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martes, abril 01, 2025

MISTERIO EN EL FIN DEL MUNDO (final de la historia)

 

          El personal de Biodiversidad había detectado que los lobos tenían su guarida a unos tres kilómetros del pueblo siguiendo por la costa hacia el oeste. Pero el inconveniente era que se ocultaban en un pequeño monte de coníferas muy tupidas. Esto imposibilitaba conseguir dispararles los dardos tranquilizantes desde los drones, solo podrían lograrlo si los atraían para que salieran a campo abierto.

Cuando el comisario, Anibal, Fernando y Lorenzo llegaron para hablar con Joaquin, solo quedaban tres horas de luz. Este les explicó la situación y su necesidad de colocar un señuelo en las proximidad de ese monte, pero esto era muy riesgoso porque si los animales descubrian su presencia podían atacarlos.

De inmediato los cuatro hombres fueron con la camioneta del comisario a la chacra de un vecino, le explicaron lo que necesitaban y allí subieron a la caja, dos ovejas que servirían de señuelo. 

Cuando llegaron al lugar ya era de noche y nevaba copiosamente.

—Ustedes muchachos vigilen, yo ataré a las ovejas a aquél poste  —dijo el comisario, después de apagar el motor, bajándose de su camioneta. 

—Yo lo acompaño Funes, —le dijo Lorenzo.




Los dos jóvenes con sus carabinas se subieron a la caja y se apoyaron contra la cabina cubriendo a Lorenzo y al comisario.

El fuerte balido de las ovejas se escuchaba en todo el lugar; el espesor de la nieve sobre el piso era de unos cincuenta centímetros y esto dificultaba atar a los animales a ese poste; el comisario trastabilló dos veces y Lorenzo por muy poco no se le escapa una de ellas. Cuando terminaron la ingrata tarea y estaban regresando a la camioneta, un aullido inconfundible se escuchó muy próximo. Lorenzo miró hacia atrás y le pareció ver un bulto oscuro moverse, esto, más la imposibilidad de llegar rápido a la camioneta le generó una sensación de angustia, tal vez el apuro o los nervios, hizo que perdiera la estabilidad y cayó sobre la nieve; el comisario al verlo, retrocedió inmediatamente para ayudarlo. 

Anibal y Fernando por la oscuridad que había solo veían sombras confusas.

—¡Comisario!, ¡Lorenzo!...¿Están bien?. —les gritó Fernando. Tanto el comisario como Lorenzo no escucharon por el viento y al no responder los dos jóvenes encargados de cubrirlos se bajaron de la caja y empezaron a caminar en busca de ellos. Cuando habían recorrido veinte metros, pudieron ver la luz del teléfono de Lorenzo. Por fin los cuatro hombres estaban en la cabina de la camioneta dispuestos a regresar al pueblo pero cuando el comisario quiso arrancar la camioneta, el arranque no tenía la fuerza suficiente para poner el motor en marcha; en el segundo intento demostró que la batería estaba muy baja.

—Que buen momento para que nos deje aquí  —dijo el comisario. 

En el tercer intento la situación de la batería empeoró. 

En ese momento sonó su teléfono, era Joaquín que podía ver todo lo que allí ocurría solicitando que se retiraran cuanto antes.

—Lamentablemente no podemos irnos —le respondió el comisario— tenemos un desperfecto técnico, ahora creo que el señuelo somos nosotros.

—No se preocupe comisario, tengo a los tres drones sobre ustedes, pero si continúa nevando la estabilidad de estos aparatos no es la misma y esto puede dificultar un tiro perfecto.  —dijo Joaquín en tanto veía en su monitor la mira que temblaba lo suficiente como para errar a un blanco— si por algún motivo aparecen los lobos, y están en condiciones de dispararles ustedes, no duden en hacerlo, ahora la prioridad es sus vidas.

La noche era cerrada y la camioneta con sus cuatro ocupantes estaba a unos cincuenta metros de las ovejas.

Lo único que escuchaban los cuatro hombres, era el balido de las ovejas, entendiendo que su situación era la misma que la de ellas, estaban en la misma condición a la espera de recibir un ataque. La nieve había tapado todos los vidrios y el frío los hacía tiritar. 

El comisario tenía su revólver en la mano, y sacó otro de la guantera.

—¿Sabe usted disparar?   —le preguntó a Lorenzo. 

—Jamás en mi vida toqué un arma comisario.

—Bueno, siempre se está a tiempo de aprender  —le dijo el comisario entregándosela— tómela con ambas manos, apunte, y cuando sea necesario dispare.

Anibal y Fernando estaban sentados en los asientos de atrás, pero en ese lugar reducido manipular y disparar con precisión sus armas largas era bastante complicado y se sumaba otro inconveniente, los vidrios de la camioneta solo se podían bajar eléctricamente y esto sin batería era imposible.

En la oficina del comisario el jefe del equipo de Biodiversidad y todos sus colaboradores estaban sumamente preocupados. Los tres drones a pesar de estar en posición, por el frío tenían sus baterías muy bajas, se sumaba a esto que la visibilidad de sus cámara en la oscuridad imperante, solo eran gracias a su sistema infrarrojo, por lo cual lo único que mostraban los monitores era a las dos ovejas; los cuatro voluntarios no era posible detectarlos por estar dentro de la camioneta qué a estas alturas su motor no provocaba calor.

—Tenemos solo una hora como máximo de carga en las baterías, el frío disminuye su capacidad dramáticamente. —dijo la joven encargada de controlar a la parte técnica de los drones—, si los hacemos descender, para ahorrar batería, quedamos ciegos.

—Tampoco tendremos, capacidad de disparar. —contestó otro joven que atendía uno de los drones.

—Tenemos que ver otra opción  —dijo preocupado Joaquín—  no podemos interrumpir la guardia, porque dejaríamos a estos hombres en una posición muy vulnerable.

—¡Ahí están!  —dijo una de las jóvenes que controlaba otro de los drones.

Allí estaban, se podía ver en todos los monitores la silueta de las ovejas y a unos diez metros una figura inconfundible, después otra, y una más. Los tres feroces animales se movían lentamente, aparentemente estudiando a sus presas que no paraban de balar, ahora muy inquietas por haber olfateado el peligro. El encargado de disparar era el jefe, y sus dos colaboradores lo harían en una segunda instancia. 

—Hay demasiado viento —dijo Joaquín, sin quitar su vista del monitor— no puedo hacer blanco, solo tengo tres oportunidades, pero tiene que ser en simultáneo. Cuando estaban con la tensión e incertidumbre del momento, se cortó la luz, el sistema que controlaba a los drones seguía funcionando, excepto el control de las baterías, que era un equipo autónomo.

Los cuatro hombres en la camioneta no hablaban, el lejano balar de las ovejas era la señal que aún no estaban en peligro. Pero esa situación podía cambiar de un momento a otro y ninguno de los cuatro confiaban en esos aparatos de cuatro hélices, solo confiaban en sus armas, pero sabían perfectamente que esas fieras eran astutas, rápidas y muy agresivas. También sabían que solo tenían una oportunidad porque en el caso de fallar, todos tendrían el fatal destino del inglés, o el de sus amigos los pescadores, que nunca regresaron.

De pronto no se escucharon más las ovejas, era la señal indiscutible que habían sido atacadas por los lobos, ahora la esperanza estaba puesta en la gente de Biodiversidad. El comisario después de cinco minutos llamó a Joaquin, pero nadie lo atendía, ni tampoco lo atenderían porque al cortarse la energía en Almanza por algún motivo no había posibilidad de comunicarse. Todos intentaron llamar a alguien pero era inútil, nadie contestaba.

En la comisaría la desesperación era infinita, a pesar de ver con nitidez el ataque a los señuelos, Joaquín realizó tres disparos, pero los tres dardos no pegaron en el objetivo.

—¡Maldita sea!  —espetó el jefe—, ¡el viento distorsiona la dirección!, hemos perdido tres oportunidades solo nos quedan dos posibilidades más. 

Por esas cosas del destino, regresó la luz a Almanza. Por fin el comisario se pudo comunicar con Joaquin. 

—¡Qué diablos está pasando!  —gritó el comisario a Joaquin. 

—Aún no lo hemos logrado Funes —le explicó el jefe de Biodiversidad— el viento nos complica muchísimo. 

En el preciso momento que el comisario esperaba una explicación razonable, algo muy pesado se sintió en el techo de la cabina, e inmediatamente después la camioneta se inclinó hacia atrás. Los tenían encima. 

—¡Disparen al techo!  —gritó el comisario. Los dos amigos con sus carabinas apuntaron al techo y ambos dispararon, la estampida de las armas los dejó a todos sordos, y un fuerte olor a pólvora inundó el estrecho lugar. Tuvieron que esperar varios minutos para lograr escuchar algo, después de los disparos, la camioneta ya no se movía. Continuaron esperando pero nada escuchaban, no sabían que ocurría afuera. Abrir una de las puertas era sumamente peligroso. El comisario decidió llamar de nuevo a Joaquin pero este no contestaba.

Estuvieron en esa situación varios minutos.

—¿Qué ocurriría si salimos todos a la vez?, —preguntó Aníbal. 

—Es demasiado peligroso, —respondió el comisario— estos animales pueden estar esperándonos, son especialistas en cazar a sus presas.  

Después de largos quince minutos no se escuchaba nada afuera, una vez más intentaron poder hablar con alguien del pueblo pero evidentemente la comunicación se había caído. 

—Voy a hacer lo siguiente. —les dijo el comisario al grupo— yo saldré primero porque tengo mayor oportunidad con mi revólver que ustedes con sus carabinas; después, salgan ustedes, ¿les parece?

Todos estuvieron de acuerdo.

Cuando el comisario abrió la puerta con su mano izquierda con la derecha apuntaba al exterior de esa oscuridad absoluta. Pero de inmediato sintió el ardor en su brazo, los colmillos de uno de los lobos lo habían aferrado, después todo su cuerpo quedó vulnerable, una fuerza salvaje lo arrojó hacia afuera con una velocidad y fuerza increíble. No le dio tiempo a disparar un solo tiro. Los dos amigos y Lorenzo se sobresaltaron pero todo ocurrió tan rápido que no atinaron a hacer nada en ese primer instante. Después Anibal gritó:

—¡Salgamos!.

Cuando estuvieron fuera de la cabina, no veían nada, solo escuchaban los gritos desesperados del comisario, ambos jóvenes tiraron unos tiros al aire con la intención de lograr salvar al comisario. De pronto una poderosa luz iluminó la dramática escena de los tres depredadores que sostenían al comisario, el cual ya no gritaba ni se defendía. Todo pasó muy rápido. La luz provenía de una de las camionetas de Biodiversidad; tres jóvenes desde la caja abrieron fuego con sus lanzadores de dardos, dando en el blanco, los dardos impactaron en cada uno de los animales, los cuales dieron un rugido aterrador pero el dolor les hizo soltar a su presa y girar para avanzar sobre sus atacantes. Solo pudieron dar un salto y después se desplomaron los tres casi al mismo tiempo sobre la nieve. 

Lorenzo, Aníbal y Fernando corrieron a donde estaba tendido el comisario; aún estaba vivo,  pero de su brazo y unas de sus piernas emanaba mucha sangre. Los integrantes de Biodiversidad corrieron a socorrer también al herido, el jefe llevaba una valija con elementos de primeros auxilios, después de hacerle dos torniquetes lo levantaron y lo ubicaron en la camioneta la cual partió con el herido al pueblo.

El jefe de Biodiversidad se quedó allí junto a los tres hombres que estaban todavía consternados por todo lo ocurrido; con su linterna iluminó el cuerpo de los tres lobos que ahora dormidos parecían inofensivos. 

—Les tengo que pedir que me ayuden a colocarlos en las jaulas que están por llegar  —les pidió el jefe.

A lo lejos se veían las luces de las otras dos camionetas que se aproximaban.

Después de colocar a los animales dormidos en las jaulas y cerrar sus puertas con un pasador y candado, el jefe de Biodiversidad dijo:

—Por fin esta historia de Almanza ha terminado, ya no tienen de qué preocuparse. 

Al día siguiente muy temprano, los pobladores de Almanza contemplaban ahora calmados, pero a cierta distancia, a las tres jaulas, cada una conteniendo a uno de esos furiosos lobos que rugían y con sus garras querían abrir el grueso alambre. Cuando el equipo de Biodiversidad tapó las mismas con unas lonas; inmediatamente los rugidos de las bestias no se oyeron más. Lentamente las camionetas se alejaron por el camino de donde habían llegado, cargando con lo que vinieron a buscar, dejando en todos los pobladores una sensación de alivio. Sus vidas podían seguir normalmente.

Este hecho los había marcado a todos, entendiendo que la tranquilidad se puede perder con mucha facilidad. 

El comisario Funes se recuperaba satisfactoriamente en el Hospital Comunitario de Puerto Williams Cristina Calderón, Chile. 

El pueblo de Puerto Almanza comenzaba con sus tareas de rutina, preparando sus trampas, acomodando sus botes, haciendo las bromas de siempre entre los pescadores. Lorenzo y Laura preparaban nuevamente su tradicional guiso de centolla, mientras Anibal y Fernando se alejaban del muelle con la esperanza de realizar una buena pesca.

Almanza retomó su vida normal; pero la vida también continuaba en otro lugar, en algún lugar tal vez próximo, entre la nieve, al pie de unos árboles, dos lobeznos se entretenían jugando entre ellos con restos de carne. Se los veía vitales, inofensivos, e incluso simpáticos como todos los cachorros, un macho y una hembra. Pero en sus genes guardaban el instinto salvaje de sus progenitores; los lobos terribles. 


FIN

Estimado lector, yo escribo solo por el placer de hacerlo, y lo realizo gratuitamente. Pero sería una gran satisfacción para mí que subas algún comentario o incluso crítica. 

Basta con decir: me gustó tu relato, o no me gustó. Eso será para mí más que suficiente. 

Te envío un cordial saludo 


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