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domingo, junio 25, 2023

EL SILBO

    El miedo a lo desconocido suele ser enorme, cuando a pesar de estar en grupo y preparados para afrontar eso que pretendemos descubrir, se materializa, nos aterramos; pero un sonido, simple, como lo es un silbido, puede ser más aterrador que observar algo extraño. 

F.Brun





El silbo, así se lo denomina, lo han escuchado muchos testigos, en un lugar muy específico, en la localidad de Trenel La Pampa Argentina. 

Esta localidad es cabecera del departamento homónimo, al noreste de la provincia de La Pampa, Argentina.

Dista 123 km de Santa Rosa y 560 km de la ciudad de Buenos Aires. Por vía terrestre está comunicada con el resto del país por la Ruta Provincial 4, que empalma con la Ruta Nacional 35.

La leyenda corresponde a la época de cuando habitaban tribus ranquelinas, fue entonces cuando el ranquel Huyhuín, un mozo mujeriego al que le gustaba silbar siempre la misma tonada, fue protagonista de un enfrentamiento, en donde llevó las de perder, por un tajo preciso en su garganta; esto lo atestiguan fuentes de origen Cristiano durante la Guerra del desierto entre los años 1878 y 1885; el lugar de donde surge esta historia es en los montes al norte de Trenel; vecinos ya grandes del pueblo confirman que aún hoy, el espíritu del infortunado Huyhuín, sigue recorriendo esos desérticos parajes; y su silbido hiela la sangre.


Yo soy un hombre al que no le gustan las aventuras, pero charlando con mi hijo mayor y dos de sus amigos en una sobremesa familiar, surgió esta leyenda, y a mi hijo se le ocurrió que podíamos ir para verificar que de cierto había con respecto a esta historia. Consultamos en Google Maps y nos encontrábamos a unos 870 kilómetros, por lo cual, sería un viaje de unas 9 horas,  a los amigos de mi hijo les encantó la idea, y yo al verlos tan entusiasmados acepté; viajamos en la camioneta de mi hijo, y nuestro equipo consistía en dos carpas pequeñas, víveres, y agua, salimos el último fin de semana de mayo, yo pensé que no haría demasiado frío, pero me equivoqué. 

El viaje fue placentero, llegamos a Trenel a las cuatro de la tarde, como estábamos cansados del viaje, decidimos buscar una pensión, y salir a la mañana siguiente para el norte, y acampar por allí. 

En la cena, nos prepararon una mesa en el salón comedor, pero como nadie se había hospedado, pudimos entablar una larga conversación con el dueño de casa que era un cordial señor. Cuando salió el tema de nuestra visita, el hombre cambió su rostro y pasó de la cordialidad a la preocupación y esto nos dijo:


—No es mi intención desalentar a nadie, pero tomen lo que les voy a decir como un consejo de un amigo; en esos bosques no han sucedido cosas buenas —los cuatros nos quedamos callados, entonces le pregunté—,


—¿Qué cosas pasaron?, si se podían contar, y el señor me respondió—:


—No tengo ganas de arruinarles el paseo, por lo cual no les diré nada, solo esto, no se les ocurra pasar la noche en el bosque. 


No pudimos, sacarle otra cosa, terminamos nuestro café y los cuatro nos fuimos a dormir, a la mañana siguiente en el desayuno, les dije a los muchachos que como habíamos viajado hasta allí, iríamos al bosque, pero que definitivamente descartaran la idea de pasar la noche, ya no era solo por lo de la leyenda del silbo; había que evaluar que no fuera un lugar peligroso porque podían existir vagabundos o asaltantes; mejor sería conocer el lugar de día y dar fin a la expedición. Todos aceptaron mi sugerencia; después de cargar nafta salimos. Cuando tomamos el camino de tierra a la hora de viaje comenzamos a ver un tupido bosque de caldenes y algarrobos, que contrastaba con un cielo azul intenso, al internarnos en aquella naturaleza exuberante, el camino comenzó a ser difuso, señal que pocos vehículos pasaban por allí. Una leve pendiente desembocaba en un curso de agua insignificante, pero por precaución detuvimos la marcha, yo conseguí una rama y pude comprobar que no era profundo y la tierra era firme; después de pasar sin dificultad continuamos el viaje, el camino ya no existía, durante más de una hora, solo un par de liebres se nos cruzaron a pocos metros. Mi hijo alcanzó a ver un claro con el pasto bajo y como estábamos próximos al mediodía,  decidimos parar allí para comer algo, de inmediato armamos nuestro campamento y servimos sobre la pequeña mesa una abundante picada; en la sobremesa comenzó a levantarse viento frío; ya nos habíamos olvidado de la intención inicial, y nuestra charla giraba en torno a política, pueblos olvidados, y trabajo; en un momento mi hijo y sus dos amigos se quedan callados mirando algo detrás mío, cuando giro mi cabeza para ver, parado a pocos metros un chico vestido con camisa a cuadros blanca y azul, bombacha negra, pañuelo rojo al cuello, alpargatas, y sombrero criollo, nos sonreía.


—Hola  —nos dijo con voz fuerte y clara—. Todos lo saludamos y comenzamos a charlar con la visita recién llegada.


—Cuál es tu nombre y de dónde eres —preguntó uno de los amigos de mi hijo, mientras le ofrecía algo de comer pero aquel muchacho no aceptó—.


—Me llamo Eliseo y soy de aquí —dijo con su voz de tonada campera—.


—¿De aquí, del bosque? —le pregunté—. 


—Si, tengo un rancho a dos leguas, y vengo por aquí a ver mis trampas para liebres. — mientras hablaba tenía sus brazos cruzados en su pecho—


La conversación con Eliseo se prolongó bastante y nos puso al corriente de cómo era su vida en el bosque, vivía solo, y tenía veinte años, cosa que no parecía, quizás porque era de poca estatura. También le preguntamos si no tenía miedo de vivir solo en esos parajes y esto nos dijo:


—No tengo miedo porque conozco muy bien cada rincón de este lugar, incluyendo a los espíritus que aquí hay. — todos nos quedamos mirándolo en silencio unos instantes, y yo le pregunté—.


—¿Qué tipos de espíritus hay? —cuando le dije esto, señaló con su mano al sector del bosque con mallor espesura y respondió—


—Hay buenos, y malos, los buenos no molestan, solo los malos son peligrosos.


—¿Qué hacen los malos? — le pregunté—.


—Los malos le sacan el espíritu a los humanos y a los animales, y los dejan deambulando por el bosque, por eso no se puede andar de noche; si te topas con un de los que ya no tienen espíritu, al verlos, te quedas loco, porque poseen el diablo en sus entrañas, yo vi una vez a uno, pero solo de lejos, y sus ojos eran como de un animal rabioso, me empezó a correr, pero pude llegar a mi rancho, y agarrar el crucifijo; se quedó toda la noche gimiendo detrás de la puerta, y cuando despuntó el sol no lo escuché más. 


Después de escuchar todas esas cosas que no me provocaban tranquilidad, me quedaba una pregunta más para hacerle a Eliseo.


—Qué nos puedes decir con respecto al Silbo, ¿sabes algo?. —le pregunté esperando una respuesta que fue muy distinta a lo que yo esperaba—


—El silbo es un espíritu bueno, él protege a los que por estos lugares caminamos, yo lo he escuchado muchas veces, siempre cuando cae el sol; pero cuando el Silbo se escucha, es porque nos advierte que algo malo nos puede pasar; hay que salir corriendo al rancho, o prender una fogata, los espíritus malos le tienen miedo al fuego y no se acercan. 

—después de contar esto Eliseo, se quedó callado mirándonos uno largo rato, después nos saludamos, y se fue caminando para el lado de la espesura hasta que lo perdimos de vista—.


Confieso que en un primer momento no creí mucho lo que nos terminaba de decir aquel muchacho, porque es sabido que la gente del campo suele agrandar las cosas, solo para ver nuestras caras de pueblerinos. Pero mi hijo y sus amigos, no se quedaron muy tranquilos; entonces decidimos que ya nuestra misión se había cumplido en ese bosque extraño y desolado, cuando comenzamos a juntar todo, el viento comenzó a soplar más fuerte y más frío y unas gotas de lluvia empezaron a caer. Al terminar de cargar la camioneta, y querer ponerla en marcha, esta no arrancaba, mi hijo intentó varias veces y la batería empezaba a perder fuerza; todos nos bajamos a empujar, pero no arrancó, pensé que el problema era otra cosa, instintivamente abrí la tapa del combustible y el olor era de gasoil, no de nafta; esa noche no podríamos salir de ese bosque si no nos remolcaban; pero para lograr esto tendríamos que comunicarnos con alguien del pueblo; cuando lo intentamos no había señal, solo nos quedaba salir de allí caminando, pero en dos horas oscureceria y la lluvia era inminente. 

Debo decir que toda la situación me inquietaba, no tenía deseos de pasar frío o que alguno de los muchachos se enfermara. Cuando comenzó a llover con fuerza nos quedamos dentro de la camioneta; al anochecer la lluvia persistía, los vidrios estaban empañados y nada se podía ver hacia afuera. 


—Nos espera una larga noche — le dije a los muchachos—, y el más chico de los compañeros de mi hijo me respondió.


—Solo espero que el gauchito sea un mentiroso, y que todo lo que nos contó no sea cierto. —ninguno de los tres respondimos—.


Alrededor de las tres de la mañana todos estábamos dormidos y un fuerte golpe nos despertó. 


—Yo salgo a ver, quédense aquí —les dije sobresaltado—


Mi hijo también salió; al iluminar con la linterna de los teléfonos pudimos ver a una gruesa rama que había caído sobre el techo de la cabina, ya no llovía, y juntos, pudimos sacarla a pesar de ser pesada, cuando terminamos la tarea, mi hijo me dice:


—¡Escucha papá!, cuando presto atención, escucho un silbido claro y nítido parecía que venía de algún lugar alto, pero nada se podía ver.


—Entremos —le dije a mi hijo— 


La situación no me parecía agradable, cuando entramos a la camioneta, todos nos quedamos en silencio y nuevamente, ese silbido aterrador, lo escuchamos todos; alguien o algo, silbaba una melodía indescifrable que parecía venir de otro lugar que no era de este presente, un nuevo golpe muy fuerte nos sobresaltó, luego escuchamos un gemido extraño que podía ser de algún animal tal vez herido, primero del lado derecho, después del izquierdo. De pronto, una luz se podía ver a nuestras espaldas.


—Se acerca —dijo uno de los amigos de mi hijo con su voz entrecortada—


Yo lo corrobore de inmediato, se acercaba directo hacia nosotros, evidentemente no era un vehículo porque era una sola luz amarillenta; pensé que bajar podía significar un riesgo, no sabíamos que nos esperaba afuera de la camioneta; entonces decidí que lo mejor era esperar sin bajar. Cuando estuvo a pocos metros de nosotros, esa luz emitía un ruido extraño. Es muy curioso cómo nuestra mente en estado de pánico, imagina y agranda situaciones de peligro inminente que nos paraliza y nos impide pensar razonablemente. De pronto escuchamos una voz de este mundo:


—¡Amigos, amigos!, ¡soy yo, el dueño de la hostería!. al escucharlo, confieso que me volvió el alma al cuerpo, la única luz que veíamos era la de un pequeño tractor tuerto y destartalado, de un puestero, que vino junto con el señor del hospedaje a buscarnos, porque este se preocupó al ver que no regresabamos y caía la noche; juro que tenía ganas de abrazarlo.


—Hace horas que los estamos buscando en este lugar de los mil demonios —nos dijo el conductor del tractor con una sonrisa—


En esto último tenía razón, era un lugar de los mil demonios. Con una destreza increíble sujetaron con una cadena la camioneta al tractor, y salimos de ese monte obscuro y húmedo. 

Cuando llegamos a la hosteria, después de tomar algo caliente, nos fuimos a descansar y quedamos comprometidos para que se hiciera un buen asado a la noche siguiente. 

El patrón de la hostería hizo en el patio un costillar a la parrilla; todos compartimos una cena inolvidable, el culpable de habernos cargado gasoil, en lugar de nafta, se hizo presente con cuatro botellas de un vino de primera calidad y después de disculparse varias veces, se comprometió a realizar todo lo necesario para limpiar el motor, y el tanque de nafta.

La charla se prolongó y salió el tema de nuestra experiencia de aquella noche; todos nos escuchaban atentamente, hasta que le contamos la parte de la conversación con el gauchito; pero lo que nos dijo aquel puestero, dueño del tractor, hombre de campo, que usaba boina negra y su barba era de un par de días, con su  hablar pausado, nos completó una historia que jamás olvidaré. 


—¿Les dijo que se llamaba Eliseo y que vivía en un rancho de por ahí?. —preguntó el hombre, apagando su cigarrillo con el pie en el suelo de tierra—.


—Así es, nos pareció un joven muy simpático —le dijimos, y este buen hombre con su voz gruesa, y sin apuro, nos dijo:


—Hace muchos años, unos treinta más o menos, por esos lugares, vivía un hachero con su hijo; una noche de invierno, del fogón salió una braza y se les quemó el rancho todito, al hijo lamentablemente no lo pudo salvar y el hombre se volvió loco, nadie sabe que fue de él, dicen que su espíritu sigue quejándose en ese bosque…el chico se llamaba; Eliseo. 







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miércoles, junio 21, 2023

EL VUELO 914 DE PAN AMERICAN

Existen muchas historias que jamás quedan del todo aclaradas; cuando estas corresponden a vuelos comerciales con pasajeros, que como en este caso desaparecen; el interrogante de saber que ocurrió, crece entre informes, investigaciones y noticias que muchas veces son falsas. Pero cuando el avión en cuestión aparece después de 37 años, en forma muy misteriosa y particular, las conjeturas son infinitas, y la verdad se esfuma e incluso desaparece para siempre, dejando un profundo e inexplicable misterio. 

F.B.




La historia publicada en el periódico La Nación de Argentina, dice así:

"Los relatos cuentan que la aeronave despegó, sin inconvenientes, el 2 de julio de 1955 desde el aeropuerto John F. Kennedy, en Nueva York, rumbo hacia la ciudad de Miami, allí mismo en los Estados Unidos. Sin embargo, minutos después de su salida, simplemente se perdió en los aires, señala la historia que, desde hace años, circula en portales, medios y redes sociales.

El vuelo de Pan American, que reposa entre la amplia lista de mitos de la aviación, estaba programado para tener una duración aproximada de tres horas. No obstante, con el paso de los días, se convirtieron en largos 37 años. O al menos esa es la historia que se contó en medios como, por ejemplo, Weekly World News.

Lo que parecía ser un accidente aéreo más, terminaría por dar un giro inesperado el 9 de septiembre de 1992, cuando Juan de la Corte, quien para esa época se dice era controlador de tráfico aéreo de la torre del aeropuerto internacional de ciudad de Caracas, Venezuela, notó la aparición de una aeronave que no estaba en el itinerario, según el medio citado anteriormente.

Este avión, un McDonnell Douglas DC 4, no era como el resto: dicen los portales que reseñaron la historia que, en vez de turbinas, funcionaba con hélices. Cuentan los relatos que la verdadera sorpresa llegó una vez que el piloto señaló que se trataba del vuelo 914 de Pan American, perdido hacía treinta y siete años.

De acuerdo con World News, una vez que el tripulante se enteró de que era el año 1992, despegó el avión con los pasajeros a bordo y desapareció nuevamente del radar sin dejar rastro".


Mi parte de esta historia es la siguiente:

Alguien, me llama a mi teléfono y dice lo siguiente:


—Hola señor, mi nombre es Guillermo, usted no me conoce, pero desearía poder hablar con usted, estaré unos días en Buenos Aires, y tengo algo para informarle con respecto al vuelo 914 desaparecido en 1955.


En ese momento, no tenía idea de ningún vuelo desaparecido y menos aún de ese año, como tampoco de alguien llamado Guillermo; pero cuando investigué ese mismo día la historia, me pareció digna de investigarla en profundidad y contarla. Entonces decidí llamar a este señor y quedamos en encontrarnos la semana siguiente. 

Recuerdo que cuando llegué al bar, eran las tres de la tarde y llovía torrencialmente, al cabo de unos instantes ingresó un hombre con paraguas y piloto, con una carpeta envuelta en un nailon color verde; el caballero no dudó y se dirigió a la mesa donde yo me encontraba, después de saludarnos, le pregunté: 


—Usted me dirá que tiene para decirme y por qué a mí, con respecto a ese vuelo , —este hombre con su voz de acento Venezolano me respondió con un rostro que demostraba muchísimo cansancio, su dentadura era muy blanca, la cual resaltaba en su tez morena—


—En primer lugar quiero decirle que solo puedo darle mi nombre, no mi apellido; he querido contactarme con usted porque quiero que esta historia se conozca tal cual fue, yo soy el único protagonista que tengo evidencia que respaldan lo que usted escuchará de mi boca, y lo he elegido a usted porque no confío en nadie. —Después de decir esto, aquel hombre que estimo tendría mi edad, comenzó a contarme esta historia, con voz pausada, y rostro serio.


—Yo he investigado mucho todo este acontecimiento, y poseo toda la documentación conseguida a lo largo de muchos años; debo decirle que mi primer contacto con este acontecimiento fue el 9 de Setiembre de 1992, yo era el compañero de trabajo de Juan de la Corte; los dos nos encontrábamos esa noche en la torre de control del aeropuerto internacional de Caracas, cuando después de darle pista al último de los vuelos de ese día, sucedió lo que jamás hubiéramos imaginado, cinco minutos después de que el último vuelo tocara pista, eran exactamente las 23,15 horas, Juan, sorprendido me dice que observaba en el radar un vuelo que se aproximaba al aeropuerto, cinco minutos después alguien solicita poder aterrizar, diciendo que se trataba del vuelo 914 de Panam; cuando consultamos los vuelos del día, no teníamos información de ese, y entonces comenzamos a solicitarle al comandante los datos para poder permitirle el aterrizaje. El capitán dijo que habían salido del aeropuerto John F. Kennedy a las 08, 05 AM, y que habían sufrido un desperfecto eléctrico el cual había durado sólo seis minutos, pero no les ocasionó ningún problema. 

Después de decir eso, nos preguntó el motivo por el cual observaban tanta oscuridad, incluso veían las luces de pista encendidas, siendo las 11,15 AM. Esto último, nos perturbó, porque algo grave no coincidía con los horarios. Cuando le dijimos que eran las 23,20 horas, el capitán no respondió por unos instantes para después preguntar algo que no podíamos creer, dijo:


—¿Estoy hablando con la torre de control del aeropuerto de Miami?.


Cuando le informamos que no, que estaba en el aeropuerto de Caracas, dijo:


—No es posible, yo nunca salí de mi ruta. 


—Todavía faltaba el desenlace de todo aquello; cuando el capitán de aquella aeronave que había salido de la nada nos preguntó. 


—¿Qué día es hoy?


—9 de septiembre —le respondimos—


—¡No puede ser! —dijo con voz angustiada —, 


—¿de qué año? —con mi compañero al escuchar esta pregunta, no entendíamos qué estaba ocurriendo, cuando le dijimos el año 1992, ese hombre gritó —


—¡Eso es imposible!, yo acabo de salir del aeropuerto Kennedy hace solo 3 horas…hoy es el 2 de julio de 1955.


Ante esta información, Juan tapando con su mano el micrófono me miró y me dijo:


—este hombre puede estar con un grave problema mental, y no está en condiciones de volar, me preocupan los pasajeros, 


Entonces decidimos preguntarle que tipo de avión era y cuántos pasajeros venían a bordo, cuando nos dijo que era un McDonnell Douglas DC 4, con 82 pasajeros, quedamos petrificados, y entonces decidimos decirle que solo se concentre en el aterrizaje, después, le dimos la pista y comenzó todo el protocolo de descenso; también dimos la alerta a bomberos como aterrizaje irregular, y esto activó todo el protocolo de emergencia. Cuando pudimos ver sus luces a simple vista, el micrófono del avión quedó abierto y pudimos escuchar una fuerte discusión del capitán con su copiloto, acusándose mutuamente de ser irresponsables, pero luego todo quedó en silencio. 

Después de tres minutos, el avión estaba tocando pista, y al pasar frente a nosotros pudimos escuchar y ver sus inconfundibles motores a hélice.


En ese momento de la conversación decidí interrumpirlo, porque ni siquiera había probado su café que ya estaría frío; se disculpó, y me dijo que toda esa historia lo atormentaba hasta el presente. Le pedí al mozo que calentará el café y aquel serio hombre continuó con su relato. 


—Cuando el avión se detuvo, solo le quedaba colocarse en la posición designada que era las tres; pero ocurrió otro acontecimiento; en lugar de maniobrar para quedar detenido allí, pasó de largo. Al querer contactar nuevamente al comandante, lo hicimos varias veces, nunca más nos respondió; e hizo lo que nosotros denominamos una falta muy grave, desobedeció una orden de la autoridad máxima de todas las maniobras en pista, que en ese momento éramos nosotros,  siendo el castigo, perder para siempre la credencial como piloto. Se encaminó nuevamente a la cabecera, se alineó de frente a la pista, y ante nuestros ojos, sin poder hacer otra cosa que reiterar que detenga su marcha; aceleró sus motores y despegó nuevamente. El radar nos indicaba que no había otro avión próximo que pudiera estar comprometido, después viró rumbo noreste, continuó en línea recta hasta perderse de nuestro radar.

—Después de contar toda esa experiencia el hombre se quedó callado con su vista perdida como si continuara frente al monitor de aquel radar—.

Lo noté consternado y le dije si se sentía bien, a lo que me asintió con su cabeza, después pudimos tomar otros dos café; afuera la lluvia continuaba siendo muy fuerte, y aquel bar, solo estábamos nosotros y una pareja de jóvenes en el otro extremo. Yo pensé que esta historia había concluido, pero lejos de eso, lo que me siguió contando este señor era más interesante que lo dicho hasta ese momento. 


—Cuando todo lo vivido aquella noche terminó, hicimos un informe detallado de lo ocurrido y lo dejamos sobre el escritorio del director. Al día siguiente cuando nos presentamos a trabajar, el director nos citó en su oficina para decirnos algo que no esperábamos; nos dijo que lo ocurrido con ese vuelo, debería quedar en secreto, teníamos que hacer de cuenta que esa noche nada había ocurrido y que debíamos hacer un nuevo informe. Después de decir esto frente a nosotros rompió el informe verdadero. Cuando le preguntamos el porqué, solo nos dijo, que debíamos por nuestro bien, olvidar lo ocurrido aquella noche, y que no podía darnos más explicaciones. Con Juan quedamos muy sorprendidos, yo pensé hacerle caso al director y olvidarme de todo aquello, pero mi compañero no pudo contener su curiosidad y me dijo que él iba a seguir investigando, lamentablemente fue una muy mala elección. 


Cuando este señor comenzaba a darme esos detalles, sus mano izquierda empezó a temblar muy levemente y su rostro pasó de la seriedad a la angustia. Pedí otros dos cafés, y  presentí que la reunión se prolongaría hasta la noche, aquel hombre frente a mi, cuando me decía esto, apoyaba su mano derecha sobre aquella carpeta verde, como si todo aquello que me develaba estuviera respaldado por el contenido de la misma, Continuó diciendo:


—Después de dos años de aquella extraña noche, mi compañero me pide que nos reunamos en su departamento, porque quería mostrarme algo. Cuando nos juntamos Juan estaba solo, al preguntarle por su familia me dijo que todo había terminado, esto me extrañó porque algunas veces nos habíamos reunido para festejar algún cumpleaños y siempre me pareció que constituía junto a su señora y sus dos pequeños hijos, una familia perfecta. Después de tomar algo, me hizo pasar a una habitación y lo que allí vi, me sorprendió. Sobre todas las paredes se observaba, recortes de periódicos, fotografías de personas, papeles con direcciones, números telefónicos, y varias fotos del inconfundible avión McDonnell Douglas; también había dos escritorios, con muchos libros, una computadora, y apuntes; en  un pizarrón se observaba un  mapamundi desplegado con decenas de pequeños banderines de colores sujetos con alfileres. Cuando le pregunté qué era todo aquello, más allá de inquietarme su respuesta, me preocupó el brillo de sus ojos, de inmediato entendí que aquel viejo acontecimiento lo había atrapado, y por algún motivo estaba envuelto en algo muy siniestro, que incluso le hizo perder a su bella familia. 

Empezó diciendo que él había continuado investigando ese hecho, y que había llegado al fondo del asunto, además me dijo que yo era el único testigo más próximo, y juntos teníamos la responsabilidad de que todo se conociera, porque algo así no podía quedar en las sombras. Yo tenía deseos de decirle que toda esa historia no me interesaba, y que preferiría no saber, ni tener que ver nada con todo aquello, pero me pareció muy descortés decir algo así, por lo cual decidí escucharlo. La verdad hoy, no estoy muy seguro de haber hecho lo correcto. 


Cuando escuché esto por parte de este hombre al que no conocía, me preocupé, y pensé si mejor no sería, finalizar con esa reunión y retirarme de allí. Pero lamentablemente soy curioso y le permití continuar. Como si me leyera el pensamiento me dijo:


—Antes de continuar quiero preguntarle si usted quiere conocer los detalles de esta historia, porque involucran a instituciones de Estados Unidos, y de otros países, también a personas muy influyentes y de mucho poder, que bajo ningún concepto desean que esto se sepa. —aquel hombre se quedó callado, mirándome a los ojos, esperando mi respuesta—


Después de pensarlo, le pedí que continuara. 


—Bien, cuando Juan comenzó a contarme todo aquello, al principio me pareció una historia demasiado intrincada e irreal, pero a medida que me explicaba el contenido de sus archivos, todo comenzó a tener una trama posible.

La historia comenzó en el año 1954 en un centro de investigación científica en Estados Unidos, se quiso investigar el motivo de la desapariciones de barcos y aviones en el triángulo de las bermudas; se comenzó a trabajar con una hipótesis que si a un objeto determinado se lo sometía a un gran campo de fuerzas magnético, dicho objeto podría desaparecer pero estar al mismo tiempo en otro lugar. Todo esto no daba resultados positivos, hasta el día que se quiso hacer el experimento con un avión en vuelo.

Este experimento se realizó  con un avión sin pasajeros piloteado por dos militares; una especie de cañón, dispararía una fuerte carga magnética que impactaría en la nave, cuando pasara por unas coordenadas preestablecidas. El día de la prueba un grosero error cambió todo; el avión al que se lo sometió al experimento fue un McDonnell Douglas DC 4, con 82 pasajeros, en lugar del avión de prueba que pasó minutos más tarde. 

Cuando Juan me transmitía con lujo de detalles toda aquella información, comencé a pensar que me estaba involucrando en un asunto peligroso. Le puedo decir que lamentablemente no estaba equivocado. 

Cuando mi compañero terminó de detallarme todo, observé en su cara una sensación de alivio, quizás por haber compartido todo aquello con alguien. Después de ese día, mi compañero me envió una carta que contenía la llave de su departamento y decía esto:


"Estimado amigo, te dejo toda esta investigación en tus manos, tu sabrás que hacer, y a quién acudir, pero si por algún motivo, deseas ocultar y olvidar todo esto, estás en tu derecho, yo no te reprochare nada. Por mi parte trataré de salvar mi matrimonio y poder reencontrarme con mi familia". 


A estas alturas de la conversación observaba que aún faltaba el desenlace de esta historia, y le pregunté a este hombre, que ocurrió con ese vuelo, al que se lo interceptó con esa carga magnética, y esto me dijo:


—Cuando el avión McDonnell Douglas DC 4, con 82 pasajeros a bordo fue interceptado, desapareció; pero no definitivamente, aparentemente ese mismo vuelo es registrado en decenas de aeropuertos en todo el mundo, siempre con la metodología que mi compañero y yo experimentamos esa noche. Personalmente continué investigando sobre todo este experimento y pude comprobar que se pudo observar esto en los siguientes aeropuertos, desde el año 1955 a la fecha.


Aeropuerto de Londres-Heathrow

Aeropuerto Internacional de Estambul

Aeropuerto Internacional de Taiwán Taoyuan.

Aeropuerto Internacional Suvarnabhumi.

Aeropuerto Internacional de Singapur

Aeropuerto Internacional Benito Juárez.

Aeropuerto Internacional de Kuala Lumpur.

Aeropuerto Internacional de Pekín-Capital.

Aeropuerto Internacional Indira Gandhi.


Y la lista sigue; en más de doscientos aeropuertos internacionales de todo el mundo he podido constatar no oficialmente, que un acontecimiento como el que mi compañero y yo experimentamos ocurrió tal cual lo vivimos. Es decir que esta aeronave con su tripulación se encuentra atrapada en un espacio tiempo, imposible de comprender. 


Después de que ese hombre quedara callado, le pregunté, cuál era el motivo por el cual, toda esta información alguien no quería que salga a la luz, y entonces con su rostro distendido me dijo:


—Desde el punto de vista legal, el avión con su tripulación se encuentra en un estado de desaparición que no es lo mismo que ser afectado por un experimento. Para la primera de las  hipótesis nada se puede hacer si el mismo no aparece, pero si se comprobara que fue por causa de un experimento fallido, alguien debería ser considerado responsable. 


Le pregunté cómo pudo conseguir esa información extraoficial en tantos aeropuertos en tantos lugares distantes del mundo, y me respondió esto:


—En la jerga de la aeronáutica este hecho es muy conocido, pero del mismo nadie quiere hablar porque teme ser despedido, con solo preguntar por el "vuelo 914" de inmediato se entiende de qué se está hablando, y alguien sin dar su nombre menciona con quien hay que hablar para saber más, y entonces esa persona, fuera de su ámbito laboral cuenta con lujo de detalles, el hecho, el cual, siempre ocurre de la misma forma, y en el mismo horario, después del último vuelo del día. 

Debe decirle además, que tengo un amigo que es director de un importante centro de investigación científica ubicado en California, que me ha dicho que hace unos tres años, se está trabajando intensamente en buscar una solución para rescatar a este vuelo y sus pasajeros; las investigaciones se están haciendo con inteligencia artificial y ya han logrado avances muy alentadores, pero lo complejo es estar con el avión durante una de estas ventanas que permiten que el vuelo se materialice para poder someterlo a un bombardeo de rayos magnéticos. —después de decirme todo aquello, este señor me entregó esa carpeta— , la cual poseía copias  de una serie de documentos oficiales ultrasecretos, que certifican que el vuelo 914 sufrió un golpe magnético por error, proveniente de un experimento y que había quedado atrapado en un tiempo espacio y solo se lo podía ver en intervalos de tiempo muy cortos.

Cuando nos despedimos, este hombre era otro, se lo observaba cordial y distendido, no quiso darme su teléfono porque no deseaba saber nada más sobre toda esta historia. Solo quería si fuera posible olvidarla.  

Aún tengo en mi poder esa carpeta, pero ahora que he contado todo esto, pienso que esta historia ya no me pertenece…por esto pienso quemarla, quizás hoy mismo.



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miércoles, mayo 03, 2023

EL CARPINTERO DE NOTRE DAME

      A principios del invierno del año 1340 en París; la catedral de Notre Dame ya mostraba su figura deslumbrante e imponente. "Emmanuel", la campana mayor de trece mil kilos, llegaba al pie del campanario transportada sobre un carro tirado por cuatro caballos que chapoteaban el barro por la lluvia del día anterior. 



—¡Gérard!, ¡Gérard!, despierta, ya es hora. —la madre del joven abre la ventana de la pequeña pieza para ventilar—; el sol aún no había despuntado, la mujer presurosa sabía que a su hijo, único sustento familiar, le esperaba un día arduo de trabajo. 

En la cocina sobre el fogón encendido una pesada olla calienta una sopa espesa cuyo aroma inunda ese ambiente de paredes ennegrecidas de hollín. 

El joven después de levantarse de su catre, se dirige al patio para lavarse, luego, cuando llega a la cocina, besa a su madre en la frente y se sienta frente a la rústica mesa de madera que construyó con sus propias manos.

Mientras su madre le sirve el desayuno, Gérard recuerda con una leve sonrisa el cuerpo de su novia Mirtha la noche anterior en el granero. 


—Ayer Mirtha me trajo huevos y jamón —le dijo su madre mientras colocaba una astilla de madera en el fuego—, no se porqué motivo me dijo que te cuide mucho —continuó la mujer con una sonrisa pícara mirándolo de reojo—.


—Ya te dije madre que cuando esté lista la catedral, me iniciare como cura, por lo cual no tienes de qué preocuparte, jamás te abandonaré —le dijo Gérard a su madre con voz pausada como consolandola; después de escucharlo la madre le dio un coscorrón en la cabeza diciendo:


—¡Mentiroso!, Dios te castigará. 


Ambos rieron. El joven después de colocarse su pulóver de lana de cuello alto y su gorra, se despidió de su madre y se dirigió a su trabajo. 

Gérard era carpintero y trabajaba en la obra de la catedral hacía ya cinco años. Cuando llegó, varios hombres como sombras negras, calentaban sus manos en fogatas, que despedían un humo espeso.

Gérard, ubicándose también frente al fuego reconfortante, observó la gran campana que ese mismo día sería izada para ubicarla en su posición definitiva; el maestro de obra le había encargado a él la realización del enorme andamio que soportaría el colosal peso, y coordinar la tarea de ese día. La estructura se había realizado en toda la altura en el interior de la torre sur; el joven tuvo que modificar todo este entramado de maderas para que la campana mayor pudiera pasar y ser izada por una enorme polea, cuya soga estaría amarrada a una yunta de bueyes controlados por varios hombres para lograr que todos los movimientos fueran lentos.

Cuando los primeros rayos de sol comenzaron a calentar el aire de ese frío día, todos los hombres se prepararon para la principal tarea de la jornada. 

Gérard, después de bromear con alguno de ellos sobre la resistencia de su andamio, se concentró en aquella misión que como todo movimiento de elementos pesados posee sus riesgos. Con agilidad se trepó a la parte más alta de la torre junto a la polea, llevando unos rollos de soga por si surgía algún imprevisto; seis de sus compañeros se treparon por el andamio y se ubicaron en puntos estratégicos para observar que la mole de acero no chocará con ningún travesaño, lo cual causaría un desastre. Cuando los pesados animales comenzaron a moverse, la enorme campana comenzó a subir lentamente; toda la estructura crujió, pero para los ojos experimentados de Gérard todo estaba bien. 


—¡Vamos señoritas, apuren el trámite que hoy tengo una cita con mi novia!, —les gritó Gérard a todos aquellos rústicos hombres que rieron, porque sabían que Gérard conocía su trabajo muy bien, y confiaban en él—.


La pesada carga subía lentamente, cuando llegó a la altura de unos cuarenta metros, Gérard impartió una orden contundente:


—¡Deténgase señores!, —todos acataron la indicación de inmediato—; Gérard se ubicó en una posición que le permitiera ver si el borde de la campana podía pasar por un sector del andamio muy estrecho y obscuro, para lo cual encendió un farol y lo bajó hasta allí atado a una soga, después de comprobar que todo estaba bien, gritó a sus compañeros:


—¡Sigan muchachos!.


El último tramo que restaba era lo suficientemente amplio para que no existiera inconveniente, Gérard se sentía más distendido; cuando de pronto se escuchó el sonido característico de una madera que se quiebra; uno de los compañeros de Gérard que se encontraba en el sector más bajo gritó de inmediato:


—¡Es aquí Gérard, la columna, no soporta el peso!.


Gérard después de ordenar que detengan el trabajo, tomó un rollo de soga, se lo cruzó sobre su pecho y comenzó a bajar lo más rápido posible; cuando llegó al lugar observó el grueso puntal estaba muy dañado; de inmediato rodeó con la soga toda la quebradura como una venda; pero el apuro para evitar el derrumbe que mataría a sus compañeros, hizo que diera dos vueltas de soga detrás de su cintura; cuando terminó, se dio cuenta que estaba sujeto al grueso puntal, ahora asegurado, pero sin la posibilidades de librarse, no obstante, sabiendo las consecuencias, dio la orden:


—¡Continuemos!


Al primer tirón de la gruesa soga que permitía la trepada de la pesada campana, el puntal se acomodó crujiendo una vez más; Gérard pensó que todo se desplomaria, y alcanzó a gritarle a sus compañeros:


—¡Bajen de inmediato, lo más rápido posible!.


Sus compañeros así lo hicieron; la subida de la campana se detuvo, y la estructura soportó el peso, pero las fuerzas de Gérard no; quedó allí amarrado sin que nadie pudiera socorrerlo. Después que apuntalaron el sector donde estaba el cuerpo de Gérard, sus compañeros cortaron las gruesas sogas que lo sujetaban y lo bajaron con cuidado; gracias a su coraje pudo salvarles  la vida a seis de sus colaboradores. 

Cuando por la tarde se presentaron en la casa de Gérard; el maestro de obra, un cura, y dos de sus compañeros; la madre de Gérard al abrir la puerta de la humilde casa, interpretó lo ocurrido de inmediato, y solo dijo:


—Traigan a mi hijo ahora, que esta noche hará mucho frío, y le tengo preparada la cena. 


Los compañeros de Gérard lo trasladaron hasta su casa acostado sobre un tablón, y lo colocaron en el único lugar posible de su casa, sobre la mesa de la cocina. La madre de Gérard limpió su cara y lo peinó despacio, llorando toda su impotencia y amargura; después, le sacó sus zapatos embarrados y los colocó cerca del fuego para secarlos, luego,  encendió una vela sobre la repisa que iluminaba un crucifijo y colocó la olla sobre el fogón para calentar la cena.

Sus compañeros de la obra encendieron un fogata en la angosta callejuela preparados para pasar aquella triste y fría noche.

Cuando la joven novia de Gérard entró en la casa, no sintió lo que con temor esperaba; allí, sobre esa rústica mesa, ya no estaba su amado Gérard; solo atinó a besar esas manos heladas y después de abrazar a la madre de su novio, se fue de ese lugar llorando para no volver; ella aún sin saberlo, todavía tenía un futuro; no así la madre de Gérard; todas sus ilusiones y porvenir yacían allí, sobre esa mesa, que sostenía a su único hijo ahora inerte. 

Los compañeros de Gérard, ingresaban en pequeños grupos a la cocina en penumbras con sus gorras en la mano para poder darle el último saludo a su querido amigo, cuando salían, alguien desconocido les ofrecía un tazón de sopa caliente.

Estos hombres en torno a la fogata improvisada que iluminaba sus rostros duros, calentaban sus manos en esa noche helada; eran hombres de carne y hueso, que la historia jamás recuerda; a pesar de muchas veces dejar sus propias vidas en esas construcciones majestuosas, que parecen ser eternas. Muchos de ellos,  después de recibir ese alimento caliente de manos de mujeres desconocidas, pensaban que se los brindaba el mismo Gérard de sus propias manos para calmar su hambre como despedida de un amigo… tal vez fuera así. 

Cuando el sol comenzó a despuntar por sobre los húmedos tejados; la madre de Gérard, abrió la puerta con su delantal estrujado entre sus manos,  y dirigiéndose a todos esos hombres dijo con voz firme:


— Ya pueden llevárselo, ahora les pertenece, se que estará en buenas manos.


Los seis compañeros de Gérard que les debían su vida, se presentaron y lo acomodaron para su último viaje en el tablón en el que se lo trajeron a su madre; alguien ofreció un carro para verduras para llevarlo con comodidad, pero sus amigos no quisieron, prefirieron llevarlo a pulso a modo de humilde homenaje; detrás de ellos todos los demás obreros los acompañaron en un larga columna, la cual se desplazó entre los pobladores que observaban en silencio la procesión. 

Cuando traspasaron el caserío, el sol iluminó el rostro de Gérard y una brisa movió sus cabellos, el compañero que vio su cara, le pareció que le brindaba su última sonrisa, diciendo una gracia desde la altura de su andamio. 

Cuando todo ese conjunto de hombres y mujeres humildes llegaron con el cuerpo de Gérard a la catedral, el portal principal estaba abierto esperándolo; por allí lo ingresaron y lentamente recorrieron toda la nave central en la que todavía se veían altos andamios y gruesas sogas que llegaban al piso. Frente al altar, depositaron el tablón con el cuerpo de Gérard sobre dos caballetes; tres religiosos le brindaron una misa, y uno de los hombres al que el joven le salvó la vida, no se pudo contener y gritó a viva voz:


—¡Adiós querido amigo, siempre continuarás cuidándonos!.


El tiempo transcurrió y la campana mayor todavía sigue allí, es la única que nadie pudo bajar…quizás el valiente Gérard la cuida. Todos aquellos hombres y mujeres que vivieron en aquel tiempo, hoy son sólo sombras de un pasado olvidado y lejano.

En algún lugar del piso de la inmensa catedral, se encuentra una pequeña losa de mármol, en la que se puede leer.


"Aquí descansa Gérard, el valiente carpintero de Notre Dame 1320 - 1340".



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