El equipo de la Dirección de Biodiversidad, después de conectar sus computadoras a los drones, desplegó un plano en una de las paredes de Almanza y sus alrededores. De inmediato, al encender uno de los drones desde su control remoto, este se elevó velozmente y se perdió de vista con rumbo al canal. Desde una de las computadoras se podía observar, desde una altura considerable, los techos de las viviendas, la costa del canal y algunos montes próximos. La idea era poder determinar el lugar donde se encontraban los animales.
Los drones eran sumamente modernos y poseían cámaras de alta definición con lentes infrarrojos que, durante la noche, podían detectar cuerpos calientes. Además, contaban con un sistema por el cual podían arrojar dardos.
Cuando el comisario comprendió este procedimiento, nuevamente le preguntó a Joaquín: —Una vez que los ubiquen, ¿qué harán? —Cuando los ubiquemos, estos drones tienen la capacidad de arrojar dardos con una precisión muy grande. Estos dardos están cargados con una droga muy poderosa que los dormirá por veinticuatro horas. En ese tiempo, los iremos a buscar y los colocaremos en las jaulas. Pero encontrarlos no es tan simple, puede llevar varios días.
Los días de búsqueda se prolongaron sin novedad hasta que un vecino próximo al canal reportó un ataque a sus ovejas. Encontró en su terreno cinco ovejas destrozadas a dentelladas y tres más no aparecían.
Pasados otros dos días, llegó a la oficina del comisario otro reporte de dos terneros muertos. Los ataques ocurrían en horas de la noche y se sucedían día por medio. Los responsables de la Dirección de Biodiversidad marcaban esos lugares en el mapa. A los quince días, se observaba con claridad que los ataques se producían en un semicírculo casi perfecto que encerraba a Almanza contra el canal.
A estas alturas, los vecinos tenían graves problemas de abastecimiento de mercaderías, fundamentalmente de alimentos, combustible y leña. Esto provocaba un clima de profunda depresión en todos los hogares. Muchos vecinos se habían quedado sin leña para sus hogares y esto era muy peligroso porque la temperatura por las noches bajaba varios grados bajo cero. Entre todos los vecinos se ayudaban para las diversas tareas. Se decidió que todas las familias con hijos, para mayor seguridad, se alojaran en la escuela. Allí, los más jóvenes les llevarían las mercaderías. Todos los traslados se hacían bajo la custodia armada del comisario y los dos amigos, Aníbal y Fernando, dormirían allí para vigilar.
Una noche, fuertes golpes en el techo del salón desataron el terror en todas las familias. Los chicos se despertaron sobresaltados. Los lobos estaban allí y pretendían entrar levantando las chapas con sus garras. La desesperación de las madres fue enorme, lo único que podían hacer era abrazar a sus hijos chicos que lloraban desconsolados. Aníbal y Fernando apuntaban con sus armas al techo. Gloria pidió ayuda al comisario y este avisó al equipo de Biodiversidad que estaban trabajando.
Estos llegaron de inmediato cargando unos lanzadores de dardos, pero en cuanto su camioneta llegó al frente de la escuela, solo alcanzaron a ver tres ágiles siluetas que saltaron al piso y se perdieron en la oscuridad.
Si los lobos hubieran logrado entrar al salón, habrían provocado una matanza de la cual los pacíficos pobladores de Almanza no se habrían recuperado jamás.
Después de este hecho, el comisario encaró a Joaquín diciéndole: —No podemos seguir así, Joaquín. Yo comprendo todo el trabajo que ustedes están haciendo día y noche, pero esta situación no da para más. Todos los vecinos están aterrorizados, tienen que encontrar otra solución. No me parece que con sus juguetes avancemos. —Le pido, comisario, solo tres días más. Tenemos identificada el área donde pensamos que está su guarida. Permítame que le muestre algo que filmamos anteanoche. —El comisario se sentó frente a una computadora en cuyo monitor solo se veían unas manchas negras y grises cuando, de pronto, pudo observar en un pequeño instante a los lobos caminando en color gris claro. —Ahí están —le dijo Joaquín—. Pero no podemos dispararles los calmantes porque hay demasiados árboles. Necesitamos que vayan a campo abierto para no fallar.
En el mismo momento en que el comisario estaba reunido con Joaquín, un grupo de pescadores de Almanza se reunían en el comedor de Lorenzo con la lógica desesperación de sentir que sus familias estaban amenazadas de muerte. —¡Salgamos todos a buscar a estos animales, no podemos permitir que ataquen a nuestras familias! —encabezó el discurso un fornido hombre. —Pero, ¿de qué modo lo haremos? ¿No tenemos armas? —dijo otro. —¡Con palas, cuchillos o a mano limpia! —exclamó otro pescador exaltado—. No me voy a quedar con los brazos cruzados.
Cuando los ánimos comenzaron a exaltarse, Lorenzo, que escuchaba lo que decían, intervino. —Amigos, comprendo su preocupación, que es la misma que tengo yo, pero me temo que cometerán una locura. Estos animales son muy peligrosos y enfrentarlos sin armas es imposible, será un desastre. —¿Y qué alternativas tenemos? ¿Escondernos en nuestras casas hasta que vengan por nosotros? —se expresó otro vecino estrujando con las manos su gorra de lana. —Debemos confiar en los especialistas —replicó Lorenzo—. Tengamos paciencia, el comisario está abocado a solucionar esto que ha paralizado nuestras vidas.
En ese momento de confusión, preocupación y fastidio, advertido por Laura, llegó el comisario junto con Aníbal y Fernando.
Todos hicieron silencio para saber qué novedad tenía para decirles el comisario. —Señores, entiendo su angustia y preocupación, pero como autoridad aquí no puedo permitir que ocurran más muertes. Ya hemos perdido a dos amigos y también a otro hombre que pretendía ayudarnos. Bajo ningún concepto permitiré que realicen una locura. Ustedes son pescadores, no cazadores de fieras salvajes. —Todos los hombres, al escuchar esto, levantaron su voz a la vez, protestando. —¡Señores!, ¡señores!, por favor, ¡lo que ustedes pretenden hacer solo provocará más muertes! —Nuevamente voces de desaprobación se mezclaban—. Permítanme darles la última novedad de la gente de Biodiversidad. Me dice su jefe que están próximos a capturarlos, que ya saben dónde está su guarida. Me ha pedido tres días más. —¡Si llega a ocurrir una desgracia con nuestros hijos, le advierto, comisario, que lo haremos responsable! —dijo el dueño de la gasolinera. —¡Yo no creo que estos muchachos con sus aparatitos de colores puedan controlar a esos animales asesinos! —dijo un viejo pescador, retirándose de la reunión.
Por fin, todos se retiraron muy malhumorados, quedando en el salón Aníbal, Fernando, el comisario Funes y Lorenzo. —Estoy muy preocupado —dijo en voz baja el comisario—. La verdad, yo tampoco le tengo confianza a estos chicos de Biodiversidad, parece que estuvieran jugando con esos drones. —No creo que podamos hacer otra cosa —dijo apesadumbrado Fernando—. Ya lo intentamos con el inglés y así nos fue.
En ese momento sonó el celular del comisario. Este escuchó atentamente y después dijo: —¿Esta misma noche?... De acuerdo, vamos para ahí. —Después de cortar, mirando a Aníbal y Fernando, les dijo: —Era Joaquín, necesitan que dejemos un par de ovejas en un lugar específico, pero me advierte que puede ser muy peligroso. —Cuente con nosotros, comisario —dijeron ambos jóvenes. —Yo también los acompaño —dijo Lorenzo.
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