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domingo, julio 14, 2024

VIAJE AL PASADO (segunda entrega)

          De regreso a su casa Esteban entendió que todo ese día, fue una repetición del mismo día de ayer; es decir que asombrosamente pudo viajar al pasado. Esta inesperada situación se produjo a partir de haber encontrado ese reloj que sacó del mar; que evidentemente era algo mucho más complejo que un artefacto para medir el tiempo…era una máquina del tiempo. 

Cuando llegó a su casa, lo dejó sobre la mesa con mucho cuidado y después de atender a su perro y cenar, se sentó para observar de cerca el increíble hallazgo. Este deslumbrante descubrimiento era demasiado grande para poder asimilarlo solo, por lo cual decidió que lo compartiría con Juan, su mejor amigo.




—Hola Juan, tengo que decirte algo que es verdaderamente increíble, no lo podrás creer.

—No me digas que pescaste una corvina con tus señuelos caseros, sería algo milagroso —le respondió su amigo con ironía.

—No Juan, esto no tiene nada que ver con la pesca, es algo demasiado importante y trascendental.

—Me estás asustando querido amigo, ¿de qué se trata?.

—No me animo a decirlo por teléfono, te espero mañana.

—Allí estaré después de cerrar el local, espero que no sea una de tus bromas. 

—Te puedo asegurar que esto te dejará mudo Juan. Yo todavía no lo puedo creer. 

A las cinco y media de la tarde en punto Juan estacionó su camioneta frente a la cabaña de Esteban. 




Cuando entró, su amigo lo observaba con cara de preocupación, sentado frente a la pequeña mesa con el reloj.

—¿Qué ocurre Esteban?, tienes una cara que me preocupa, ¿estás enfermo?, —le preguntó Juan quitándose el abrigo para sentarse frente a él— ¿y ese reloj?

Esteban le contó a su amigo con lujo de detalles todo lo ocurrido el día anterior, pero éste no lo tomó muy en serio, y en un primer momento pensó que su amigo deliraba, o se había enfermado.

—Lo mejor será que llamemos a un médico, tú no estás bien Esteban.

—Al principio pensé que había enloquecido, pero me temo que no Juan; hagamos lo siguiente: llévate el reloj, y esta noche antes de acostarte dale cuerda, solo una vuelta, como hice yo; cuando despiertes, observa detenidamente todos los acontecimientos del día, si no te ocurre nada extraño, me llevarás a un manicomio y me dejarás allí, te pido por favor que realices lo que te pido, pero recuerda, solo dale una vuelta a la cuerda, no más.

Juan, para no contradecir a su amigo, se llevó el reloj, pero pensando con amargura que su amigo estaba loco de remate.

Durante todo el día siguiente Esteban se quedó en su casa junto a su fiel compañero pensando todo lo que le había pasado a partir de haber encontrado ese reloj, se hacía muchas preguntas: ¿quién lo habría creado?, ¿por qué lo arrojaron al mar?, ¿cómo pudo conservarse en el agua salada sin que su mecanismo se arruinara?, cuanto más pensaba, menos encontraba una explicación a todo. 

Al día siguiente, su amigo a primera hora golpeó con insistencia la puerta; cuando Esteban le abrió, Juan tenía la cara desencajada, con su respiración agitada se sentó frente a la mesa y después de colocar el reloj a la vista de ambos dijo exaltado:

—Este reloj Aníbal está embrujado, debes devolverlo de donde lo sacaste ya mismo o destruirlo; desconocemos su poder, pero evidentemente me pasó lo mismo que a ti, ayer mi día fue exactamente igual que el anterior, por lo cual te dejé a ti anoche, y me retiré a mi casa con esta máquina infernal. 

—Pero en realidad Juan —le dijo Anibal mirando al reloj— tú te fuiste de aquí antes de ayer, esto quiere decir que viajastes al pasado durante 24 hs.

Ambos amigos se quedaron callados tratando de comprender lo incomprensible. 

—Te diré algo que me está dando vueltas por mi cabeza Juan. ¿Si este reloj es una máquina del tiempo, que pasaría si nos animamos a usarla?.

—No tengo la menor idea Esteban, pero, creo yo, que podríamos viajar nuevamente a nuestra juventud. 

—¡Exactamente Juan!, piensa por un momento lo que esto significa; seríamos nuevamente jóvenes. 

—Si algo así fuera posible Esteban, este artefacto sería poseer la llave para lograr la vida eterna, ¿te das cuenta?.

Un prolongado silencio ocupó la mente de ambos amigos, el cual fue interrumpido por un fuerte ladrido del Emperador.

Durante todo ese día ambos continuaron realizando conjeturas de todo tipo, pero sin lugar a dudas estaban frente a una máquina que revolucionará la ciencia en todo el amplio mundo… bueno, en tanto y en cuanto la mostraran; otra posibilidad era solo utilizarla en beneficio propio.

Ya estaba haciéndose de noche cuando Esteban después de agregar una astilla a la estufa dijo:

—Querido amigo, nos conocemos desde que éramos niños, y ahora somos dos viejos; no me quejo; he tenido una vida feliz, pero reconozcamos que falta poco para que termine, ¿no crees acaso que merecemos vivir una última aventura?. 

Juan se quedó mirando a su viejo amigo a los ojos, mientras pasaba por su mente tantos momentos de felicidad que habían compartido con su respectivas esposas; que lamentablemente ya no estaban; los viajes a cientos de lugares los cuatro juntos, campamentos, días de pesca, senderismo; y después, durante estos últimos años, la triste soledad de dos viejos tratando de ocupar su tiempo con el ajedrez, las interminables charlas nocturnas frente al fuego sobre sus dos pasión, la pesca y sus libros de historia.

—Te diré algo Esteban, quizás el destino puso en tus manos este prodigioso aparato, y tú lo compartes conmigo, por esto se me ocurre que no estaría mal hacer una cosa…

—No necesitas decírmelo Juan, te conozco muy bien; ¿porque no probamos?; y quien te dice; que nos juntemos con ellas; los cuatro; al menos una vez más. 

Ambos viejos se abrazaron y lloraron, con una esperanza en su corazón; que podía llegar a convertirse en realidad. 

—Probemos Esteban, que podemos perder en intentarlo; ¡hoy mismo!.

—Bien Juan, esperaremos hasta la medianoche y esta vez le daremos más vueltas a la cuerda. 

Después de cenar, ambos amigos, se sentaron frente a la mesa y colocaron el reloj en el centro, Esteban llamó a su perro, y de un salto este se acomodó sobre sus piernas.

—Estamos listos Juan, son las doce en punto, tu dale cuerda, ¡diez vueltas!.

Eso hizo Juan con decisión, y después, dejó el reloj en su mano derecha y con la izquierda tomó con fuerza la mano de su amigo.

En un primer momento nada pasó, hasta que Emperador dio un aullido ancestral, y después todo lo que los rodeaba se desintegró y quedaron sentados sobre un campo lleno de malezas.

—¿Qué es esto?—preguntó Juan— ¿dónde estamos?.

—No tengo idea amigo, pero detrás tuyo puedo ver una cadena montañosa y empieza a amanecer. 

Cuando el sol iluminó aquel paraje Esteban al ver a su amigo le dijo:

—¿Qué le pasó a tu rostro Juan?, no lo puedo creer, ¡estas joven de nuevo!.

—Debo decirte —le dijo ese muchacho a Esteban— que tú también. Ambos ríen repletos de felicidad.




El único que no había rejuvenecido era Emperador, ya no era un cachorro, era un perro adulto con un dentadura que impartía respeto.

—¿Qué le habrá pasado al Emperador? —dijo Juan al verlo.

—Está muy cambiado, no parece el cachorro que tú tenías. 





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sábado, julio 13, 2024

VIAJE AL PASADO (tercera entrega)

Esteban y Juan no podían salir de su asombro por su nuevo aspecto.

—Es increíble Juan, ¡somos jóvenes nuevamente!.




—No puedo creerlo, ¡no me duelen las rodillas, ni mi cintura!, ¿en qué lugar estaremos Juan?, esas son montañas muy altas.

—A mi me recuerda a la cordillera de los Andes, pero no lo podemos saber.

Cuando Esteban y Juan realizaban estas conjeturas, Emperador, que ahora era tres veces más grande, moviendo su cola le dio su pata a Esteban y se quedó mirándolo unos instantes, después, miró hacia un lugar de la pradera y dio un largo aullido que sonó al de un lobo; cuando terminó, salió corriendo velozmente y se perdió de vista entre los pastizales; Esteban tuvo la sensación de que no volvería a ver a su fiel compañero; y no se equivocaba. 

—¿Qué hacemos ahora Esteban?

—Creo que en primer lugar tenemos que buscar agua y comida; pero te advierto Juan que a partir de ahora para nosotros, todo lo que antes era simple y cotidiano en nuestras vidas se ha convertido en un problema a resolver si es que no queremos morir, de hambre o de frío. 

—Tienes toda la razón, ya no tenemos fósforos para encender fuego, vasos para tomar agua, o un techo por si llueve.

—Tampoco tenemos nuestros equipos de pesca, —dijo Esteban— ahora puedo valorar la altísima tecnología de un simple anzuelo o de un carrete de nylon. Me temo Juan, que vamos a extrañar muchísimo nuestras cómodas camas.

—Pensemos Esteban que para poder tener la dicha de nuevamente ser jóvenes, es necesario hacer algunos sacrificios; yo estoy dispuesto, no se tú. 

—Yo también querido amigo. 

—Desde aquí puedo ver una cascada que está lejos, pero una cascada posee agua, que se desliza hacia un río o un lago, y los lagos suelen tener peces y los peces se comen, por lo cual Juan te propongo que comencemos a caminar para ese lugar.

—¡Adelante amigo!, hoy tenemos mucho que hacer.

Los dos compañeros se pusieron en marcha con optimismo, en dirección a las altas montañas de picos nevados, en donde se podía ver una caída de agua que el sol iluminaba haciéndola parecer una larga cabellera dorada.




—Estoy emocionado Juan, no me imaginaba que pudiéramos repetir nuestras aventuras en el senderismo.

—Yo aún no puedo creer este sueño Esteban.

Cuando ambos jóvenes caminaban disfrutando del paisaje, sintieron bajo sus pies que la tierra empezó a temblar.

—¿Qué está ocurriendo? —le preguntó sobresaltado Juan a Esteban.

—No lo sé, pero algo muy grande se está moviendo por allí.

—Me temo que viene hacia nosotros, —dijo Juan— corramos a ocultarnos entre esas piedras.




Cuando se agacharon lo más posible, una enorme sombra los cubrió, la proyectaba una criatura enorme que se detuvo frente a ellos, no pudieron definir bien qué animal era, pero su aspecto aterraba. La salvaje bestia al no verlos, después de bufar un largo rato, se fue, dejando un fuertísimo olor nauseabundo.

Cuando todo el lugar quedó en silencio los dos muchachos salieron de su escondite. 

—Este animal no pertenece a nuestra época —dijo Juan.

—No Esteban, yo creo que estamos en una era muy antigua, me animo a decir que probablemente estemos en la edad de hielo.

—Si es así, tenemos que tener mucho cuidado, si es que no queremos terminar como almuerzo de una de estas bestias. —respondió Esteban, mirando con preocupación por si ese enorme animal quisiera regresar; después de tocar con su mano el apreciado reloj que guardaba en su bolsillo para cerciorarse que continuaba allí dijo:

—Lo que hemos visto es para mi un mamut, esto quiere decir que hemos viajado en el tiempo aproximadamente unos 2,5 millones de años, en esa época, estos gigantes aún no se habían extinguido.

—Así es, si tu teoría es correcta ya está presente el hombre, pero no sabemos aún si es el Australopithecus, el Homo habilis, el Homo erectus, el Homo neanderthalensis, o el Homo sapiens. Y tampoco tenemos los medios para saberlo, porque no tenemos idea en qué parte de la tierra estamos. Por lo que se sabe, el hombre se desarrolló en diferentes lugares, no fue uniforme, tampoco se puede asegurar que no haya existido incluso un ser más inteligente y desarrollado que el Homo sapiens.

—Tienes toda la razón Esteban, viene a mi mente un libro que he leído en el cual, menciona una serie de antiguos tallados en piedra que aparentemente dejaban constancia de visitantes extraterrestres; pero pienso que tal vez, eran personas del futuro como nosotros ahora mismo.

—Tienes mucha razón, aún no caigo que somos seres del futuro viajando por el tiempo; bueno, ahora debemos procurar lo antes posible conseguir algo para comer y después ver de qué modo y en qué lugar, que sea seguro, podemos armar un campamento.

Ambos camaradas continuaron caminando hasta que detrás de unas grandes rocas, se abrió ante sus ojos un lugar de ensueño; un enorme lago de aguas cristalinas en el que se reflejaban las imponentes montañas y una alta cascada que le daba al lugar un aspecto majestuoso.




Cuando Esteban vio aquello al igual que Juan quedaron deslumbrados.

Cuando se acercaron a la orilla de ese espejo de agua la playa estaba formada por un ripio oscuro muy grande.

—¡Es increíble!, este lago está repleto de peces, estoy seguro que los puedo atrapar con mis propias manos —dijo Esteban mientras arremangaba su camisa— ¡ya tengo el almuerzo y la cena para hoy Juan! —Esteban decía esto sacando del agua un pez enorme.

—Creo que también tenemos fuego para asarlo —dijo Juan, raspando dos piedras, que al chocar entre sí, producían unas chispas luminosas.




—Necesitamos buscar un lugar seguro —dijo Esteban, abriendo el pescado con una piedra filosa para limpiarlo y sacarle las escamas— lo mejor será tratar de subir a un lugar alto en donde ningún animal pesado pueda llegar.

—Allí veo uno excelente, alto y protegido, trataré de llevar algunos palos y hojas para construir un refugio, si a esta hora ya está fresco, en la noche bajará mucho más la temperatura. 

—No contamos con un recipiente para guardar agua, por ahora tenemos de sobra porque estamos cerca del lago, pero si decidimos desplazarnos necesitaremos con que transportarla.

—Es muy cierto pero ese problema dejémoslo para mañana. 

Después de trabajar bastante, recolectando los palos y las hojas y subiendo todo al lugar elegido, tardaron un largo rato en conseguir prender fuego, primero juntaron unos pastos bien secos, que encendieron después de muchos intentos de lograr hacer chispas con las piedras y soplar para que el bendito fuego se hiciera potente, hasta que lograron un muy buena fogata que les brindaría calor en esa noche; una de tantas; de los tiempos pasados.





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viernes, julio 12, 2024

VIAJE AL PASADO (cuarta entrega)

           Intensos y profundos estudios arqueológicos han descubierto antiguas civilizaciones en las profundidades del pasado. Sus construcciones han podido superar el paso del tiempo, como por ejemplo los Egipcios, o los Incas en América. En el presente, gracias a los descubrimientos sabemos mucho más sobre la vida y costumbres de esas sociedades.

Una de las civilizaciones más antiguas de América contemporánea con la Egipcia es la llamada Caral, la cual contaba con una estructura social muy sólida; ubicada a 200 km al norte de Lima, Perú; poseían una peculiaridad, a diferencia de las civilizaciones Mediterráneas, estas se encontraban aisladas, es decir que sus costumbres no se mezclaron con las de otras sociedades o pueblos. 

Pero en mi opinión, es probable, que en la extensa Cordillera de los Andes, pudieran haber existido civilizaciones más antiguas aún, en lugares en donde ya no queda nada en pie, es decir, que por algún acontecimiento desaparecieron sin dejar registro alguno de su existencia. 


F.B.







           En un lugar próximo de donde se encontraban Esteban y Juan, dos hermanas llamadas Luna y Sol, se reían de sus dos hermanos más chicos porque los habían atado a un árbol y los mocosos gritaban de furia.

Luna y Sol pertenecían al pueblo llamado Texlel, y su padre era el jefe de la comunidad; su madre les puso ese nombre porque nacieron un día de madrugada en el momento que despuntaba el sol y la luna también continuaba presente, esta señal para el curandero del templo significaba un buen presagio. 





Los Texlel era un pueblo pacifico que vivía de sus cultivos y la pesca, no comían carnes rojas, conocían el fuego y tenían utensilios de hierro, sus templos y viviendas eran de barro. 

Criaban unos animales de corral tres veces más grandes que las ovejas actuales de las que extraían su lana blanca como la nieve de invierno, tenían telares y tejían prendas para invierno y verano.

La familia de Sol y Luna, estaba constituida por el padre, la madre, una abuela de más de ciento cincuenta años, y sus dos hermanitos.





A pesar de que su padre era el jefe de la comunidad, su casa era igual a todas las otras familias; solo se destacaban los viejos templos realizados por antepasados de tiempos remotos, que todos cuidaban con veneración. 

La abuela era algo así como una enciclopedia viva, era consultada con frecuencia por los maestros para resolver problemas diversos; los maestros era un grupo de seis ancianos que se encargaban de dictar las normas de convivencia.




En apariencia la comunidad se podría decir que era sana y feliz, excepto por el espíritu de las montañas, que era un gorila gigante que vivía en una enorme cueva en lo alto, al cual debían de alimentarlo. Este trabajo les provocaba un esfuerzo extra enorme porque debían de dejar todos los días frente a la entrada de su cueva, cien piezas de pescado, y tres bolsones de una fruta muy dulce y sabrosa que ellos cultivaban. Este enorme animal era holgazán, malhumorado, y despiadado; una o dos veces al año, bajaba de su morada para realizar algún estrago a la comunidad. La última vez destrozó cinco casas y mató a diez animales de corral, sin necesidad, solo por matarlos.




Pero las normas dictadas por los integrantes de los maestros, impedían enfrentarlo y matarlo porque consideraban que este ser mantenía la calma de las montañas; mantenerlo alimentado y soportar sus caprichos les garantizaba que el volcán no enfureciera y que la tierra no temblara.

Uno de los entretenimientos más frecuentes lo realizaban por las noches; todos las familias se reunían en torno a fogatas en un claro de la ciudad y cantaban canciones que las acompañaban con dos instrumentos, un tambor realizado con un tronco de árbol hueco y otro que era una especie de quena realizada con el tallo de una planta que dejaban secar al sol para después hacerle unas perforaciones que al soplar producía una melodía muy dulce. Cuando el fuego se consumía se cubrían con mantas pesadas por el frío de la noche para poder charlar de antiguas leyendas mientras miraban un cielo estrellado deslumbrante. 

Siempre había trabajo para hacer, el cual, se distribuía entre todos los integrantes de la familia, incluida la abuela que preparaba la comida para todos.

La madre de Sol y Luna disfrutaba cuidando su jardín con varias flores del bosque cuyo perfume inundaba todos los ambientes de la casa.

—¡Sol, Luna!, vengan para aquí! —dijo la madre de ambas, con esa voz inconfundible, que era para retarlas por alguna travesura cometida— ¿¡cuántas veces les he dicho que no deben atar a sus hermanos a un árbol!?, ¿¡les gustaría que yo lo hiciera con ustedes!?.

—No madre, no lo haremos más  —dijeron ambas al unísono sin mirarse porque sabían que se tentarían de risa, recordando los gritos desaforados de sus dos hermanos. También sabían que molestarlos era para ellas un entretenimiento que no podían dejar de hacerlo; era más fuerte que ellas.

—Bueno, ahora vayan a ayudarle a su abuela con la comida —les ordenó su madre… sabiendo que mañana seguirán molestando a sus hermanos como todos los días.

Ambas salieron corriendo a la cocina, porque sabían que su abuela las consentía en todo y también disfrutaba y se reía con ellas de sus travesuras para con sus hermanos.


         Esteban y Juan, los viajeros del tiempo, estaban pensando si quedarse en ese lugar que era espléndido, o continuar caminando.

—Aquí si quisiéramos podríamos vivir muy bien Juan, tenemos todo lo que necesitamos, pero me preocupan los animales que por aquí abundan, y por lo que vimos son muy grandes. 

—A si es Esteban, por otro lado no estoy muy seguro que realmente estemos en la era de hielo, porque si fuera así, en estas alturas, debería hacer muchísimo frío y el tiempo aquí parece primaveral.

—Tienes mucha razón, el clima es tan agradable que yo tengo deseos de conocer otros lugares; si seguimos río abajo, sabemos que con seguridad no nos faltará agua, y por suerte los peces abundan. 

—Me parece bien querido amigo ¡continuemos!, debemos estar atentos, yo aquí llevo el reloj, si por casualidad estuviéramos amenazados por algo o por alguien, solo debo darle cuerda y este artefacto nos sacará de aquí. 

Durante todo ese día ambos compañeros caminaron entre altos pastizales, enormes piedras, pendientes pronunciadas; siempre guiados por el ruido del torrente de agua y el golpe de cascadas al chocar contra las piedras. Después de cruzar un arroyo saltando de piedra en piedra, detrás de una roca enorme,apareció ante sus ojos un bosque de árboles gigantes, los mismos eran tan altos que proyectaban su sombra a muchos metros.




—Es un bosque de Arrayanes, o Luma Apiculata, pero gigante, es una especie que siempre me llamó la atención, —dijo Esteban— se dice que tomando una infusión con sus hojas se cura cualquier inflamación del cuerpo.

—Qué te parece si esta noche acampamos allí —dijo Juan entusiasmado.

—Me parece perfecto y como se ve están muy apretados unos con otros, esto nos permitirá estar resguardados.

Cuando ambos amigos estuvieron al pie de dichos árboles eran mucho más altos de lo que suponían, les pareció estar en el interior de una catedral gótica pero realizada con troncos.

Después de acomodarse en el interior de unas enormes raíces, encendieron una fogata. 

En aquel bosque el silencio era muy notorio, no se escuchaba ni siquiera el sonido de un pájaro; hasta que el suelo comenzó a temblar.

—¿¡Qué es eso Esteban!? 

—No lo sé, pero apaguemos de inmediato el fuego.

Los dos amigos se quedaron expectantes, hasta que algo negro y enorme pasó junto al árbol en donde ellos estaban; la oscuridad no les permitió saber que era, pero por el olor que dejaba y el sonido de sus pisadas, y su respiración, era un animal muy grande y salvaje.



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VIAJE AL PASADO (quinta entrega)

              El padre de Sol y Luna salía a pescar todos los días acompañado por diez hombres; ese rutinario trabajo les demandaba mucho tiempo porque necesitaban conseguir la enorme cantidad de pescado que requería el “espíritu de la montaña” más lo necesario para sus familias que era otro tanto; es decir, que la mitad de la pesca era para ese gorila holgazán al cual todos odiaban pero tenían que soportarlo porque lo ordenaba el grupo de los mayores. 

Para ello iban al gran lago y subidos a  balsas pescaban con sus redes para después trasladar toda la carga en carros; cuando llegaban a la ciudad se descargaba la mitad y la otra mitad se transportaba en canastos que llevaban sobre sus cabezas hasta la entrada de la cueva del enorme gorila. Las mujeres ayudaban en algunas tareas de la quinta, el trabajo en los telares y la cocina; todo el trabajo pesado lo realizaban los hombres: sembrar, cultivar, esquilar, cuidar los canales de riego, realizar los ladrillos de barro cocido, atender los corrales, y en los talleres de fraguas moldear las herramientas. 

Los hombres y mujeres mayores, se dedicaban a tareas como la de filetear los pescados, la alfarería, el arreglo de las redes de pesca, y buscar entre las montañas las plantas medicinales. 

Cuando se aproximaba el invierno, la pesca se complicaba porque la superficie del lago se congela; para solucionar esto, antes del frío llenaban enormes depósitos de piedra con pescado en sal, y otros cobertizos con diversos y nutritivos tubérculos para cuando las quintas no produjeran la cantidad necesaria por el intenso frío. 

Durante esta época antes de las nevadas, un grupo de hombres solo se encargaba de cortar leña y acumularla en una enorme leñero para que todas las familias pudieran tener sus fogones encendidos. Todos entendían que para cuando viniera el frío, debían de estar preparados, porque de ello dependía seguir viviendo al resguardo del calor del fuego en sus hogares. 




          Esa mañana de primavera, Sol y Luna fueron a buscar hojas de los árboles gigantes, cuando estaban por terminar de llenar sus cestas, sintieron hablar a dos personas en un idioma que no entendían, por precaución, porque sabían que en ese bosque había criaturas que no eran amigables, se escondieron entre unas enormes raíces para saber quién hablaba.

 Esteban y Juan charlaban distraídos después de haber comprendido que aquello que pasó cerca de su campamento era un enorme y pesado animal que había dejado su deposición, de la que emanaba un olor que se podía sentir desde muy lejos.

—Se me han ido las ganas de desayunar Juan.

—A mi también, creo que mi ropa se impregnó de ese olor horrible.

—Por la forma y tamaño de sus huellas, yo diría que se trata de un enorme simio de varias toneladas de peso; espero no estar frente a frente de esa animal jamás. 

Cuando ambos jóvenes estaban diciendo esto, salieron a su paso de improviso, Sol y Luna. Los cuatro quedaron frente a frente más que sorprendidos, los muchachos por toparse con seres humanos y las chicas por ver por primera vez a hombres de tez blanca.

Sus miradas se cruzaron, eran las miradas de cuatro personas jóvenes que estaban en un mismo lugar, pero separadas por miles de años.

Se dice que existen personas que están vinculadas por lazos ocultos en épocas distintas, esta podría ser una de esas extrañas situaciones, en donde un intrincado destino, une a seres muy separados en el tiempo; por algún motivo, o quizás porque esas mismas personas son lo que se suele denominar como almas gemelas; la verdad es, que sí algo así es posible, también es incomprensible y todo depende de quien quiera creerlo o no.

La sensación de los cuatro adolescentes fue primero de sorpresa, pero cuando intercambiaron sus miradas en profundidad, allí había algo mucho más grande que sorpresa, fue como si hubiera existido una conexión anterior. Los cuatro se quedaron parados frente a frente un largo rato, sin saber que decir; hasta que Sol dirigiéndose a Juan, dijo en su idioma, incomprensible para un joven del futuro.

—Hola, ¿cómo te llamas?

Juan solo sintió que esas palabras no eran agresivas, todo lo contrario, y sin entender ese idioma dijo:

—Me llamo Juan ¿cómo te llamas tú?

A Sol se le iluminó la cara con una amplia sonrisa, porque le causó gracia ese idioma y esa cara de asombro de un muchacho desconocido de color blanco.

Por fin los cuatro rieron distendidos, y Luna, tomando dos ramitas, hizo una cruz en el piso y dijo unas palabras, haciendo unos ademanes que los chicos entendieron de inmediato: “nosotras dos, somos de allá, mañana, vendremos aquí, nuevamente”. Después ambas hermanas se fueron corriendo y se perdieron de vista.

Cuando las dos hermanas llegaron a su casa para contar de su hallazgo, su madre no estaba por lo que recurrieron a su abuela. 

—¡Abuela!, ¡abuela! —gritaron ambas agitadas—

—¿Qué les pasa a las niñas, vieron un duende en el bosque?

—Creemos que sí Abuela, —dijo Sol— con una cara que la abuela interpretó que algo muy impresionante habían visto.

—Eran dos duendes con aspecto de chicos, de nuestra edad, que hablaban en un idioma muy raro, nos parecieron ser muy buenos, pero lo más increíble es que su piel era blanca.

—¿¡Blanca!?, es imposible —les dijo la abuela muy seria— no existen duendes, ni personas de tez blanca.

—Tenían la cara y las manos blancas abuela —dijo Luna emocionada— mañana iremos a verlos de nuevo. 

—¡No!, —dijo la abuela seriamente— ustedes no irán allí solas hasta que su padre sepa que cosa vieron.

Esa misma tarde, la abuela le contó toda esa historia al padre de Sol y Luna, y este quedó preocupado, porque existían muchas leyendas ocurridas en el bosque de los árboles gigantes. 

—Mañana iré a ver qué es lo que vieron, que las conmocionó tanto. —dijo el padre a sus hijas— 

Al día siguiente el padre de Sol y Luna las acompañó al bosque.

Cuando llegaron al lugar, Esteban y Juan, estaban allí, se habían quedado dormido con sus espaldas apoyadas en una gruesa raíz.





El padre de las chicas se acercó con cuidado y observó con asombro que la piel de esos dos muchachos era blanca; por si acaso antes de despertarlos, puso a resguardo a sus dos hijas.

Cuando Esteban y Juan abrieron sus ojos, frente a ellos vieron parado a un corpulento y alto hombre que los miraba con cara de pocos amigos. Por fin el encuentro se tornó más cordial cuando Sol y Luna intervinieron, logrando entenderse con señas. Ambos muchachos comprendieron que aquel hombre era el padre de sus recientes amigas y ambos le dieron su mano con mucho respeto, hasta que el papá de las chicas con una amplia y distendida sonrisa les indicó el camino para que los acompañaran al pueblo. 


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