy distinta a lo que yo esperaba—


—El silbo es un espíritu bueno, él protege a los que por estos lugares caminamos, yo lo he escuchado muchas veces, siempre cuando cae el sol; pero cuando el Silbo se escucha, es porque nos advierte que algo malo nos puede pasar; hay que salir corriendo al rancho, o prender una fogata, los espíritus malos le tienen miedo al fuego y no se acercan. 

—después de contar esto Eliseo, se quedó callado mirándonos uno largo rato, después nos saludamos, y se fue caminando para el lado de la espesura hasta que lo perdimos de vista—.


Confieso que en un primer momento no creí mucho lo que nos terminaba de decir aquel muchacho, porque es sabido que la gente del campo suele agrandar las cosas, solo para ver nuestras caras de pueblerinos. Pero mi hijo y sus amigos, no se quedaron muy tranquilos; entonces decidimos que ya nuestra misión se había cumplido en ese bosque extraño y desolado, cuando comenzamos a juntar todo, el viento comenzó a soplar más fuerte y más frío y unas gotas de lluvia empezaron a caer. Al terminar de cargar la camioneta, y querer ponerla en marcha, esta no arrancaba, mi hijo intentó varias veces y la batería empezaba a perder fuerza; todos nos bajamos a empujar, pero no arrancó, pensé que el problema era otra cosa, instintivamente abrí la tapa del combustible y el olor era de gasoil, no de nafta; esa noche no podríamos salir de ese bosque si no nos remolcaban; pero para lograr esto tendríamos que comunicarnos con alguien del pueblo; cuando lo intentamos no había señal, solo nos quedaba salir de allí caminando, pero en dos horas oscureceria y la lluvia era inminente. 

Debo decir que toda la situación me inquietaba, no tenía deseos de pasar frío o que alguno de los muchachos se enfermara. Cuando comenzó a llover con fuerza nos quedamos dentro de la camioneta; al anochecer la lluvia persistía, los vidrios estaban empañados y nada se podía ver hacia afuera. 


—Nos espera una larga noche — le dije a los muchachos—, y el más chico de los compañeros de mi hijo me respondió.


—Solo espero que el gauchito sea un mentiroso, y que todo lo que nos contó no sea cierto. —ninguno de los tres respondimos—.


Alrededor de las tres de la mañana todos estábamos dormidos y un fuerte golpe nos despertó. 


—Yo salgo a ver, quédense aquí —les dije sobresaltado—


Mi hijo también salió; al iluminar con la linterna de los teléfonos pudimos ver a una gruesa rama que había caído sobre el techo de la cabina, ya no llovía, y juntos, pudimos sacarla a pesar de ser pesada, cuando terminamos la tarea, mi hijo me dice:


—¡Escucha papá!, cuando presto atención, escucho un silbido claro y nítido parecía que venía de algún lugar alto, pero nada se podía ver.


—Entremos —le dije a mi hijo— 


La situación no me parecía agradable, cuando entramos a la camioneta, todos nos quedamos en silencio y nuevamente, ese silbido aterrador, lo escuchamos todos; alguien o algo, silbaba una melodía indescifrable que parecía venir de otro lugar que no era de este presente, un nuevo golpe muy fuerte nos sobresaltó, luego escuchamos un gemido extraño que podía ser de algún animal tal vez herido, primero del lado derecho, después del izquierdo. De pronto, una luz se podía ver a nuestras espaldas.


—Se acerca —dijo uno de los amigos de mi hijo con su voz entrecortada—


Yo lo corrobore de inmediato, se acercaba directo hacia nosotros, evidentemente no era un vehículo porque era una sola luz amarillenta; pensé que bajar podía significar un riesgo, no sabíamos que nos esperaba afuera de la camioneta; entonces decidí que lo mejor era esperar sin bajar. Cuando estuvo a pocos metros de nosotros, esa luz emitía un ruido extraño. Es muy curioso cómo nuestra mente en estado de pánico, imagina y agranda situaciones de peligro inminente que nos paraliza y nos impide pensar razonablemente. De pronto escuchamos una voz de este mundo:


—¡Amigos, amigos!, ¡soy yo, el dueño de la hostería!. al escucharlo, confieso que me volvió el alma al cuerpo, la única luz que veíamos era la de un pequeño tractor tuerto y destartalado, de un puestero, que vino junto con el señor del hospedaje a buscarnos, porque este se preocupó al ver que no regresabamos y caía la noche; juro que tenía ganas de abrazarlo.


—Hace horas que los estamos buscando en este lugar de los mil demonios —nos dijo el conductor del tractor con una sonrisa—


En esto último tenía razón, era un lugar de los mil demonios. Con una destreza increíble sujetaron con una cadena la camioneta al tractor, y salimos de ese monte obscuro y húmedo. 

Cuando llegamos a la hosteria, después de tomar algo caliente, nos fuimos a descansar y quedamos comprometidos para que se hiciera un buen asado a la noche siguiente. 

El patrón de la hostería hizo en el patio un costillar a la parrilla; todos compartimos una cena inolvidable, el culpable de habernos cargado gasoil, en lugar de nafta, se hizo presente con cuatro botellas de un vino de primera calidad y después de disculparse varias veces, se comprometió a realizar todo lo necesario para limpiar el motor, y el tanque de nafta.

La charla se prolongó y salió el tema de nuestra experiencia de aquella noche; todos nos escuchaban atentamente, hasta que le contamos la parte de la conversación con el gauchito; pero lo que nos dijo aquel puestero, dueño del tractor, hombre de campo, que usaba boina negra y su barba era de un par de días, con su  hablar pausado, nos completó una historia que jamás olvidaré. 


—¿Les dijo que se llamaba Eliseo y que vivía en un rancho de por ahí?. —preguntó el hombre, apagando su cigarrillo con el pie en el suelo de tierra—.


—Así es, nos pareció un joven muy simpático —le dijimos, y este buen hombre con su voz gruesa, y sin apuro, nos dijo:


—Hace muchos años, unos treinta más o menos, por esos lugares, vivía un hachero con su hijo; una noche de invierno, del fogón salió una braza y se les quemó el rancho todito, al hijo lamentablemente no lo pudo salvar y el hombre se volvió loco, nadie sabe que fue de él, dicen que su espíritu sigue quejándose en ese bosque…el chico se llamaba; Eliseo. 







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