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miércoles, abril 17, 2024

EL TESORO EN LA PLAYA

      



 Ser soltero tiene sus ventajas y desventajas; del mismo modo que la edad; no es lo mismo tener treinta años que sesenta y cinco, Adrián tenía sesenta y cinco, era soltero, jamás quiso formar una pareja y no pensaba hacerlo ni ahora ni nunca. Le gustaba caminar por la playa al atardecer, tanto en invierno como en verano; cuando lo hacía se sentía pleno, reconfortado, sus pensamientos giraban en torno a su pasar que no era malo, tampoco prodigioso, pero podía darse ciertos gustos que lo gratificaban plenamente. Su relación con su familia era distante, tanto en tiempo como en espacio, tenía un hermano menor que vivía en Inglaterra con el que con suerte se saludaban para navidad y un tío curiosamente solterón como él que sufría de ataques de pánico, esto era suficiente motivo para no ir a visitarlo jamás. 

Esa tarde de otoño  el mar estaba color gris como las nubes y soplaba un viento del sur que anticipaba el invierno. Su vista después de la operación había quedado excelente, tal es así que divisó a una persona muy lejos sobre la playa desierta; cuando se fue acercando pudo garantizar que era una mujer, estaba sentada en una silla de playa cubriendo su cuerpo con una manta color claro, y tenía una gorra con visera que protegía del viento su pelo negro atado formando una pequeña colita detrás que asomaba por su gorra. Indefectiblemente la desconocida estaba ubicada en su camino, tenía dos opciones pasar entre ella y el mar, al que contemplaba con detenimiento, o por detrás; decidió la primera opción, esto lo colocaba en la disyuntiva de saludar o pasar indiferente, cuando estuvo a unos pocos metros comprobó que la señora desconocida lo miró, por lo cual no perdía nada con saludarla; pero cuando sus miradas se cruzaron, algo imprevisto le pasó a Adrián; en toda su vida de solterón empedernido jamás había visto unos ojos tan bellos, resaltados por una sonrisa deslumbrante…y eso que todavía no había visto su cuerpo, la señora lo sorprendió poniéndose de pie, dejando la manta sobre la silla y le preguntó con un tono de voz muy cordial.

—Perdone señor, sabría decirme si este viento frío continuará por mucho tiempo. —la señora después de preguntarle esto cubrió sus hombros nuevamente con su manta.

Adrián en esos pocos instantes constató que la señora no era joven, pero podía llegar a afirmar que era solo unos pocos años menor que él. 

La respuesta de Adrián no fue muy precisa, porque sin quererlo dio toda una disertación que comenzaba con la formación de los cumulonimbus, pasando por aspectos climáticos como la baja presión, las precipitaciones y las tormentas, concluyendo con un poco cordial. 

—Buenas tardes.

Y continuar sin más con su caminata.

La señora solo tuvo la oportunidad de agradecer la información a un hombre mínimamente tosco. 

Como suele ocurrir con los hombres desprevenidos que creen tener toda su soltería bajo control, para Adrián ese encuentro casual con una mujer desconocida cambió su vida a partir de esos primeros pasos dando la espalda a una posible relación. En esos primeros momentos solo pensó que sus discurso climático había sido excesivo sin ninguna necesidad, hubiera bastado con decir, “el invierno se aproxima”, o, “es normal para la época el viento”, y nada más, no era necesario la perorata. Estos pensamientos lo acompañaron todo el camino de regreso, a tal punto que pensó que no estaba demás pedir una disculpa y resolver el asunto con una frase más inteligente, o graciosa como ser: “habrá que prepararse para el invierno”, o, “aquí el clima nos toma desprevenido”, o quizás, “son muy pocas las personas que le agrada el mar en invierno”...aunque esta última frase no la consideró graciosa, más bien tonta, y dicha señora podía interpretarlo como de mal gusto, porque cada quien disfruta de su vida como quiere, pero todas estas conjeturas fueron en vano porque cuando pasó por el lugar de aquel encuentro, la mujer que desató en su mente una tormenta de ideas, ya no estaba. 

Cuando Adrián comenzó a preparar su cena escuchando las noticias en la radio con el televisor encendido en voz baja como siempre lo hacía. Se dio cuenta que no podía dejar de pensar en ese fortuito encuentro; continuaba tejiendo posibles respuestas; en un momento dado se dio cuenta que esa mujer desconocida aunque no quisiera reconocerlo, lo había perturbado y no podía sacarla de su cabeza, justamente él, cuya vida estaba perfectamente planificada disfrutando de su soltería. 

A la mañana siguiente cuando se miró en el espejo, se vio desprolijo; para empezar su barba entrecana de cuatro días lo hacía más viejo y su pelo era un desastre; este último detalle jamás le importó porque su gorra de pescador lo cubría, pero si por algún motivo tenía que quitárselo pondría al descubierto su cabello, al cual ni siquiera peinaba. Su ropa era otra situación conflictiva, jamás planchaba; había incorporado en sus costumbres la teoría que un hombre soltero justamente podía disfrutar siendo, vistiendo, y manteniendo una completa desprolijidad; esta creencia consolidó en su aspecto y en su casa una situación más que caótica, se podría denominar catastrófica.

Sus relaciones con el sexo opuesto jamás prosperaron, en los últimos cinco años tuvo la posibilidad de compartir su vida con tres mujeres, con la primera llamada Laura solo quince dias, la relación se apagó porque ella dormía hasta el mediodía y a él le gustaba disfrutar de las mañanas, esto provocaba un descalabro de horarios y la hora del almuerzo de él se mezclaba con el desayuno de ella. La segunda candidata Nora, no sabía cocinar ni un huevo frito, y le recriminaba cuando la comida que preparaba él no era de su agrado, todo duró una conflictiva semana. Por último Gloria, cubría todas sus expectativas, hasta coincidían en gustos como ciertas películas, libros, música, e incluso el ajedrez, pero este último ítem fue la causa de la ruptura del vínculo; ella le ganaba todos los partidos en forma contundente logrando el jaque mate en no más de quince movimientos…el fue el que pateó el tablero…literal.

Recordando por algún motivo sus viejas relaciones, llegó a la conclusión que él no era una persona simple de llevar, por ese motivo lo mejor era continuar soltero, no pensar más en ese casual encuentro y olvidar el asunto; para reafirmar esto con su mano derecha se despeinó con ganas y en total libertad como a él le gustaba. 

Esa tarde cuando salió a caminar por la playa, tuvo que reconocer que tenía ganas de encontrarse nuevamente con esa señora, mientras caminaba practicó algunos posibles comentarios como: “buenas tardes, a pesar que sigue el mal tiempo”, o “que tal, ¿disfrutando del mar?”, esta última oración le pareció muy adecuada porque distingue esa actitud de estar pensando frente al mar, algo que él practicaba siempre. Pero cuando miró a lo lejos la playa estaba desolada, entonces se dijo, que mejor así, qué motivo tenía para entablar una charla con alguien que era una total desconocida que quizás tenía una familia, hijos, esposos, o un carácter insoportable …no obstante aún no podía entender como un simple cambio de palabras le había afectado de tal forma que no le permitía dejar de recordarla.

Cuando estuvo en el preciso lugar del encuentro del día anterior, allí se detuvo un momento y nadie había, el sol comenzaba a caer coloreando de rojo intenso unas nubes y el tronco del árbol seco que indicaba la marca de la mitad de su caminata; cuando se quitó la gorra una ráfaga de viento movió su pelo, con su mano trató de acomodarlo, después de mirar a su alrededor, el mar con su sonido le recordaba esa voz, pero no había nadie allí, con cierta decepción se colocó nuevamente su pescadora y continuó con su solitaria caminata.

Su marca de llegada era un casco de barco oxidado que quedó allí  semienterrado en la arena después de algún naufragio; pero esa tarde no tenía ganas de regresar y siguió caminando un poco más. Cuando dio la vuelta para regresar, se sobresaltó gratamente, allí estaba de nuevo esa desconocida; como el sol empezaba a irse, apuro el paso. 

—Hola, ¿qué tal el mar?. —Eso fue lo que le salió decir cuando estuvo a un par de pasos de la mujer, la cual, al verlo se le iluminó la cara con un sonrisa, y el sol se reflejó en esos ojos que Adrián no podía olvidar.

—El mar, siempre el mar, es mi tema preferido, sabe usted, cuando era chica venía aquí con mi padre y nos quedábamos hasta poder ver el cielo estrellado. —le respondió la señora, poniéndose de pie— pero eso fue hace mucho tiempo.

—A mi me gusta caminar por la playa, a veces me parece que lo he hecho toda mi vida, es decir hace miles de años. —la señora se rió y se presentó extendiendo su mano.

—Me llamo Alma.

—Adrián, mucho gusto  —dijo él quitándose respetuosamente su ridículo gorro sin darse cuenta. 

—Bueno, encantada, ya somos dos a los que nos gusta el mar, entre los millones de personas por todo el mundo —ambos rieron.

—Bueno, ehh…—Adrián trató de decir algo más para poder seguir la conversación, pero no se le ocurría que decir y se daba cuenta que su interlocutora lo miraba como para poder cerrar esa charla de algún modo amable. 

—Bien, ya me voy, es tarde y refrescó mucho. —,dijo la señora plegando su silla.

—Si, por las noches refresca, —Adrián se sentía como un tonto por no poder decir al menos algo simpático, pero de pronto se animó y dijo:

—Le gustaría caminar mañana conmigo. —Después de decir esto, Adrián imaginó que estaba forzando una relación y la señora lo tomaría a mal, y seguramente pondría una excusa cualquiera para no volver jamás. 

—Si, me gustaría, encontrémonos aquí mañana a las cinco, ¿le parece bien? —Adrián no podía creer que esa mujer había confirmado una cita con él.

—Excelente señora Alma, a las cinco entonces —dijo él sin saber que ponía la cara de un chico al que le regalan un chocolate; su actitud hizo sonreír a la señora que le respondió. 

—Tutiemonos Adrián, somos dos personas grandes para tanto formalismo, nos vemos mañana.

Desde ese momento hasta que llegó a su casa Adrián quedó flotando sobre una nube pensando en cada una de las palabras dichas por esa mujer con la que formalizó una cita. Su imaginación lo llevó a pensar cómo sería convivir con esa señora; evidentemente se adelantaba a posibilidades remotas, pero su mente continuaba realizando conjeturas que en un punto se derrumbaban porque no sabía nada sobre esa mujer.

Cuando caminaba hacia la costa, pensaba en que debería tratar de no demostrar tanto interés y comportarse como el hombre mayor que era, en busca de una ocasional charla informal para disfrutar de ese atardecer. Cuando llegó al lugar detrás del médano apareció la señora puntual.

Cuando se acercó le dijo con su cara jovial:

—Hace mucho que me esperas.

—En este instante acabo de llegar, que puntual eres —le dijo estirando su mano para saludarla, pero ella se adelantó y le dio un beso en la mejilla; que para Adrián fue como si lo hubiera acariciado un ángel sintiendo su perfume embriagador. 

—Me llama la atención que nunca te he visto por aquí —le dijo él cuando empezaron a caminar.

—Lo que ocurre es que yo trabajo en Madrid, soy bioquímica y he aprovechado mis vacaciones para venir a este lugar, mi familia tenía una casa cerca de aquí y es el lugar donde he sido muy feliz, pero mi padre se enfermó y después al año de morir, mi madre lo acompañó, siempre pensamos con mi hermana que fue de tristeza, se amaban muchísimo; nosotras éramos jóvenes yo recién recibida sin trabajo, y mi hermana trabajaba en un hotel, por lo cual tuvimos que vender la casa, ella consiguió un mejor empleo con su novio en Córdoba y yo conseguí un trabajo en España que aún conservo, no hay mucho más, ¿y vos?.

—Yo estoy en la depresiva situación de ser un jubilado argentino, esto implica la célebre frase “billetera mata galán”, por lo cual vivo solo y esto debo reconocer me ha convertido en un ermitaño, con muchas posibilidades de convertirme en cura u obispo, practicando un celibato intachable. —ella se rió con ganas al escucharlo.

—Yo estoy separada hace ya cinco años, pero debo decir que a mi edad, la cual nunca te la diré, me siento sola a pesar de tener mucha gente amiga, pero el día es muy largo si no se comparte con nadie. 

—Mi problema es que cuando he compartido mi vida con alguna mujer, siento en un determinado momento que me falta el aire y no puedo resolverlo, esto hace que continúe soltero, pero me temo que estoy necesitando alguien con quien charlar, mi espejo cuando me afeito me responde siempre lo mismo que yo ya sé. 

—A mi me ocurre algo parecido, en Madrid una mañana me mire al espejo y vi a una vieja, el problema se agravó cuando esa vieja era yo, —ambos rieron—- entonces decidí venir al lugar que siempre fui feliz, a encontrar respuestas.

—¿Te respondió algo el mar?, porque a mi jamás me dio una respuesta; o tal vez me dice siempre lo mismo y yo soy un tonto que no lo entiendo.

—Mi padre me decía que todas las respuestas estaban mirando al mar; cuando supo que se iba a morir, vinimos los cuatros aquí; nos abrazamos y esperamos que anocheciera, entonces nos dijo, que junto a nosotros había pasado los días más felices de su vida, y que nos lo agradecía. Después, continuamos viniendo con mi madre y mi hermana y realizábamos el mismo ritual…creo que él estaba junto a nosotras.

—Muchas veces pienso que la muerte, que es irremediable, nos permite entender lo maravilloso de la vida, y que la vejez nos va preparando para la despedida, la cual suele ser una etapa muchas veces difícil, y me enfrento a una disyuntiva, por un lado nada se puede hacer, solo envejecer y otra veces pienso que son muchas las cosas que podemos hacer cuando envejecemos.

—¿Qué podemos hacer? —le dijo ella mirándolo muy seria.

—Hacer el amor es una opción —le dijo él mirándola a los ojos. —¿Por qué será que los hombres siempre resuelven los problemas en la cama?, —dijo ella riéndose. 

—Porque los hombres somos seres simples, más cerca de ser animales que personas, en cambio ustedes las mujeres, debo reconocer, poseen una inteligencia superior que les permite observar el cielo estrellado y ver un universo, en cambio nosotros sólo vemos estrellas inalcanzables.

—Nunca escuché algo así de boca de un hombre.

—Gracias por el cumplido pero yo no soy ninguna excepción, —cuando él dijo esto estaban a pocos pasos del barco oxidado—, aquí está mi marca de llegada, el pobre continúa oxidándose como yo, frente al mar.

—Mi padre decía cuando pasábamos por aquí, que era un barco pirata, y que en algún lugar tendría que estar enterrado el tesoro, que seguramente cuando fuéramos grandes lo encontraríamos.

—¿Encontraste tu tesoro?. —le preguntó él, mirándola. 

—-Creía que lo había encontrado cuando me casé con el hombre equivocado, por lo cual aún sigo buscando ese tesoro, que tal vez no sea un hombre, y solo sea una respuesta a mi vida, más reconfortante. 

—Así es, quizás la vida sea una eterna búsqueda de algo o alguien, pero cuando envejecemos la decepción nos abruma.

—Comparto tu punto de vista; te lo dice una mujer que no suele ponerse de acuerdo con nadie, ni con nada. Soy de las que busca la prenda de vestir perfecta y jamás la encuentra. —ambos sonrieron– Regresamos.

—Si. —dijo él con ganas de seguir caminando. 

El regreso lo hicieron en silencio, a pesar de que sus pensamientos tal vez eran similares; pero a cierta edad a nadie le gusta quedar en ridículo. 

Cuando llegaron al lugar de partida, ambos dijeron a la vez:

—Si quieres.. —los dos rieron, y entonces ella se adelantó y dijo.

—Si quieres vamos a mi casa.





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