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lunes, abril 01, 2024

LA CIMA

 


            La primavera es una época del año en la que se desea estar al aire libre, esa sensación sintió Gabriel esa mañana al abrir la ventana de su cocina mientras disfrutaba de su café cuando esa brisa le acariciaba su cara recordando su juventud. A sus setenta y cinco años muchas cosas ya no quería realizar, recordaba bien todavía las que había hecho y sabía todas las que no quiso o no pudo hacer. 

Frente a él estaba el inmutable cerro al cual había subido cien veces pero ahora su rodilla se lo impedía. Vivir solo es un poco triste, pensaba, porque no se puede compartir la vida; su perro le ayudaba en algo, pero, solo era un perro…bueno, aunque sultán no era cualquier perro, era un Beagle muy inteligente y fiel compañero en las largas noches invernales cuando Gabriel disfrutaba de sus  libros, su coñac, su música y el fuego del hogar.

—¿Tienes hambre?…bueno aquí tienes tu comida…¿tienes sed?, muy bien toma tu agua. —mientras Gabriel le decía esto, colmaba de alimento y agua los cacharros de su perro, mientras este lo miraba y movía su cola.

—Estoy pensando Sultán en realizar una última trepada al cerro …sí, ya sé, que hacer con mi rodilla…¿qué pasaría si la dejo de lado como si no me doliera?...sabes, debería probar de usar muletas, con ellas no apoyaría mi pierna izquierda y entonces no me dolería…ya se que subir un cerro con muletas suena a un disparate, pero, sabes una cosa…a mi edad tengo deseos de hacer alguna locura. —Gabriel le decía esto a su perro, tomando su café y mirando hacia el cerro en tanto el sol comenzaba a iluminar su falda tapizada de aromos y palos azules. 

—¡Vamos al pueblo a comprar muletas Sultán!.

Después de estacionar su camioneta frente a la ferretería, a cuyo propietario lo conocía de joven, entró al local con su perro y le dijo al ferretero, el cual era un hombre de baja estatura, calvo y algo excedido de peso, al cual toda la vida lo vio vestido con el mismo mameluco color azul.

—Disculpe buen hombre, ¿no sabría decirme donde puedo encontrar una ferretería en este pueblo de mala muerte?.

—Se nota que un viejo huraño se levantó hoy de buen humor —le respondió aquel señor detrás del mostrador, que estaba repleto de herramientas— pobre Sultán, que castigo le tocó vivir, con un amo así. 

—Roque, necesito comprar un par de muletas, ¿dónde puedo conseguirlas?, tienes idea.

—Yo iría a una ortopedia, pero en este pueblo de mala muerte no vas a encontrar —le dijo el ferretero a Gabriel, desquitandose de la broma anterior, mientras corría una regadera para verle la cara a su amigo. 

—No tengo todo el día para perder el poco tiempo que me queda de vida, ¿sabes o no?.

—Lo mismo decía mi tía, y vivió hasta los ciento dos años. —le respondió el ferretero a Gabriel—, ¿para que necesitas muletas si con el bastón te manejas bien?. 

—Quiero trepar el cerro y necesito muletas para que no me duela la rodilla —le dijo en forma contundente Gabriel a Roque, que al escuchar tal cosa le respondió. 

—Evidentemente compruebo que te has vuelto loco, avisame cuando vas a realizar la trepada así coordino con los rescatistas para que vayan a buscar tu cuerpo, trata de que no sea un fin de semana, porque es cuando descansan los muchachos; ¿donde te parece bien que te enterremos?.

—Por lo único que lamentaría morirme, es no poder llegar a verte con un traje al menos una vez en mi vida aunque fuera mi velorio —le dijo Gabriel a su amigo dirigiéndose a la puerta.

Después de irse de la Ferretería Gabriel se dirigió al “local de antigüedades”, eso decía el imponente cartel sobre la entrada, en realidad todo el pueblo lo llamaba el negocio de cosas viejas,  el cual era atendido por su dueño que era más viejo que las cosas que allí exponía, le decían Don Pedro. 

—Estimadisimo Don Pedro, necesito algo que usted seguro debe tener —le dijo Gabriel al entrar a un señor encorvado de pelo blanco.

—Qué necesitas hijo, —dijo el anciano.

—Necesito muletas.

—Dame unos minutos que voy a ver al depósito —le dijo el amable hombre a Gabriel.

Mientras esperaba, podía escuchar como en la otra habitación se corrían cosas pesadas y una nube de polvo salía por la puerta; al cabo de un rato salió Don Pedro sacudiendo sus ropas con un par de muletas, una aparentemente sana y otra quebrada al medio 

—Solo te puedo ofrecer estas Gabriel.

Después de cerrar el trato comercial, Gabriel con su perro y las muletas se dirigió de regreso a su casa.

Al día siguiente acondicionó en su taller las muletas a su estatura, que era muy superior a la de su anterior dueño; desde el punto de vista formal, eran desastrosamente feas pero podrían llegar a cumplir honorablemente su objetivo. Esa misma tarde una vez terminadas, probó su funcionamiento. Al principio le resultaban muy incómodas y sentía cierto desequilibrio pero poco a poco fue adquiriendo destreza, y su desplazamiento en un terreno plano era bastante rápido sin que el dolor en su rodilla fuera un impedimento. 

Esa noche Gabriel se fue a dormir pensando en una estrategia para poder llegar al objetivo que se había propuesto, su contextura física aún era buena, recordaba que su última trepada la realizó cuando tenía cincuenta años y tardó diez horas en subir a la cima con buen tiempo; pero ahora, subir esas pendientes en donde en algunos tramos había piedras sueltas, con muletas, era otra cosa; es cierto que conocía aquellos senderos como la palma de su mano, no obstante era consciente del peso de los años y el mal estado de su rodilla. La parte más complicada eran los últimos cincuenta metros en los cuales se tenía que ayudar con sus manos y brazos, hacerlo con muletas era imposible, la única forma era soportando el dolor, no existía otra posibilidad, pero eso lo resolvería en su momento. 

Al día siguiente, cuando el sol despuntó,  Gabriel ya había desayunado, tenía colocada su mochila, y ató a Sultán mediante una Correa a su cinturón.

—Es ahora o nunca Sultán, ¡vamos!. —Después de decirle esto a su perro, comenzó con su proyecto de trepar el cerro.

El primer tramo de la subida era una pendiente suave que disfrutaba a pesar de ser su marcha muy lenta, al no apoyar su pierna izquierda sobre el piso la rodilla no le molestaba pero el peso de su cuerpo a cada paso era soportado por sus brazos y esto se transformó con el correr de las horas en una carga difícil de llevar; en dos horas recorrió lo que anteriormente lo realizaba en media, esto le indicaba que en un solo día no podría realizar la travesía y no tenía un equipo preparado para pasar la noche por lo cual decidió regresar para prepararse mejor.

—Regresemos compañero, la próxima vez vendremos mejor preparados, necesitamos una carpa, farol, más agua y comida, esto fue solo un intento de práctica. —esto le decía Gabriel a su perro, emprendiendo el regreso. 

Después de otra incursión de compras en el pueblo, Gabriel se equipó para intentar de nuevo la trepada; esta vez la mochila pesaba bastante más, pero sabía que para alcanzar la cima debía de pasar una noche en la montaña. Todo estaba preparado, salió al amanecer con Sultán que parecía disfrutar muchísimo del viaje. 

Para el mediodía el trayecto recorrido le resultaba a Gabriel satisfactorio, se sentía cansado pero entusiasta, después de comer unas frutas y darle unos granos a su perro, se recostó sobre una gran piedra bajo la sombra de un árbol, allí se quedó dormido sintiendo una brisa reparadora. Al despertar, se sintió algo dolorido, pero a poco de comenzar a caminar se le pasó, ahora el terreno era más empinado, en un descuido pisó una piedra floja que por poco se dobla el pie. Se sintió orgulloso cuando llegó al montículo de piedras, el cual era un mojón que indicaba el camino correcto para los jóvenes senderistas; desde que era un niño esas piedras llenas de musgo siempre estuvieron allí, aprovechó para sacarse una selfie junto a su perro y el mojón de rocas.

Cuando el sol comenzaba a bajar, Gabriel decidió buscar un lugar para pasar la noche; en un sector del terreno bastante plano sin malezas protegido por tres grandes rocas armó la pequeña carpa estructural, recolectó ramas secas y esperó a que anochezca para encender una fogata, de cena calentó un guiso que trajo desde su casa y lo compartió con su fiel compañero. 

—Aquí estamos Sultán, si todo sigue bien, mañana estaremos acampando en la cima, debo confesarte querido amigo que te ha tocado en suerte un amo muy loco —mientras Gabriel le decía esto, el fuego le iluminaba los ojos a su perro, que se había acomodado junto a su pierna, dejándose acariciar con gusto.

Cuando el fuego se consumió lo terminó de apagar con agua y después se metieron en la carpa.

Al día siguiente Gabriel se despertó sintiendo el hocico de su compañero en su oreja, era hora de que abriera el cierre de la carpa para dejarlo salir.

La mañana estaba fresca, y una brisa persistente soplaba del sur, después de encender fuego, calentó café y lo acompañó con unas galletas dulces que compartió con su perro.

Después de acomodar y guardar todo en la mochila, continuó con su viaje; un paso a la vez, se decía, un paso a la vez. 

Al cabo de una hora esperaba ver un estrecho entre dos rocas muy grandes por el cual siempre había pasado, pero en lugar de eso, solo había una pendiente bastante pronunciada de ripio, cuya superficie no le brindaba mucha confianza. Había llegado a la mitad de la misma cuando su pie derecho resbaló y se dio cuenta que perdía el equilibrio; atinó a liberar la correa de Sultán cuando comenzó a rodar cuesta abajo sin control; sentía fuertes golpes en su cabeza y en sus piernas hasta que todo su cuerpo impactó muy fuerte en un árbol, allí perdió el conocimiento. 

Cuando despertó, su perro le estaba lamiendo su cara, antes de moverse recorrió con su mente todo su cuerpo, sentía un fuerte dolor en su cintura, después empezó a mover lentamente sus extremidades para corroborar si había quebraduras, aparentemente no, pero con su mano se tocó la frente de la cual brotaba sangre. Lentamente se sentó recostando su espalda en el árbol, y acarició a Sultán que movía su cola. Al ver como quedó esparcido todo su equipo, comprobó que había rodado unos cincuenta metros. El brazo derecho le dolía bastante, y tenía su camisa desgarrada en el hombro. Su mente algo más clara empezó a realizar conjeturas y alternativas, a pocos metros podía ver su teléfono destrozado, esto le impediría pedir auxilio. Cuando pudo sacar su pañuelo del bolsillo de su pantalón, presionó la lastimadura de su frente y pudo parar la hemorragia. Por la ubicación del sol se dio cuenta que estuvo desmayado casi tres horas; la única posibilidad de salir de su situación era hacerlo por sus propios medios; por fin decidió incorporarse y al ponerse de pie se sintió reconfortado porque a pesar de los golpes recibidos podía caminar. De rodillas y apoyando sus manos en el piso fue juntando cada una de las cosas; hasta que pudo armar nuevamente con mucho esfuerzo el campamento, sus muletas habían desaparecido, la carpa la pudo levantar en una pequeña superficie plana, pero no tenía más fuerzas para juntar leña. Se había levantado un viento frío, por lo cual se metió en la carpa y solo comió un chocolate, siempre acompañado de su inseparable y fiel compañero. 

Cuando se despertó le dolía todo el cuerpo pero su cintura mucho más, lentamente pudo abrir el cierre de la carpa para dejar salir a Sultán, cuando la abrió pudo ver un día hermoso con el sol brillante; se puso de rodillas y con sus manos en el piso salió, el sol empezó a calentar su cuerpo y esto lo reconfortaba, necesitaba tomar algo caliente, pero sin leña a mano era imposible; se conformó tomando agua de su cantimplora. En su mente empezó a formarse la idea de regresar, su proyecto fue la locura de un viejo, se dijo; sintió la necesidad de estar en la comodidad de su casa, en el momento que pensaba estas cosas, junto a su perro apareció una chica con un vestido floreado, alpargatas blancas, su pelo era negro como sus ojos, con dos trenzas cortas y tez morena, que con una amplia sonrisa que permitía ver su blanca dentadura le dijo:

—Hola Gabriel, hace mucho que te espero, por fin decidiste venir, me alegra mucho.

Gabriel sorprendido respondió:

—¿De dónde me conoces niña?.

—-Te conozco desde siempre, desde cuando eras joven, yo siempre estuve aquí, pero tú estabas entretenido en otras cosas, y no me tenías en cuenta.

Gabriel no entendía tal afirmación, pero esa chica estaba allí presente, su perro la miraba sin ladrar. 

—¿Quieres aún llegar a la cima, o prefieres regresar?, —le dijo la niña.

—No sé si puedo regresar —le dijo Gabriel desanimado.

—Todos podemos intentar lo que se nos ocurra, lograrlo o no depende de otras cosas —le dijo la niña tendiendo su mano. 

Cuando Gabriel le tomó la mano a esa niña y se incorporó, sucedió algo inesperado, al apoyar su pierna izquierda en el piso ya no le dolía, tampoco su espalda ni su hombro. 

—¿Quién eres señorita? —le dijo Gabriel a la niña.

—Digamos que soy tu ángel guardián, no necesitas saber más, solo dime que quieres hacer.

—En este momento me siento fortalecido, tengo deseos de seguir, no siento dolor alguno. —dijo Gabriel levantando su pierna y moviendo su brazo que estaba dolorido.

—-Pues entonces vamos, no hay tiempo que perder si quieres llegar antes de la noche a la cima. —le dijo la niña sin soltarle la mano y mirando el camino. 

El resto del trayecto, fue placentero, Gabriel no sentía cansancio, y podía sortear todos los obstáculos complejos sin inconvenientes, la niña no le hablaba, solo lo guiaba; Sultán caminaba junto a Gabriel moviendo su cola y de tanto en tanto daba un ladrido de algarabía. 

Por fin se detuvieron frente a la última etapa, era necesario subir por un muro casi vertical de piedra de unos seis metros de alto que era el único acceso posible. 

—Ahora depende de ti Gabriel —le dijo la chica desconocida. 

Gabriel puso a Sultán dentro de la mochila, se la colocó en su espalda y comenzó a trepar; era necesario aferrarse con las manos en los huecos e ir apoyando los pies con precisión en las piedras salientes sin perder el equilibrio; en un momento de la subida no podía encontrar un hueco o saliente para agarrarse con su mano derecha, hasta que por fin estirándose todo lo posible encontró una pequeña rama o raíz, trato de arrancarla para comprobar que fuera segura, como estaba bien firme, de allí se tomó y pudo continuar. 

Por fin llegó el premio mayor, con un cansancio enorme, pudo llegar a la pequeña plataforma que tenía una gran piedra triangular, allí se sentó con su espalda recostada en ella y pudo ver un espectacular atardecer; cuando quiso avisarle a aquella niña que por fin estaba en la cima y agradecerle, esta ya no estaba. Allí se quedó Gabriel contemplando la caída de sol más espectacular de toda su vida, mientras acariciaba a su perro hasta que se quedó dormido. 

Dos senderistas encontraron a Gabriel y a su perro en la cima del cerro a la mañana siguiente, él estaba en muy mal estado, con su frente ensangrentada y su ropa destrozada, le pudieron dar agua y llamaron a los rescatistas.

Los avezados jóvenes lo pudieron bajar a Gabriel que estaba inconsciente atado a una camilla en no más de cuatro horas, abajo lo esperaba una ambulancia que lo llevó al hospital.

—¿Me escuchas Gabriel?, ¿me escuchas?.

Gabriel desde la cama del hospital, conectado a una bolsa de suero y otros aparatos, pudo abrir el ojo que aún tenía sano y ver la cara redonda de Roque el ferretero.

—Decime una cosa Roque, ¿estoy vivo?

—Si viejo loco, estás vivo. —le respondió su amigo aliviado.

—Me parecía, porque estás con el overol de siempre. —le dijo Gabriel a su amigo con un hilo de voz— ¿cómo está Sultán?.

—Mejor que vos, está en mi casa, decime una cosa Gabriel, siempre supe que estás chiflado, pero esto que hiciste es imperdonable, podías haber muerto, si no pasaban esos dos muchachos que te vieron, hoy no estabas contando el cuento… no obstante, lo que nadie puede entender es, cómo pudiste hacer para llegar a la cima, nadie lo comprende, con muletas y a tu edad, es imposible. 

Gabriel tomando la mano de su amigo le dijo en voz baja:

—Acércate; —cuando su amigo se acercó a Gabriel este le dijo:

—Si te cuento cómo logré llegar, no me lo vas a creer, ni vos, ni nadie.






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lunes, marzo 18, 2024

UNA REINA LLAMADA ROSA

          Pase al frente alumna Sánchez, y lea en voz alta el texto del que estamos hablando. —la estricta profesora de literatura cuando Rosa se paró en el frente con su libro, la observaba con esa mirada fría e implacable por sobre sus anteojos. 

Después de abrir el libro y querer leer lo que le pedía su profesora, a Rosa se le hizo un nudo en la garganta y su mente se bloqueó a tal punto que ni siquiera pudo escuchar las risas de sus compañeros. 

—¡Alumna Sánchez, ¿no me escuchó?, le he dicho que lea, por favor!. —dijo casi gritando la profesora.

Rosa ya no estaba en el aula, y sus nervios la traicionaron al tal punto que no recordaba nada más, hasta despertar en la camilla del pequeño consultorio.

—¿Sánchez, me escucha? —le preguntó una voz conocida y amable a Rosa.

—Sí señora Laura, ya estoy bien, no se que me pasó —dijo Rosa repuesta.

—¿Que vamos a hacer contigo Rosa? —le preguntó la doctora de la escuela, guardando el aparato de tomar la presión—, es la tercera vez que te pasa este año, quiero que mañana vengan tus padres porque necesito hablar con ellos, tengo una teoría de lo que te pasa y tenemos que solucionarlo, tu eres mi responsabilidad. 

—Yo se bien lo que me pasa doctora Laura, ya lo hablamos, mi timidez es el problema, y cuanto más me esfuerzo por superarla peor es.

—Bueno niña, cuando yo tenía quince años como tú ahora, también era tímida, pero lo pude superar, no es imposible, pero debemos de tomar el toro por las astas; ahora no te preocupes, yo hablaré con la tu profesora de literatura; ve a tu casa a descansar y mañana te espero con tus padres. —le dijo la doctora a Rosa, con una sonrisa.

A Rosa le costaba muchísimo tener amigas, y más aún amigos; a pesar de ser muy inteligente, sus calificaciones eran muy buenas, pero su timidez no le permitía disfrutar de uno de los mejores momentos de la vida, cuando terminaba la jornada, caminaba varias cuadras para evitar encontrarse con sus compañeros que se burlaban, le decían Rosita, la miedosa chiquitita; esto la paralizaba y tenía deseos de salir corriendo para no volver nunca más a la escuela. El único refugio que tenía era su dormitorio, sus padres eran obreros, y ella, su única hija, era para ellos su razón de vivir. El dormitorio de Rosa, tenía una cama, una mesa de luz, una pequeña mesa frente a una ventana, una silla y un ropero de una sola puerta en donde guardaba toda su ropa y le sobraba lugar. En una de las paredes, Rosa guardaba su tesoro más preciado, sus libros, ellos le permitieron a Rosa recorrer un mundo fantástico, en el cual se sentía segura, y no tenía miedo. También tenía una computadora pero no tenía internet en su casa, y ni soñando se le ocurría ir a un bar que sí tenía; su timidez le quitaba gran parte de lo que una chica podía hacer y disfrutar a su edad, ella lo sabía pero no encontraba una salida, una solución; no tenía amigas, alguien de su edad con quien poder compartir sus miedos, sus gustos, esa barrera infranqueable no se lo permitía. 

Todo la escuela se preparaba para el festival del fin de curso, y la división en donde cursaba Rosa, mucho más, por ser su último año de estudio. Después del acto conmemorativo se realizaría en el gimnasio un baile en donde tocaría un conjunto de rock, cuyo bateristas se llamaba Federico, el cual no tenía ni la más remota idea que había conquistado hacía ya varios años el corazón de Rosa… sin siquiera decirle una sola palabra. Durante el baile, Rosa se ubicó en un lugar del salón en penumbras detrás de unas cajas, desde allí podía ver como sus compañeras se divertían, pero para ella, todo el evento le causaba un profundo malestar, a tal punto que pensaba retirarse; pero para hacerlo debía pasar frente al escenario, y esto era algo que le aterraba, pero si no lo hacía, alguien podría verla en ese lugar y ser objeto de burlas. Inesperadamente se apagó la luz del salón, y el conjunto musical dejó de tocar; fue entonces que Rosa decidió salir de su escondite e irse, pero en el preciso momento que pasaba frente al escenario un enorme reflector se encendió desde algún lugar y por casualidad o por error, la iluminó de cuerpo entero; todos sus compañeros al reconocerla comenzaron a cantar a coro:

—¡Ro-si-ta!, ¡Ro-si-ta!, ¡Ro-si-ta!…

Fue lo último que recordó, hasta ser reanimado por sus mismos compañeros en el consultorio. Pero lo que no supo, fue que el joven que la alzó y la llevó hasta la camilla fue Federico; que al ver el rostro de ella desmayada, con su pelo corto y su flequillo sobre su frente, se dio cuenta que nunca le había prestado atención a esa delgada y encantadora compañera de curso.

Para Rosa ese verano fue larguísimo, su rutina era hacer las compras, limpiar su casa y esperar a sus padres con la cena, la única actividad que le resultaba gratificante era leer.

Un viernes por la tarde sonó su teléfono y al atender su sorpresa fue mayúscula, era  su compañero Federico.

—Hola Rosa, qué suerte que te encuentro, quería invitarte a tomar algo, bueno, si no tienes otros compromisos. —Federico se quedó escuchando varios segundos, y como Rosa no respondía repitió la pregunta.

Rosa pensó que alguien le estaba haciendo una broma, pero esa voz era inconfundible. 

—¿Federico? —dijo Rosa con su voz entrecortada.

—Si, Federico te habla, espero que todavía me recuerdes. 

—Si, por supuesto que te recuerdo, solo que me llama la atención que me llames a mí. —dijo Rosa cada vez más sorprendida.

—¿Por qué te tienes que sorprender?, solo soy un compañero del colegio que desea invitarte a tomar algo, no tiene nada de malo, ni sorprendente.

Curiosamente para Rosa, hablar por teléfono le resultaba más fácil que hacerlo en persona. 

—Está bien, mañana, por la tarde, si te parece, nos encontramos en el bar de la plaza.

—Perfecto, allí estaré  —le dijo Federico a Rosa.

Este acontecimiento para Rosa le ocasionó un terremoto emocional. ¿Cómo ir vestida?, ¿de qué hablar?, ¿cómo saber si Federico no le estaba tendiendo una broma?, ¿cómo podría superar su timidez frente a un muchacho del cual estaba enamorada?. Si no podía afrontar la situación, de una simple cita, menos aún podía pensar en una relación prolongada. Esto la tomó sin preparación previa y no podía pedirle consejos a nadie, ni siquiera a su madre que vivía desbordada por su trabajo, sumado a que jamás hablaron de temas de mujeres. Rosa se sentía sola frente a su vida, con muy pocos recursos para afrontarla.

Rosa y Federico se encontraron esa tarde; el que hablaba hasta por los codos era él, ella solo intervenía con alguna afirmación o negación:

—Así es…tienes razón…estoy de acuerdo…no…bueno…, —pero hilvanar una oración con sentido sobre algún tema le era imposible, por su mente solo se cruzaban ideas negativas: ¿le caeré bien?, ¿le resultare atractiva?, no sé de qué hablar, seguro se aburrirá—. 

Después de la cita, él la acompañó hasta el subte, se despidieron con un beso en la mejilla, y allí terminó todo; ella se quedó con la idea de no haberle sido atractiva y él se llevó la impresión de no haberla conquistado; quedaron en hablar pronto, pero ese lapso de tiempo se prolongó indefinidamente, ella tenía miedo de llamarlo, y él no hacer el ridículo.

Afortunadamente hay personas que a pesar de no continuar con la relación de trabajo, no pueden romper con la relación humana y continúan preocupadas por saber cómo se encuentra esa otra persona que sabe tenía un problema a resolver; así se comportaba la doctora Laura, y una tarde de otoño la llamó a Rosa para saber cómo estaba; entendiendo que los padres de Rosa, más allá de ser un ejemplo, y hacer todo lo necesario para que su hija estuviese bien, tenían sus limitaciones. 

—Hola Rosa, ¿cómo estás hija?

—¡Doctora Laura que sorpresa! y qué alegría me da usted al acordarse de mí. —le dijo Rosa a esa voz confiable.

—Te llamo, porque estoy organizando un programa para exalumnos que estoy segura que te gustará.

—¿De qué se trata señora Laura?, —le dijo Rosa pensando de antemano que ella no estaba al nivel de afrontar  ningún programa de estudio.

—Estoy organizando un programa de teatro vocacional, muchas de tus compañeras se han anotado, por lo cual quiero contar contigo.

—No se…—respondió Rosa dubitativa.

—Antes de decir no, quiero que vengas al menos una vez, te espero este sábado por la mañana. —le dijo la doctora a Rosa que se quedó callada un instante pensando alguna excusa, pero no se le ocurrió nada—, perfecto ya tienes tu sitio en el curso Rosa, te espero a las nueve de la mañana. 

Ese sábado Rosa decidió ir a la reunión porque no podía quedar mal con la doctora que era una señora a la que apreciaba muchísimo. Cuando Rosa ingresó al gimnasio sobre el escenario estaban charlando animadamente cinco amigas del colegio que la saludaron cordialmente, después, la doctora Laura le presentó a tres jóvenes que nunca había visto y a la profesora que daría las clases de teatro llamada Nora, la cual era una señora bajita pero de voz cálida y ojos negros vivaces. 

Cuando la doctora se retiró, todos se sentaron en un círculo y la profesora comenzó diciendo:

—El teatro podemos decir que comenzó en Atenas entre los siglos V y VI antes de Cristo, como se imaginan hace mucho que existe y mucho se ha hecho durante todo ese tiempo, pero curiosamente este arte posee tres cosas que siempre son las mismas: los actores, el público y el texto, también posee otras cosas…

Cuando Rosa comenzó a escuchar a esta profesora, esa señora le estaba describiendo algo maravilloso, que nunca había escuchado, ella pensaba que el teatro era algo similar al cine, con los artistas en vivo, pero lo que le describía aquella mujer era otra cosa, que la cautivaba tanto como sus libros.

Rosa no faltó a la segunda reunión, cuando llegó, la primera persona que se anticipó a saludarla, fue la doctora Laura.

—¡Me alegra muchísimo que vinieras!, haz todo lo posible por no faltar, yo se que este curso te va a encantar querida Rosa. —después de decir esto, la doctora le dio un abrazo y un beso; sin que ella lo notara, la doctora miró a la profesora de teatro, y esta asintió con su cabeza; ya habían hablado ambas de Rosa—, me despido Rosa, me he jubilado, cuando pueda vendré a verte, pero si tienes algún problema puedes llamarme este es mi teléfono. 

Rosa sintió que era una despedida; quizás no volvería a ver a esa señora que tanto se había preocupado por ella. 

El tiempo fue pasando y Rosa esperaba ansiosa el día sábado para asistir a las clases de teatro. 

Después de algunos ejercicios de respiración y con la voz, la profesora los hacía ejercitar actuando  personajes diversos. Cuando Rosa improvisaba un personaje, algo ocurría en su interior, al principio, sin darse cuenta, sentía que de un momento a otro no era ella la que hablaba, o gesticulaba, o cuando recorría caminando el escenario; el personaje la dominaba y Rosa se desvanecía para pasar a ser esa otra persona imaginaria, pero tan real como su piel.

Un día la profesora le pidió a Rosa interpretar a una reina de un imperio, que se dirigía a su pueblo para pedirles que era necesario enfrentar una guerra, el enemigo estaba cerca y era implacable; a modo de espada la profesora le dio un palo escoba y su corcel era una silla. Cuando Rosa se subió a su caballo imaginario, tomando su espada de palo, empezó su discurso diciendo:

—¡Mujeres y hombres de mi pueblo!, hoy los he convocado para pedirles un sacrificio que no puedo eludir… —cuando Rosa decía estas palabras sintió que la silla aumentaban su altura y la cabeza de un caballo blanco apareció, podía sentir como movia sus patas y hasta el vapor que salía por su boca; el peso de su espada comenzó a brillar bajo el sol, y frente a ella cientos de campesinos, con guadañas y palas la observaban en silencio—. ¡Debemos enfrentarnos a una guerra que no puedo evitar!…

Su voz ya no era la de Rosa, ahora era la de una reina montada sobre un robusto corcel blanco; sus palabras atronaban, vestida con botas, cota de malla y guantes; su pelo se movía con el viento y tras de sí, una gallarda  caballería dispuesta a entrar en combate. 

—¡No puedo garantizar que triunfaremos!, solo puedo asegurar que mi ejército y yo, daremos todo lo que tenemos, incluso nuestra vida para ganar y protegerlos a ustedes, a la comarca, a nuestros animales, a nuestros cultivos. ¡Solo podrán pasar por sobre nuestros cadáveres!… —la reina Rosa podía sentir como su pueblo la aclamaba a viva voz; al terminar por fin, pudo ver al teatro repleto de público que la ovacionaba de pie, a ella; la reina; o a ella, la actriz. 

El fuerte aplauso de sus compañeros parados en torno a ella, la hicieron volver a su realidad, a su cuerpo, el bravo corcel se convirtió en la pequeña silla de pino y su opulenta espada se convirtió nuevamente de palo, el ejército a sus espaldas se esfumó como si despertara de un sueño. Rosa quedó de pie sobre la silla, con su corazón palpitante; pero ese día pudo lograr el milagro de la actuación plena; la actriz Rosa, se convirtió en cuerpo y alma en su personaje, una reina; o quizás esa reina imaginaria tomó el cuerpo de la pequeña Rosa para expresarse con toda su fuerza y todo su valor.

Muchas otras actuaciones con el teatro repleto de espectadores, enfrentó Rosa, la actriz, recibiendo y disfrutando el merecido aplauso de su público. 

Pero ese personaje de la reina en las clases del teatro vocacional de su colegio, fueron para ella inolvidables. 

Porque a partir de ese día; la pequeña Rosa; al fin; se convirtió en reina, comandante y dueña de su propia vida.




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martes, noviembre 14, 2023

AJEDREZ, LA GRAN HISTORIA (última entrega)


Las tres opciones se colocaron sobre la mesa: IA, proponía trabajar en el corral y en la quinta, a cambio de tener acceso a la biblioteca; el rey estaba de acuerdo, pero pretendía comerciar con el sobrante de la huerta, la leche y los huevos. Y la reina propuso, estar de acuerdo con ambos siempre que se respetaran sus privilegios, es decir que indirectamente le estaba diciendo a IA, que debía seguir atendiendola.

El acuerdo no estaba muy lejos, a pesar que la reina esgrimía con astucia su superioridad sobre IA, por saber que jamás descuidaba a los animales del corral, esto lo convertía en más débil para las negociaciones. 

IA, también entendía la trampa que le tendía la reina, y la codicia del rey.

Después de meditarlo, IA dijo:

Voy a decir mi última propuesta, si no la aceptan aquí terminan las negociaciones. 


—Te escuchamos, —dijeron al unísono la reina y el rey.


Los alfiles estaban atentos a las negociaciones, porque de ella dependía el futuro de sus familias. 


—Bien, estoy dispuesto a atenderte reina, bajo la única condición que no puedas dar más órdenes a nadie. En cuanto a ti rey, aceptó entregar el sobrante de la quinta, la leche y los huevos, si me retribuyes el trabajo que se debe realizar con oro. Los reyes se miraron con desconfianza, no estaban muy seguros de esta negociación; pero como no eran tontos, sabían que no lograrían nada más por parte de IA.


—Acepto —dijo el rey colocando su mano derecha sobre la mesa.


—Acepto dijo la reina, colocando también su mano sobre la del rey.


—¡Trato hecho! —dijo IA, colocando su mano derecha por encima de las otras dos.


El alfil mayor, habló:


— Señores, señora, a partir de este momento, ustedes han cambiado la historia de esta comarca, nosotros colaboraremos para que sus vidas sean respetadas, y les auguramos un futuro digno de ser vivido.



Fuente Wikipedia:

Tablas es el nombre que recibe un empate en ajedrez. En los torneos, este resultado otorga medio punto a cada jugador, expresado generalmente como «0,5-0,5» o «½-½».

Hasta 1867, las partidas de torneos que terminaban en tablas debían ser jugadas nuevamente. El torneo de París de 1867 tuvo muchas partidas terminadas en tablas que debieron repetirse, lo que causó problemas a los organizadores. En 1868 la Asociación Británica de Ajedrez estableció otorgar a cada jugador medio punto en lugar de repetir la partida.[1]

En partidas de alto nivel (disputadas entre jugadores con Elo mayor a 2500), el porcentaje de tablas puede llegar al 35%.[2]​ En el caso de las partidas entre programas de ajedrez, dicho porcentaje puede ser aproximadamente del 36%.


     FIN


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lunes, noviembre 13, 2023

AJEDREZ, LA GRAN HISTORIA (décima entrega)

        



Una de las piezas intrigantes del ajedrez son los alfiles; que en el antiguo juego, el chaturanga, era considerado con otra representación; después se convirtió en el actual guerrero con armadura, el cual posee limitaciones, porque solo pueden desplazarse dentro del territorio al que pertenecen, los casilleros blancos o los negros. En mi opinión de jugador inexperto en el arte de la guerra, los alfiles, cumplen las órdenes directas del rey o de la reina. Acatan su voluntad, incluso si es necesario,  entregan su vida por una causa, justa o injusta. Pero también pueden actuar por su propia voluntad. 


Puestas las piezas sobre el tablero, la reina y el rey se encontraban separados y amenazados por profundas grietas la primera, y un laberinto el segundo. Los animales del 

corral esperanzados en que IA los cuidaría, e IA, con la incertidumbre de tener que encontrar una llave, que solo Dios sabe, dónde puede estar. Debemos completar diciendo que en apariencia la noche que se aproximaba sería larga, con feroces animales hambrientos recorriendo el campo.

No obstante a esta situación, le faltaba un condicionamiento más; un cisne negro, que curiosamente también podía ser blanco; o los dos a la vez. Un cisne negro y otro blanco; en aquellos tiempos, los cisnes grises no existían. 


Letra chica: (fuente Wikipedia)

La teoría del cisne negro o teoría de los sucesos del cisne negro es una metáfora que describe un suceso sorpresivo (para el observador), de gran impacto socioeconómico y que, una vez pasado el hecho, se racionaliza por retrospección (haciendo que parezca predecible o explicable, y dando impresión de que se esperaba que ocurriera). Fue desarrollada por el filósofo e investigador libanés Nassim Taleb…seguir leyendo. 


Algo ocurrió esa noche que nadie lo preveía. IA, había decidido pasar la noche en el corral junto a los animales, la reina y el rey deberían de pasarla a la intemperie, no tenían otra posibilidad. Cuando todos dormían, un sonido muy agudo irrumpió en la comarca; todos despertaron, y algo dormidos pudieron ver, una luz majestuosa, que descendía del cielo estrellado, al igual que si una estrella se hubiera desprendido del firmamento y se posara próxima al castillo.

IA, quedó sorprendido por el evento y decidió ir a ver. Cuando llegó al lugar no podía creer lo que veían sus ojos; era un cilindro color plata rodeado de una bruma azul; de pronto se abrió una puerta y salieron dos seres que a los ojos de IA, parecían estar cubiertos por escamas doradas. IA decidió acercarse, no le faltaba coraje. 

Uno de esos seres, levantó su mano, a modo de advertencia y entonces IA se quedó parado en su lugar. El otro ser dijo con una voz muy rara.


—IA, sabemos quién eres y estamos dispuestos a ayudarte, también sabemos las necesidades de este reino, y queremos solucionarlas; pero solo se podrá lograr algo superador si entre todos buscamos el camino posible. IA, les preguntó:


—¿Quienes son ustedes, y de dónde vienen?.


— Yo me llamo Kushim, y este es mi hijo, ambos provenimos de un planeta muy lejano.    


IA, sabía que para poder salvar a la biblioteca y además cuidar y alimentar a los animales del corral, sin ayuda, difícilmente podría. No pasaba por su mente que los reyes aceptaran colaborar, por lo cual, tenía más que perder que de ganar. Escuchar a los recién llegados no le sumaba ni le quitaba nada.


—Los escucho. —dijo IA.


— Es largo de explicar, pero nosotros sabemos todo lo que ocurre en esta comarca; si lográramos que todos quieran colaborar; cuando me refiero a todos esto incluye a la reina, al rey, y a ti IA; pueden lograr diez mil años de prosperidad; pero si uno solo de ustedes se niega, será imposible. 

IA, se quedó pensando unos instantes, sabía del carácter intransigente de la reina y el rey, pero también sabía todo lo que estaba en juego.


—De mi parte señores, no tengo inconveniente, no obstante, les advierto, que no se como lograr que los tres podamos sentarnos en una mesa.


—Eso corre por nuestra cuenta dijo aquel extraño hombre. —mirando a su hijo—, si estás de acuerdo comenzamos.


—Una última pregunta señores, —dijo IA—, ¿qué ganan ustedes en todo esto?.


—Nosotros somos una tribu, que necesita un lugar para desarrollarse, pero no conquistamos por la fuerza, sólo si nos permiten desembarcar lo hacemos, de lo contrario nos vamos.


—¿De cuántas personas estamos hablando?, —preguntó IA.


—Somo diez familias, más nuestros

descendientes —dijo el más joven. 


IA, después de pensar nuevamente esta propuesta, se dijo; no son usurpadores, parecen sinceros, y en el reino, ya no quedaba nadie; tengo mucho más para perder, yo solo, que lo que puedo ganar. 

 

—De mi parte, estoy de acuerdo en encontrar soluciones, y sean ustedes y sus familias bienvenidos a la comarca. 


Los dos alfiles sacaron de su nave un artefacto muy extraño y subieron al mismo; el cual se elevó sobre el suelo a baja altura y se dirigieron en busca de la reina y el rey. 

Cuando encontraron a la reina, su estado era deplorable, estaba sucia, despeinada, con su cara manchada de hollín, pero a pesar de esto, mantenía su soberbia infinita. Cuando los alfiles le preguntaron si deseaba que la ayudaran a salir de ese lugar del demonio, los miró y les dijo, sin siquiera conocerlos. 


—Es su obligación y mi derecho, por ser reina. 


Los alfiles, se miraron entre sí, y sonrieron. Después la tomaron de los brazos y la subieron a su vehículo volador para llevarla al castillo. Por último, fueron a rescatar al rey, el cual les agradeció a los dos alfiles, pero en su fuero íntimo desconfiaba de una actitud tan noble. Justamente él, que era un profesional de la traición. 

Cuando todos estuvieron presentes en el castillo; IA, explicó a los reyes las intenciones de los alfiles, y sus condiciones. Los tres quedaron de acuerdo en debatir, lo harían en la mesa redonda de los juegos, ubicada en uno de los salones principales del castillo. 

IA, colocó sobre la mesa una jarra con agua y cinco jarros de madera; y aclaró a los reyes que los alfiles sólo serán veedores de las deliberaciones sin intervenir.

Tomó la palabra IA, para detallar su propuesta:


—Si los dos están de acuerdo yo puedo encargarme de la limpieza y atención de los animales del corral y brindarle a ustedes, la leche, y los huevos, también puedo cultivar la tierra y cosechar las frutas y verduras, incluso estoy dispuesto a acarrear el agua, para que puedan tenerla a su disposición todos los días. Mi única condición es poder acceder todo el tiempo que necesite a la biblioteca.

El rey después de unos instantes dijo:


—Yo estoy de acuerdo, pero bajo una única condición; quiero que todo lo que sobre de leche, huevos, frutas y verduras, para poder venderlas a los nuevos pobladores, fijando yo el precio.


La reina, mirando a todos con su inútil soberbia dijo:


—Yo no estoy dispuesta a entregar mi reino a dos simples alfiles, un peón y un rey sin poder. ¡Yo soy la reina!, y todos me deben respetar sin condiciones, yo soy la ley, la verdad, la única que puede dar, y quitar; sus bienes o incluso su vida.


Todos se miraron, y espontáneamente rieron a carcajadas. La reina se enfureció al verlos reír y comenzó a insultarlos a viva voz, esto dio más motivos a los participantes de la reunión para tentarse más, riendo más fuerte.

La reina indignada patio la mesa y se retiró a su torre. 

Los dos alfiles, el peón y el rey se quedaron charlando amablemente. 


—Esta mujer, está loca, es tan necia que no comprende las limitaciones que tiene. —dijo el rey sirviendo agua a todos los presentes. 


—No sé cómo podemos hacerla entrar en razón, —dijo IA— es terca como una mula. Hablando de mula, debo ir al corral para atender a los animales, regreso lo antes posible. 


El rey que no era ni lerdo ni perezoso, se le ocurrió la brillante idea de poner de su lado a los alfiles.


—Señores, yo tengo la solución para este conflicto, si todos estamos de acuerdo, me encargo de encerrar a la reina en su torre, y haremos todo lo que se nos ocurra sin ningún tipo de trabas, ¿que opinan?.


Los alfiles se miraron y el mayor habló:

—Rey, nosotros somos personas honorables, nuestras creencias no nos permiten realizar ningún tipo de acto de las características que usted nos propone. Hagamos de cuenta que no nos ha dicho nada. El rey, avergonzado, tomó agua y se quedó callado.


Cuando la reina se calmó, no tardó más de unos segundos en darse cuenta que ya no era reina, ni poseía súbditos, ni corona, e incluso dudaba si su torre aún le pertenecía. Solo era una mujer común y corriente, que ya no podía dar órdenes a nadie. Solo le quedaba su astucia que no era despreciable. De inmediato, se vistió de campesina, se cortó el pelo y las uñas, se lavó la cara y emprendió una nueva embestida, con un nuevo plan.


—Estoy dispuesta a dialogar—dijo la reina después de bajar de su torre, incorporándose nuevamente a la reunión, con una amplia sonrisa bonachona.


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